4: Enfureces
"¿Doce y veintitrés? Joder". Me dolía todo, sentía arcadas y había un pitido que me estaba volviendo loca. Fue entonces que decidí encerrarme en el baño e inducir el vómito. No estaba segura de que aquello aliviase mi resaca, pero no iba a quedarme en la cama.
—Estoy hecha un desastre —dije al comprobar mi aspecto. Tallé mi cara, pero la sensación de asco no desapareció.
Todo era culpa de Amelia. Nadie, además de mí, era capaz de comprender lo aterradora que era. "¿Qué pensaba hacerme?", "¿estará trabajando con alguien?" —pensé tras haber vaciado el contenido de mi estómago—. "¿Es alguien que ya conozco?", ¿quién sino?".
Moví la cabeza en círculos al percatarme de lo que estaba haciendo. Tenía que relajarme, de otro modo, las paranoias acabarían consumiéndome la vida.
—Desgraciada —rugí e imaginé a Amelia sonriendo.
Justo en ese momento, me tragué un par de aspirinas y salí de la habitación. No era usual que me quedase en casa los sábados, pero iba a necesitar relajantes musculares y muchísima agua. Griffin me había follado durante toda la noche. "Y, creo que nos emborrachamos en los descansos que hacíamos para reponer fuerzas".
Miré de nuevo el reloj. Faltaban veinte minutos para la una. Y poco más de dos horas para que llegase Elías.
—¿Por qué habré aceptado? —me quejé mientras despejaba el desorden—. Sí, ya. Es que soy gilipollas.
De repente, oí un ruido en la habitación de Harper. Fue extraño. Ella solía ir los fines de semana a la biblioteca, o a la iglesia. O a cualquier otro sitio aburrido.
—¿Hay alguien? —Abrí la puerta y el tiempo se detuvo.
—¡Madre mía! —gritó.
Cuando conocí a Harper y a sus padres, solo se me vino una palabra a la cabeza: "mojigatos". Al fin y al cabo, era una familia de paletos religiosos con muchísimos prejuicios hacia mi crianza. Dicho esto, mi mandíbula quedó desencajada luego de ver a Harper tendida en la cama mientras su "amiga" le practicaba sexo oral.
—Perdona —Salí de allí tan rápido como pude—. Creí que algún imbécil se había colado en el departamento.
Pellizqué mis mejillas. Para este punto, no estaba segura de mi lucidez. ¿Esa era Harper? O sea, tenía su rostro, pero...
—¡Maca! —Me sobresalté al verla.
—No quise interrumpir tu "sesión de estudio".
—Ya... —murmuró—. Puedo explicarlo.
Mi compañera no estaba enfadada. ¿Por qué cojones no estaba enfadada? Vamos que, yo en su lugar lo estaría. Es más, creo que ya le había gritado un par de veces por no llamar. Y ese era el problema, si su reacción era mejor que la mía significaba que yo era despreciable.
Entonces tuve una idea: —Tal vez debería contárselo a tus padres.
—¿Qué?
—Es lo justo —continué con malicia—. Tú siempre me estás vigilando. Puede que ahora entiendas lo que se siente.
Harper permaneció en silencio. Se veía tan pequeñita. Dios, comenzaba a compadecerme de ella.
—Espero que no hayan cambiado de compañía telefónica. ¿Cómo es que se llamaban?
—¿¡Te parece divertido!? ¿¡Es que estás tarada!? —Salió la supuesta "amiga" en rescate. Ésta no era tan alta como yo, sin embargo, imponía un montón debido a sus músculos—. Lo tuyo es de manicomio. Jesús, es que no me sorprende que estes sola y sin amigos.
Por un instante, me bloqueé por completo. ¿Es así como me ve la gente?
—Nerea, para.
—Tía, no tienes que quedarte —dijo la otra chica—. Puedes venir a mi piso. Allí no tendrás que aguantar a una sociópata con...
—¡Que pares, joder!
La tal Nerea calló con un gesto indignado. Ni ella, ni yo, podíamos creer lo que estaba pasando.
—Perdona. Será mejor que te vayas.
—¿Vas en serio?
