
2. Keira
«Pareces Rapunzel, carajo»
Palabras textuales de mi mejor amiga para referirse a mí. Para mí los viernes no son de fiesta y el vestirme con kilométricos tacones y vestidos, tampoco es una diversión. Mi vida es más común que la misma palabra. Antes se resumía a casa-trabajo; ahora se resume casa-casa. Hace dos meses perdí el curro y ahora… ahora doy vueltas en mi casa intentando no volverme loca un día de estos.
Ayer mi mejor amiga me convenció de salir y sigo creyendo que mi vida rutinaria me la he comido tanto que ya no quiero salir de ella, aunque me obstine. Estaba deseando volver en el mismo instante en que puse un pie frente al local.
Solo una opción me hizo quedarme y dos que la visita valiera la pena: sobre la primera diré que Andrea ligó con un tío que me consiguió una entrevista de trabajo; la segunda, además de tener una oportunidad laboral, mi cuerpo volvió a sentir la ebullición ante la mirada de un hombre.
Aún siento su mirada intensa sobre cada paso que daba. No sé cómo mi cuerpo respondió tan bien. El corazón se me aceleraba y las piernas no andaban tan firmes, a decir verdad, caminaba por pura inercia. Solo lo miré tres segundos, pero me bastaron para admirar los semejantes dotes que le había dado la naturaleza. Terriblemente sexy, muy masculino; su posición le hacía parecer artista de telenovela. La forma de estar sentado, la mirada, su pelo, sus ojos, la camisa remangada y los dos primeros botones desabrochados... —Suspiro—, si existe la perfección en esta vida, lleva su nombre.
Bajo los pies de la cama y los dejo sobre el suelo. Percibo el frío que emana y lo disfruto. Para mí es una sensación agradable. Yo soy puras sensaciones. Voy al lavado y con ambas manos me echo un poco de agua en la cara.
—Keiri —grita Andrea, mi mejor amiga, desde la cocina. Me dirijo a la cocina para escuchar todo lo que tenga que decir—. Dime que ayer si tuviste un polvo increíble. —Se unta mantequilla a una tostada.
— ¿A qué se debe eso? Fui a hacerte la cama a ti. No tenía que haber ido. —Le quito la tostada con mantequilla. Tengo mucha hambre.
—No seas ridícula. Tú siempre serás mi mejor amiga, irás conmigo a donde vaya. Él solo es un chico que me mantiene totalmente liberada de estrés. —Por sus movimientos supongo que va a preparar otra tostada—. ¿Conociste a algún hombre ayer? —No respondo, extiendo la mano para tomar la otra tostada, pero Andrea se me adelanta—. Esta es mía prepárate otra si tienes hambre. Ahora, respóndeme lo que te pregunté.
No conocí a nadie, pero el que me haya sentido terriblemente atraída por un hombre, después de tanto tiempo en soledad, es sin dudas, un aspecto relevante. El que mi cuerpo gritara también que le proporcionaría lo que su boca pidiese, era aún más icónico. Nunca fui chica de adrenalina y momentos.
—No —doy una respuesta nítida antes de tomar el cuchillo para cortar una rebanada de mantequilla—. ¿No me viste a tu lado hasta que regresamos?
—Te conozco como si hubieses salido de aquí. —Se señala ahí por dónde salen muchos niños, rodeo los ojos—. Cuando regresaste de la barra estabas nerviosa; mueves mucho el pie derecho cuando eso ocurre. Y no me trates de decir que fue la multitud porque eso no te lo crees ni tú misma. No eres de las tímidas que se comen las uñas la mayor parte del tiempo por los nervios.
—Suelo ser un poco tímida a veces, especialmente cuando un hombre clava su mirada en mí desde que entro en su campo de visión hasta que salgo de él.
— ¡Ah! Fue eso lo que te sucedió. ¿Y qué tal estaba?
—Cañón, lo tenía todo y un poco más.
— ¿Por qué no le dijiste «papi échame el palo aquí mismo»? —Imita a una mujer seduciendo a su conquista.
Ahora mismo no sé ni en qué idioma me habló. Necesitamos trabajar en eso del diccionario especial para las frases de Andrea. Mi amiga cuenta con su vocabulario particular y cuida de los derechos de autor.
— ¿De dónde sacaste eso? —le pregunto.
