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15. Liam

La deseo, deseo volver a sentirla como aquella vez en su cuarto. Ahora mismo lucho mil batallas en mi interior para no hacerla mía.

Pero, ese short, le quedaba condenadamente bien y me puso de los nervios ver qué no se lo cambió para salir. No necesito ver como otros hombres la miran para saber que ella es preciosa, yo sé el mujerón que es.

Estoy tratando de castigarla por no obedecer pero en el fondo también me estoy castigando yo porque las ganas de tocarla se hacen cada vez mayor.

Miro el reloj. Son la una de la madrugada y aún no logro dormir. La observo y ya está dormida. No es la primera vez que la miro mientras duerme. Eso es algo que me encanta.

Me levanto de la cama y me pongo a trabajar en los diseños para la semana de la moda en Nueva York.

No miré el reloj a la hora que me acosté pero debió ser bastante tarde.

Me levanto en la mañana y después de una ducha bajo a la cocina. Ahí estaban Eileen y los niños. Kimberly desayunaba mientras Eileen le daba de tomar a John.

—Buenos días —saludo. Eileen no me mira, debe estar molesta por lo de ayer.

—Buenos días padrino —saluda Kim. La beso, al igual que a John.

—Tía —llama Kim a Eileen—, padrino dijo buenos días.

Sonrío.

—Buenos días —responde Eileen fingiendo una sonrisa.

                              ***
A medio día llegan Aiden y Keira. Corren hacia sus peque y los llenan de besos.

—¿Cómo lo has pasado con tus tíos princesa? —pregunta Aiden a Kim.

—Cojonu...—la niña cayendo en cuenta de la palabra que iba a decir y la cara de Aiden de pocos amigos, no termina de hablar.

Estamos seguros que eso es cosa de Andrea, que trata de poner a Aiden siempre de los nervios.

—Kimberly —la regaña Aiden—, te dije que no te aprendieras las palabras que te enseña tu madrina Andrea.

—Lo siento papá —contesta la niña—,  prometo no repetirlas.

—¿Dime cómo has estado? —le pregunta Aiden.

—Súper —casi grita—. ¡Ah! Papá —hace una mueca, acaba de recordar algo—. Tengo que decirte un secreto.

—Dime peque —le dice el papá con una sonrisa.

—Padrino es novio de tía Ei —le dice tapándose un poco la boca con la mano, tratando de que nadie escuche, pero terminamos oyendo todos.

Aiden ríe.

—¿Y tú estás feliz con esa noticia? —le pregunta Keira.

—Sí —contesta ella sonriendo—, mucho.

—Kimberly, se suponía que ese era nuestro secreto.

—Lo siento padrino. No le puedo ocultar nada a papá.

Aiden vuelve a sonreír orgulloso.

—Así es mi princesa —la besa.

Sonrío. Aiden ha cuidado muy bien de ellos y yo estoy orgulloso de mi amigo.

—Me marcho. Tengo trabajo —comento.

—Al fin te has vuelto un hombre responsable —me dice Aiden.

—El mismo que he sido siempre —respondo mientras me despido de los niños.

—Yo también me marcho —les dice Eileen.

Salgo de casa de mis amigos y la espero.

Ella niega irse conmigo, pero ya me conoce, no le quedan más opciones.

Tengo la jodida intuición de que no tendría fuerzas para estar sin ella. Eso da un vértigo que tengo que reconocer. Es un caos nuestra historia, extremadamente tóxica hasta decir basta. Es así, no vamos a mentir. Pero de qué es también condenadamente sexy, adictiva, viciosa, lo es. Tengo la sensación de que hemos escapados de un libro (y que quede cojonudamente claro que no leo mucho), pero de un libro de esos dónde los protagonistas sacan de quicio a los lectores, de esos que pasan de veinticuatro horas veintitrés mal y una bien...si esa hora es de sexo, déjalo en veintitrés, si es en otra circunstancia podría decirse que a esa hora que están bien se le restan cincuenta y cinco minutos.

Tengo culpa, lo sé. No quiero enamorarme y es que joder ¡No quiero! ¡No me interesa! ¡No puedo! ¡No lo necesito!.

Debería dejarla conocer alguien que le dé ese montón de cosas buenas y bonitas que ella espera recibir de mí. Alguien que no le importe sentirse vulnerable ante el amor, ante ella. Tendría que permitir que la tomen de la mano con cariño y le muestren planes...planes de parejas. Que la lleven al cine, a comer. Que le haga feliz en cada fecha importante. Que le dediquen canciones y le bajen el mundo a sus pies.

Debería joder...pero no quiero.

