Capítulo 20
Zara Hills:
Ya había pasado una semana desde que salimos de la casa de sus abuelos.
La ciudad no estaba lejos, ya que la conocía como la palma de mi mano. Era allí donde me había criado.
Alex insistió en que me quedará a vivir con él en su departamento.
Le dije muchas veces que no hacía falta, ya que tenía dinero, (en realidad no), pero me las podía apañar con la ayuda de Gerard.
Al final acabe desistiendo, pero le tenía en la mira, no confiaba en nadie.
« No podemos confiar en nadie. Todos son iguales, todos de una forma u otra intentan hacernos daño »
Me sentía extraña en su apartamento, no me sentía cómoda.
Así que busqué un trabajo, no me fue fácil, pero encontré uno.
—Buenos días, ¿Qué quiere servirse? —pregunté, dirigiéndome a una mesa.
—Un café con leche —me dijo el hombre que estaba en la mesa, mientras leía algo en su móvil.
—Ahora estará todo listo —dije de manera jovial y alegre.
Me dirigí hacia la barra.
Me pregunto a veces porque decidí buscar un trabajo, ya que casi nunca había salido de casa, a menos que no fuera por supervisión de alguien.
Esta era la verdad: debía aparentar que hacía algo.
Mire la cafetería, era un sitio acogedor donde uno podía venir a despejar su mente.
La gente estaba a lo suyo, tenía el cabello atado en una coleta alta.
—Zara, no te quedes allí parada y atiende tu pedido. —me dijo Bárbara, una chica rubia de ojos azules, nariz chata, labios finos y un carácter que a veces llegaba a intimidar o molestar.
—Claro, ya voy —me puse a preparar en la cafetera el café.
Con una sonrisa fui a la mesa que me tocaba atender.
—Aquí tiene —lo puse encima de la mesa con cuidado, no quería que nada se derramara en el suelo.
El hombre solo asintió y siguió a lo suyo.
Me pasé el día yendo de un lado a otro.
No dejaba de sonreír, y ya me dolían las comisuras de mis labios.
Entro un hombre mayor en la cafetería, y me di cuenta de que era Gerard.
Gerard tanto como mi hermana, siempre habían estado conmigo en mis peores momentos. Pero nunca pudieron evitar lo que llegó después. Los recuerdos me golpeaban.
—Te dije que no puedes salir sin mi permiso —me decía el chico sentado en una silla, mientras me miraba de arriba a abajo.
Me enfadé.
—No eres mi padre, no tienes derecho a decirme que hacer. —le respondí, con los ojos entrecerrados.
Se levantó, su altura superaba la mía, sus ojos azulados claros, su cabello rubio que se disparaba en diferentes direcciones.
—Estas en mi casa. Mi casa, mis reglas —expulsó el dióxido de carbono del cigarrillo que se estaba fumando, en mi cara.
Tosía molesta.
—Adam, me da igual que está sea tu casa. Yo tengo mis prioridades, mi vida —le dije encarándolo—.No puedes retenerme cuanto quieras, mi hermana estará preocupada.
Me escrutó con su mirada.
—Quédate solo un poco más. —parecía más una orden que una súplica
—No. Me dijiste que estabas realmente mal, que no lo estabas pasando bien —nuestra relación estaba yendo de mal en peor.
—Vale, pues antes de irte —su sonrisa no me gustaba—. Quítate la camiseta.
Me empecé a reír, esto era increíble.
—No pienso hacerlo
—le respondí tajante.
Adam Sanders vino a mi vida cuando menos me lo esperaba.
Un chico que portaba un buen atractivo, que atraía con el solo hecho de mirarle.
Pero las cosas empezaron a cambiar.
Cada vez quería saber quería saber qué hacía, donde estaba o encontraba.
Empecé a darme cuenta de que era posesivo, manipulador y que tenía un lado sádico.
Pensé que esto se podría deber a algún problema que tuviera en su casa, pero eso no tenía nada que ver.
Sus padres no eran el problema, sino él.
Estaba cegada por el amor, pensé que todo iba a ir mejor, pero solo empeoró.
Las drogas, el alcohol solo empeoraban su persona.
A mis 16 años era tan ingenua, pensé que podría cambiar si luchábamos juntos, y sin darme cuenta ya estaba enzarzada en una relación tóxica.
Los recuerdos estaban allí, me dolían.
Miraba el cielo y ya recordaba sus fríos ojos. Calculadoras, analizadores, que llegaban a perforan con el fin de quitarte todas las ganas de seguir viviendo.
—Zara no te quedes allí, pronto acabará tu turno, y todavía no le has atendido a ese señor trajeado —desperté de mi ensimismamiento, y me dirigí hacia la mesa en la que estaba.
— ¿Qué desea para tomar? —le pregunté con una sonrisa en mi cara.
—Quiero un café, y que luego hablemos —asentí, y le avisé de que dentro de unos minutos acabaría.
El resto de mi turno, me la pasé atendiendo pedidos, hasta que a las tres de la tarde, pude terminar.
Me quité el delantal, y me despedí de mis compañeros de trabajo.
—Adiós chicos —hice un ademán con mi mano, y vi a través del cristal que Gerard me estaba esperando fuera con su abrigo negro.
Gerard era uno de los mayordomos de la mansión que tenía mi familia.
Seguro que te preguntaras: ¿Tienes un mayordomo?
Si, a pesar de no haberlo mencionado antes vengo de una familia que vive muy bien si de economía se respecta.
Gerard siempre fue uno de mis mejores amigos, era un hombre mayor, de ojos negros, y el cabello corto negro tirando a blanco, por los años. Era callado, poco hablador, sabía que era concienzudo ya que mi padre le confiaba la mayoría de sus asuntos.
De alguna manera, siempre intenté sonsacarle información, pero no soltaba prenda.
Era alto, era una de las personas después de la muerte de mi madre a la que le podía decir que cosas se me pasaban por la mente, una de los pocos seres humanos al que no aborrecía.
—Señorita Hills, me alegra de que se encuentre bien —su voz era suave y grave.
— ¿Cómo me has encontrado? —la pregunta era un poco estúpida por mi parte.
—Tengo mis métodos, además después de saber de su relación con el señorito Sanders, no sería de extrañar que estuviera con él.
Me avergonzaba de haber creído en él.
Traicionó mi confianza de la manera más cruel.
—Mi hermana te ha llamado, ¿Verdad? —asintió—. No me vais a convencer.
Nos encontrábamos en su coche hablando.
—Señorita, debe volver a la mansión. Se han desatado muchos problemas, y hemos tenido que encubrir todo diciendo que se encontraba en una academia en el extranjero para mejorar su español. —le miré con enojo.
— ¡No pienso volver! ¡Eres estúpido! —grité sin poder contenerme—. Tu mejor que nadie, sabes por todo lo que he pasado.
Sus ojos reflejaron tristeza.
—No sabes lo que es estar en mi piel. Recordar me duele, el dolor se expande por mi piel como si fuera una enfermedad terminal. —Sonrío, y digo con sarcasmo—. Si quieres, dejaré que me mate el hombre que hizo mi vida un infierno.
—Pero no quiero decir eso.
Mis manos están temblando.
—Parece que no recuerdas la promesa que me hiciste. Dijiste: Os protegeré a ti y a tu hermana. —mis ojos se auguraron—. Mi madre fue una de las personas más increíbles que conocí en mi vida. El la mató, viste la sangre.
—Pero yo solo soy un sirviente, tengo una familia. Y aunque pudiera ayudarte, no podría hacer nada contra él, no hay pruebas, él es abogado y consiguió la manera de que no lo atraparán.
Envolví mis manos en las suyas.
—Tengo un plan—aquí era donde empezaba todo.
No me iba a quedar quieta hasta que no pagara por sus pecados.
—Kate me dijo que no te metieras en líos.
Bufé.
—Mi hermana dice muchas cosas, pero sabes que lo haré igualmente —seguí clavando mi mirada en la suya— ¿Me ayudarás? Solo haz esto por mí, por favor.
—Está bien—acabó aceptando y le expliqué el plan que tenía pensado, no le dije todo lo que haría ya que puede que se lo informara a mi hermana.
Iba a abrir la puerta para irme, pero él me detuvo.
—Antes de irte, debo avisarte de que tengas cuidado con Alex.
—Lo sé.
—No lo sabes, le he estado investigando todo lo exhaustivamente que he podido. No es igual a su padre, pero tiende a tener comportamientos que se podrían denominar bipolares —sabía que lo decía por mí bien, así que le tranquilice.
Algo me decía que no era mala persona.
—No te preocupes Gerard, tendré cuidado—le abracé y salí del coche.
Me puse a andar hacia el edificio que daría con mi apartamento.
Miré como el frío me erizaba la piel, me tape con más fuerza con las mangas de mi jersey, todavía tenía las marcas en mi piel, y no quería que nadie me mirara raro.
« Lo raro, es lo que la gente suele aborrecer ya que no entienden lo extraño»
Vivir en una ciudad como California no era fácil, el clima solía cambiar constantemente, pero eso no era lo que me importaba.
Estaba por pasar el paso de peatones, cuando un coche casi me atropella.
— ¡Cuidado eres idiota!
Mis palabras se quedaron en el aire, esos ojos azules, ese cabello rubio que estaba desordenado, el tatuaje que llevaba en el cuello, lo podía ver a través de la ventana de su coche.
Me había quedado inmovilizada.
Lo que más me perturbaron fueron sus ojos inyectados en sangre, y esa sonrisa cínica que tenía en el rostro.
La gente pasaba a mi lado, mirándome extrañados, otros me insultaban ya que estaba en medio del paso de peatones, por fin mi cuerpo reaccionó y me puse a correr hasta llegar al edificio, con todas mis fuerzas lo hacía.
Adam ha vuelto.
Él ha vuelto para destruirme y está vez, puede que no tenga escapatoria.
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