—Una canción cubana: Desnúdate y échame el palo aquí mismo. Así se llama. Es una locura. Creo que en mi cortiquísima lista de fantasías sin cumplir, acostarme con un cubano tiene el puesto número uno. —No puedo evitar reírme. Andrea es explosiva, es un tsunami personificado. Hasta el día más jodido ella puede reponerlo con su carácter.
— ¿Por qué un cubano específicamente?
—Porque tú buscas sabrosura en el diccionario y te sale: cubanos. Son pura locura y adrenalina.
—Te dejo con tu semejante locura, voy a mi cuarto.
—Que no se te olvide la entrevista a las tres. Tuve que sacrificarme mucho para que estuvieras entre las tres primeras candidatas.
Cabe aclarar que en ningún momento estuve de acuerdo con que hiciera eso, pero ella, aunque haya mencionado la palabra sacrificio, en el fondo dice que no, que gozó de placer... En fin, no hay palabras para Andrea y su alma libre.
—No se me olvida. Todavía queda mucho tiempo.
Entro en mi habitación, enciendo la TV mientras me acomodo en mi cama. Busco una película para ver. Ni se diga más, El Conjuro, elijo esta. Es una película de terror que tiene tres partes. Me encanta por cierto, me mola mucho las pelis de espíritus.
Y sí, puede que parezca un poco extraña, pero prefiero ver “Las Colinas tienen ojos” en vez de “Bailando Suave”. Las películas románticas son siempre lo mismo. Me gusta el misterio, la intriga, que no sepa con qué me sorprenderé después. En las pelis románticas se sabe que el chico y la chica van a terminar enamorándose, pese a muchos obstáculos y terminarán felices para siempre.
Estoy super cómoda, ya he dicho que soy puras sensaciones. Estar así me encanta y lo voy a extrañar cuando comience con mi nuevo trabajo, si es que lo logro.
Apenas me gradué de la universidad comencé a trabajar en Logistic Company nc. Estuve dos años trabajando ahí. No sé exactamente qué le sucedió al dueño, pero de pronto alguien más había comprado las acciones y no era precisamente para el bien de la empresa y sus empleados. Su posterior dueño se encargaba de la compra de compañías para luego venderla por pedazos. De este modo quedamos todos sin trabajo, abandonados a nuestra suerte.
Hace días Andrea conoció a un hombre que trabaja en A.S. Enterprises, la empresa de logística situada en el puesto número uno del conglomerado empresarial. Ese hombre es la llave para conseguir un nuevo curro.
...
Camino por un sendero, está todo oscuro. Siento que alguien me persigue. Corro lo más rápido que puedo; cada vez está más cerca. Tropiezo y aterrizo en el suelo. No puedo ver nada, un escalofrío de terror recorre mi cuerpo.
Doy un brinco en la cama.
¡Mierda!
Me quedé dormida, no terminé de ver la película. Enciendo el teléfono. ¡¿Qué?! Las dos y cincuenta minutos.
Me levanto como un resorte de la cama. Abro el armario, elijo lo primero que mis ojos identifican. Jeans azul marino, una camisa blanca y unos tenis del mismo color. Recojo mi pelo castaño en una coleta que se hace bastante larga, dejando caer flequillos sobre mi cara. No pierdo tiempo en maquillaje, aunque a decir verdad, nunca lo hago.
Llego a A.S. Enterprise. Una empresa para que grites «sofisticación» bien alto y las compañías más grandes y prestigiosas del país te miren con odio. Hay una cantidad ridícula de plantas que me hace plantearme si allá dentro tienen hasta habitaciones para los empleados. Los tonos que predominan son el negro, el blanco y el gris; solo algunos detalles en dorado. Me apresuro hasta la entrada y tras verificar mi pase con los de seguridad, voy directo a recepción.
—Disculpe. ―La chica detrás del mostrador, perfectamente maquillada, peinada y vestida como si fuese un maniquí de una tienda de Prada, me atiende y sonríe educada. Una sonrisa que suena más a compromiso que a sinceridad. ¿Pagarán aquí un poco más por sonreír? Si es así, voy a perder grandes cantidades de incentivos—. Tengo una entrevista de trabajo.
—Me puede decir su nombre —expresa con voz suave.
