Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5: Copas de dolor

Damian se fue a esconder a la biblioteca. Era inmensa, buena para perderse, solitaria y lúgubre. Combinaba a la perfección con su pésimo humor de ese momento.

No le importó desaparecer a paso rápido de la fiesta ante la atónita mirada de todos los invitados. Los que aún estaban sobrios insistían en que se quedara, pero claramente los desvió. Incluso cuando el tierno Jon lo siguió para preguntarle si estaba bien y si necesitaba un poco de agua, se limitó a ignorarlo con descaro y seguirse de largo hasta llegar a un lugar donde pudiera estar solo con su propia molestia.

Porque sí, estaba molesto. Muy molesto.

Se irritó así en cuanto Dick se fue del evento. Conocía la razón y no se quejaba —se enorgullecía, de hecho—, pero cada vez le fastidiaba más que él nunca tomara cartas en el asunto. Siempre huía, como un vil ratón. ¿Cuándo planeaba darle la cara? ¿Cuánto tardaría su escasa valentía en salir a la luz?

Aquella falta de coraje de su parte era la prueba irrefutable de que, si Damian no hacía nada, seguirían en los mismos términos. Seguirían actuando como los dulces hermanos que en realidad no eran. ¿Tanto miedo tenía Richard? ¿De verdad podía más el temor que sus deseos? ¿O es que acaso él no era una motivación lo suficientemente buena como para impulsarlo a salir de la zona de confort en la que llevaba metido desde hace tanto?

Le enfurecía pensar que, mientras él tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos por reprimir sus ganas de ir y declarar a Richard como suyo, ese idiota parecía conformarse con nunca decir la verdad.

Y no era que culpara a su poco esfuerzo. Sabía que ocultar sentimientos de esa magnitud por un hermano no era tarea sencilla, pero también sabía que si nada pasaba entre ellos, si al final los sentimientos de ambos se quedaban guardados en un cofre bajo llave para siempre, Dick podría seguir. Él siempre podía. Damian no.

Damian estaba desesperado. No quería seguir compartiendo a la luz de su vida con Drake, Todd o los despreciables Titanes. No quería seguir soportando esa dualidad suya donde era tan cariñoso y apegado hasta que la culpabilidad atacaba y lo volvía distante y frío.

Sus demonios lo volvían muy cambiante. Esa jodidas criaturas manipuladoras y cizañosas le susurraban que estaba mal lo que hacía. Entonces, ignorando lo que le nacía en el fondo, Dick se arrepentía y dejaba de buscarlo.

Tomaba una distancia que no quería tomar.

Era algo que jamás terminaría de entender. Si quería abrazarlo, ¿por qué no lo hacía? ¿Por qué envolvía sus brazos en él con tanto pavor? En el vocabulario de Damian no existía la palabra “arrepentimiento”, mucho menos si se trataba de algo que deseaba con fervor. ¡Y menos aún cuando tenía la ineludible oportunidad de obtenerlo! ¿Por qué para Dick era diferente?

Se pasó las manos por el rostro, abatido. Le dolía el cuello por la posición en la que estaba sentado, así que lo sobaba. En eso, una voz gruesa y masculina lo llamó.

—Hey, demonio.

Damian levantó la vista para encontrarse con Jason, a quien reconoció de inmediato por el apodo aquel. Enarcó una ceja al verlo parado enfrente suyo.

—¿Qué diablos haces aquí? —escupió, con su voz asemejándose más a un reclamo que a una pregunta casual.

Jason no se inmutó. En las cortas ocasiones en que interactuaba con Damian terminaba acostumbrándose a su hostilidad, por lo que se limitó a suspirar y sentarse al lado suyo en el suelo, recargando su brazo sobre su pierna flexionada.

—Me agobié allá afuera. Suelo venir a este lugar cuando eso pasa —contestó, sereno. Se desabrochó la molesta corbata del traje que Bruce le había obligado a usar y la puso sobre la cabeza de Damian. Él se quejó y la lanzó lejos—. ¿Y tú, enano? ¿De quién te escondes y por qué en la biblioteca? Ya sé que te gusta leer, pero no creo que estés aquí ahora por eso.

Damian guardó silencio y evitó responder. En su lugar, su mirada nostálgica pegada al piso lo hizo. Jason entendió todo al verlo y sonrió como si fuese un viejo sabio.

—Es por una chica, ¿no?

Damian lo miró de vuelta, estupefacto y con algo muy parecido a la indignación.

—Maldita sea, Todd, claro que no. Las chicas no me interesan —dijo y se sonrojó, desviando la mirada en el acto. Era una estupidez—. Pero sí es un problema de esos.

—Ah, vale... —Jason se sonrojó también al captar el mensaje y, asumiendo que se trataba de Jon, el amiguito ese del demonio que venía seguido a la mansión, preguntó—: ¿Y cuál es el problema con él?

El chico de ojos verdes le lanzó una mirada de aburrimiento, alzando la ceja. ¿Por qué de repente a Todd parecían importarle mucho sus asuntos personales?

—Me ahorraré los detalles —declaró.

—¡De acuerdo, joder! —Jason alzó las manos en señal de derrota. Intentar razonar con el menor de los Wayne siempre acababa en desastre, pero por algún motivo ahí estaba, tratando de tratarlo—. Sólo digo que, si lo quieres, deberías decirle cómo te sientes. No es bueno quedarte con eso atorado cuando lo único que quieres hacer es sacarlo, créeme. Cuando Artemisa y yo...

—Ya entendí. No me cuentes tu vida.

—Está bien, enano —cedió, rodando los ojos ante la cruda interrupción—. ¿Se lo dirás?

—No. Haré que él me lo diga —aseguró, y de alguna forma Jason se preocupó. No quería que le rompieran el corazón al niño a sus casi quince años.

—¿Es mutuo? —indagó.

—Demasiado.

Damian parecía bastante seguro de sus palabras, pero Jason no dejó de dudar.

—¿Estás seguro?

—Tanto como de mi propio nombre.

A pesar de no ser la persona más cercana al pequeño asesino, podía afirmar que lo conocía: si estaba tan seguro de que el chico le correspondía, era porque le correspondía. Punto final.

Al no saber cómo seguir la conversación o cómo más aconsejarlo —y ni siquiera entendía por qué sentía ese impulso fraternal y cursi de ser amable—, decidió ayudarle con un simple empujoncito de valor para que ejecutara cualquiera que fuese su plan. Era lo menos que podía hacer por él.

—Espérame aquí, niño —dijo y se puso de pie, saliendo de la biblioteca y no tardando más de tres minutos en regresar acompañado de una copa llena de un líquido transparente en mano. Se la extendió—. Toma esto, te hará sentir mejor.

Damian no era ningún estúpido. Sabía perfectamente que eso era alcohol y conocía de memoria todos sus efectos negativos en las células del cuerpo.

Aun así, recibió la copa de cristal en sus manos. ¿Por qué? No estaba muy seguro. Quizás porque le apeteció probar los efectos positivos en el estado de ánimo que tanto presumían los borrachos. Quizás era cierto eso de que cada trago lleva un nombre puesto, y el suyo llevaría el de Dick: el hombre más bueno y atractivo pero más tremendamente estúpido del mundo. El hombre del que, contra viento, marea y estándares, se había enamorado.

El mismo que se dejaba llevar por el miedo y los prejuicios y huía de él y de las oportunidades que ambos anhelaban.

La sensación del vodka fue inicialmente amarga. El sabor era extraño, pero Damian siguió bebiendo hasta terminar toda la copa. Después pidió otra. Su paladar era resistente, y aquello no era nada comparado con lo que le obligaron a probar en Nanda Parbat en repetidas ocasiones. Podía soportarlo.

Al menos al principio. Al poco rato, empezó a insultar a Jason hasta que él se cansó de escucharlo delirando y se fue, únicamente deseándole suerte con el chico aquel y dándole ánimos con una sonora palmada en la espalda.

Damian se quedó solo por un rato, insultando a la vida misma y empezando a balbucear: «¿Por qué todo tiene que ser tan malditamente complicado con este hombre? Richard, eres malditamente estúpido. Estúpido con ganas. Te odio... Bueno, no lo hago, pero podría hacerlo. Y con ganas. Así como tú eres estúpido con ganas, yo puedo odiarte con ganas. Si quisiera. Pero no quiero. Aunque seas estúpido. Un momento, ¿te odio por ser estúpido o eres estúpido porque te odio? En fin, eres estúpido. No tengo pruebas, pero tampoco dudas».

Siguió divagando y hablándole entre reclamos y confusiones al Dick de sus pensamientos hasta que la sombra de Jonathan Kent se apareció enfrente suyo, derrochando preocupación hasta la médula.

—¡Damian! —exclamó, empezando a atiborrarlo con su voz y esa aura amable que Damian rara vez soportaba—. ¡Me preocupé mucho por ti! ¡Llevo dos horas sin saber dónde estás y nadie te había visto! ¿Por qué estás aquí? Apenas y logré escabullirme del señor Wayne para husmear en la mansión y poder encontrarte... ¡¿Qué caramelos estabas haciendo?!

Exhausto de solo escuchar a su amigo —o lo que sea que fuese Jon—, Damian se puso de pie, tambaleándose un poco entre los efectos del alcohol y las piernas entumecidas. Su cuello seguía punzando.

—Shh, shh, ya mejor calla —musitó, poniendo su dedo índice sobre sus labios—. No estaba haciendo nada que te incumba.

Jon rodó los ojos. Un gesto inusual en él.

—Tomaste, ¿verdad?

—Sí —respondió Damian con rapidez, luego guardó silencio por unos segundos que se sintieron muy largos—. ¿Cómo supiste?

