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Capítulo 28

Zara Hills:

Muchas ocasiones la vida te pone entre la espada o la pared, en mi caso la vida me estaba poniendo entre la cordura y la realidad.

Observe mi reflejo en el espejo de uno de los lujosos baños, delinee con mis ojos como si estuviera trazando mis puntos débiles, las imperfecciones. Solo veo las imperfecciones, solo soy capaz de ver que estoy rota. Que el mundo está en contra de mí, que todos lo están.

Mis ojos tenían bolsas en ellos, en mi pálida piel de los párpados se notaban las venas azules, mi cabello pelirrojo desordenado, enmarañado, pero no me importo. ¿De que valía arreglar mi aspecto, si no podía ni siquiera soportar mirarme a la cara? Acuno en las palmas de mis manos agua, y la esparzo por mi rostro perfilado, pálido como la porcelana.

Mis labios se encuentran resecos y paso los labios por ellos, decido quitarme el jersey que me cubre y darme una ducha. Antes de ello, me cercioro de que todas las cosas que he preparado estén en su orden. Camino por los pasillos desganada, pero alerta. Giro entre los pasillos hasta que me topo por la que una vez fue mi dormitorio. Las paredes de esté son de tonos oscuros de color azul, la cama King size en el centro está limpia y recubierta de las mantas blancas con lunares negros en ellos, la gran ventana que da a las vistas de la mayoría del pueblo me hacen detener mis pasos y mirar lo que hay allí afuera, y pienso con pesar como puede parecer todo tan bonito en una noche que va a ser decisiva para mí.

¿Cómo es que es todo tan bonito, cuando allí afuera puede que haya personas agonizando de dolor y respirando su último aliento de vida? ¿Cómo todo se puede ver tan bello, a pesar de la crueldad que se puede percibir en el aire, o eso son solo paranoias mías?

Pero sé que un día de esos podre borrar todos estos sentimientos.

Culpabilidad.

Vergüenza.

Venganza.

Cada uno de esos sentimientos, pueden llegar a ser contradictorios a su modo. Me doy la vuelta, dando la bienvenida a las sombras, enciendo la lámpara que está encima de la mesilla de noche, en él se encuentran dos post-it con notas recordatorios y una carta con ellos pegados, con palabras en cada una de ellas, me paralizan porque sé que esa letra es mía, miro con fijación de nuevo lo que pone en cada una de ellas.

6 de marzo, verano pasado.

Dañada.

Correré hasta que el viento note mi presencia y sepa que yo formo parte de él, correré hasta la saciedad, hasta que el mundo note que yo también sufro, que no soy lo que todos ven en las redes o la televisión, correré hasta que llegue el día en el que olvidare quien fui, lo que fui por complacerles a todos ellos. Correré, hasta que los barrotes se rompan y no me sienta enjaulada por algo a lo que una vez llame amor pero que en realidad fue la prisión. Correré hasta que un día, mi piel y mi alma sepan que soy libre.

me quitaste la libertad, que un día poseía en mis manos. fuiste el que me convenció en el que me ensucio. eres el que hizo que mi otra yo se despertara de entre los escombros. eres el que me mancillo con tus caricias que mi cuerpo no deseaban y mi alama repudiaba. Nunca seré la misma, por muchos motivos. Pero solo quiero arrebatarte la libertad que me quitaste.

¿Es un delito amar? Podría decir que sí, es un delito amar a alguien que te dejo dañada. Sé que es un error, que mi corazón este roto, que mire mis ojos irritados de tantas gotas de sal que surcan mis mejillas. Así que esta carta, va a ser un adiós.

Esta carta significa mi adiós. Adiós a callarme, adiós a esconder quien verdaderamente soy. No seré un ángel, pero no soy tampoco un demonio. me hiciste ser lo que soy y eso no te lo perdonare y si algún día lo hago sabré que te has esfumado de mi vida. Estaré libre de tu sonrisa diabólica, rozando tus labios con los míos. Volare, como las águilas que surcan los cielos a toda velocidad, como si ellos también fueran los dueños de las nubes, alzándose con prominencia.

Adiós vieja yo, adiós al amor toxico que he sufrido por ti. Adiós a todo. Y pronto habrá un adiós a mí. Habrá un punto y final en todo esto. Porque el fuego que aviva en mí, no se apagara hasta que no lo haga. Este fuego que arrasa con todo a su paso, no se detendrá. No le importaran las cenizas. Ya que yo soy el propio fuego.

Zara.

Guarde la carta en uno de los bolsillos de mis pantalones.

