Capítulo 31
Zara Hills:
No puedo olvidar tus ojos llenos de decepción, siempre has estado allí por muy poco tiempo que te conozca. Y yo lo único que hago es decepcionar.
Todos esos pensamientos y más me venían a la mente, mientras estaba dentro del coche patrulla después de haber admitido lo que había hecho. La verdad es que no me arrepentía ni lo más mínimo.
Pienso en que si fuera otra persona, puede que ahora estaría estudiando, bufando mientras muevo el lápiz entre mis dedos y me pregunto cuándo acabará el profesor/a su explicación, también puede que tuviera amigos y riera con ellos, puede que anduviera mientras las personas me miraran con curiosidad o una variedad de sentimientos en sus ojos. Pero la diferencia aquí era que yo no era una persona NORMAL, como unos dirían.
Reí por lo bajo, mirando mis muñecas esposadas, las lágrimas salieron de improvisto, pero estas eran de un poco de libertad que sentía en mi interior.
Dolía. Dolía ser repudiada por el único familiar que tenía a mano, dolía saber que las sombras podían cernirse cuando quisieran en mi mente, opacando la realidad. Alce la cabeza mirando por la ventana en silencio, sentí el frío del cristal acariciar mi rostro, la respiración me costaba estabilizarla todavía, sentía el picor del humo dentro, pero tosí por lo bajo para no alertar a nadie.
La radio se escuchaba. Mis manos temblaban, pero las tranquilice, mire como la lluvia arreciaba sin parar, el coche se detuvo y me abrieron la puerta, llevándome dentro de la comisaria.
Uno de los policías me llevaba por el brazo, y pregunte:
— ¿Es factible que me metan entre rejas no llegando a la mayoría de edad?—no respondió, solo me incito a que entrara y me mantuviera callada que sería lo mejor. Bufe ruidosa, y calle.
Uno de los guardias me acompaño, mire con detenimiento el edificio, bajamos unas escaleras para llegar hasta donde me quedaría por la noche, no pude evitar entablar conversación con el hombre que iba al lado mío, sus ojos eran morenos, su cabello era negro lleno de canas en él y falta de cabello en el centro de su cráneo, su figura era un poco rechoncha. Su rostro era de cansancio puro.
— ¿Cuántos años tiene? Es decir, no se le ve muy mayor pero su rostro lleno de cansancio dice lo contrario. Le sumaría unos años de menos, pero se nota que estar encerrado aquí le está pasando factura.
—Señorita, muévase. No tengo todo el día. A menos que quiera que le aplauda por su intento de cumplido malogrado. —respondió con fastidio patente en sus vocales—No tengo ganas ni tiempo de hablar de cómo una adolescente que seguramente rondara la edad de mi hija ha acabado aquí.
Di un paso pero volví a la carga.
— ¿Podría quitarme estas esposas de las manos? Me van a dejar marca, y esas manos tan bonitas que tengo no deberían desperdiciarse de esta manera—reproche, poniendo morros.
—Pues yo no quiero que desperdicie mi tiempo, sabrás lo que has hecho, no es de mi incumbencia—me empujo con no mucha fuerza e intento que entrara, pero me resistía.
— ¡Por favor, no me encierre! Puedo estar en el suelo del pasillo pero no dentro. ¡No sea aguafiestas!— Me quito las esposas, las sentí liberadas, creía que podría fugarme como la espuma pero me empujo. Suspiro frustrado de mi resistencia. Al fin y al cabo consiguió que entrara dentro por mucho que no quisiera.
Escuchaba el sonido de las llaves tintineando mientras cerraba la cerradura. Agarre los barrotes de mi celda, le gritaba que volviera, pero caso nulo me hizo. Me hizo callar cuando dijo estas palabras, observaba su espalda con pequeñas proporciones de esperanza de que volviera a mi encuentro y me tuviera piedad.
—Los jóvenes de hoy en día me sorprenden cada día más y más. Lo único que hace falta es que se incendien las pocas neuronas que les quedan a algunos—hablo en voz baja.
