|o5| Bestia enjaulada
—¿Por qué estás encerrado?
Ino sintió el alma devolverle al cuerpo cuando escuchó la tranquila voz de su pequeño hijo, Inojin. La noche de brujas era una de las noches favoritas para todos en la aldea, tanto niños como adultos lo disfrutaban por igual. Y fue, tal vez, la emoción del festival la que causó que Ino perdiera de vista a su querido hijo de seis años. El cuerpo se le había congelado, y todo el pavor y la desesperación se convirtieron en uno solo para atacarla rápidamente. Ino estaba al borde del llanto, buscando a Inojin por todas partes, como cualquier persona que ha perdido la cordura. No fue sino hasta que unos niños le contaron que habían visto al pequeño rubiecillo dirigirse a la casa abandonada de la villa.
—No creo que debas vivir así. Es como estar en una fea prisión, y es triste.
La mujer se detuvo a la entrada. Desde el Genkan podía oír a su hijo, pero a nadie más. Se quedó un rato debatiendo si quitarse los zapatos o no. Esa casa era hermosa, lejos de ser una construcción de muchos años era la típica casa de estilo oriental tradicional. Seguramente tenía unos bellísimos vitrales debajo de toda esa nube de polvo.
—Yo puedo abrir tu jaula, solo necesito una piedra grande.
Al final optó por quitarse los zapatos. Después de todo, los de Inojin se encontraban sobre donde debería estar el tapete.
Así que avanzó despacio, por instinto o por seguridad. No podía fiarse tan fácilmente, un movimiento precipitado provocaría un derrumbe.
La combinación de humedad, musgo y suciedad creaban un olor nauseabundo que obligaba hasta la persona más necia a fruncir el ceño. Era desagradable. Y mientras caminaba por los pasillos, la madera iba crujiendo cada vez más fuerte. Ino examinó minuciosamente la arquitectura; en otros tiempos seguramente era una casa tan encantadora como alguna mansión de la capital de Tokio.
Era bastante amplia, porque tenía demasiadas habitaciones. Le pareció extraño que cada cuarto estuviese enumerado. Más extraño aún que la habitación más cercana a la entrada fuese la que tenía escrito el número 9. ¿Por qué cada una tenía un número? No lo sabía, e ignoraba el pasado escondido en ellas. Y una era más oscura y tenebrosa que la anterior. ¿Cómo era posible que su hijo estuviese ahí dentro? Pero lo estaba, seguía escuchando su voz tan clara como el agua.
—Si decides acompañarme a casa, puedo compartirte de mis dulces. ¿No te gustan? En realidad a mí tampoco. Tengo muchos libros muy interesantes que tienes que ver. No te preocupes si no sabes leer, yo te enseño.
Conforme crecía la incertidumbre por saber con qué clase de sujeto estaría conversando su pequeño, también aumentaba el temor. Todavía no escuchaba que alguien le respondiera, y eso la inquietó.
De pronto recordó, de manera fugaz, los chismes que circundaban al respecto. Recordaba haber oído que aquella casa había servido, durante muchos años, como un campo de experimentación. Los rumores decían que una organización llamada Akatsuki secuestró a nueve personas y había experimentado con ellas de las formas más crueles que podían existir. Pero eran viejos rumores solamente. Aunque claro, el hecho de encontrar nueve habitaciones, tenía que ser una infortunada casualidad.
Luego de un par de segundos de recorrer en lo que parecía un laberinto, finalmente encontró el cuarto con el número uno. La puerta estaba abierta, así que pudo echar un ojo hacia dentro con facilidad. Le pareció que se trataba de un espacio más reducido que los anteriores, y pudo ver la cabellera brillante de su hijo a través de una telaraña. Él se encontraba sentado en el piso, con las piernas dobladas y las manos recargadas en ellas.
—¡Inojin! Cariño, ¿eres tú?
—¡Ah! Mamá, ¿qué haces aquí?
Ino movió sus pies lentamente. Frente a su hijo sólo se podía observar una reja de metal oxidado, como una especie de cárcel, y en el interior se hallaba un bulto gigante que no tenía una forma definida. Ino palideció, a punto de correr hasta él y salvarlo de lo que sea que fuese aquel ser. Mas Inojin la detuvo, poniéndose de pie, indicándole con un gesto que no avanzara.
—Mamá, estoy bien. Estoy con mi nuevo amigo, Shukaku —vio a su hijo volverse hacia aquel ente. Le sonrió de forma natural, como nunca lo hacía. No es que se alegrara al respecto, pero Inojin nunca fue bueno para hacer amigos, siempre sufría más que los demás niños. Y verlo de esa manera, le causó un montón de emociones encontradas que no podría explicar—. Dice que puedes acercarte. No tengas miedo, mami.
—No lo tengo —las piernas le temblaron al dar los primeros pasos. Realmente no tenía miedo. Después de todo, estaba en esa enorme prisión—. Inojin, no debiste escaparte de esa forma. Me preocupé mucho.
