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Capítulo 34

Un sabio dijo:

Mientras más esperas.

Menos recibes, mientras más quieres, menos te quieren y lo más insólito es que mientras más intentas menos te valoran.

Zara Hills:

Sentía una calidez que me embriagaba, que me recordaba a puede una infancia que nunca tuve. La mayor parte de mi tiempo me la paso pensando cómo serían las cosas si yo no estuviera en el cuerpo en el que estoy.

En muchas ocasiones he pensado en la posibilidad de que mi alama se desprenda de esta piel que llega a escocerme, picarme con violencia y asfixiarme con cuchillas invisibles.

Mis manos estaban posadas en su pecho, mientras intentaba no derrumbarme de nuevo, algo que no estaba planeado.

Me sentía culpable, sabía desde hace tiempo que había perdido algo que me era muy importante, pero no mi padre, a ese lo perdí el día en el que murió mi madre entre sus sucias y desprolijas manos.

Abrí los ojos lentamente, sentía como el recorrido sanguíneo pasaba por mis venas con una lentitud que sentía desde que llegué al hospital, como si todos mis sentidos se hubieran detenido en una pausa que me pilló desprevenida.

Mire con cautela e un poco de curiosidad el perfil de Alex.

Su cabello azabache, contrastaba con una perfección irreal con su tez pálida pero no tanto, sus ojos grisáceos miraban al ventanal que se encontraba cerca de nosotros.

Sus irises grisáceos era lo que me encantaban, no eran azulados sino grises como un cielo nublado, también como el sentimiento de nostalgia o anhelo, un color que se encontraba en el intermedio del negro a blanco sin llegar a saber a ciencia cierta si sus ojos reflejaban su modo de estar.

No puedes amarlo. ¿Vas a engañarlo dándole esperanzas, cuando no puedes amarte a ti misma? ¿Qué tipo de humana eres?

Sacudí la cabeza, disipando esa voz destructiva que era parte de mí, que era mi otra yo la que me mataba lenta y profundamente.

Sus ojos azules y su cabello rubio contrastaban con la luz del sol, su pálida piel resaltaba con más luminosidad por la camisa blanca corta que llevaba.

Ese día no tenía ganas de nada, pero aun así, él insistía en que deseaba salir para divertirnos un poco.

— ¿Qué tal te parecen las vistas?—estábamos en una montaña con el frio calando nuestros huesos, dejando que el aire helado nos abriera los pulmones y nos refrescara la cara.

Mire asombrada, con mis irises brillando de la emoción.

—Son bellísimas, Adam. —respondí en consecuencia.

—Como tú, Zara—recuerdo el sentimiento de alegría que en esos momentos me provocaba, el beso que nos dimos y que se volvió amargo cuando me agarro de la cintura con fuerza y me acercaba a él. Intentando zafarme, nerviosa e incómoda.

Sabía que esos recuerdos eran reales, los sentí en mi piel, como una experiencia vivida que era imborrable, provocando escalofríos en mi interior.

La escena se detuvo, por una intromisión de la realidad.

—Zara. —escuche mi nombre y me desperté de mi ensimismamiento.

—Dime—dije mirando a Alex y preguntándome si en mi corazón habría espacio suficiente para ser capaz de dejar que alguien de nuevo entrara en él.

—Come, sino lo haces te las veras conmigo—sintoniza con una voz grave y seria, me rio y mis ojos se abren cuando veo la bolsa.

—Mi hermana ha sido, ¿verdad?—asiente, abro la bolsa dando un mordisco grande a la hamburguesa—. Este es el tipo de comida que me reconforta el corazón—expreso con la boca llena.

—Ya lo noto—de sus comisuras asoma una sonrisa, apoya la barbilla en la palma de su mano a la vez que me observa, pero al mismo tiempo parece que no, como si estuviera divagando en algún lugar en el que no puedo alcanzarlo.

—El médico me ha dicho que cuando termines de comer y descanses durante unos diez minutos más, vendrá para comentarte algo—cabeceo en modo de afirmación, frunciendo un poco la ceja no entendiendo, pero estando tranquila y degustando la comida que golpea con delicia mi paladar.

— ¿Cuál es tu color favorito? El mío es el amarillo—no entiendo a qué viene la pregunta, pero me encojo de hombros pensando cual, ya que tengo muchos.

—Tengo demasiados. Pero mi favorito es el blanco—se nota pensativo, pero no dice más— ¿Por?

—Por nada—a secas dice.

Sigo comiendo hasta que termino, me limpio con la servilleta y tomo un refresco.

Me levanto de la camilla, mis pies tocan el frio suelo, me desestabilizo un poco pero me recupero al instante, voy al pequeño baño mientras me limpio las manos, no me atrevo a mirarme al espejo.

Pero cuando alzo los ojos me veo, las ojeras son notables, mi piel está más pálida de lo usual, me acaricio con miedo, ya que, siento una grieta de las muchas que tengo que se está abriendo, una grieta importante porque provoca que las demás se vean insignificantes.

Pero el peor problema, es que no sé cuánto daño tiene guardada esa grieta en específico.

—Deja de hacerlo—boto en mi sitio, sin haberme percatado de que Alex está detrás mío—. Si sigues así, acabaras peor y no te podrás estabilizar. Deja de martirizarte tanto. No por mí, sino por ti—acaricia mi cabello con una delicadeza que me llega en algún lado de mí ser, que pensaba que estaba muerto del todo.

Muevo mi cabeza afirmativa.