— ¡Oiga, eso ofende!—indignada me encontraba.
—A mí también me ofende que mi cabello tan bello escasee pero aquí estoy. De turno de noche, charlando con una joven a la que le falta un amigo con el que hablar. —pronunció estas últimas palabras al igual que desaparecía de mi vista—. Necesito unas vacaciones antes de perder la poca dignidad que me queda.
Su voz ya no se escuchaba, todo estaba en un silencio sepulcral.
Estaba sola por completo.
—Los jóvenes de hoy en día, ¿eh? —Me senté en la pequeña cama, me tapé la cara con el antebrazo y sonreí— Me alegro de su estúpida cara llena de incertidumbre —me carcajee por lo bajo, recordando la cara de mi padre.
Qué asco de hombre. Por lo menos no lo veré por un tiempo.
Pensé intentando aliviarle aunque fuera un poco, aunque eso no surtía mucho efecto.
Me di la vuelta en la pequeña cama, me tope contra la pared, mire la pintura negra de este que sobresalía un poco.
El olor de mi ambiente no era incomodo, pero tampoco reconfortante. Aparte los cabellos pelirrojos de mi cabello.
Bostecé del sueño que tenía, por lo menos me merecía descansar un poco.
Cerré los párpados, dándole la bienvenida al mundo de los sueños.
««»»
El sonido de punzadas en mi cabeza provocaba que me doliera todo. Sentía mi cuerpo magullado, como si un camión me hubiera pasado por encima.
Una ventanilla iluminaba un poco la celda, avisándome que ya era de día.
Abrí los ojos, los sentía cansados, bostece, estire los brazos y las piernas, me reincorpore pero me caí.
Miro extrañada mí alrededor.
¿Dónde me encuentro? ¿Qué hago entre rejas? Mis manos comienzan a sudarme, el temblor no tarda en llegar, esto es demasiado para mí.
Me levanto del suelo, con mis ojos analizo cada esquina de las cuatro paredes en las que me encuentro encerrada. Todo me es vueltas, nauseas.
Vómito, extrañándome de que haya comido algo en todos estos días. No creía que me quedara nada dentro.
Me limpio con la manga del jersey oscuro que llevó puesto, mas punzadas de dolor que siento perforando mi cabeza.
El miedo me entra, acaricia mi cuero cabelludo con insistencia, con una seguridad escalofriante.
— ¿Que hago aquí? —cuestiono a nadie en particular.
La vista que estaba presente delante de mis ojos es escalofriante, siento como una niebla me rodea, me asfixia, los ojos se me aguan.
Rómpelo todo, rompe las paredes. Todos quieren hacernos daño. Las personas son crueles, malas.
Esa vocecilla se me cuela en la mente.
Un grito sale de algún lado, segundos después me percato de que yo misma he sido la que lo ha proferido inconscientemente.
Nadie es de fiar. Nadie.
Sigue diciendo esa vocecilla.
Pensamientos invasivos, demoledores atraviesan todo mi organismo, provocando que este se desestabilice de sobremanera, la frente me suda, las manos me tiemblan con más rapidez.
Ya no tengo control de mi misma.
Mi garganta se desgarra aún más, sintiendo como si las cuerdas vocales se fueran a salir de mí.
Tengo que ser fuerte, ¿Pero este dolor de donde proviene exactamente? ¿Cómo puedo ser yo? ¿Quién es mi yo realmente?
— ¡No, no, no! ¡Sacadme de aquí! —agarro las rejas de la celda, mis nudillos se ven blancos de la fuerza con las que me aferro a los barrotes de la celda. Mis gritos son descontrolados.
Todo da vueltas, las paredes se mueven sin control alguno, aprisionándome, quitándome la respiración. Cada segundo que pasa se me resulta interminable, me agarro la cabeza, intentando opacar los sonidos de sirenas que oigo dentro de mí. Los latidos de mi corazón no se controlan, mi mente está en alerta.
