•Capítulo 20. Keira•
Nunca he sido tímida, pero tampoco esa chica que se atreve a dar el primer paso. Estoy viviendo una locura que me está haciendo feliz. Se lo que quiero y es a él. Puede que no viva una relación romántica como les gusta o tienen otras chicas, pero no puedo negar que estoy escribiendo los momentos más increíbles que haya pasado nunca.
Sí, lo elijo a él. Como todo hay ventajas y desventajas. La ventaja, estoy con el hombre que me encanta y disfruto del mejor sexo que haya tenido nunca. Desventajas, que puedo terminar enamorándome de él y eso no sería bueno para mí. Aún así decido arriesgarme, es lo que quiero.
Camino asegurándome que no haya ya nadie en el piso.Entro al lavado y me pongo la lencería que había comprado en Plaza Ghirardelli. Me miro al espejo. Que sea él quién diga la última palabra.
Me unto lociones por todo el cuerpo. Coloco nuevamente mi vestido y salgo hacia la oficina de mi Stone.
Toco la puerta como de costumbre.
—Adelante —su voz es ronca.
Entro y cierro la puerta tras de mí.
—Señor Stone, —me observa de arriba a abajo con descaro— quería saber si estaba usted muy ocupado.
Apoya su espalda a la parte superior de la silla, después de recorrer mi cuerpo con esa mirada que después de tanto me sigue impactando, sonríe provocativo.
—Es lo único que viniste a hacer aquí —me dice.
—La verdad es que...—comienzo a quitarme el vestido suavemente—...quería tener la opinión de mi jefe sobre como me queda esta lencería.
Doy una vuelta para que me vea bien.
Me siento frente a él en la mesa y coloco un pie sobre su silla.
Me toma de las caderas y me sienta a horcajadas sobre a él.
Su mano recorre todo mi sexo sobre la fina tela de la braga. Acaricia un poco más e introduce su mano bajo ella. Arqueo la espalda ante el roce. Con sólo tocarme hace que salga de mi órbita.
Me encanta, porque me hace sentir deseada, como si fuera la mujer más perfecta del mundo. De la manera que recorre cada espacio de mi piel, despacio, hace que explote de placer. Es intenso, es un misterio. Rompemos las reglas, jugamos nuestro propio juego.
—Nena, me encanta —comienza a mover su mano sobre mi clítoris, con la otra agarra mi cuello y me empuja hacia él—. Aunque no te niego que quiero tenerte completamente desnuda ya —susurra a mi oído.
—Pues entonces estas hablando demasiado —lo reto.
Se acerca a mi boca, me come a besos y mordidas, sin temor, brusco.
En mi interior doy saltitos de emoción ligados con placer. He logrado ser yo quien decida.
Tocan la puerta. Me quedo inmóvil.
—¿Qué pasa? —ruge el león.
—Señor, necesito entregarle unos documentos —informa Dafne.
Aiden iba a hablar pero lo detengo.
—Recoge los documentos sino va a sospechar.
Me meto debajo de su enorme mesa. Él mueve la silla un poco más hacia adelante.
No puedo aguantarme. Safo el cinto y le desabrocho el pantalón.
—Buckett ¿estás loca? —pregunta mientras libero su erección.
—Sí. Acaba de atenderla que me estoy impacientando.
Él por primera vez en la vida hace lo que digo. Ahora mismo me siento como Katy Perry en el video de Dark Horse.
Paso mi lengua de arriba hacia abajo sobre el pene, sin meterlo en mi boca, a la vez acaricio sus testículos suavemente.
Le hago una seña para que acabe con Dafne.
—Adelante Dafne.
Muevo mi lengua en círculos sobre la punta del pene mientras que con la otra mano estímulo el resto de su sexo.
—Aquí tiene señor —dice Dafne—. Abby dejó estos documentos antes de marcharse. No vi a Keira, por lo que los traje yo personalmente.
Meto su pene en mi boca hasta donde más puedo, estiro mi lengua y masajeo su sexo haciendo círculos con ella y en cada círculo una succión.
La mano de Aiden se cuela bajo su mesa, agarra mi pelo y empuja mi cabeza.
—Dafne, si ya terminaste puedes marcharte.
—Está bien señor.
Lamo insistentemente la raíz del pene. Con una mano estímulo el pene con la otra acaricio sus testículos.
—Keira —ruge Aiden. Inclina la cabeza hacia atrás.
Me saca de abajo de la mesa y me pega contra el enorme ventanal de cristal. Suspiro. Esta frío.
Con una habilidad increíble me despoja de mi sujetador. Con un pie abre más mis piernas. Me da una nalgada. El calor me enciende. Vuelve a darme.
Aquí se me olvida que como este hay muchos edificios más, que con unos auriculares se me vería hasta la vida.
—¿Te gusta nena? —inquiere muy cerca de mi cuello.