Vuelvo a la camilla, me dedico esos diez minutos a mirar por la ventana, vagando en algún lado sin saber que buscar en realidad.

Alex llama al doctor que entra dentro, este le pide que salga, me mira por última vez y sale.

—Hola, señorita Zara Hills. Yo soy el doctor Collins espero que se encuentre mejor.

—Sí.

Era un hombre que rondaría los cuarenta, su cabello era negro con tintes blancos por las canas y la escasez de cabello, su nariz era pequeña, su rostro se notaba apacible, su contextura era un poco rechoncha, sus cejas eran tan negras que parecían carbón y eran gruesas dándole un toque un poco gracioso que provoco que mis hombros se destensaran.

Me recordó a los muñecos de nieve, pero no se la razón exacta del por qué.

—Deseo comentarle unos datos importantes que debe tener en cuenta, pero debe escuchar con paciencia y no alterarse—entre los dedos de sus manos gira con ellos el bolígrafo azul que tiene en sus manos, eso lo noto como signos de nerviosismo.

Pero más nerviosa estoy yo, ¡Ya que, eso provoca que mis sistemas se disparen!

—Suéltelo ya, sin tapujos—mi voz cuando la expulso se nota más impaciente de lo que hubiera querido.

—Antes de empezar debo preguntarle algo: ¿Ha mantenido alguna vez, relaciones sexuales con alguien? No debe tener miedo de contarlo, es algo normal que en algún momento debe ocurrir.

—No, en ninguno de los sentidos—respondí, ya que a ese tipo de acercamiento no he llegado nunca con nadie.

Se aclara la garganta.

—Le hemos hecho un chequeo médico, ya que en esos momentos era requerible, pero con el permiso de su hermana claro está. Descartando que su cuerpo estaba ardiendo, hemos observado en su cuerpo signos de violencia, como golpes, moratones de hace y tiempo que casi eran imperceptibles, también hematomas graves en sus piernas.

»Cortes superficiales, que dan con evidencia, que usted ha estado sufriendo de modo psicológico pero de igual modo físicos graves. También hemos hablado con su único familiar presente: su hermana.

E igual hemos hablado con su amigo.

Nos han comunicado que suele tener arranques de rabia, frustración en grandes niveles, pérdida de memoria, y muchos síntomas más que han derivado en que le hiciéramos otros diagnósticos.

Hemos dado en primer lugar, que por desgracia ha sufrido una agresión sexual, y que todos esos cambios de humor y la tristeza, mezclada con culpabilidad pueden llegar a deberse por este trágico suceso.

En segundo lugar, hemos dado con unos datos de que tiene un trastorno, pero que todavía no podemos especificar con exactitud, ya que, eso toma tiempo y hay que analizar muchas depravantes e interrogativas. Eso explicaría su pérdida de memoria, ya que, su cerebro desecharía los hechos traumáticos para ahorrarse el dolor ocasionado en un pasado no muy lejano.

En definitiva, tendrá que someterse a tratamiento médico con la mayor rapidez posible.

Lo siento, de verdad que lo hago, porque dar este tipo de noticias no son de agrado de nadie. «

Mi cabeza era un revoltijo de cuerdas que se habían entrecruzado con cada palabra que expulsaban sus labios, toque mi pecho con una fuerza impresionante dándome cuenta por fin uno de los motivos por los que me encontraba rota, como si algo de mí se hubiera roto en mil pedazos perdiendo algo que en algún momento de mi vida fue preciado.

Ahora sabía la triste realidad.

Grite, todas las imágenes se agolparon en mi mente de repente, con una fuerza dolorosa, haciendo de mi corazón un puño, provocando que un diluvio cayera por mis mejillas escociéndome en el proceso.

Golpee las sabanas con fuerza, una y otra vez, sin detenerme ante el dolor que me ocasionaba.

— ¡No! ¡No! ¡No! —no dejaba de tirarme de los pelos, levantándome y golpeando las paredes.

El doctor Collins no dejaba de intentar que me calmara, pero nada lo hacía.

—Necesito con urgencia enfermeros—exclamo, pero yo no atendía a razones. Todo era peor aún.

Sé que Adam me hizo daño, pero no en este tipo de magnitud, no de este modo.

Era mentira, todo lo era e intentaban culpabilizar a alguien.

Eso debía ser.

Vinieron trabajadores enfermeros, pero solo intentaba que me soltaran.

—Dejadme en paz—decía.

—Por favor, señorita.

Solo quería que me soltaran, hasta que sentí como me adormecía cuando me metieron una inyección en el brazo, haciendo que todos mis sentidos se adormecieran rápidamente sin vuelta atrás.

—No—los últimos irises que vi fueron unos ajenos de los enfermeros que me miraban, pero no pude verificar de qué manera, ya que, cerré los parpados dando bienvenida a un sueño al que pare a la fuerza.

Hay muchas cuerdas en la vida.

Hay de esas que te asfixian sin motivo, provocando que el aire se escape de tus entrañas.

Hay otras que te mantienen con vida por muy dolorosas que sean.

Pero hay otro tipo de cuerdas, que te obligan a vivir con todas tus fuerzas, demostrándote que a pesar de todo, del dolor, las decepciones y hay un adjetivo que se llama: esperanza.

Una que no traiciona.

Te hacen darte cuenta de la incomprensibilidad de conocerse a uno mismo al cien por ciento.

Las situaciones te obligan a darte cuenta de que: la mente humana puede llegar a ser destructiva, misteriosa e inexplicable, tan poética e inigualable.

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