— ¿Qué está pasando aquí?—escucho pasos pesados de botas andar por el suelo. Mi mente está en alerta. El sudor surca mi frente en abundancia.
Recuerdos de todo de color rojo vienen a mi mente, pero eso es algo que debería ser estúpido de mi parte. Ráfagas de recuerdos siguen viniendo, me destrozan, provocando que grite con más energía.
— ¡Dejadme en paz! ¡No me hagáis daño!—mis rodillas flaquean, tirando todo mi peso al frio suelo lleno de polvo. Quiero esconderme en algún lugar donde nadie me vea— ¡No quería hacerlo, no quería!
Toda esta en la mierda me duele. Todo se ha roto. Siento los cristales perforándome aún más, empujándome a que me levante, sintiendo como la sangre que bombea en mi sistema se vaya sin yo sentir nada en absoluto. El dolor físico no importa, mientras doy patadas a la pared enérgica, descargando todo lo que llevo dentro, haciéndome daño, pero no siento nada de eso.
Solo deseo romper todo, que todo se rompa como los cristales que me perforan. Para no ser el único espejo roto en mi reflejo.
— ¡Detente, Zara! ¡Estoy aquí, contigo!—escucho las exclamaciones de la única familiar que me queda, pero no me detengo. Deseo con todas mis fuerzas que estos demonios dejen de existir dentro de mí.
— ¡Dejadme en paz! ¡Dejadme respirar, por favor!—las últimas palabras las profiero del fondo de mi alma, dejando que mi voz se resquebraje.
Alguien me abraza mientras me remuevo, esos brazos fuertes me rodean con firmeza, intentando que detenga mi arranque de locura extrema, pero no quiero hacerlo, forcejeo pero al final cedo a que esos brazos me rodeen.
Dejando atrás que estoy hecha de porcelana, rota de todas las maneras sin saber el motivo aparente de todo ello.
—Estoy aquí para ti. No hace falta que te destruyas más—su voz masculina me susurra en el oído palabras bonitas, me reconforta haciendo que poco a poco me tranquilice y deje de ver todo rojo para ver con claridad lo que hay ante mis ojos. Mi respiración sube y baja.
Kate e Alex me abrazan al mismo tiempo, aferrándose a mi cuerpo como si no quisieran que me esfumara como el humo.
—Yo no quería. Te juro que no quería. ¿Quién soy?—murmuro—. ¿Soy la niña que tenía una familia que la quería o soy todo lo contrario?—aferro mis dedos a los suyo uniéndolos —Prométeme que estarás aquí—lo miro a los ojos a él— Prometedme que estaréis aquí conmigo. No dejéis que la oscuridad me consuma más—los miro a los dos, mientras afirman con sus cabezas.
—Lo prometemos—cierro los ojos sintiendo un pinchazo en uno de mis brazos, parpadeo con repetidas veces, hasta que toda mi mente se relaja, no tengo fuerzas para levantarme, solo muevo los dedos. O
Observando cómo cinco pares de ojos miran como me sumo en una tranquilidad sobrecogedora.
La caricia de los dedos de Kate hace que me sienta en casa. Hago un ademan con mis ojos, mirando al chico que me ayudo sin darse cuenta.
—No sé qué he hecho, pero lo siento con todo mi corazón. Lo siento— Digo sincera. Observo un poco, como sus labios se mueven diciendo unas palabras ininteligibles para mis oídos por lo bajito que lo está diciendo, y por el motivo de que mi cuerpo se ha adormecido en sus brazos.
Los problemas son como una subida y bajada de emociones. El dolor se esconde en todas partes, la mente opaca lo que desea para bloquear lo que podría hacernos enloquecer.
Pero cuando un espejo se rompe, puede llegar a ser el corazón roto de alguien que alguna vez fue un rayo de sol que iluminaba e endulzaba los corazones de otros, olvidando que tenía que proteger el suyo antes. Amarse a uno mismo es lo primordial, pero cuando lo olvidas llega a ser devastador, como mil sombras persiguiéndote entre las tinieblas.
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