1: Repites patrones
Al día siguiente, no salí de mi habitación. Tenía patatas, helado y una lista de películas que había postergado durante meses. Era el plan perfecto tomando en cuenta que todo el mundo me odiaba. Y no, no era una exageración. Las cuentas de Rumi estaban repletas de mensajes del tipo; "eres mejor que ella", "¿quién pasa de Cartier a bisutería barata?", y "ojalá les aplaste el karma".
Por suerte, había borrado mis redes sociales varios años atrás.
—Eh, Maca... —Solté un bufido al ver a mi compañera, hablándome—. Voy a bajar al súper ¿quieres algo?
Ni siquiera le respondí, Harper no era una persona de confianza. Mis madres le pagaban para que las mantuviese al tanto de todo lo que hacía. Si me iba con un tío, se enteraban; si faltaba a clases, se enteraban; sea lo que sea, se enteraban. Menos mal no les había contado el asunto de Rumi.
—Venga ya —se molestó—. ¿Cuándo vas a madurar?
Fingí una sonrisa. —Cuando lo haga, te aviso. No quiero que te retrases en tus informes.
—Olvídalo. ¡Haz lo que quieras!
Salió de mi habitación dando un portazo.
—Puta chivata —mascullé.
Y justo cuando iba a echarme otra siesta, oí el timbre. Lo habría ignorado, pero volvieron a tocar. En mi cabeza, solo podía tratarse de Harper (ya que solía olvidar las llaves dentro del departamento).
—Voy a romper ese timbre —me dije a mí misma.
Entonces abrí la puerta y lamenté no haber comprobado quién llamaba. Es obvio que no se trataba de mi compañera de piso.
Delante de mí estaba el mismísimo Elías Blasco (mi supuesto amante). Y joder... Era más atractivo en persona. Sus ojos sí eran verdes, sus labios sí eran apetecibles, y su mandíbula sí era perfecta.
—¿Tú eres Macarena?
Me escrutó de arriba abajo, y por un momento, me olvidé de todo. Ese chico imponía de tal forma que sentí una punzada en el vientre. ¿Le estaba gustando lo que veía? Mi pijama apenas cubría la mitad de mi cuerpo y aún así me moría de calor.
—Yo soy Elías.
Rápido, volví a mis sentidos. —¿Quién te ha dado esta dirección?
—Un amigo en común.
—Qué raro, porque no tengo ningún amigo.
"¿Seré estúpida? ¿Por qué he dicho algo tan patético?". Apreté los dientes.
—Lo siento.
Me desinflé como un globo al percibir un atisbo de lástima en su voz. Odiaba esto. Odiaba sentirme tan vulnerable. Me negaba a flaquear por este tipo de estupideces.
Estaba enfada y Elías Blasco era el culpable.
—Venga, lárgate —dije mientras cerraba la puerta.
Él, sin pensárselo, puso el pie antes de que lo dejase afuera. —Solo dame un minuto.
—¿Es lo que le dices a todas?
No se rio. En cambio, respondió a mi broma con un gesto arrepentido. ¿Por qué cojones me hacía esto? La gente como él me ponía de mal humor.
—No creo que sea buena idea quedarnos en el pasillo —Apuntó hacia un par de ancianas, mirándonos—. ¿Puedo pasar?
Crucé los brazos.
—Lo entiendo —dijo—. Pero todo esto tiene una explicación. Lo único que te pido es que hablemos en privado.
Bufé con rabia. ¿Por qué de repente yo parecía ser la mala? —Me da igual, lo único que quiero de ti es una disculpa. En público.
—¡Lo haré! —declaró firme. Después cerró los ojos, y en un tono más bajo, añadió: —Más o menos.
Asentí. Después de veinte años había aprendido a no esperar nada de nadie.
—Olvídalo. Me da igual.
Y en cierto modo, era verdad. Fui una paria social, así que estaba acostumbrada a las críticas. Una más, una menos. Aquello no iba a matarme.
—Macarena, te prometo que solucionaré esto —se apresuró a hablar—. No soy una mala persona. Nunca he hecho...
De repente, su móvil empezó a vibrar. Estaba recibiendo una lluvia de notificaciones y no pareció una buena señal. Incluso, tuve la impresión de que le temblaron las manos al sacarlo de su bolsillo.
—¿Qué pasó?
—No lo sé —dijo desbloqueando el dispositivo.
De forma inconsciente le eché un vistazo a su pantalla. Lo habían etiquetado en un vídeo y aquello hizo que me sintiera cohibida. ¿Serían fotos de mi pasado? ¿Qué tan mal podía verme?
—Elías...
—Menos mal —soltó aliviado—. No es importante.
Entorné los ojos. Luego saqué mi móvil para comprobar a qué se refería.
—¿Qué es esto?
El vídeo se había grabado en un supermercado, justo en la zona de mariscos. La persona que filmaba se había escondido en uno de los pasillos para que su cámara captase al trabajador disfrazado de gamba.
Me tomó bastante tiempo atar todos los cabos, e incluso viéndolo seguía sin creerlo.
—¿Eres tú?
Más allá de que el disfraz fuese horrible, Elías aparecía bailando (muy mal, por cierto) mientras una de sus compañeras repartía muestras del producto que promocionaban.
—Soy yo —respondió encogiéndose de hombros.
Respiré hondo antes de moverme a un lado para que entrase.
—Gracias.
—No lo hago por ti —aclaré—. Simplemente no quiero que me graben.
El chico ladeó una sonrisa, y silenció. Durante varios segundos, no volvió a decir ni una palabra. Allí me di cuenta de que estaba observando mi departamento con un gesto hipnotizado.
—¡¿Vives aquí?!
Asentí reconociendo que era algo excesivo para una estudiante universitaria, sin embargo, no hubo muchas opciones cuando me mudé. Todas las residencias estaban llenas, y mis madres querían que viviese cerca del campus. Además, una de las "ventajas" fue que (al haber una habitación extra) pudieron enviar a Harper para que me espíe.
—Tienes cinco minutos —Hice un ademán de manos—. Más te vale no aburrirme, o te sacaré a patadas ¿lo pillas?
Elías tragó saliva luego de mi inocente amenaza. Me compadecía de él. Al fin y al cabo, yo era una desconocida con muchas cartas de ser una psicópata.
—Cinco minutos —repitió para sí mismo. Tras esto, levantó la cabeza con resolución—. Vale, supongo que tendré que hacer un resumen.
Me senté en el sofá, y el chico se quedó de pie (como un cachorrito que espera una invitación).
—¡Venga! —lo apuré.
—Sí, ya, claro. Primero quería disculparme —comenzó a exponer. Di por hecho que, esto lo había ensayado antes de venir—. Segundo —pausó contrariado—. ¿Qué era lo segundo?
Solté una risita y golpeé el sofá para que se sentase. —Venga, respira.
—Perdona. Es que acojonas un poco —masculló mientras ocupaba el otro extremo del sofá—. Lo que intento decir no es fácil, ni agradable.
—Si es algo ilegal, paso.
—¡No lo es! —exclamó—. O eso espero.
—¿¡Me tomas el pelo!?
Elías se rascó la nuca. —Yo no comencé el rumor.
—Pero sí que lo confirmaste.
Para mi sorpresa, asintió. En el fondo, esperaba que me dijese que él no había tenido nada que ver, y que al igual que yo fue una víctima de las circunstancias. No obstante, mis esperanzas murieron en ese mismo instante.
—Vale, no hace falta que sigas.
—Espera —Se impulsó hacia mí. Su cara estaba demasiado cerca de la mía y fue un alivio no sentir nada (aparte del cabreo)—. Te prometo que haré lo que me pidas cuando acabe de hablar. —Se veía tan desesperado que me invadió un sentimiento de pena, algo que notó enseguida—. Vale, iré al grano.
—Qué detalle.
Bajó la mirada y se concentró en sus manos.
—Hice algo que podría costarme la beca. O la expulsión definitiva —reveló desmoralizado—. No sé si estés al tanto, pero para solicitar una plaza en nuestro departamento tienes que presentar un portafolio.
