3: Vacilas
Elías
Después de tantos años pensaba que por fin había pillado el truco de las maquinillas de afeitar. Pero no. Resulta que aquella mañana quise arreglarme el corte y fallé de manera estrepitosa. ¿A qué me refiero? A que me había quedado prácticamente calvo luego de "igualarme" ambos lados de la cabeza. Por supuesto, no le di mayor importancia. Podía utilizar un gorro mientras volviese a crecer.
—Tío, ve a una peluquería —dijo mi compañero de habitación, Cristóbal—. Que son solo cinco pavos.
—Pues no, ¿quién te crees que soy? ¿Elon Musk?
—Joder. Se me olvidaba que eres más cutre que mi madre.
Chasqueé la lengua. No era la primera vez que me acusaban de ser un tacaño, y lo cierto es que tenían algo de razón. Vamos a ver, jamás me había aprovechado de nadie (detestaba que otros pagasen mis cuentas), sin embargo, sí que buscaba formas de ahorrar dinero. Por ejemplo; cogía las muestras gratis de mi trabajo, robaba el champú en las duchas de la residencia y utilizaba linternas todo el tiempo.
—¿Ya escogiste a la modelo para tu proyecto?
—Ni siquiera he escogido el tema.
Cristóbal hablaba de la exposición que nos habían pedido para finales de mayo. Era un concurso, así que no sentía la presión de hacerlo. De todas formas, llevaba varias semanas de retraso.
—¿Por qué no escoges a Macarena?
—¿Quién?
—Tu amante
Arrugué el ceño. —¡No es gracioso!
—Sí, ya, lo siento... Es que pensé que sería buena idea —balbuceó. Era obvio que le había sorprendido mi respuesta—. Ahora mismo, los seguidores de Rumi están pendientes de ti. Voto por que aproveches esos cinco minutos de fama.
—Te pasas, tío, en serio —dije menos enfadado—. Todavía no sé qué hacer para arreglar las cosas, y pretendes que le pida más favores.
—Ya se lo explicaste y le dio igual —Me recordó—. Quédate con eso.
Asentí distraído. Y es que no dejaba de darle vueltas al asunto de Macarena... Me sentía mal por ella. Pero ser honesto implicaba tirar a la basura todos mis años de trabajo. Claro que eso no tenía nada que ver con ella. Pero mi situación tampoco era justa. Aunque eso no justificaba mis actos.
La conclusión es que yo era un cacho de mierda.
—He pensado en darle mis ahorros a modo de compensación.
—Venga ya —Cristóbal se echó a reír—. ¿Tú has visto la ropa que lleva o el coche que maneja?
—Pues mira, no he llegado a tanto.
—He estado preguntando y parece que está forrada. Dicen que sale con algunos tíos de esta residencia. No sé. A saber, si se lo están inventando.
Di la vuelta y llené mi termo para el té. Faltaba una hora para que comenzase mi turno en el supermercado.
—Es que no quiero dejar las cosas así. También pensé en invitarla a comer.
—No sé yo si le interese algún menú del Taco Bell —divagó Cristóbal como si hablase consigo mismo—. Vamos, que si me lo dices a mí ni me lo pienso. Sabes que lo considero un restaurante de lujo, además...
—Que sí. Que a Macarena no le hará ni puta gracia.
—Siempre puedes ofrecerle un poco de marcha —sugirió sarcástico—. Con esa skim, yo sí que lo intentaría.
Entonces recordé su mirada de desprecio. Era algo a lo que no estaba acostumbrado. De hecho, la gente solía decir que les generaba buenas vibras.
Ag, ¿por qué tuve que meterme en problemas?
—Definitivamente me odia.
—Nada que un buen meneo no arregle.
—Colega son las... —pausé para ver mi reloj— seis de la mañana. Guarda las "bromitas" para otro momento.
—Vale, vale —masculló—. Este se ha levantado con la regla.
Exhalé. Cristóbal era una de las personas más agradables que había conocido en los últimos años. El problema es que su mente estaba atrapada en una fiesta sin fin, en consecuencia; se metía en peleas absurdas, soltaba sinsentidos y pensaba mucho en sexo (demasiado, quizás).
Salí de la habitación faltando veinticinco minutos para empezar mi turno de fines de semana. Por suerte, aquel mes no tendría que cargar cajas en el almacén, ni morirme de frío delante de los congeladores (me habían asignado la zona de higiene).
—¿Es que piensas dormir en todas las habitaciones de esta residencia? —Oí la voz de alguien.
Lo normal habría sido seguir mi camino e ignorar a cualquiera que se pasease por allí. Al fin y al cabo, a esa hora casi todo el mundo estaba volviendo a su cama con resaca. Cabe aclarar que esta era una residencia para hombres, por ende, las chicas que lograban colarse aprovechaban ese momento para volver a sus propias habitaciones.
—¡Deja de seguirme!
Fue allí donde me di cuenta de quién era la persona de adelante.
