Capítulo 36
Zara Hills:
Hoy era veinte de noviembre, había pasado con una aproximación de dos semanas en el hospital. Era el día en el que debería declarar todo lo que había ocurrido en esa fatídica noche.
Estaba en el apartamento de mi hermana, no dejaba de arreglarme para estar presentable. La policía no dejaba de patrullar cerca de la casa, para estar seguros de que no me daría a la fuga, aunque pensándolo con mayor dedicación, ¿Cómo lo haría si ni siquiera podía comer, sin sentir como todo se me atoraba en la garganta? Creo que no pensaba del mismo modo en el que yo lo hacía.
Mi cabello estaba atado en una coleta alta ay rizado por las puntas, llevaba un traje negro con un pantalón del mismo color, por norma de mi hermana debía llevar unos tacones negros, dentro llevaba una camisa de mangas altas blancas. Era extraño mirarme de ese modo, pero no estaba nada mal, me sentía hasta una gerente de una empresa, reí por dentro por ese pensamiento ilógico.
El apartamento de mi hermana era espacioso, las paredes de todas las habitaciones eran blancas, los muebles eran negros y grises eran una combinación que me gustaba mucho, había algún que otro cuadro de nosotras y mi madre, me produjeron melancolía, pero era algo de lo que me recompuse lo más rápido posible, no quería que el rímel resbalara de mis mejillas corriendo todo el esfuerzo que había ejercido mi hermana para que fuera presentable.
Kate en cambio iba igual que yo, excepto que iba en un traje grisáceo y los tacones del mismo tono que su vestimenta.
—Vaya, si no fuera por el simple hecho de que eres unos centímetros más alta que yo y que el tono de nuestros ojos es diferente se podría decir que somos gemelas—hable con una pequeña sonrisa en los labios, quería que dejara de toquetear la corbata que llevaba. Me estaba poniendo nerviosa.
Se dio cuenta, dejo de tocar su corbata ajusto la mía que era gris y la suya que era negra. Miro al espejo de su inmenso armario, yo también mire nuestros ojos mieles eran iguales excepto por nuestros cabellos, el suyo era moreno y el mío pelirrojo.
— ¿Estas preparada?—la mire y asentí.
—Yo no—reímos, no entendía el motivo. Pero era mejor así.
—Vámonos—comencé a caminar, me agarro de la muñeca, gire sobre mi eje y sentí sus brazos rodearme. No necesitamos hablar. Todo estaba dicho.
El día de mi cumpleaños decidí, y pedí que no hiciéramos nada hasta que todo esto se solucionara. Pero recibí un regalo de parte de los dos. Toque mi cuello, en el llevaba un collar de perlas blanco regalo de Alex, recuerdo el beso desprevenido que me dio y esa mirada penetrante que me otorgó con esa intensidad. El regalo de mi hermana fue un anillo que después descubrí que perteneció a mama, y que dio a mi hermana para que cuando yo cumpliera la mayoría de edad llevara. Pero por mucho que insistí, me dieron la noticia que ese no sería la verdadera fiesta de cumpleaños que tendría.
No tenían remedio.
Entramos en el coche con el mayordomo montando en él, para sorpresa mía estaba Alex en la parte trasera del coche, mi hermana me guiño el ojo mientras se sentaba en los asientos de copiloto. Subí dentro evitando mirar el movimiento de cejas que hacia mi hermana intercambiando miradas con Gerard.
Mi compañero de asiento solo me dio dos besos en la mejilla y agarro de la mano transmitiéndome seguridad.
El viaje se pasó mientras me mentalizaba. El abogado nos esperaba en la entrada con su maletín negro, tenía todo lo que necesitábamos, además, de cortesía del hospital también vendría una psicóloga que estuvo hablando conmigo durante mis días de estancia en el hospital. Respire hondo.
—Espero que hayan tenido un buen viaje—expreso cortes. Era un hombre joven-adulto que estaría llegando a los treinta, era alto, sus irises eran verdosos, su cabello moreno le llegaba sobre el hombro, el traje azul marino sumando a sus facciones maduras le daban un atractivo que no podía negar. Note la mano de Alex que no me había soltado apretar con un poco de fuerza de más, enarque la ceja para que me soltara—. Pasen por favor, en un cuarto de hora deberemos ya estar dentro, pero mientras tanto hablemos de los puntos importantes, todo esto lo decía mirando a mis ojos con fijeza.
