2: Engañas
Cinco días después, creía que las cosas iban a volver a la normalidad. O al menos, ya no tendría que esconderme de las fans de Rumi.
Griffin: ¿Quieres que nos veamos esta noche?
Maca: Tengo que estudiar
Griffin: ¿Aun estás cabreada?
Maca: No
Griffin: Venga, ya te pedí disculpas
Griffin: Elías es mi colega, y solo quería hablar contigo
Suspiré. No estaba enfada con él porque le hubiese dado mi dirección a Elías, sino porque tomaba decisiones estúpidas sin consultármelo. Y ya sé que no nos debíamos nada, pero aquello excedía mis límites.
Por otro lado, habría deseado que (como mínimo) se preocupase un poco más. O sea, Elías fue la razón por la que falté a clases toda la semana. ¿Tan insignificante era para las personas?
Maca: ¿Y cuál es el plan?
Conocía el plan, no obstante, me sentía un poco abandonada. En todos esos días, nadie me había preguntado cómo estaba. Supongo que no podía quejarme. Rechazaba las llamadas de mi familia, y era muy distante con quienes se me acercaban.
Esto es la vida real —pensé—. No le des vueltas.
Griffin: Hoy tengo la habitación libre. Compraré pizza y cervezas. ¿Te apuntas?
Hijo de puta.
Maca: ¿Puedo elegir la pizza?
Genial. Mi dignidad está por los suelos.
Griffin: Pues claro... ¿De qué la quieres?
Maca: Te lo diré luego.
¿Se puede ser más tonta? A estas alturas, me costaba entender el funcionamiento de mi cerebro.
A Griffin lo conocí en mi primer año de carrera. Tanto en físico como en personalidad, no vi algo que llamase mi atención. No obstante, fue el único que se molestó en enseñarme todas las instalaciones. ¿Me líe con él por esa razón? Puede. De todos modos, aquello no dejó de ser algo casual. Ni siquiera nos molestamos en ponernos etiquetas. Nada de folla-amigos, o amigos con derecho, si acaso conocidos. Eso sí, teníamos nuestros números agendados en el móvil.
Alrededor de las ocho y veinte fui a la cafetería del campus. Tenía que hacer tiempo hasta que Griffin saliera de sus clases. Creía que sería una buena idea. Sin embargo, no podía estar más equivocada.
Ese día iba reencontrarme con el pasado. Y en este caso, el pasado se llamaba Amelia Sencianes.
—¡Venga ya! —exclamó—. Casi no te reconozco.
No tuve la necesidad de alzar la vista para saber de quién se trataba. Ni en un millón de años sería capaz de olvidar esa maldita voz.
—¿En serio vas a ignorarme? —inquirió en un tono infantil—. Con el trabajo que me costó encontrarte.
Mi corazón latió más rápido. ¿Entonces no había sido una casualidad? ¿Qué quería? ¿Es que no se cansaba nunca? Maldita sea. A veces me sorprendía de mi propia ingenuidad. Amelia me odiaba, y no iba a detenerse hasta que una de las dos hincase la rodilla.
—Alguien me dijo que te encontraría aquí.
—Estás loca —bufé.
—¿Quién? ¿Yo? —rio a la vez que se sentaba delante de mí—. Éramos mejores amigas, ¿cómo puedes ser tan cruel?
Cogí mi bolso con intenciones de irme. Amelia era un ser humano despreciable, y no quería oír cómo tergiversaba los hechos. Porque según ella, yo era la villana de su cuento de hadas.
—¿Cómo llevas la semana?
La frialdad con la que lo preguntó me hizo estremecer. De todos modos, volví a mi sitio. Quería dejarle en claro que ya no tenía poder sobre mí.
—¡¿Qué coño significa eso?!
—¿No lo entiendes? —Enarcó una ceja, divertida—. Supongo que Rumi se ha quedado con todo el crédito.
—¿De qué la conoces?
—Instagram —contestó. Después hizo un mohín, y añadió: —Le prometí que, si me ayudaba me ocuparía de su novio —bostezó—. Pero Elías no es mi objetivo. Me da igual lo que les pase a esos dos.
Desde luego, Amelia no estaba mintiendo. Ella era capaz de eso y más. El único punto positivo es que finalmente el puzle estaba completo. Tanto Rumi como Elías habían sido utilizados a su conveniencia.