Harper asintió. Y Nerea no tardó mucho antes de dar un portazo y maldecirnos en voz alta.
Era la una y cinco de la tarde. La incomodidad se había convertido en un invitado más.
—¿Estás bien?
Alcé los hombros.
—¿Segura? ¿No necesitas nada?
Resoplé dirigiéndome a la cocina. —¿Has comprado muesli?
Me regresé a mirarla, pero ella no respondió. Odié ese silencio. Sentí que mi compañera de piso me veía como una inútil a la que debían cuidar. ¿O por qué otra razón sus madres iban a gastar tanta pasta, espiándola?
—Maca, sobre lo de antes...
—Lo pillo. No es mi asunto —la corté mientras buscaba un bol—. ¿Se ha acabado la leche de almendras?
—No lo sé. Eres la única que la toma —contestó, y previendo mis sospechas, agregó: —Yo soy alérgica.
Suspiré. No quedaba nada que me gustase; ni yogurt, ni leche, ni zumos. Harper solo compraba bolsitas de té y bebidas raras.
—Maca —habló con cautela.
—Puedes relajarte. Actúas como si yo fuese el puto Hitler.
Para ser honesta, no me gustaba que ella actuase de esa manera. Me daba la impresión de que esto era una cárcel, y que mi presencia la torturaba.
—Es que... Lo siento.
—¿Por?
—Por lo que dijo Nerea. Te prometo que yo no le he contado nada —explicó al borde del pánico—. Ella es muy... —Lo meditó un segundo, y al no hallar la palabra exacta, se rindió—. No es mala. Solo que piensa que eres una engreída.
—¿Yo engreída?
—Bueno. Nunca le respondes los saludos.
Sí que respondía. No con palabras, pero cada vez que ella decía "buenos días", yo alzaba la cabeza como señal de que la había escuchado. Y por las mañanas, eso era el máximo de amabilidad que podía ofrecer.
—Espera —reaccioné aproximándome a ella—. ¿A qué te refieres con que "no le has contado nada"?
Harper palideció. Ella lo sabía todo de mí, aunque yo ni siquiera recordase su apellido.
—Perdona, sé que no es mi problema...
—¿Problema? —la interrumpí—. ¿Crees que tengo un problema?
La pobre chica negó, aterrada. Y no era su culpa. Mis madres eran quienes querían tatuarme un cartel de "frágil" en toda la frente. Gracias a ellas, vivía en un mundo de goma espuma.
—¿Qué es lo que te han pedido?
—Nada —Fruncí el ceño. En consecuencia, ella fue más específica al contestar: —Lo de siempre. Quieren que les diga a quiénes ves, a qué hora sales y...
—¿Y? —insistí.
—Me piden que revise las pastillas que guardas en el baño.
—Se piensan que soy una yonki.
—No, qué va.
—Era una afirmación.
Hace un tiempo estuve enganchada a los ansiolíticos. Al principio los tomaba por recomendación médica, luego porque me ayudaban a funcionar. Sin embargo, aquello quedó en el pasado. Ahora mi única "adicción" era el tabaco y los chicles de menta.
—¿Qué se supone que debes hacer?
—Avisarles si alguna vez las consumes.
Era un medicamento de rescate, por ende, las dos únicas razones para consumirlo eran una nueva crisis de ansiedad, o una irresponsabilidad de mi parte.
—Las madres del año.
Siempre negándome mi libertad.
Recuerdo que se alarmaron cuando les dije que quería ser piloto. Aquello fue casi tan malo como cuando quise irme de mochilera a Estados Unidos. La solución a ambos problemas fue inscribirme en la universidad y confiscarme el pasaporte.
—No se lo diré a nadie.
—¿Por qué? —La chica mordió su labio inferior. En más de un año, ésta era la conversación más personal que habíamos tenido—. Me da igual. Lo que sea que sepas, no me importa.
—De todos modos, puedes confiar en mí. Guardaré el secreto.
—Escucha, los secretos son debilidades —expliqué con toda la calma del mundo—. Si no los tienes, la gente no podrá usarlos en tu contra. Lo que intento decir es que, me la suda si alguien más conoce mis "secretos" —entrecomillé con los dedos—. Por Dios, lo colgaría en twitter si tuviera seguidores.
Cogí un vaso de agua y me senté en el comedor. Había supuesto que Harper ya no tenía nada más que decir.
—Maca.
Rodé los ojos.
—¿Eres consciente de que, si no soy yo, será alguien más? —inquirió molesta—. Incluso si te dejo en paz, tu familia traerá a otra persona para que te vigile.
—¿Y por eso está bien que rebusques mis cosas y vigiles a cualquier ser humano que se me acerca?
Ella silenció. Al menos, no intentó defender la invasión de la privacidad.
—No les he contado nada sobre lo que pasó con Rumi y su novio.
—¿Y eso por qué?
Harper no supo responder con palabras. En su lugar, soltó un largo suspiro mientras jugueteaba con sus manos.
—Bah, ¡qué más da! —exclamé—. Lo único que pueden hacer es darme otra charla incomodísima sobre los tíos y sus pollas.
Esta vez, la cara de la chica se tornó de un rojo vivo. Intentó ocultarlo con el cabello, no obstante, fue demasiado tarde. Me estaba riendo de su ingenuidad.
—Maca, sé que no lo entiendes porque siempre lo has tenido todo —habló por fin—. Pero si no hiciera lo que tus madres me piden, tendría que volver a mi casa. Y eso sí que es una pesadilla.
Inhalé hondo. Tarde o temprano tendría que acostumbrarme a que controlasen cada aspecto de mi vida.
—Claro que... Todo sería más fácil si tú y yo hiciéramos un trato.
—Paso.
—Por favor —rogó sentándose delante de mí—. Así no tendría que espiarte —enarqué una ceja—. Lo único que tienes que hacer es decirme las cosas.
—¿Estás de coña?
—Venga. No tienes que contármelo todo —insistió—. Basta con que me envíes un mensaje si vas a dormir fuera, y otro si faltas a clases. Del resto me encargo yo.
Estaba segura de que Sybilla y Carolina (mis madres) no estarían conformes. Ellas querrían saber todo lo relacionado con las personas que respiraban a mi alrededor.
—¿Y será suficiente?
—Les diré que pasas el tiempo conmigo y mis amigas. Eso evitará más preguntas.
No era una mala idea. Mi familia estaría encantadísima. Llevaban meses dándome la lata con eso de integrarme y socializar.
—¿Por qué lo harías? ¿Tienes demencia o algo así?
Negó con una risita. —Yo solo quiero que me borres de tu lista negra. Desde que me mudé, duermo con un ojo abierto por si acaso.
¿Harper me había hecho una broma? Esa chica solía temblar al estar delante de mí. Dios, apenas era capaz de mantener el contacto visual. Y ahora... Me hizo sentir mejor.
—¿Tengo pintas de ser Carrie?
—No, no, nada qué ver —dijo sarcástica—. Solo te pareces a la actriz de los setenta —Empequeñecí la mirada, y ella se apuró a corregir: —Aunque muy poco. Casi nada. Menos del uno por ciento.
Solté una carcajada provocando que Harper volviese a respirar con normalidad.
—Me lo pensaré ¿vale? —Hice el esfuerzo de sonar sincera—. Y perdona por lo de antes. No iba a llamar a tus padres.
—Lo sé.
Seguí tragándome el muesli con agua. Sabía horrible. Tarde o temprano tendría que ir al supermercado si no quería morir de hambre. —Por cierto, —alcé la voz— invité a Elías al almuerzo.
—Vale. Me iré en un rato.
—No es eso. Iba a preguntarte si querías acompañarnos... —pausé avergonzada. Evidentemente, la amabilidad no pegaba con mi estilo—. Me libraré de él. Después podremos comer en paz.
—Emm.
—Si no tienes planes, claro.
—¿Qué planes iba a tener? —sonrió—. Iba a preguntarte si debería preparar algo, o si...
—Ya todo lo trae él.
Era mi forma de decirle gracias. Y también era forma de ponerle punto final a todo el asunto de Elías.
✪ ツ❥☼❥ツ✪
Wey, ¿qué tal estáis?
¿Qué pensáis de Harper?
Pobre Elías... Ya quieren librarse de él y no ha hecho nada xD
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