Pestañeé confundida. —¿Qué tiene que...?
—A eso iba —me cortó—. Verás, hace unos meses me contactó una chica para que le "ayudara". Da la casualidad de que su nombre era Macarena.
—¿Y te liaste con ella?
—Que va. Ni siquiera sé si existe de verdad —Suspiró—. Cuando iba a entregarle el portafolio, ella hizo un montón de solicitudes extrañas —Se arregló el cuello de la camiseta—. Me presenté en el lugar, pero tuve la sensación de que era una trampa. Evidentemente no iba a dejar que me atrapasen, así que me fui.
Aquella historia seguía sin darle sentido al problema en el que me metió.
—Por suerte, no hay pruebas de nada. Los "clientes" no contactan directamente conmigo —Frunció el ceño—. Excepto el día del encuentro. Voy yo por si hace falta algo, o no están conformes con mi trabajo.
Esperé un buen rato antes de preguntar: —¿Y qué pinto yo?
—Creo que fue Rumi —Se tensó—. Esa misma noche ella vino a mi habitación, me revisó el móvil y se pilló un cabreo de la hostia —dijo serio—. Había leído los mensajes con esa tal Macarena, y como ya te dije, lo único que encontró fue un "nos vemos detrás de mi residencia, a las once".
—Quizás solo hayan sido celos.
—Eso no le pega. Las cosas entre ella y yo no han estado bien desde hace meses —replicó—. El comité disciplinario ya sospechaba de mí. Por eso, Rumi le hizo capturas a ese mensaje y me acusó de engañarla. Creyó que diría la verdad si me acorralaba.
—Y en su lugar, reconociste una infidelidad.
—Nunca imaginé que te atacaría públicamente.
—¿Por qué yo?
—Eres la única Macarena a la que han visto en la residencia —dijo no muy convencido de esa teoría—. Está claro que, Rumi no iba a reconocer que usó un nombre falso. Ni que hizo todo esto para que me echasen.
Justo en ese momento enderecé mi espalda y até mi cabello en una coleta. Tuve cuidado de no descubrir mi frente. Ya después, me dediqué a sacar mis propias conclusiones. Elías no era inocente. Gracias a él, un puñado de idiotas ingresó a esta universidad sin merecerlo. En cuanto a Rumi... De ella no sabía nada. No podía fiarme de lo que su exnovio me estaba contando.
—Entonces no vas a hacer nada.
Elías tomó una bocanada de aire. —He venido a dar la cara.
—¿Crees que una disculpa es suficiente? ¿No esperarás que me compadezca de ti?
—Escucha, la gente se olvidará de esto en un par de días.
—Entiendo.
—No entiendes —musitó—. Soy asquerosamente pobre y estudió una carrera sin futuro. Pero sigo aquí. He trabajado duro por esto. Y si me voy, nada habrá valido la pena.
—¿Qué quieres de mí?
—Que lo dejes estar. Tomaré la responsabilidad de todo. Les diré que yo te engañé. Que te vendí la historia de que ya había roto con Rumi... —De repente, su voz se fue apagando—. A cambio, te daré lo que quieras.
Masajeé mis sienes, escéptica. ¿Qué clase de broma era esta?
—¿Y si me niego?
Él se echó hacia atrás como si aquello supusiese una derrota. —En ese caso, diré la verdad.
Resoplé. No quería tomar una decisión tan complicada. Por un lado, no le debía nada a Elías (ni siquiera era mi amigo), y por el otro, le estaba agradecida. Vamos a ver, cualquier otro habría mantenido la mentira sin consultarme. Y sí, mi concepto de los hombres era tan bajo que el respeto básico me parecía lo máximo.
—Suponiendo que te sigo el juego, ¿tendré que fingir que estamos en una relación?
Sus ojos brillaron. —No hace falta. Podemos decir que me dejaste.
Lo medité en silencio. No era una mala idea, y quería zanjar ese asunto lo más rápido posible. Sea que mereciese un castigo (o no), la mejor opción era mantenerme al margen.