Asiento con la cabeza.
Él se queda inmóvil. Sé que espera respuesta literal.
—Sí señor —contesto al fin, sin pena, ya soy adicta a su propio juego.
Azotes en la otra nalga. Su lengua recorre mi cuello y llega hasta el lóbulo de mi oreja.
—Te gusta provocarme —susurra.
—Si señor, me encanta —le digo.
Unta saliba en su mano y recorre su sexo con ella. Introduce su dura erección en mí. Gimo ante ese encuentro. Comienza a marcar el ritmo. Estoy totalmente entregada a su voluntad.
A Aiden le gusta tener el control, es posesivo, dominante, en sus manos hay placer infinito.
Con su mano agarra mi cuello, hala un poco mi cabeza hacia atrás y se apodera de mi boca. La presión de su mano en mi cuello, la intensidad de sus labios y su lengua pidiendo que abra un poco más la boca hacen que mi cuerpo se encienda aún más de lujuria.
Su erección empuja fuerte en mi sexo. Gimo. Una acometida más y mis piernas no responden tan bien. Otro movimiento fuerte y mi cuerpo se tensa deliciosamente en un orgasmo. Gimo descontroladamente contra la boca de Aiden.
Siento a Aiden en su silla de “jefazo”. Me acomodo a horcajadas sobre él, introduciendo poco a poco su sexo en mi interior.
Quiero más. Y voy a por ello.
—No sabes lo jodidamente rico que se siente que te esté controlando yo, precisamente aquí sobre tu silla de jefe mandón —le digo y tomo su boca para que no tenga opción de hablar.
Muevo mis caderas dando movimientos en círculos, hacia adelante y hacia atrás. Arqueo mi espalda ante la sensación tan increíble de placer. El aprovecha el momento para darme una palmada en los senos. Enciende más mi cuerpo. Me muevo aún más rápido. Con una mano lo agarro por el cuello. Jadeo. Muerdo su labio inferior tratando de controlarme. No dejo de moverme. Aiden gime contra mi boca. Se apodera de mis caderas, estrechándome contra él.
No aguanto más. Grito importándome una mierda donde estoy. Otra vez me corro. Mi sexo se contrae y aprieto a Aiden con mis piernas.
Aiden grita un “joder” y se corre en mi interior.
Me toma unos segundos recuperarme.
Lo mismo de siempre Keira agarra tus cosas y márchate que él no dará más que esto —me grita mi subconsciente.
Lo beso apasionadamente, a modo de despido.
—Me marcho —le susurro al oído y voy en busca de mi vestido.
—Buckett. Aún no he acabado contigo.
—¿Si? —inquiero—. Te recuerdo que ya tu no me mandas.
—Y yo te recuerdo que aunque a veces permita que te desarrolles no quiere decir que no tengo el control de tí.
Coge su chaqueta. Y camina hacia mí.
—Vámonos —demanda.
Salimos de la empresa en su Audi R8.
—Se ha convertido en mi favorito —dice él.
—¿A dónde vamos? —indago, obviando su comentario anterior.
—Buckett siempre la misma pregunta.
—Aiden siempre la misma actitud.
Llegamos a la playa Baker Beach. Esta playa es linda hasta decir basta. El punte Golden Gate brilla a lo lejos.
Me quito los zapatos y los tiro en el coche.
Me encanta estar aquí....con él.
—Aiden ¿estás bien? —le pregunto.
—Si Buckett.
—Lo digo porque es extraño que me hayas traído aquí contigo.
—Buckett a veces es mejor estar en silencio.
Si.. Es lo que haré permanecer en silencio. No arruinaré este momento.
—¿No quieres estar aquí? —pregunta él.
—Si. Claro que sí.
Las olas de la playa chocan contra mis pies.
Miro a mi alrededor, no hay nadie. Esta es mi oportunidad para cumplir mi deseo número dos: Bañarme en una playa desnuda.
Me desprendo de toda mi ropa ante la atenta mirada de Aiden.
—¿Qué haces Buckett? —pregunta confundido.
—Quiero bañarme desnuda y quiero que lo hagas conmigo —expreso divertida.
Mi deseo era bañarme desnuda ahora si le agrego a eso Aiden Stone, sabe mejor.
—Estás loca Buckett si crees que voy a desnudarme para meterme ahí —mete las manos en los bolsillos.
Vale la pena recordar por milésima vez que esa posición le queda demasiado bien.
—¡Qué aburrido eres! —manifiesto, como si esas palabras fueran a atribuirle la decisión de meterse a la playa desnudo conmigo. Pero, Aiden Stone, es Inmune a sentir.
Él sigue desde allá mirándome. Yo me preocupo solo por disfrutar.
Al cabo de unos quince minutos, salgo de la playa.
—Nos vamos Buckett —ordena.