—Keira Buckett —expreso, físicamente tranquila, interiormente tengo algo de nervios. Las cosas como son.
—Lo siento, señorita Buckett. Su entrevista era a las tres —me dice ella con cara de lástima—. Llegas cinco minutos tarde.
Empiezo a pensar en alguna excusa, lo suficientemente buena como para que me permita la entrevista. Que me acepten o no, sale de mis manos, pero no participar en la entrevista por mi descuido, no, no puedo permitirlo tan fácil.
—Lo sé, pero tuve... —No alcanzo a terminar la frase. Su amabilidad ensayada va de vacaciones. Escuchar excusas debe ser lo que más vive a diario aquí, así que ya tiene dominado como deshacerse de las palabrerías.
—La puntualidad es un requisito importante para poder trabajar aquí. El señor Stone detesta la tardanza —me interrumpe, pero, yo no quiero rendirme tan fácil y sigo luchando contra la timidez para ganarme un pase a esa entrevista.
—De verdad, señorita, tuve un problema familiar. Solo fueron cinco minutos.
Por cinco putos minutos voy a perder un trabajo y no estoy como para permitirme estar sin trabajar. Si se pudiera desayunar, almorzar y cenar aire, perfecto, pero no y ya mis ahorros están casi llegando a cero.
—No puedo hacer nada por usted. Ahora, por favor. ―Señala la puerta principal—. Váyase.
Una sola palabra y mi sangre se convierte en lava volcánica. Y como ya queda claro que no tengo oportunidad de trabajar aquí, me marcho...
No.
No lo haré.
Mi negligencia, mi culpa por descuidarme, mi culpa también por no haber dejado una alarma de precaución; sí, mi culpa a todo, pero, una corriente de estrés se conjuga con el cabreo de escuchar cómo me manda a irme. La situación desfavorable me sitúa en un punto que requiere descarga y evidentemente, termino descargándolo todo con ella.
—Mire, señorita estirada —deletreo cada letra para que entienda bien lo que acabo de decirle—. Fueron cinco minutos, únicamente cinco minutos. Acaso crees que todos en esta ciudad tenemos una vida fácil como usted. —Estoy montando pleno espectáculo. No me da pena, no me importa. Si me voy de este lugar sin trabajo, lo haré con la cabeza en alto—. Que se levanta en la mañana y se monta sobre unos zapatos de tacón kilométrico, sirviendo cafecitos y moviéndole el culo a tu jefe para que este te de un ascenso. O como el señor Stone, el millonario que compra autos como si fueran juguetitos y se sienta en su majestuosa silla presidencial a dar órdenes; que vive nada más para su físico, sus trajes de corte italiano, sus relojes Rolex y sus mansiones en Pacific Heights o Cow Hollow.
¡Qué liberador!
La observo esperando su respuesta, sin embargo, no dice nada, solo muestra vergüenza en su rostro, pero no hacia mí.
—Señor Stone —nombra en ella en un hilo de voz. Ese nombre manda al demonio toda la valentía que había adquirido antes. Me aferro al rostro de chica por segundos y el miedo que percibo me salivar con el respeto que implanta la misteriosa figura de su jefe—. Disculpe, ha sido un malentendido —continúa ella.
La curiosidad se apodera de mi cuerpo y la idea de huir de esta situación se instala en mi mente. Así que, doy media vuelta y ahí está el Señor Stone, el guapísimo señor Stone con su ridículamente caro traje italiano hecho a medida. Para que negar lo que es obvio hasta para una chica con tanta inexperiencia como yo. Sus manos descansan en sus bolsillos y una media sonrisa irónica, pero terriblemente sexy se escapa de sus labios al ver mi cara de asombro.
Ha observado toda la escena. Y es precisamente él, el hombre guapísimo que me puso nerviosa ayer. Creo que es su mirada la que me afloja las piernas porque ahora me estoy sintiendo de manera igual.
¡El plan de escape creado y listo para su posterior ejecución!
—Y como ya lo he dicho todo y por unos malditos cinco minutos no puedo tener una entrevista de trabajo, me marcho
No sé cómo logro pronunciar esa ridícula cantidad de palabras sin tartamudear cuando ni un solo momento sus ojos estaban en otro sitio que no fuese mi rostro.