—Valeeeeeeee —acepté haciéndolo sonreír—. Pero si alguien me pregunta le diré que eras muy raro. En plan siniestro.
—No hay problema.
—Y que tenías unos fetiches muy locos —condicioné con malicia.
Elías torció los labios. Su mente todavía estaba procesando lo que aquello significaba.
—Está bien —dijo, y al cabo de un rato, se atrevió a preguntar: —¿Fetiches de qué tipo?
—Axilas y pis.
Él asintió de forma robótica. —Perdona, ¿has dicho pis o pies?
—Pis.
Vi cómo un "mierda" se escapaba de sus labios. Eso me pareció tierno. Claro que, no dejaba de ser un idiota.
—Pero si no quieres...
—No, no, sí quiero —se precipitó a hablar—. Puedes decirle a todo el mundo que soy un rarito que disfruta meando a sus parejas.
—Al revés —sonreí—. Les pides que te meen a ti.
Esta vez, Elías se llevó una mano a la frente. Es posible que estuviese revaluando sus alternativas. ¿Qué era peor para él? ¿Una expulsión, o la etiqueta de "fetichista del pis"? Me sorprendió que no se diese cuenta de que no hablaba en serio.
—¿La lluvia dorada es necesaria? Porque hay otros fetiches que puedes...
—Solo estoy jugando.
Me levanté de mi sitio y fui a por un cigarrillo. No me gustaba fumar a tan escasas horas de la mañana, sin embargo, las interacciones sociales me provocaban un poco de ansiedad.
"¿Tendrá alguna intención oculta?", "¿pensará que soy una guarra", "¿o que soy insignificante?". Eran las interrogantes que aparecían en mi cabeza.
—Macarena —me llamó al verme caminando hacia el balcón—. Gracias.
Le di una calada al cigarrillo, y con mi brazo libre abracé mi propio cuerpo. Corría un viento helado afuera del edificio. Me pregunté a cuántos grados estábamos.
Diciembre está a punto de comenzar.
—En serio, te debo una. Si algún día necesitas algo, siéntete libre de pedirlo.
—¿Qué puedo querer yo de ti, Elías Blasco? No tienes nada.
Imaginé que se iría al instante, pero contrario a ello, se posicionó a mi lado.
—¿No te molesta el humo?
—En la residencia casi todo el mundo fuma.
Esbocé una sonrisa. ¿Cuándo me volví tan genérica? Básicamente, cumplía con todos los tópicos de una chica promedio. Pircings, tatuajes, tabaco... Me sentía como la muñequita de un euro con noventa y nueve céntimos que vendían en los bazares chinos.
—No importa el día ni la hora, solo tienes que llamarme —dijo en medio de ese silencio mortuorio—. Nunca olvido mis deudas. Te prometo que soy una buena persona.
—Una buena persona que le hace los deberes a unos niñatos pretenciosos —hablé para mí misma—. El mundo es una mierda por cosas como esta.
Esperaba que se molestase. No quería que volviese a su piso con la falsa idea de que estaba de su lado.
—Es cierto —reconoció—. Pero el dinero no me cae del cielo. Tengo que pagar mis gastos de manutención, los materiales de la uni, y... —Con el ceño fruncido y la mandíbula en tensión, Elías estrechó la distancia que nos separaba. Luego, mirándome a los ojos, aspiró el humo del tabaco—. ¿Crees que me gusta? Es mi trabajo y ni siquiera puedo firmarlo con mi nombre.
"Qué cálido es su aliento". Inhalé despacio y retrocedí.
—Si admito que soy una perra ¿podemos acabar con esta conversación?
—No hace falta —contestó—. Te dejaré en paz.
✪ ツ❥☼❥ツ✪
Ahora ya tenemos a los dos protagonistas. ¿Qué pensáis de ellos?
Maca es...
Elías es...
Hay cuatro años de diferencia entre Maca y Elías, ella 20 y él 24.
Y no quiero asustaros, pero Rumi es un ángel a comparación de los verdaderos villanos de esta historia *-*
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