Mis recuerdos luchaban unos contra otros, las sombras me estaban acechando aun estando de día. Un cuerpo encima mío, el terror, mi mirada vacía, sus caricias... No podía, el pecho me dolía aún más, la respiración me costaba retenerla, ya que escaseaba de mi sistema y me impedía respirar.

—No...Eso-eso, no... Puede estar pasando—las imágenes seguían disparándose en mi cabeza, cada una peor que otra.

Me levante con dificultad, limpiando con rabia las gotas. Salí de allí con ropa limpia, y me metí en el baño, me desnude y deje que el agua caliente entrechocara con mi cuerpo, pensé que la reacción de mi cuerpo seria de relajación, pero fue todo lo contrario. Mis hombros se encontraban tensos, me enjabonaba con desgana, analizando una y otra vez lo que estaba a punto de hacer.

Me vestí con mi ropa interior limpia, unos vaqueros negros ajustados y una sudadera blanca. Antes de salir me limite a mirar mi reflejo mi cabello pelirrojo caía mojado sobre mis hombros, pero me veía más limpia y fresca o ese fue mi parecer. Me encogí de hombros y sonreí enseñando los dientes.

—Hora de la función —fueron las palabras que salieron de mi boca antes de que el timbre sonara, mi rostro se ensombreció y dije de lado todo lo que de verdad sentía para enseñarle lo que de verdad era capaz de hace.

Le di a uno de los guardaespaldas para que abriera la puerta, antes de ello les di las instrucciones necesarias. Y que uno de ellos vigilara la puerta de las habitaciones en las que se encontraban Mathew y Olivia, este primero no se merecía ni que pronunciara su nombre.

««»»

Me encontraba sentada en uno de los sillones del gran salón de estar, estaba muy tranquila, sabía lo que debía hacer y cómo actuar.

Mire la mesa del centro, analicé fijamente las rosas que había en ellas. Esto me iba a servir de mucho.

Su pasos un poco arrastrados pero seguros, ocuparon el ambiente con su aroma a limpio y cigarrillo, hacia tanto tiempo que no lo veía, pero no me inmute ante su sonrisa socarrona, sus ojos marrones oscuros me analizaron con lascivia pero no pensaba mostrarme débil.

Su cabello rubio se encontraba despeinado, disparando a diferentes direcciones.

—Cuanto tiempo sin verte, primita. Te he echado tanto de menos, que no he podido dormir por las noches—su sonrisa socarrona se asomaba por sus labios, pero no pronuncie palabra, cruce mis piernas, mientras él se sentaba en uno de los sillones negros mullidos enfrente mío—¿A que debe esta invitación tan escasa de felicidad, Zara?—el pronunciamiento de esa palabra me molesto.

—Yo no me llamo Zara, sino Lara. He vuelto Liam, he vuelto de entre las cenizas—frunció las cejas, pero su sonrisa salió, y me dieron ganas de retorcerla hasta que no quedara ni un pedazo de carne pero todo llegaría a su momento.

—Así me gusta, me gusta más esta versión de ti que la otra.

—Necesitamos hablar. —mi rostro denotaba preocupación, y Zara comenzó a luchar contra mí.

—Lo vas a estropear todo—hable por dentro, agarrando mi cabeza intentando detenerlo todo.

—Necesito hablar con él, y tú no me lo impedirás— Zara ejerció una fuerza superior entre yo, y tomo el control, destrozándolo todo.

—Liam, ¿Por qué permitiste que él me ocasionara dolor?

Su rostro confuso que cambio de manera radical a uno de satisfacción me dieron arcadas.

Se acercó a mí, me acaricio a mejilla, y desee apartar su tacto, pero debía mantenerme cerca, para sonsacarle todo sin que se diera cuenta.

—Eres preciosa. Tus pechos, tu cuerpo, cualquiera te desearía, y yo siempre lo he hecho—su aliento golpeaba contra el mío, aparte mi a cabeza de la suya, pero con un dedo me levanto la barbilla con fuerza—. Eres jodidamente hermosa. Solo queríamos disfrutar, yo no pude hacerlo por el posesivo de Adam—gruñó—, pero disfrute cada segundo mientras te oía gritar de dolor, mientras suplicabas eso me ponía más y más, de un modo tan alocado que ahora desearía hacerte muchas cosas.

Cada palabra era como puñales hacia mi persona.

No iba a dejar pasar eso, pero necesitaba que siguiera confesando lo que había hecho.

— ¿Por qué me encerrasteis en la cabaña?

Se carcajeó con ganas, y eso solo me impulsaba a querer darle de patadas hasta ver como la alfombra se llenaba de sangre.

—Nunca habrías aceptado estar con los dos a la vez. No querías darnos lo que queríamos, así que tuvimos que forzarte, pero sé que lo disfrutaste. Sé que una parte de ti lo niega y quiere convencerse de que me odia pero no es así—las lágrimas empaparon mi rostro, una por una salía de mí, su aliento golpeaba el mío, cerré los ojos y volví a abrirlos para despotricar con rabia y dolor.

Recordando, y sufriendo por cada palabra que haba dicho, sin remordimiento alguno.

— ¡Eres un puto enfermo! ¡Me hicisteis daño los dos, tú y Adam, no os importo que gritara que me dejarais en paz, no sirvió de nada mis lágrimas o siquiera mis suplicas! ¡Eres mi primo, joder! ¡¿Cómo me puedes hablar de ese modo, como si fuera un trozo de carne, que se saborea en minutos y luego se tira al contenedor cuando se te apetezca?!—le agarre de las solapas de su chaqueta, sus ojos se oscurecieron con un brillo en ellos, pero no me detuve, aprisionó sus manos alrededor de mis muñecas con fuerza.

—No te comportes como si yo aquí fuera el culpable. Su mirada siempre me buscaba, tú me deseas, cualquier mujer es capaz de desear lo que es prohibido para ella. —sus ojos rojos dilatados se clavaban en mi mirada, y las uñas de sus manos se clavaban en mi rostro también. La fuerza que ejercía me estaba doliendo— No somos primos de sangre—la risa que salió de su pecho borboto seca y sin gracia alguna—. Di que me deseas y nos fugaremos juntos.

Estaba loco.

Esto era extraño, asqueroso y un montón de definiciones que podría poner en esta ocasión.

Quería despotricar todas las verdades que sentía hacia él y que le dolieran, pero solo pude hacer lo más sensato que cruzo por mi mente. Escupí en su cara, dando en su ojo y me alegre de mi buena puntería. Pero toda alegría se esfumo de mis facciones cuando me agarro con fuerza del cuello.

—Primero tu hermana, y luego tú. Tenéis la manía de escupir para defenderos, ¿eh?—no aparte mi vista de la suya— ¿No piensas pedirme que te suelte?

Ja, este no me conoce lo suficiente. No pienso rogar a nadie más en mi vida. Eso nunca.

—Por encima de mi cadáver, en tus mejores sueños lo haría—mascullo, con mi voz casi inaudible. Sé que no me va a matar, o por lo menos no todavía. Pero su agarre hacia mi cuello se va apretando cada vez más y decido gritar por ayuda, pero no es necesario ya que han entrado y lo han apartado de mí. Caigo al suelo inhalando con apremio aire. Esto no se va a quedar así.

— ¡Cuánto más te resistas, peor será! ¡Sea lo que sea que estés tramando, esto no se quedara así! —con un ademán de la cabeza les digo lo que tienen que hacer. Se lo llevan a rastras fuera de la mansión.

Así aprenderás a callar la boca, pienso con satisfacción, mientras me levanto para agarrar la cámara y ver todo lo que ha grabado con su confesión y la agresión hacia mi persona.

Estas bien jodido, Liam. Ahora solo me falta matar a dos pájaros de un tiro y solo faltara la ave real.

Voy al baño y lleno tres cubos grandes de agua. A uno de los guardaespaldas que vigila la puerta de Olivia le ordeno que la saquen de allí, ya que no me es de utilidad y solo la necesitaba por si las cosas salían mal.

La saca de allí, ella sin protestar y la guía hasta la salida, Olivia con su mirada me dispara miradas asesinas, pero hago caso omiso de ellas, me sorprendió que no dijera nada, pero creo que aprendió algo, pero ese no era el caso.

Este era mi momento y no pensaba desaprovecharlo.

El otro guardaespaldas que resguardaba la puerta del dormitorio de Mathew, me miro con sus ojos morenos que hacían combinación con su reluciente calvicie, era fornido y demasiado alto, llevaba el traje negro con corbata ajustado a su figura.

—Entra conmigo, te necesitaré. —solo acata mis órdenes y entro detrás suyo.

Allí en la oscuridad del dormitorio se encuentra Mathew Hills atado a una silla, que divertido va a ser esto.

Si haces el mal a alguien, siempre habrá alguien que te hará sentir el mismo daño que le hiciste a esa persona. Pero si haces bien, hay posibilidades muy grandes de que te paguen con la misma moneda o no.

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