Mis próximos pasos son bajo su atenta mirada, a unos centímetros de él, toma mi muñeca y me obliga a detenerme. Un calor increíble comienza a atravesar mi cuerpo con solo ese roce. Mi subconsciente me traiciona, recordándome con todo el fuego que apenas comienza a encenderse en mi interior, las palabras de «le daba hasta lo que pronunciara por esa boca»
Y sí.
No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
—No piensas disculparte señorita... —Espera a que le diga mi apellido, pero no lo hago, solamente lo miro. No entiendo el motivo de mantener el contacto visual durante esos segundos, quizás fue retándolo, analizándolo o admirándolo, la verdad no sé—. ¿Creo que esa no es la manera adecuada de comportarse?
La seguridad con la que habla hace que se gane todo el dominio de la conversación o situación en el caso que nos sumerge ahora porque él y yo no estamos manteniendo más que miradas.
Una sonrisa aparece en mi rostro y aunque la ironía parece llenarme con sus palabras, lo cierto es que, es también un reflejo del nervio que gana mi cuerpo con su atención.
— ¿Percibe algo de mentira en lo que dije? —indago mientras me suelto de su agarre.
Siento que pierdo esta batalla cuando al alejarme de su toque mi cuerpo protesta. Dos encuentros y lo entiendo, este hombre no pone las cosas fáciles cuando te encuentras frente a él.
Doy unos pasos en el intento de huir de esta situación tan relevante para los tantos días de aburrimiento que llevo, sin embargo me gana el deseo de regresar. Voy a atribuirle la culpa a que nunca le huyo a nada, pero porque la culpa en el piso no puede quedarse.
—El procurar que saliven al verte no debe interesarte más que como tratan a los demás. El segundo también implica respeto y también es importante ―apunto y me marcho porque si demoro más tiempo creo que no saldré tan victoriosa, de la misma forma que salgo ahora.
...
Veinte minutos después estoy entrando en mi departamento situado en el barrio Mission. Retiro la horquilla de mi pelo y la lanzo sobre la mesita, en el centro de la pequeña sala. Sin ningún cuidado me siento sobre el sofá y me deshago de los tenis. Me recuesto al respaldo y apoyo la palma de mi mano sobre mi frente recapitulando la situación de antes.
He perdido una oportunidad de empleo.
El sonido de mi móvil capta toda mi atención y lo lamentos se quedan atrás. No hay nada que hacer, me he dado el gustazo dejando callado a Stone, pero ahora debo asumir el trancazo por tal acto.
—Dime Andrea —contesto de mala gana. La situación amerita este carácter aunque mi mejor amiga no tiene la culpa. Tengo perfectamente claro quién ha trabajado para que participase en esa entrevista, pero…
—Estás loca verdad —se expresa un poco alterada—. Acabas de perder la oportunidad de tu vida.
No es tan así. Soy fiel creyente de que las cosas suceden por algo y si no obtuve ese trabajo es porque seguramente no me iría bien en ello. Las personas que laboran en esa empresa no me caen bien por sus aires de grandeza y el jefe es un antipático, arrogante y guapo…
¿Keira, a qué viene eso?
—Acaso importa ahora. Ya no hay vuelta atrás ―respondo con las dos únicas oraciones que mi cerebro se atreve a formar tras recordar lo bien que luce el creído de Stone en traje.
— ¿Quieres terminar como yo? Sirviendo mesas en un gastropub y con un mísero salario que no te alcanza para darte alguno que otro gusto —continúa su disputa. Sus palabras siguen derrochando furia. A pesar de todo, la justifico, ella solo quiere lo mejor para mí.
—Es un trabajo digno —le respondo, intentando acabar con la discordia.
—Sí, lo es. Al menos todo lo que tengo lo he logrado por mí, pero tú estudiaste y te has esforzado mucho, mereces el trabajo por el que has luchado tanto.
Andrea parece no querer darme tregua. Tiene toda su razón, pero, no hay nada que hacer ahora. Los regaños y mis lamentos vienen tarde.
—Si mi destino es ser camarera y no empleada administrativa de logística y transporte así será —manifiesto mi última frase sobre ese tema—. Mejor ven cuando termines tu turno en el Upcide y nos tomamos unos tequilas o un mojito, da igual la bebida, solo necesito un trago.
—Está bien amiga. Allí estaré. Te dejo tengo trabajo por hacer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro