Capítulo 1: Compañía
Dick despertó unas horas después, cuando el reloj marcaba las dos de la madrugada, gracias a unos toques en su puerta. Le costó mucho abrir los ojos y moverse. La maldita resaca llegó más fuerte de lo que había esperado, porque no había bebido tanto, ¿o sí?
Apenas recordaba un par de copas al medio día, cuando se encontraba ayudando a Alfred —que fuera el mayordomo de Bruce Wayne no lo condenaba a hacer todo solo— a acomodar la mesa y preparar algunas cosas en la cocina. Dos al terminar, una más al recibir a los invitados. Luego, durante la comida, bebió tres. ¿O fueron cuatro? Finalmente se había tomado otra antes de subir a su habitación.
¿Ocho copas? De acuerdo, sí bebió bastante.
Tocaron de nuevo a la puerta, pero no tuvo tiempo de responder, pues inmediatamente alguien entró sin más ceremonias. Dick se removió en su cama, preparándose para el sermón o el regaño. Lo que le tocara.
—Estoy bien, Tim. No tienes que...
—Cállate, no soy el idiota de Drake.
La voz del moreno lo paralizó. Se levantó de golpe y quedó sentado en la cama con la respiración agitada y el corazón acelerado. Definitivamente no esperaba que él entrara.
Y tampoco lo imaginó, porque jamás tocaba la puerta antes de pasar. Sólo pasaba.
—Damian… Hola —saludó, tragando saliva. Luego, intentando sonar causal, preguntó—: ¿Necesitas algo?
Se relamió nerviosamente los labios, sintiendo cómo su cabeza empezaba a dar más vueltas por el repentino sentón, el susto y ese ritmo cardíaco que, terco, no se calmaba. Por más que intentara, teniéndolo a él enfrente sería imposible. Respira, se dijo a sí mismo. Olvida que es Damian quien está allí.
—No.
Silencio. El monosílabo que el niño dio por respuesta no había hecho más que incomodarlo. ¿Qué seguía? ¡No podía iniciar una conversación! Eso sería con alguno de sus otros hermanos, pero de él debía mantenerse lo más lejos que pudiera, aun si era un acto egoísta privar al otro de sus afectos y atenciones que, sabía, necesitaba.
Quizá era por eso que Damian no le ponía las cosas fáciles y siempre lo buscaba con tanta insistencia. No le permitía esconderse, ni de él ni de sí mismo.
Era como si, inconscientemente, buscara joderlo. Justo como en ese momento, que lo miraba con tanta serenidad e intensidad sin siquiera darle una simple explicación.
¿Qué hacía en su habitación, en primer lugar? No era que le molestara que lo hubiera despertado —en algún momento tendría que pararse por algo de comer—, pero no era prudente meterse en la cueva del lobo cuando este tenía una fuerte resaca. Siempre podía cometer alguna estupidez de la cual pudiera arrepentirse luego.
Aunque tampoco podía culparlo. Él no sabía su secreto. Nadie, realmente. Y era mucho mejor así.
Reprimiendo una mirada significativa, se llevó los dedos a la sien. Algo le decía que esa iba a ser una escena complicada. La mirada de Damian, aunque innegablemente preciosa, no le daba un buen presentimiento.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —preguntó, ansioso. Quería terminar con aquello lo más pronto posible.
—¿Me estás corriendo? Vaya modales, Grayson —respondió el menor sarcásticamente. Su sonrisa socarrona fue algo que Dick tuvo que ignorar por el bien de su ritmo cardíaco.
—Damian, no podría correrte. No lo estoy haciendo. Sólo... ¿Cómo ha ido la fiesta?
—Bien, supongo. —Se encogió de hombros con indiferencia. Realmente no había prestado mucha atención desde que Dick se fue—. Los invitados preguntaban por ti.
—Me imagino. Tendré que disculparme con ellos —declaró compasivo, a lo que Damian dejó escapar una expresión de desdén.
Cualquiera se hubiera molestado, quizá, por lo insufrible que podía llegar a ser. Y es que en verdad lo era. Es decir, ¿a qué venía el gesto despectivo? Era innecesario por completo, pero Dick entendía que era su naturaleza.
El pequeño demonio —como solía llamarlo Jason— era atractivo y lo sabía. Iba por ahí, seduciendo sin darse cuenta, mas con la certeza de que era un joven agraciado. Lucía libremente la combinación de su arrogancia propia junto con la elegancia al Ghul y el orgullo Wayne. Todo con mucha seguridad. La jerarquía en la que se había colocado a sí mismo, aunque de exagerada altanería, cautivaba a cualquiera que lo conociera, sin excepción. Era esa clase de defecto que atraía sin remedio: el brillo que emanaba su personalidad egocéntrica, la luz de su soberbia existencia. Su unicidad estética.
Pero no sólo se trataba de eso, sino también de su actitud. Esa que conllevaba harta confianza en sí mismo, agilidad, determinación y firmeza en sus decisiones. Una personalidad indomable. Y entre su independencia, su gran ingenio y ese sorprendente manejo del habla, Damian no parecía el niño que era.
Poseía una madurez que no le correspondía, tanto en facciones como en mentalidad.
Sin embargo, no era perfecto. Seguía teniendo problemas y traumas, como todo ser humano, sumado a ciertas actitudes que cuestionaban severamente su inteligencia. Era incansable, testarudo, impulsivo y hasta algo aniñado en ocasiones, pero estaba bien. Era de esperarse.
Su pasado era duro, y Dick lo entendía. O al menos eso intentaba. Imaginaba que no era fácil lidiar con los dilemas con los que Damian lidiaba.
Atrapado entre dos vidas, dos familias y dos identidades, viéndose apresurado y obligado a elegir una y traicionar a la otra, con la escalofriante promesa de que la decisión sería permanente. A sus ojos, una carga demasiado grande para alguien de catorce años.
Quizá se debía a su enorme corazón lleno de empatía y comprensión para obsequiar, quizá a sus valores, pero como sea, surgió la inevitable necesidad de protegerlo. Y pronto, sin saber en qué momento o cómo, ese sentimiento se había intensificado a tal punto en que Dick se dio cuenta de que ya no era sólo su hermano menor. Pasó de querer cuidarlo a acompañarlo, a estar para él más que nadie y de una forma distinta a los demás. Todo por un sentimiento mal canalizado.
Probablemente confundía cuidar con amar. Tal vez su cabeza había mezclado las cosas y lo había llevado al punto sin retorno de ese caótico sentir. ¿Cómo podía revertirlo?
¿Y por qué con Tim y Jason era diferente?
—No sabía que sufrieras tantos dolores de cabeza —habló Damian, sacándolo rápido de sus pensamientos—. ¿Ya te medicaste?
—Oh, sí, hace un rato tomé una pastilla.
—No me refiero a eso. —A pesar de la sonrisa que acompañó la respuesta de Dick, el tono del moreno fue tajante. Después pasó a uno más bien persuasivo—. Pregunto si ya has ido a ver a un doctor, porque es tan curioso que sufras esos ataques cada que yo me acerco… No es que no lo entienda, soy el dolor de cabeza de muchos, pero creí que al menos a ti te agradaba.
¿Era posible que estuviera bromeando? No, su rostro parecía sentenciar que hablaba en serio, y él nunca bromeaba.
—¿Qué cosas dices, Damian? Por supuesto que la causa no eres tú. Tal vez sea algo hereditario.
—¡Seguro! Eres un pésimo mentiroso.
Se sorprendió por el tono de voz alto y sarcástico que su hermano había utilizado. No era costumbre suya gritar, aunque sí ser mordaz. Dick ya se había acostumbrado a eso.
El menor se acercó a la cama y se sentó a pocos centímetros de su lado. Él se removió, incómodo y ciertamente asustado, pero Damian puso una mano sobre su hombro y le indicó con una mirada ceñuda que debía quedarse quieto. Haciéndolo fue como Dick pudo percibir ese inconfundible aliento.
—Dios mío, ¿estás ebrio? ¿Tomaste?
—Sí.
Se le detuvo el corazón. Él tomaba, no era que estuviera tan mal, pero Damian era demasiado pequeño como para meterse en ese vicio.
—¿Por qué?
—Todd me ofreció una copa.
—¿Y tú la aceptaste así como así? —reclamó, enfureciendo un poco con ambos.
—Sabes cómo se pone cuando le dicen que no. Puede ser muy insistente e idiota cuando se lo propone. —Damian desvió la mirada y se ruborizó un poco—. Además, quería probar.
—¡¿Probar, Damian?!
—¡Maldita sea, Grayson! Entiende que él me ofreció algo que sonaba conveniente en un mal momento.
Dick razonó un poco sus palabras y se calmó.
—Demonios, Jason —maldijo a la nada. Después tendría una charla con su hermano sobre no ofrecerle tragos a quien nunca había probado el alcohol, sobre todo si se trataba de un menor. La palabra hizo eco en su cabeza, pero se esforzó por ignorarla y concentrarse en el tema importante—. ¿Te das cuenta de lo mal que estuvo eso?
—No necesito que me lo digas.
—Bien, entonces confiaré en que no haya una segunda vez, Damian. —El aludido rodó los ojos; volvía a usar su bobo tono de madre—. Hablaré con Jason después.
—Como quieras.
Y se produjo un silencio bastante incómodo. A simple vista podía parecer que fue debido a la pequeña riña, pero no, había algo más. Esa sensación de querer decir algo que no era correcto, de querer sincerarse y arriesgarse a perderlo todo, pero no atreverse... Ambos estaban sintiendo ese nudo en la garganta.
Ambos tenían algo que sacar y no sabían cómo.
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