Capítulo 25
Zara Hills:
Andaba detrás de Alex, mirando su ancha espalda, pero volví a dirigir mis ojos a mis pies, que parecían moverse solos.
Mire al cielo nublado, todavía era pronto por la tarde.
Mis ojos estaban tan centrados en mis pies, que no note cuando me choque contra su espalda.
Lleve las manos a mi nariz.
— ¿Por qué te has detenido?—giro el eje de la complexión de su cuerpo y me miro.
—Las princesas no lloran.
No entendí hasta que caí en esas cuatro palabras que acababan de disparar sus labios. El corazón me bombea desorbitado, solo escuchaba la fría brisa agitar nuestros cabellos, estábamos encarados uno enfrente del otro.
—Pero en esta historia yo no soy la princesa, sino la bruja. —coloque un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, y mis manos en el bolsillo de mi abrigo para que no notara como me temblaban las manos.
—Pues entonces yo no soy el sapo, ni el príncipe azul. Solo soy el invisible que solo es visible, ante los ojos de la princesa que no sabe que lo es. —inclino su cuerpo hacia un lado, respiro hondo, y observe como su caja torácica se desinflaba— Las princesas nunca saben que son princesas, pero creo que en realidad eres una princesa guerrera—sus ojos brillaron, o eso fue a mi parecer—Y nadie me hará cambiar de idea. No puedo odiarte, sería algo imposible, necesitas ayuda y si algo está en mis manos yo te lo voy a proporcionar. —se sonrojo y se dio la vuelta. Me gustaba ese aspecto suyo avergonzado.
Admite que es guapo el condenado.
Eso nunca. —batallo con esa voz áspera, y un poco ronca que se cuela a veces en mi mente.
—Nunca he tenido a un amigo como tú que se preocupara tanto por mí, excepto mi hermana. Bueno, lo más correcto sería decir que nuca he tenido amigos—aunque eso era relevante para mí— Te debo la vida Alex Greyman, aunque no lo creas. Estoy en deuda contigo—por un impulso que no sé de dónde me salió, le propine un beso en la mejilla—Puede que gracias a ti, pueda liberarme de los barrotes que me encierran y absorben.
Me di la vuelta y ande apresurada. Tenía cosas que hacer.
— ¡Y no me esperes hoy ni mañana o puede que nunca, voy a visitar a unos familiares!—y con eso me fui corriendo.
Le brinde una sonrisa, pero cuando me di la vuelta para emprender mi camino supe que sería después.
«No puedes tenerlo, un monstruo como tú disfrazado de ángel, no puede tener a nadie. Lo sabes, pero sigues teniendo vagas esperanzas.»
Esa voz repetía en mi cabeza, estoy tan sumergida intentando liberarme de ella que casi choco con las personas que me miran como si no fuera normal. Aunque estarán en lo cierto.
« ¡Cállate! Siempre que hablas me rompo, no sé qué he hecho para merecer esto.»
Solo deseaba detener toda esa habladuría.
«Tú te lo buscaste. Un chico tan amable como el no debería involucrarse con personas como nosotras, que somos capaces de romperle en pedazos. Eso ya deberías tenerlo presente y bien grabado en tu cabeza. No somos buenas para nadie. Ni siquiera para nosotras mismas.»
« ¡Solo mientes!»
La voz ceso y con ello las pulsaciones cardíacas volvieron a su normalidad.
Unos minutos después ya había llegado a mi destino.
Enfrente de mi había una cafetería, necesitaba pensar que hacer y rápido.
Entre en ella y me senté en una mesa vacía cerca de la ventana.
Mire a mí alrededor con curiosidad, hacía mucho tiempo que no entraba en una.
Los sillones eran negros de cuero muy cómodo, en las mesas estaba la cartilla del menú, en la barra los camareros atendían yendo de un lado a otro.
Cruce los dedos encima de la mesa.
Incruste mis dedos en mi cabello, estaba cansada e iba de mal en peor. Las pesadillas, una imagen de un cuerpo desmembrado y lleno de sangre vino a mi mente, incruste con más profundidad las uñas de mis dedos en mi cuero cabelludo, mirando a la mesa pero no viéndola.
Cerré los ojos con fuerza, intentando que esa imagen se disipara, pero era imborrable. En el panorama yo me encontraba de pies, ante el cuerpo que no pude identificar en el follaje del bosque.
Una sonrisa en mi rostro estaba. Tenía sangre en mi ropa y el cuerpo sucio, y en mis dedos sostenía un cuchillo.
— ¿Quiere tomar algo?—todo desapareció de mi mente, y mire confundida a la chica que estaba de pies enfrente mío.
Algo en mis ojos la desconcertó y con una cara preocupada me pregunto.
— ¿Se encuentra bien?
—Sí. Quiero un café con leche. —desapareció de mi campo de vista, y me frote el rostro con la mano.
Con una mano en mi barbilla mire al exterior, las nubes eran grisáceas, las gotas de lluvia empezaron arreciar en el inmenso cielo.
La camarera puso en la mesa el café recién hecho, se lo agradecí con la mirada.
Me tome el café mirando el exterior.
Vague en mis pensamientos, en lo más recóndito de mi mente intente hurgar en él, pero había limites inesperados.
¿Estarías dispuesta a ver el demonio que habita en ti? ¿Quieres ver eso que tanto temes?
Esa vocecilla áspera, rasgada y susurrante no dejaba de entrar en mi mente.
Quería saber qué cosas me habían sucedió pero que me impedían saber con exactitud el que.
Y si, ¿estuviera equivocada? ¿Cuánto dolor acumulado debería tragarme, para encontrar la luz que se escondía en este túnel sin principio ni final en el que estaba metida? Estire las comisuras de mis labios en una media sonrisa amarga.
El café estaba un poco amargo, como mi corazón dañado.
Note una mirada clavada en mi nuca, no quería voltearme por si eran cosas mías.
Pero algo me decía que diera la vuelta para averiguarlo.
Mire enfrente mío, observando si había alguien que me observara, a unas mesas más delante de mi había una pareja que se encontraba entablando lo que supuse sería una conversación muy empalagosa, ya que la chica le sonreía con ese brillo que tenían solo los enamorados, y el chico la correspondía mirándola como si fuera su musa, con ese tono en sus irises que no todos eran capaces de expresar con sus ojos.
Esa vibra que había entre ellos me dio un poco de envidia.
Me recordó nostálgica los momentos que viví.
Pensé en el chico al que ame, como di todo de mí, de una manera tan precipitada que llego a ser atroz, demoledora y destructiva como las bombas pero esta me mataba por dentro. Recordé el suave tacto de su cabello rubio, su mandíbula cuadrada, y esos ojos azules claros se incrustaban y parecían indagar en cada rincón de tu alma. Me estremecí de solo pensarlo. Quería recordar algunos acontecimientos que sabía que me destrozarían, pero a la vez no lo deseaba.
Pero esos ojos azulados no se comparan a los grisáceos como las tinieblas.
Pensé que pasaría si fuera una adolescente normal. ¿Tendría algo con él? ¿Podría arriesgarme a amar? ¿O seguiría siendo, la estúpida cobarde que era, para no enfrentar a mis problemas?
—Las princesas no lloran—murmure para mí, sonreí de solo recordarlo.
Sacudí mi cabeza, sin creerme lo que estaba pensando.
Sentía la suciedad en mi piel, las lágrimas estaban por amenazar a la superficie, pero parpadee para que se ahuyentaran.
No voy a llorar más. Ya he derramado demasiadas lágrimas como para desperdiciarlas.
Esa sensación de pesar y de estar vigilada me abrumo. Mire por la ventana, las personas corrían de un lugar a otro intentando resguardarse de la lluvia.
Deje propina, me levante del sillón. Iba a salir, pero el cuerpo de un hombre choco contra el mío.
—Disculpe, yo...—no acabe lo que estaba diciendo, las palabras se habían extinguido.
Enfrente de mí se encontraba él. Iba con un chubasquero negro, y unos pantalones con roturas en las rodillas del mismo color, y unas zapatillas blancas y pulcras.
Sus ojos azules me miraban con un brillo malicioso en ellos, y su cabello que se encontraba despeinado hacia todo los lados le daban un toque distraído.
—Adam, ¿Qué haces tú aquí?—mi voz era fría, sabia la respuesta, pero no deseaba oírla de sus labios.
Era jodidamente atractivo, eso no podría negarlo por mucho daño que me hubiera hecho.
Se acercó a mí, y su rostro se tornó sombrío. Trague grueso.
—Eres mía y nadie cambiara eso. —la sonrisa de boca abierta para muchos podría ser encantadora, pero yo sabía la abominación de la que estaba hecha.
Y por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo y terror. Porque sabía que esas dos palabras decían muchas cosas que no serían agradables.
Estoy jodida.
Esta vez no podría escapar.
Dio un paso hacia mí, y yo di un paso atrás.
— ¿Qué pasa? ¿No me has echado de menos?—su sonrisa me irritaba—. Nuestra última despedida no fue muy bonita de tu parte.
—Me hubiera gustado que te hubieras muerto.
Soltó unas carcajadas, las pocas personas allí dispuestas estaban ajenas a nuestra conversación.
—A mí un beso tuyo de despedida. —dejo de lado la risa—Ahora andando, te portaste mal. Pero eso se puede arreglar con una disculpa.
Apreté los puños.
Lo único que vas a recibir es un cuchillazo. Qué pena que no tenga.
—No voy a ningún lado contigo. Ni hoy ni nunca más. —quería mantenerme firme.
Me agarro de la muñeca con fuerza.
— ¡Suéltame! —grite pero no me escuchaba.
Nos metimos en un callejón, mientras la lluvia caía sobre nosotros.
—Te deseo tanto—esas palabras provocan que mi corazón lata fuerte.
No caigas en sus garras. Se fuerte, deja las hormonas de lado. Dijo que eres suya, cuando nadie es de nadie.
Procese esas palabras que me decía mi subconsciente. Pero deje de razonar con claridad cuando sus labios impactaron con los míos.
Sabían agridulces, hacia tanto tiempo que no tenía un contacto así de atrayente.
Sus labios se movían voraces sobre los míos, una de sus manos me inmovilizaba contra la pared en la que me tenía acorralada.
Sus manos comenzaron a recorrer mi rostro, y a bajar hasta que se colaron dentro de la camiseta. Me estremecí ante el toque, pero sus labios me distraían. No podía pensar.
Sus dedos llegaron hasta mi sujetador, y allí fue cuando recordé algo.
Unas manos parecidas a estas me habían acariciado, era como si esas caricias que una vez lo fueron se convirtieran en dolor.
« ¡Dile que te suelte! ¡No dejes que te toque!»
—No—la negativa salió de mis labios como si nada.
— ¿Qué has dicho?—pregunto confuso—Hacia tanto que no sentía tu cuerpo contra el mío. Tu cuerpo, tui alma, todo lo que sea de ti me pertenece. —sus manos querían ir en territorio prohibido.
Con mi mano le sujete fuerte.
—No. ¿No entiendes un no por respuesta? No dejare que me vuelvas a controlar, esta vez no.
La sonrisa torcida que me mostró no me presagiaba nada bueno.
—No te hagas la difícil, sé que te gusta.
La risa seca que salió de mi garganta era casi irreconocible hasta para mí.
—Crees que después de todo el daño que me hiciste, no solo el daño físico sino psicológico crees que dejare que me trates como te antoje. —esa firmeza que sentía en mi interior, me hizo ir abriendo los ojos poco a poco. Recordé las palabras de Alex, sus sonrisas, su amabilidad, y por un segundo me sentí culpable por lo que acababa de ocurrir—. Yo no soy objeto de nadie, soy una persona de carne y hueso, tengo una mente que me pertenece, puede que no sea perfecta. Pero te diré que no soy un objeto, que no pienso dejar que me destruyas más de lo que ya estoy, ¡No permitiré que seas el que mande en mi vida!—me zafe de su agarre en mi mano, e iba a irme. Pero me agarró con más fuerza del codo y me empotro contra la pared, note como la cabeza me rebotaba, pero apreté los dientes. No quería mostrar debilidad ante Adam.
—Tú eres mía. No dejare que te vayas de mi lado nunca más. Mía, eres mi posesión, sabes que te quiero. Que no puedo vivir sin ti, eres como el jodido chicle, ese que se pega a ti y no puedes despegar por mucho que quieras. —su ronca voz me provocaba arcadas.
—Vaya definición más estúpida, ¡Eres un jodido demente!—su agarre hacia mi brazo era cada vez más doloroso. Una mueca de dolor salió de mis labios.
—Me haces daño—mi voz era casi inaudible.
—Si no vas conmigo, haré daño a Alex Greyman el hijo del psicólogo que te atendió en el instituto—mis ojos se abrieron de par en par.
—No eres capaz de hacerlo.
Su sonrisa cínica me garantizo que si podría hacerlo.
—Yo no juego. Sabes que puedo matarle—sus dedos acariciaban mi cuello, su solo toque me daba repulsión, los ojos me picaban.
—Juegas sucio.
—No quiero que nadie te toque, que nadie te mire si no soy yo. No quiero que nadie te haga daño.
—Tú me haces daño.