—Yo no...
—¡No te estoy siguiendo! ¡Voy al baño! —Le respondió alguien más—. En todo caso, quería darte un consejo.
—No lo quiero.
—Ya, bueno. Deberías ser más discreta. A los demás se les hace raro que siempre salgas de una habitación distinta.
—¡Dios, entiende que no puede importarme menos! ¡Si creen que soy puta, es mi problema! ¿¡Lo pillas!?
Aceleré mis pasos hacia el lugar donde estaba Macarena y es que, debido al volumen de su voz, muchos estiraban el cuello tratando de reconocerla.
—Eh, ¿qué tal?
La chica me respondió alzando la cabeza. ¿Le había molestado mi intervención? ¿Quería que la dejase en paz?
—Soy Elías.
Su "amigo" no contestó, en lugar de eso, dio un paso hacia atrás, me inspeccionó de arriba abajo, y preguntó: —Así que, ¿es verdad que terminaste con Rumi?
Carraspeé incómodo. Estaba claro que yo no era mejor que nadie en cuestiones morales.
—Veo que ya me conoces —sonreí—. Por cierto, creo que somos compañeros de piso. Mi habitación es la trescientos ocho. Si quieres te puedo meter al grupo del WhatsApp. No hablamos mucho por ahí, pero los domingos solemos ir a por unas birras al Montaditos.
La idea pareció agradarle porque su actitud cambio como por arte de magia. —¿En serio?
—Pues claro.
—Ah, sí, cierto —habló rápido—. Soy Rubén. Todavía voy en segundo, pero en mi clase eres una leyenda. Te lo juro, tus trabajos son la leche. No sé cómo algunos te siguen comparando con Rumi. A la tía le faltan huevos y su técnica no es para tanto.
Mantuve la boca cerrada. Mi estrategia para integrarme dentro de la universidad había sido "ir de puntillas con la gente", y ya solo me faltaban un par de meses.
—Casi mejor que rompieran —continuó—. Habrá que agradecérselo a Maca.
Al oírlo, ella giró sobre sus pies y se fue sin despedirse. Ahora no me cabía duda de que estaba furiosa.
—Venga, hablamos otro día —Me obligué a prometer.
El tal Rubén estuvo a punto de contestarme, no obstante, corrí detrás de Macarena.
La chica era rápida, aunque también es cierto que atropelló a todos los que se le pusieron en frente. A raíz de esto, no faltaron frases como "joder, zorra"; "más despacio, muñequita"; o "¿nos conocemos?", a lo que ella respondía con un bufido o enseñándoles el dedo medio.
—¡Eh, Macarena! —grité previendo que volvería a perderla de vista—. ¿Me das un segundo?
Ella miró hacia ambos lados como si sospechase que hablaba con otra persona.
—Venga, date prisa que se me está congelando el culo.
No me sorprendió. Llevaba un vestido y un abrigo muy delgado para la época en la que estábamos.
—Sí, ya —murmuré—. Si quieres podemos hablar mientras caminamos.
—¿No tienes que ir a algún sitio?
Lo medité unos segundos. Iba a ser mi primer retraso desde que empecé a trabajar en el supermercado. No pasará nada. Y con ello en mente, la acompañé hacia la zona donde vivía.
—De nuevo, quería disculparme —Ella elevó sus hombros, e hizo un gesto para que fuese directo al grano—. Ya, bueno. ¿Tienes plan para esta tarde?
—Depende.
—¿Quieres comer conmigo? —Tras mi pregunta, aclaré: —Mi consciencia no me deja dormir.
—Paso.
—Tranquila. Podemos ir a uno de esos restaurantes pijos.
Ella frunció el ceño, mirándome. —Si realmente tienes un sentimiento de culpa es porque te lo mereces. No pienso darte ánimos. Tampoco voy a decirte que lo que haces está bien solo porque tu vida es una mierda.
—¿De dónde sacas que mi vida es una mierda?
—Si tu vida no es una mierda entonces te envidio.
—Escucha, intento llevarme bien contigo.
—¿Por qué?
—Porque sí. Soy una buena persona y si me das la oportunidad de...
—¿Por qué te preocupa tanto la opinión de los demás? —inquirió con una risita sarcástica—. No somos amigos. Y perdona que te lo diga, pero dudo que algún día lo seamos.
—¿Qué hay de malo en mí?
—Pues... —Dejó de caminar, cruzó los brazos y resopló—. Incluso si me olvido de todo lo que ha pasado, eres el tipo de persona que más me molesta.
—¿Ah sí?
—Eres un quedabien.
Pestañeé confundido. Si bien entendía el significado de la palabrita, era la primera vez que alguien la utilizaba en mi contra.
—¿A qué te refieres?
—A que estás acostumbrado a caerle bien a todo el mundo.
—¿Y por qué es algo malo?
La chica volvió a sonreír. —Hombre, no lo sé. Cuando alguien me dice que es amigo de todos, o es un falso, o es un imbécil.
—O simplemente es una buena persona.
—Pues vale. Si eso te ayuda a dormir por las noches.
—Madre mía, ¿te han dicho que eres un poco borde?
—No, que va. Eres el primero —pestañeó inocente—. El resto dice que soy MUY borde —Pausó para arreglarse el flequillo—. En fin, si no tienes nada más que decir...
Otro en mi lugar se habría ido. Yo, sin embargo, no iba a darme por vencido. — ¿Qué te parece empezar de cero?
Macarena abrió los ojos, escéptica. Quizás considerando la posibilidad de que fuese más tonto de lo que creía, y aquello me resultó gracioso. No porque subestimase mi inteligencia, sino porque reaccionaba de formas inusuales.
—¡Ay, Dios! Eres el rey de los quedabien.
—Otra vez con lo mismo.
—¿Qué esperas? Mi instinto básico me dice que me mantenga alejada.
—Perdona que te lo diga, pero tu instinto básico es una mierda.
Ella mordió sus labios antes de que se le escapase una risotada. Fue apenas un segundo, aun así, bastó para que me relajase. Incluso tengo que confesar que aproveché ese instante para darle un buen repaso. Macarena era más alta que la media (rondaba el metro ochenta, probablemente), tenía el cabello rubio y un bronceado artificial. También llevaba varios tatuajes en el lado izquierdo de su cuerpo.
Sin duda, destacaba muchísimo. No obstante, su verdadero atractivo radicaba en su mirada. Quedé embobado por esos ojos cargados de soberbia. Básicamente, te obligaba a reconocer su superioridad. Joder, ¿desde cuándo soy un masoquista? Ella ni siquiera era mi tipo.
—¿Y bien?
—¿Qué?
—¿Quedamos esta tarde? Allí podrás decirme qué otras cosas odias de mí.
—Qué arrogante —bufó—. No te conozco de nada, ¿por qué desperdiciaría mi tiempo odiándote?
—Has dicho que soy...
—Eso no significa que te odie —me cortó—. Simplemente no creo que yo vaya a agradarte, y viceversa.
—Pero ya me agradas.
—¡Venga ya! O estás con Dios, o estás con el diablo.
—¿Y eso qué significa?
—¿En serio tengo que explicártelo? —preguntó, caprichosa. Después, al verme asentir, prosiguió: —Si no eres un falso, solo podrás caerle bien a uno de los dos. O es Dios, o es el diablo. Punto.
—¿Y quién es quién en esta historia?
—Tomando en cuenta el círculo en el que te mueves, yo diría que soy Dios.
Sonreí. Era consciente de que Macarena tenía un mal concepto de algunos de mis amigos. No la culpo, yo también solía tener esa clase de prejuicios cuando llegué a esta universidad.
—Macarena...
—Maca —me corrigió.
—Vale, Maca —Ella rodó los ojos—. ¿Quieres que pase a buscarte o prefieres que nos veamos aquí a las tres?
—Vale, Eli... ¿Te puedo llamar Eli? —Me abstuve de negar. El diminutivo era horrible, pero no quise llevarle la contraria—. Pues serás Eli a partir de ahora —resolvió con malicia—. Hace frío, tengo sueño, y tengo la impresión de que solo te irás si te digo que sí.
—No te estoy obligando.
—Que sí, que sí. Ya me quedó claro que eres perfecto —se encogió de hombros—. Pásate por mi departamento. No me apetece ir a ningún sitio, así que trae comida, ¿contento?
—Muchísimo —ironicé. Ella, debido a esto, frunció el ceño—. Perdona. En realidad, sí que me alegra que hayas aceptado.
—Me has pillado de buen humor.
¿Buen humor? Me eché a reír.
—Joder, que hablo en serio. En circunstancias normales, ni siquiera te habría dirigido la palabra.
Por supuesto, no era ignorante. Maca tenía el cabello revuelto y el maquillaje a medio hacer. Sabía lo que aquello significaba: —¿Una buena noche?
Me arrepentí al instante. La cara de la chica había pasado de un "me das igual", a "métete en tus asuntos".
—Regular, diría yo. —Fue lo último que le escuché decir. Después me adelantó.
Joder, joder, joder, joder... Debí quedarme callado.
—¡Eh! ¿¡Qué quieres almorzar!? —grité tratando de llamar su atención.
Ella se giró y, caminando en reversa, levantó las manos (como quien dice "no sé" o "sorpréndeme"). Lo que sea, estaba claro que la conversación había finalizado.
✪ ツ❥☼❥ツ✪
Hola. ¿Qué pensáis del primer capítulo narrado por mi Elías?
YO: Maca es un poco bruta, pero lo ha calado bien... Elías es un quedabien, y el problema de serlo es que se ha ido despersonalizando. Aún así, dadle la oportunidad de crecer :3
La relación de estos dos será de todo, menos normal.
Por cierto: ¿Macalías o Elirena?
*ignorada*
BYEEEEE <3
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