Soy un puto egoísta, entiendo, me he ganado el adjetivo a pulso, pero saber que otro idiota pueda verla mordiéndose el labio conteniendo las emociones, que escuche sus gemidos cuando está a punto de llegar al orgasmo, que vea su cuerpo desnudo y descubra que no hay lugar mejor...

Definitivamente ella es el agua en un puto desierto, es un diamante dentro de un montón de cobre, es una luna en una noche oscura.

La dejo en su casa y me marcho a la empresa.

Resuelvo trabajo pendiente y entrego los diseños en los que había trabajado en la madrugada a Jonhy.

Más tarde voy a Monte Rio. Tengo una cabaña ahí, hace algunos años. No estará en las mejores condiciones, hace algún tiempo no la visito pero es el centro de mis próximos planes.

La verdad es que, le debo a Eileen algo bonito, algo de tranquilidad...tal vez. Desde que me conoció solo le he dado problemas. Si al menos hubiese tenido medio millón de sexo desenfrenado las cosas se compaginan en la balanza, pero no, son mucho más los problemas.

Entro a la cabaña. Retiro todas las sábanas blancas que habían puestas sobre los muebles. Limpio todo. Salgo a comprar comida y algunas ropas para dejarlas ahí para ella. No será la primera vez que la lleve ahí. Termino comprando tambien algunas velas y globos.

Sonrío. ¡En serio estoy haciendo esto!.

Llamo por videollamada a Andrea, Dylan, Aiden, Keira, Gabriela y Ryan.

Gabriela había echo un grupo con todos. Ella y Ryan se encontraban en Buenos Aires de vacaciones, estaban al regresar.

—¿Cuál es el motivo de la llamada grupal? —expone Andrea.

—Necesito una ayuda —les digo—, y es de ustedes las chicas.

—No me asusta sacar mi lado femenino —bromea Dylan—, pero no creo que pueda ayudarte.

—Necesito preparar algo...—trato de buscar la palabra correcta—...especial, para alguien.

—¡¡¿Qué?!! —expresa Gabriela—. ¿Estás bien? ¿Le pasa algo a tus hormonas?

—Gabi —le dice Keira—, estás muy atrás.

—¿Quién es la afortunada? —pregunta Ryan.

—Recuerdas la chica, amiga de Andrea...—le dice Aiden.

—Eileen —contesta Gabi—. Sí, la recuerdo, la de aquella noche en el club...

—Podrían dejar el chisme para más tarde —protesto—. Necesito hacer algo.

—Hermano —habla Dylan—, tu también caíste. El único soldado de pie soy yo.

Reímos.

—Poco a poco van cayendo —le responde Aiden—. Liam está en proceso, pero detrás le siguen tú y Andrea.

—Tú no sabes de lo que estás hablando —le responde Andrea.

—Voy a colgar —les digo—. Ustedes son unos amigos de pena.

Al instante de haber colgado me llama Keira.

—¿Donde estás?

—Monte Rio. Aiden sabe.

—¿Compraste flores? —pregunta.

—No —contesto.

—Compra también flores rojas y bombones de chocolate.

—Esto ya me parece exagerado —digo.

—Cuando se trata de tu chica nada es exagerado —contesta Keira—. En minutos estaremos allí.

Voy a comprar las flores y los chocolates. Antes había comprado helado. Así que creo que no hace falta nada más.

Llegan Keira y Aiden. Aiden ríe.

—Nunca pensé ver el romanticismo personificado en ti —comenta burlón.

—Tampoco en ti, pero ahí vamos, demostrando que todos podemos.

Keira acomoda en el suelo de la sala una colcha y unos cojines. A su alrededor coloca las velas. Desde la entrada hace un camino con pétalos hasta el centro de la sala donde estaba la colcha. Deja una rosa roja a la entrada con una nota. Por el camino de pétalos habían también globos, cada uno con una nota. En la mesita que había en la sala, justo frente a la colcha había otra rosa roja con una última nota y una venda.

—¡Listo! —expone Keira.

—Aún no me creo que yo esté en esta posición —digo.

Keira y Aiden ríen.

—Ya lo veía venir —comenta Aiden.

—Nos vamos —expresa Keira.

—Gracias. ¡Ah! Keira necesito tu teléfono para mandarle un mensaje a Eileen, si le escribo yo hay altas probabilidades de que no venga.

Keira me extiende el teléfono.

Tecleo un:

"Necesito que me hagas un favor urgente en esta dirección" Disculpa que te vuelva a molestar pero eres la única que puede ayudarme.

Le dejo la ubicación.

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