Cabecee en respuesta.
La mirada de Alex parecía querer taladrarle hasta la muerte al abogado, me solté de su mano. Mi hermana y Gerard miraban todo con un poco de gracia en sus ojos.
Era imposible que estuviera celoso.
Lo está, no hay que ser demasiado inteligente para saberlo.
Prefería estar pendiente de que iba a declarar. La psicóloga ando por los pasillos, estrecho la mano al abogado, saludo a todos los presentes y se paró enfrente de mí. Todos me miraban, junte mis manos con nerviosismo.
—Zara, tu puedes. Solo di todo lo que ocurrió, si necesitas respirar hazlo, pero no te dejes ningún detalle—solo la mire, entre con ella cuando nos llamaron seguido del abogado. Me senté en los bancos de adelante. Cuando vi a mi padre en el uniforme naranja de la cárcel en mi corazón un vuelco se produjo, su mirada asqueada a mi dirección me hizo tener ganas de vomitar.
—Tranquila—me susurro la psicóloga Marie, que no superaba la cuarentena. El tribunal empezó a llenarse con las personas que se encargarían de dictaminar si era culpable o no. Estaba constituido por un juzgado colegiado, es decir, no solo había un solo juez.
Se escuchaba el bullicio de las personas, a la prensa sacar fotos y grabarlo todo. No me interesaba ser noticia, quería justicia.
—Silencio en la sala—ordeno el juez del medio. Cuando todos se callaron, empezó a leer cosas que no entendí —.Hoy a veinte de enero estamos aquí para proceder el juicio contra Mathew Hills, padre de la denunciante Zara Hills.
Siguió hablando de más cosas, solo escuché atenta.
Cuando le dio la palabra para que declarara los hechos, solo de su boca salieron mentiras, no sé qué me esperaba de él la verdad. Comenzó a decir que él no era autor de los hechos de los que se le acusaban, que yo estaba traumada en esos momentos de mi infancia por la muerte de mi madre y que por eso me inventaba esa historia, quería protestar, pero me contuve.
El abogado se levantó repetidas veces para decir que no estaba de acuerdo con lo que decía, pero los jueces le hicieron sentarse ya que, había que escucharles decir todo eso. También se atrevió a decir que estaba mal mentalmente y por eso de pequeña tomaba pastillas para que no me lesionara, apreté la mandíbula pero decidí callarme, me miro con una sonrisa, que le llenaba el rostro cuando dijo que yo provoque ese fuego que habría estado dispuesta a que nos matara a los dos. Por lo menos una verdad había salido de sus labios. No me sentía culpable, pero su mirada triunfante, esos aires de superioridad me asqueaban.
Cuando termino, la sala se quedó en silencio durante unos segundos.
—Señorita Hills, levántese por favor y cuente los hechos ocurridos. —me levante con toda la seguridad que acumulaba. Apreté los puños, cuando pase por su lado y me senté recordé todo lo que había soportado y las incontables veces que había huido de todo, por miedo a que nadie me creyera.
Recordé una frase de algún libro o lado que leí:
Hazlo, total, te van a criticar igual.
Eso era lo que iba a hacer ahora mismo, iba a expulsar todos los gritos contenidos que había estado aguantando durante tantos años. Sonreí, mi progenitor me miro extrañado, tenía todos mis ases en la manga e iba a soltarlos con inteligencia.
Zara ahora me toca a mí tomar las riendas de esta situación, tú refúgiate dentro de mí, ahora me toca a mí sacar todos sus trapos sucios a la luz.
Está bien.
—Hola, soy Zara Hills y estoy aquí para contar mi verdad más dolorosa—sonreí, enseñando los dientes. Todos me miraron extrañados, era hora de enseñar que éramos capaces de hacer.
Un alma que ha sido golpeada, cuando abre el baúl de los recuerdos al exterior, es capaz de desatar un huracán, con sus gritos silenciosos convertidos en palabras.
Notita de autora:
Espero que os este gustando la historia, gracias por leerme, Blessing.
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