Cuando estuvo a la misma altura que su hijo, se quedó hecha de piedra. Del otro lado de la reja, un monstruo... No, una garrafal bestia, dueño de una gigantesca cola y zarpas afiladas. Todo su cuerpo parecía estar hecho de arena, y se rodeaba por líneas azules que no tenían una figura en específico. Esa bestia la observaba con unos pequeños ojos amarillentos. Una bestia enjaulada que no hacía otra cosa más que mirarla fijamente.
—No fue mi intención, mami. Quería encontrar fantasmas, pero aquí no hay ninguno —hizo un puchero que hizo que Ino arqueara una ceja. Su hijo era tan parecido a su padre—. Pero esta casa es bastante extraña, ¿no lo crees mami?
—Ah. Pues sí...
—Al menos pude hacerme de amigo al Shukaku. Tenemos que llevarlo a casa, mami.
Ino no despegó los ojos de la bestia. Ahora que estaba frente a él, no era que le causara terror, sino al contrario, verlo sumergido en aquella pocilga, tan diminuta para alguien con su tamaño, le provocó lástima. Tenía, además, un grueso collar con una cadena rodeando su cuello. Sí, lo compadecía, y entendía el porqué Inojin sentía agrado por él. No es que fuera un ente demoníaco, era un ser solitario con una vida igual de lamentable y un destino poco peor.
—Cariño, ¿te sabes el camino a casa, verdad? —el rubio asintió—. Es momento de que regreses.
—¡Por supuesto que no! Sé que vas a hacer algo, mami. Y quiero estar presente cuando lo hagas.
—Inojin, no lo diré dos veces. Ve directo a casa.
El menor infló graciosamente las mejillas, y sin tener opciones a replicar, dio media vuelta y se marchó.
Una vez que se encontraba a solas con la bestia, Ino respiró profundamente, acercándose a la prisión. La garra del monstruo sostenía una de las varillas, y fue ella quien puso su mano encima de la suya, tentada por una pizca de humildad. Él gruñó sonoramente, como si no estuviera dispuesto a aceptar su compasión. Quizás había lastimado su orgullo.
—Pobrecillo —palpó su mano, y sus dedos acariciaron cada espacio de su endurecida palma. Él emitió un sonido que no pudo distinguir, lo más parecido a un rugido de sorpresa—. Eres una bestia enjaulada, pero no tienes por qué vivir así. Mereces ser libre, como todos —apretó los labios—. Estoy segura que no causarás problemas.
Se apartó lo suficiente y empezó a moverse por todo el ancho del lugar. Sólo necesitaba una piedra, con eso golpearía la cerradura y...
—¿Qué haces?
Ino se enderezó, girándose rápidamente a él, sorprendida.
—¿Hablas? —preguntó, dubitativa—. ¿Tú me acabas de hablar?
Estaba convencida de que hace mucho tiempo había perdido el juicio, desde la muerte de su esposo Sai, nada volvió a ser como antes. Pero no estaba tan loca como para imaginar que una bestia le había hablado. Lo escuchó. Su voz poderosamente ronca resonó en toda la casa.
El Shukaku, tal como lo llamaba su hijo, soltó una risa gutural que hizo que ella juntara las cejas. ¿Se estaba burlando de ella?
Entretanto, sintió el vaho de la bestia rozar directo en su cara. Ino cerró los ojos por impulso, y los abrió para revelar que el Shukaku ya no estaba. En su lugar, un hombre de cabello tan rojo como el fuego, y de mirada aguamarina tan intensa, apareció. Ino enrojeció al descubrir que aquel hombre se hallaba desnudo, y se obligó a mirarlo únicamente a los ojos, anonada por la espectacular metamorfosis, siendo testigo de algo que jamás creyó que podría ser verdad. ¿Quién era ese sujeto y dónde estaba la bestia? Pudiera ser que él fuese aquella bestia, y en comparación suya, esa prisión era demasiado grande para él.
—¿Shukaku?
Interrogó sin saber exactamente qué tipo de respuesta esperar.
Ese hombre lucía bastante atractivo, y tenía un cuerpo muy musculoso a pesar de verse como alguien sumamente joven. Probablemente debería tener menos de los veinte años.
—No.
Y su voz dejó de ser un ruido áspero para transformarse en un sonido totalmente varonil.
—Disculpa, ¿quién eres tú?
Lo intentó una vez más. Necesitaba respuestas, porque de no haber sido testigo no lo pudiera creer.
El hombre, que cada vez se notaba más atractivo, llevó una mano a la cabeza para echar el cabello rojo hacia atrás. Ino pensó que le dolía la cabeza, ya que cerró los ojos de inmediato y se tambaleó por el perímetro de su celda. Ino lo sostuvo por el codo para evitar que cayera, a medida que los barrotes le permitieron, y sus miradas se cruzaron poderosamente. Notó que tenía los ojos cuidadosamente delineados de negro. Un detalle que no le resultó extraño, fue algo que simplemente le gustó.
—¿Te encuentras bien?
Él asintió, tomando unos minutos para reincorporarse.
—Shukaku es el nombre de la bestia —habló despacio, intentando acomodar sus palabras—. Mi nombre es Gaara.
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