—Nunca te había visto tan simple.

—Bueno, qué bueno que te pregunté.

Damian se puso de pie y caminó hacia los estantes donde se mantenía la enorme colección de libros de su padre. Sintiendo un impulso irracional de desquitarse con algo, los tomó uno a uno y empezó a arrojarlos hacia el suelo sin cuidado.

—¡Damian, por favor, deja de hacer eso!

—Cierra la boca, Kent. —Arrojó un libro a su lado—. ¿Por qué te entrometes?

—¡Porque me importas!

Se detuvo y lo miró como si hubiera dicho la mayor estupidez que se podía decir, alzando la ceja con inquietud. Después lo retó con el intenso verde de sus ojos.

—¿Qué pretendes?

Jon se echó para atrás y se encogió de hombros. Damian podía ser demasiado intimidante cuando se lo proponía... O incluso cuando no.

—Sólo intento ayudarte.

—Pues vaya mierda de intento.

No pasó demasiado tiempo para que Damian lograra ahuyentar también a Jon. Aunque él no quería irse, se vio obligado porque era más que claro que su presencia allí sólo incomodaba más a su amigo. Se fue de la biblioteca, incluso de la fiesta, pues las horas habían pasado demasiado rápido sin que Damian se diera cuenta.

Se distrajo en su propio mundo. Su simpleza ya había desaparecido, pero esa sensación embriagante de adrenalina no. Esa no paraba. Se empeñaba incluso en darle una idea verdaderamente impulsiva.

Luego de un rato de debatirlo mucho consigo mismo se levantó caminando, como siempre, lleno de templanza. Se dirigió a la habitación de Dick más que dispuesto a aclarar las cosas de una vez por todas. Aunque unos fuertes e irracionales nervios lo carcomían, se atrevió a tocar la puerta con los nudillos. Suspiró para calmarse. No había nada que temer.

Si Grayson también sentía algo por él, todo saldría perfectamente bien.

Todo salió terriblemente mal.

Una vez que se le pasó la frenética valentía, supo que cometió un error irreparable. Maldijo el haber actuado y deseó no haber dicho nada de lo que dijo, logrando entender por primera vez el porqué las personas sentían arrepentimiento: querían regresar a como era todo antes del dolor.

Damian también quería regresar, joder, por supuesto que quería. Había sentido una de las peores sensaciones, ese rechazo al que siempre había temido y del cual jamás había logrado escapar. Su madre, su abuelo, su padre... Sentirse repudiado de esa forma era insoportable para él. Aunque, honestamente, tenía que reconocer que podría haberlo esperado de todo el mundo. Excepto de Grayson.

Y sin embargo ahí estaba, metiéndose a su cama sin siquiera ponerse la pijama sólo por estar sintiendo el corazón hecho trizas.

Era inevitable que doliera. Aun si sabía que Dick pasaba noches en vela por él, que su nombre le carcomía la cabeza, que lo volvía loco con su simple cercanía. Sabía todo eso, no era como si no pudiera notarlo, pero se había sentido rechazado igualmente. Tan miserable, humillado y patético, como si no fuera nada más que un niño pequeño reclamando cosas sin sentido y haciendo una rabieta.

Pero sabía que se trataba de algo mucho más complejo que eso. El problema era que Dick no lo aceptaría, sin importar cuánta presión tuviera sobre él. Damian acababa de comprobarlo.

Entendía que sí se había pasado un poco de pretencioso. Confió de más en que Grayson cedería ante la primer provocación y, al ver que no, fue subiendo de nivel en ese ridículo juego de seducción al punto en que se desconocía de solo recordar todo lo que hizo y dijo. Aunque sabía que había logrado remover demasiadas fibras sensibles del mayor, que lo había tomado por sorpresa y que ahora estaba completamente desestabilizado.

Pero, aun con esas certezas, Damian sólo podía pensar en una cosa: no cedió.

No pienso corresponderte. El veredicto había sido claro. Demasiado para la sensibilidad de Damian. No quiso verse herido mientras salía de la habitación, pero así se sentía.

Tan herido que no tenía idea de qué hacer después de eso. Sus pensamientos sólo se centraban en el dañino bucle de las frases con las que Dick había roto una de sus últimas esperanzas. Si no es que la última.

Sintió una mano en su hombro.

—Oye, creí que los demonios no lloraban.

Se limpió el rostro para poder mirar a Todd con algo de dignidad a la cara. ¿Por qué ahora aparecía en sus malos momentos?

No se soportaban, tenían muchas riñas y cualquier persona que los viera diría que querían eliminarse, pero ahí estaba él, mirándolo con angustia y preocupación. No era fingido, eso quedaba claro, pero los motivos no. ¿Era acaso porque quería ayudar a su vulnerable hermano menor? Qué ironía.

Maldito fuera Bruce y todos sus hijos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro