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Capítulo 23 I

 Zara Hills:

Las peleas de mis padres empezaron a ser más constantes pero la última fue desastrosa.

— ¡No te quiero! ¡Deja de mentirme! ¡No soy tonta! —La voz de mi madre no dejaba de gritarle— ¡Me estás engañando con esas prostitutas que traes a casa! ¡Yo me voy de aquí con mis hijas!

—Harás lo que yo diga. Sin mi permiso lo harás nada, yo puedo hacer lo que me venga en gana. —La agarró del brazo con fuerza —ella hizo una mueca de la fuerza que estaban infringiendo sus dedos en su delicada piel.

— ¡No soy una muñeca a la que puedas manejar! ¡Soy humana, tengo sentimientos! —vi como su mano impacto en su mejilla, estaba muy asustada mi madre levantó su vista, y nos vio a las dos allí paradas mirando—. Iros de aquí hijas, no está pasando nada.

Pero en sus ojos se notaba lo contrario.

Los ojos de mi padre estaban inyectados en sangre.

Nos miró con furia.

—Vámonos de aquí Zara —me decía mi hermana mayor, agarrándome de la mano. Pero yo no correspondía a su tacto, estaba inmóvil.

— ¡Mathew eres un sinvergüenza, cada noche trayendo a una nueva mujer! ¡Encima estás borracho, y das un mal ejemplo! —la miró con el enfado patente en su rostro, empezó a golpearla.

— ¡Deja a mami! ¡No mates a mami, papá! —quería interponerme, pero con su brazo me apartó como si fuera una ligera pluma.

Siguió pegándola, yo no dejaba de gritarle que la dejara.

Mi madre se protegía como podía con los brazos, pero los golpes seguían, hasta que paró y empezó a gritar.

— ¡¿Por qué me engañaste!? ¿¡Por qué no me dijiste desde un principio que una de ellas no era mi hija!? —salió de la sala de estar, mi hermana y yo corrimos hacia donde estaba ella, tendida en el suelo, con un hilo de sangre resbalando por su frente.

— Mamá, ¿Por qué papá te pega? —no respondió a la pregunta, estaba temblando, pero nos brindó una sonrisa, y una gota de sus lágrimas las limpié con mi pequeña mano.

—Kate, quiero que cuides a tu hermana. Quiero que os ayudéis la una a la otra. —sus ojos mieles nos miraban con ternura y tristeza.

—Claro que sí —dijo mi hermana.

La abracé a mi madre y fui tan tonta que le dije:

—Mami, podemos irnos juntas a un lugar muy lejos —le sonreí, pero ella estaba llorando, nos abrazó y nos dijo una de las palabras que más odio oír desde entonces.

Era tan ingenua.

—Lo siento, debería haber sido más fuerte —no entendí, que eso era una despedida.

No lo entendí hasta que el hombre que debería haberme protegido, querido y apoyado volvió.

Nos empujó, en sus manos llevaba una pistola.

— ¿Qué vas a hacer? —quería protege a mi madre, decirla que todo iría bien.

Mi hermana gritó que no le hiciera nada, pero ya era demasiado tarde.

Intento taparme los ojos con la palma de su mano.

—No mires.

— ¡Esto es por zorra! —lo que me dolió fueron los ojos de mi madre como si fuera de derrota, que esta vez se había rendido.

« Lo siento» fue lo último que leí de sus labios.

La disparó, estaba en estado de shock.

No grite no hacía falta que gritara, las lágrimas salían de mis ojos como si del agua de una catarata se fuera desbordando.

La sangre esparcida en la alfombra, mi padre que seguía con la pistola en la mano, no podía reaccionar.

Mis ojos estaban fijos en la escena, los ojos inertes de mi madre, su cuerpo en el suelo.

Lo que más me perturba es esa sonrisa en el rostro, de que de lo esperaba que ya no tenía ganas de nada.

Me levanto de la cama, el sudor frío recorriendo mi rostro, las constantes palpitaciones de mi corazón.

Miré la hora, y solo eran las dos de la madrugada, solo había dormido dos horas.

Cada vez las noches de insomnio eran constantes, me costaba respirar.

Me dolía recordar.

Solo tenía 8 años cuando eso sucedió, y mi hermana tenía 15 años, desde entonces no hablamos del tema. Era demasiado doloroso como para hablar de ello.

Consiguió que todo el personal de la casa mantuviera silencio.

Nosotras no podíamos decir nada, ya que nadie nos creería, o puede que sí.

Pero el miedo era más fuerte, y el trauma de esa escena me perturba cada noche más seguido.

«No dejaré que mi padre se salga con la suya, por encima de mi cadáver»

No logré dormir más lo que quedaba de la noche.

Así que me la pasé repasando mentalmente mi plan.

Había mucha gente que quería ver a uno de los abogados más prestigiosos de California irse a la deriva.

¿Así que quién mejor que su propia hija? Sonaba perverso pero él se lo buscó.

Me mire mis manos, todavía tenía las marcas que me había hecho a mí misma.

— ¿Por qué mi vida es una mierda? —ahora me sentía triste y no pude evitar llorar.

— Mamá, ¿Soy una maldición? —era una pequeña yo preguntando a mi madre. Ella me miró con los ojos bien abiertos.

— ¿Quién ha dicho semejante cosa? Tú eres una bendición, puedes ser lo que quieras, con tal de que no te dejes llevar por los sentimientos negativos. No hagas caso de lo que digan de ti.

—Papa me dijo que soy una vergüenza, que no entiende cómo puedo ser tan tonta por no saber comprender los problemas de la escuela —me miró y me brindó una sonrisa.

—Tú eres especial a tu manera. Nunca dejes que nadie te haga sentirte menos, nadie es más que nadie —dejó de cortar las verduras y me miró —Por desgracia no todo el mundo piensa eso.

No podía dejar de llorar, y de preguntarme qué habría pasado si mi madre no se hubiera muerto.

—Toma este colgante, cuídalo bien. Cada vez que te sientas triste o que no veas una escapatoria a tus problemas, piensa que hay alguien que confía en ti y te quiere. —me lo regaló un día antes de que pase ese incidente.

Después de eso, no pude ponérmelo.

Me levanté y mire en mi mochila.

Allí estaba ese colgante.

Era de oro, fino y ligero.

En el medio había una figura de un corazón, y en él se encontraba una fotografía de mi madre: Antonella Gilsen Hills.

Era preciosa, y se fue sin una despedida en condiciones.

Parecía como si me quemaran los dedos, tener que tocar un recuerdo tan valioso, pero me lo puse en el cuello.

Y por un momento sentí que no estaba sola, sentí su calor maternal envolverme.

« Nunca te rindas como lo hice yo» me dijo una vez.

No lo entendí hasta que fue demasiado tarde para llegar a decirle que no lo haría. Quite el pestillo. Pero las escenas me golpearon como una fuerte ráfaga de viento.

Grite, los recuerdos, cada uno de ellos me estaba matando lentamente.

— ¡No, no, no! ¡No me hagáis daño! ¡Dejadlo ya!

Sus sonrisas endemoniadas, la sangre, el disparo. No querían dejarme descansar.

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