—Tan pronto Aiden. No hicistes más que mirarme desde esa posición.
—Era exactamente lo que quería hacer. Ya vámonos.
Voy a colocarme la ropa interior.
—Dame Buckett —estira su mano.
—¿Qué? —pregunto.
—Solo llevarás puesto el vestido —declara.
—Aiden estás de broma.
—No Buckett, dame tu ropa interior.
Para alguien que fue a un restaurante sin bragas esto es una pasada.
Cumplo con su orden. Él los guarda en los bolsillos de su chaqueta.
Me pongo el vestido. Y nos vamos.
Asombrada de ver que no vamos en dirección a mi casa.
—Aiden...
—Buckett no vayas a preguntar ¿a dónde vamos? —me interrumpe.
Eso era exactamente lo que iba a preguntar. Así que opto por quedarme calladita.
Entramos a un barrio muy lujoso. Me parece que es Pacific Heights.
Si exactamente es Pacific Heights, lo sé por sus casas de importancia arquitectónica como la Mansión Spreckels y la casa Haas-Lilienthal.
Imagino que viva aquí. Alguien como el no querría menos que Pacific Heights.
Detiene el auto frente a una casa. Ahí está su chófer. Así que esta debe ser su casa. Se baja del auto y le tira la llave a su chófer. Habla unas cosas con él y me indica que baje del auto. Salgo en su dirección.
La casa por fuera es sencilla pero a la vez elegante. Los colores blanco y negro se unían para darle un toque moderno a la fachada. Arbustos adornaban a los costados de la casa. Al lado del garaje había una puerta blanca con decorado negro.
—Entra Buckett —me saca de mi inspección Aiden.
Pasamos el garaje y entramos a la sala. En la sala se fundía el blanco con el gris.
—Stone eres demasiado serio —le digo refiriéndome a los colores de la casa. Aunque tiene blanco, resaltan mucho el negro y el gris.
—Es mi casa, es a mi gusto —responde mientras se quita la chaqueta y la coloca sobre el sofá negro para dos personas.
Frente del sofá queda una pared en gris sobre la que está un televisor. Debajo del televisor hay una pequeña mesita color blanco con algunos adornos.
La pared izquierda continuante a la gris tenía unas cortinas enormes en blanco. Delante de las cortinas había un sofá un poco más grande en blanco con tres cojines en amarillo. Al frente de este sofá había otro igual.
—Buckett, ¿ya terminastes? —capta mi atención Aiden sentado en el sofá negro—. Has pasado alrededor de diez minutos mirando todo.
—Exagerado —me defiendo.
Toma mi mano y me sienta sobre él.
—Exagerada son las ganas que tengo de follarte —dice cerca de mi boca.
—¡Que directo! —bromeo—. ¿No te cansas?
—De tí Buckett, eso nunca —dice y sonrío como tonta.
—Pues yo de tí tampoco.
Aiden sonríe y me besa pero yo separo la cabeza.
—Y esto me parece muy lindo y todos los adjetivos que le quieras llamar pero que se supone que yo hago aquí porque teníamos claro que tú querías solo sexo.
—Buckett, es solo sexo pero esta noche te quedas aquí —esas cinco palabras me dejaron estupefacta.
—¿Y eso a que se debe?
—A qué quiero Buckett —alza la voz algo cabreado—. Te dije que no doy explicaciones. Dime si quieres o no.
—Ummm...—me hago la que lo pienso—. ¿Tienes algo de comer ahí? —me levanto de su regazo—. Tengo hambre.
Él ríe.
—¿Buckett que quieres comer?. Comida Buckett, no chocolate.
—Sushi —digo.
—Voy a pedirlo a domicilio —comenta.
Enciendo la TV y busco alguna película para ver.
—¿Qué género prefieres? —le pregunto cuando termina de hacer el pedido.
—Aventura —comenta él.
—¡Aventura!, pésimo gusto señor.
—¿Qué ves tú? - pregunta.
—Terror
—Muy de tí Buckett.
—Mejor no vemos ninguna —digo—. No nos vamos a poner de acuerdo.
De pronto dejo de prestarle atención a Aiden. Emocionada doy un grito cuando ponen un concierto de Ed Sheeran.
—Es en serio Buckett.
—Dime que no es lo máximo —comento mientras me levanto del sofá a cantar.
Es mi cantante favorito, no puedo evitar estar emocionada, esto provoca que cante y baile.
—Cuando tus piernas no funcionen como solía hacerlo antes, y yo no pueda ya volverte loca —estoy cantando Thinking out loud—. ¿Recordará todavía tu boca el sabor de mi amor?. ¿Sonreían todavía tus ojos desde tus mejillas?. Querida, estaré amándote hasta que tengamos 70 años, y cariño mi corazón podrá todavía sentir como a los 23, y estoy pensando en como la gente se enamora de formas misteriosas, quizás solo el roce de una mano, bueno, en mi caso, yo me enamoro de tí cada día.
—Buckett —Aiden me tira sobre él. Me quita el vestido—. Hace rato que esto te sobra.
Me siento a horcajadas sobre él. Lo beso con intensidad.
Tocan el timbre.
Aiden me da una palmada en la nalga para que me levante.
—No. Ahora quiero —le digo y continúo besándolo.
—Buckett, yo te voy a dar lo que quieres. Dame un chance de recoger la comida. Después vas a tener hambre.
Me rindo a eso. Definitivamente después tendré que comer.
—Ven nena —me pide.
Me toma de la mano y me lleva a su habitación.
Al abrir la puerta de su habitación hay un pequeño pasillo con dos puertas. Después de las dos puertas está su cama color gris a juego con la pared de atrás. Las paredes posteriores a estas están cubiertas de unas finas cortinas blancas, al igual que la sala.
Me tumba sobre la cama. Su ropa sobra y él lo sabe porque comienza a deshacerse de ella.
Madre mía. Es tan perfecto.
Se arrodilla en el piso y busca con su boca mi sexo. Su lengua a mi entrada se mueve rápido. Con dos dedos separa los labios de la vagina y lame mi clítoris.
Agarro las sábanas muy fuerte. Estoy ahora mismo en el paraíso, ahí donde solo Aiden sabe llevarme.
Introduce un dedo en mi interior. Gimo. Él continúa con su excelente trabajo en mi clítoris. Su dedo se mueve en mi interior. Su lengua al compás de su dedo hacen que me llene de deseo. Me tapo la boca con mi mano para controlar los gemidos. Aiden no para y yo estoy cada vez más caliente. Introduce otro dedo. Sus dedos se mueven rápidos y en círculos. Aprieto las sábanas con la otra mano. ¡Me corro!. Con su nombre en mis labios.
Chupa el dedo que acaba de sacar dentro de mí, con su mirada triunfal, como si acaba de ganar el mayor premio de la historia, se ve jodidamente sexy.
Se acomoda sobre mí. Abro un poco más las piernas. Recorre su sexo sobre el mío. Yo no aguanto más necesito sentirlo adentro de mí.
—Aiden, por favor —suplico.
—¿Qué quieres nena?
—Entra en mí, por favor, no aguanto más.
Él, muy carbón, sonríe ante todo el deseo que está provocando en mí.
—Tú nena, a mi no me tienes que suplicar —dice con esa voz tan sensual.
Su sexo invade mi cuerpo. Gimo ante el calor que inunda mi cuerpo. Entra y sale de mi sexo salvaje. Cruzo mis piernas en sus caderas y lo empujo más contra mí. Encajo mis uñas en su espalda. Beso su cuello y recorro el lóbulo de su oreja con mi lengua.
—Te has convertido en mi adicción Aiden Stone —susurro a su oído.
Empuja con más fuerza. Una acometida, dos, tres, cuatro.
—Aiden —digo entre jadeos.
Él no para. Continúa su movimiento eufórico. Lo miro a los ojos, sus ojos apoderan de los míos, su cara repleta de placer se ve condenadamente sexy.
Aiden entra y sale de mí, una, dos, tres veces...nos consume un increíble orgasmo al unísono llenando la habitación de jadeos.
Nos acomodamos uno frente al otro para recuperarnos.
—¿Por qué nunca te proteges? —tengo esa curiosidad.
—Si me protejo —dice mientras con su dedo recorre de mi ombligo hasta mis senos.
—Conmigo nunca te has protegido.
—Contigo es diferente.
—¿En serio? Qué tan diferente —inquiero.
—Eso no sabría explicártelo.
—Deberías saber, porque tal vez me deje llevar por el momento pero tengo mis miedos y dudas.
—Nena, te lo voy a decir solo una vez, con la única que no me cuido es contigo, tu no tienes ninguna enfermedad y yo tampoco. En cuanto al embarazo tomas las píldoras ¿no?, entonces no pasa nada.
—Aiden, yo entiendo que esto es solo sexo y lo apruebo. Pero podríamos tener reglas o algo así como una especie de pacto —él sonríe—. No te rías Aiden, me parece lo correcto.
—Que se supone que serían esas reglas o pactos —pregunta curioso.
—Que no tengamos relaciones con otras personas —me mira sin decir nada.
—Está bien —dice después de dos minutos aproximadamente, pensándolo—. ¿Algo más?
—Qué no nos digamos mentiras.
Él asiente.
—Lo otro ya lo sabes, nada de pagarme cosas. Te lo prohíbo rotundamente. Me acuesto contigo porque me encanta, pero no soy ninguna puta que está contigo por dinero.
—Eso lo tengo claro —afirma.
—Muy bien entonces vayamos a comer. Tengo mucha hambre.
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