Am siempre fue una niñata caprichosa que disfrutaba de la crueldad. Algo normal cuando no te ponen límites. Y es que, incluso entre los ricos, su familia estaba a otro nivel.
—Vamos a aclarar algo —dije con desdén—. Si te vuelvo a ver, pediré una orden de alejamiento.
Amelia soltó una carcajada a la vez que cruzaba las piernas. —Adelante.
—No me pongas a prueba.
—¡Venga ya! —exclamó—. Por tu culpa, mi vida es una mierda.
—Casi cuatro años y sigues pensando que eres una víctima. Eso es patético.
—Escúchame bien —bramó con rabia. Enseguida, al percibir unas cuantas miradas curiosas, moderó el tono de su voz—. Mentiste, robaste, y te saliste con la tuya.
—¿Mentí?, ¿cuándo?
Quizás Am no lo veía de ese modo, pero ella acosaba a las personas. En aquella época, nadie se rehusaba a complacerla. Daba igual cuan ridículas fueran sus exigencias porque todos le tenían pavor a su familia. Lo peor es que hubo quienes la imitaron (yo incluida).
Fui su mejor amiga, lo que significaba dos cosas: primero, que compartíamos nuestros secretos; y segundo, que aplaudía sus actos.
El tiempo pasó y comencé a sentirme mal por las cosas que hacíamos. No pretendía enfrentarla, lo único que quería era distanciarme de ella. Por supuesto, Amelia lo interpretó como una señal de guerra. Puso a todo el instituto en mi contra, y al cabo de un tiempo, las bromas y las burlas se convirtieron en mi día a día. Al final, el hostigamiento llegó a tal punto que temía por mi propia seguridad.
—Me denunciaste por violencia escolar —afirmó tras un gesto irónico—. Una hipocresía tomando en cuenta que hacías exactamente lo mismo que yo.
—Y nunca me lo perdonaré.
—Pero eso no es lo peor, ¿cierto?
En efecto, se refería al hecho de que expuse los secretos que me confió en amistad. Y podría justificarme de mil maneras, no obstante, era consciente de mi error.
—Ya me castigaste por ello —repliqué—. ¿O no recuerdas que acabé en un hospital llena de fracturas y lesiones?
—No es suficiente. Esta vez quiero que el dolor te queme por dentro.
La miré a los ojos. Gracias a Am estaba llena de inseguridades y de miedos. Antes de ella no había tenido ni un solo amigo. Y después de lo que pasó me quedó claro que no podía confiar en nadie.
—Te recomiendo que busques ayuda.
Eran las ocho y cuarenta y dos cuando me percaté de que Griffin ya se encontraba dentro de la cafetería. De hecho, se había sentado en la barra esperando a que le diese alguna señal (ya sea para acercarse, o para irse).
—Ni siquiera pienses en huir —advirtió de pronto—. Si desapareces, podría desquitarme con tu hermano, Andreas.
Me levanté como un resorte yendo directo hacia ella. —No me faltes el respeto de esa forma, pedazo de mierdecilla —Acto seguido, posé mis labios sobre su oído—. Como toques a mi familia, te arrancaré los brazos.
Amelia esbozó una sonrisa. Me conocía tan bien que sabía cómo hacer que perdiera los estribos.
—Venga, no hagas esperar a tu cita —señaló a Griffin—. Parece ansioso.
Respiré hondo. Al menos, estábamos de acuerdo en no protagonizar una escenita en el campus.
—Tranquila, muy pronto volverás a tener noticias mías.
—Vete al infierno.
Sin despedirme, me dirigí a la barra y saqué a Griffin de ese lugar. Él hizo varias preguntas, sin embargo, no respondí. Me limité a decirle que tenía ganas de follar. Al final de la noche, el sexo y el alcohol me habían librado de todos esos pensamientos intrusivos.
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Hola. ¿Qué os ha parecido?
Muy pronto habrá más detalles del pasado de Maca y Am. Por cierto, no subestiméis la venganza de Amelia porque es el verdadero misterio de esta historia.
Pequeño spoiler: Andreas es el mellizo de Maca y tendrá más relevancia en el futuro.
Besos... <3
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