—Tú me obligas a hacerlo—replico como si fuera una obviedad.
—Rompí contigo, no puedes hacerme esto. Me destrozas—mi voz era angustiada, mis ojos estaban cristalizados.
Sus ojos lucían un poco apenados. Tenía que buscar la forma de irme de aquí.
—No llores no te he tocado un pelo—relaje mis músculos como mi hermana me enseño una vez, cuando se acomodó encima de mí, le di una patada bien fuerte en la entrepierna. Agonizo de dolor, maldiciendo.
Corrí, pero no llegue muy lejos ya que me atrapo.
Me agarro del cuello, la vena de su cuello resaltaba. Sus dedos se hincaban en mi cuello, impidiéndome acaparar el suficiente aire para llenar mis pulmones.
— ¡Deja de resistirte! Eres mía y eso nadie lo cambiara—siseo en mi oído.
En esos instantes solo quería desaparecer de la faz de la tierra.
— ¡Ayuda, ayuda!—grite un poco, pero mi voz era casi irreconocible e inaudible.
Creo que no me queda otra.
—Está bien, tu...—su sonrisa aparecía con ir oyendo mis palabras.
¡No te rindas! Los vamos a matar. Si te rindes la venganza no servirá de nada, todo estará perdido. Sé que quieres matarlo, sé que quieres sentir como la sangre y la vida se escurre de su cuerpo como si de un insecto insignificante se tratara. Pero si te rindes, todo se habrá ido al garete.
Era cierto, yo quería verlo agonizar de dolor delante de mis ojos. Como las lágrimas salían de su rostro mayoritariamente altivo y egocéntrico. Yo no era suya.
Aliméntate de la rabia, la ira, la sed de venganza. Pero si te rindes entonces te estarás vendiendo al hijo del propio diablo. Recuerda el dolor que te causo, la heridas que impregno el tu alma.
Lo recordaba, ahora recordaba las cosas que pase antes de escapar de ese bosque. Y la ira me consumió.
Agarre su brazo con la poca fuerza que me quedaba.
—Suéltame, deja de encadenarme a ti—mis ojos se movían de un lado a otro, pero la falta de aire no estaba ayudando.
Cerré los ojos.
Y unos minutos después, estaba tendida en el suelo, ya que sus manos no me sujetaban el cuello.
— ¡Serás hijo de puta! ¡Pero siento la expresión, ya que tu madre no tiene la culpa de tener un puto psicópata en su casa!
Tosí como pude, respirando de nuevo. Las lágrimas me escocían el alma.
Levante mi rostro, y me encontré con mi hermana.
—Katherine, ¿Qué haces aquí?
—Salvándote del gilipollas de tu ex—lo vi tendido en el suelo, con la sangre saliendo de su cabeza, mi hermana llevaba en sus manos una botella rota de cristal.
La soltó y me abrazo con fuerza, como si tuviera miedo de que me desvaneciera.
—No vuelvas a hacer eso. No vuelvas a preocuparme de esa manera—su pecho temblaba sobre el mío, estaba llorando y le acaricie el cabello—Estaba pasando de casualidad no tanta casualidad por aquí, ya que mi investigador me aviso de que Adam estaría por aquí. Agradezco a dios de que este bien. — Se apartó para mirarme—No hagas una locura. Eres una de las pocas personas que me importan. Ya perdí a mama, no voy a perderte a ti.
Asentí.
Nos levantamos.
— ¿Qué pasara con él?—pregunte, viendo el cuerpo de Adam inconsciente en el mojado suelo.
—Me gustaría decir que debemos llamar a la policía, pero por desgracia no podemos. Sabes quiénes son sus padres—asentí— Rezaría por su muerte, pero creo que dicen que eso trae mala suerte, así que lo que vamos a hacer es dejarlo allí y que si hay suerte se muera de hipotermia.
Reí, en momentos trágicos ella era la única que podía sacarme sonrisas.
—Vamos, antes de que nos contagie su gilipollez. Hombres así de machistas y posesivos como el no deberían existir—nos levantamos y me condujo hasta su coche.
—Tenemos que ir a casa.
—Esa no es mi casa. No quiero ver a ese señor, después de todo lo que nos hizo.
—A pesar de ello es nuestro padre.
—Podremos llevar su misma sangre, pero eso no significa nada.
—Tengo que hablar contigo y seriamente—sus ojos verdes y su cabello pelirrojo mojado me miraban con urgencia—Pero debes descansar.
Asentí sin decir nada.
Cerré los ojos y me dormí dentro del coche.
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