Heartbeat
“Hace varios milenios, cuando los humanos y los vampiros vivían en una guerra constante, un viejo brujo lanzó una profecía... una dónde los vampiros dejarían la tortuosa eternidad... dónde podrían sentir como los humanos... dónde podrían amar...”
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—¡Contrólate! —grité enfurecida, dando un golpe en el lavabo de ese baño escolar.
Estaba encolerizada, el iris de mis ojos se coloreó de rojo y mis colmillos picaban por salir y revelar de lleno mi naturaleza.
No creo ser capaz de soportar aquello ni un segundo más. Quiero saltar a la yugular de todos ellos, de todos los que se atrevían a molestarlo.
En mi familia, me caracterizo por mi rectitud ante mis propias reglas, y no meterse en problemas de simples mortales era una de ellas. Pero es que ahora es tan complicado. Ver como molestaban a ese chico castaño de piel color canela y mejillas abultadas me eriza los vellos de la piel.
Aún recuerdo mi reacción al ver que en el medio del campus le tiraron la bandeja del almuerzo encima. O cuando echaron su mochila con sus cosas a la basura... y ni hablar del día en que pusieron pegamento en su asiento y el inocente joven quedó pegado.
En mis ciento diecinueve años no había visto una cosa igual: Kai era el muchacho más integral, eficiente, dulce, amable y tierno que conozco. ¡Incluso habían chicas enamoradas de él! Y había que admitir que el joven tiene unos ojos verdes de infarto, casi tan letales como una estaca directo al corazón. Aún así no comprendo el por qué de tanto abuso.
Salí de mi trance al escuchar el timbre, indicando que el recreo se había terminado. Tomé una gran bocanada de aire, tratando de calmarme y conté hasta diez. Abrí el grifo y puse miss manos en forma de pozo para poder mojarme el rostro. Me acomodé las prendas que traía y salí de un portazo del baño del estudiantado.
Caminé con rapidez por los pasillos, no pudiendo usar mis habilidades "especiales", ya que estos aún tenían chicos resagados y alguna que otra encargada de la limpieza. Así que casi tuve que correr, más fue en vano, pues cuando me acercaba a mi salón, escuché los regaños del profesor a cargo hacia algún mocoso revoltoso.
—Llega tarde señorita Reinhart —me reprendió el maestro —, puede entrar. Y que no vuelva a pasar, Michelle.
—Gracias —dije algo seca, pasando por el lado de Kai para tomar asiento.
Mi vista recae sobre la hinchada mejilla del castaño, que tenía una zona violácea. Se veía adolorido, tratando de tomar notas sobre lo que el profesor explicaba.
Mis manos se hicieron puños, tan apretados que mis uñas rasguñaron levemente mis palmas. Tomé aire nuevamente. Todavía sigo sin entender por qué me pongo así en estos momentos.
Quiero que no lo toquen, que no lo miren, que no le hablen, que no se burlen... quiero verle sólo yo, tocarlo sólo yo, hablarle sólo yo...
—Profesor, ¿puedo ir a la enfermería a buscar un poco de hielo para Kai? —interrumpí nuevamente la clase, haciendo que todos miraran al mencionado.
Por supuesto, ni se habían percatado.
El hombre negó, y miró al chico agredido con seña de desaprobación.
—Señorito Fletcher, vaya a la enfermería y luego a la oficina del director a explicar cómo obtuvo ese moretón —dictaminó el mayor.
¿¡Qué?!
Kai se levantó de su silla y me miró, tratando de comprender del todo por qué lo había hecho.
Una fugaz idea pasó por mi cabeza... y me metí en su mente. Busqué algo que pudiera ayudarle a librarse de esa constante humillación en la que recaía su día a día...
Y lo encontré.
—Profesor —volví a llamar —, no creo que sea justo que Kai valla a la oficina del director cuando él no tiene la culpa de nada. Deberían de ir Justin y Mark, que fueron los que lo golpearon —confesé con altanería.
El veterano se mostró contrariado y algo molesto. Y aún así, me ignoró olímpicamente.
—Los dos, acompañen al joven —los señaló con un dedo.
Esto no funciona, debo hacer que funcione. Debo confiar en mí, y mi instinto me dice que use a mi favor mi peor defecto, mi mayor debilidad. Me dice que sea luche, que me rebele.
—Profesor, ¿puedo ir a la oficina del director a explicar lo que ví? —piqué de nuevo, viendo como el hombre soltaba un gran suspiro.
—No, ellos tienen boca, ahora siéntese y preste atención —negó entre dientes.
—Pero es que no estoy de acuerdo con usted, Kai no merece ir a la dirección. ¿Sabe todas las veces que le han agredido física y psicológicamente? —continué confiada.
—Señorita Reinhart —regañó el maestro a punto de perder la cordura.
—Le han tirado el almuerzo, botado sus cosas ¡lo han pegado en su propia silla! Simplemente es injusto y...
—¡Señorita Reinhart! Vaya a la oficina del director, y luego a retención.
—Muchas gracias, profesor —sonreí victoriosa, tomando mi bolso y abandonando el aula bajo la mirada asombrada de mis compañeros.
Uno a cero, querido maestro de asuntos sin importancia.
Caminé hacia la dirección de la institución, viendo como salían los tres jóvenes, siendo el último atacado por los dos primeros.
—Si le vuelves a decir algo...
—Si vuelve a decir ¿qué? —me metí, poniéndome delante del castaño.
—Oh, pero si mira —intervino el otro —: llegó la heroína.
—Mira chico —dije perdiendo el control, tomándolo del cuello y pegándolo a la pared —, si lo vuelves a molestar voy a arrancarte la cabeza y voy a beber tu sangre con una pajilla. Y para tí va lo mismo —señalé al otro —. Ahora fuera.
Ambos jóvenes se fueron, como los cobardes que son. Yo me dispuse a hacer lo mismo, más una mano sostuvo la mía, evitando que me fuera.
Mi estómago se retorció, vibrando y enviando corrientes eléctricas a través de mi espalda por todo mi cuerpo. De pronto me sentí intranquila, nerviosa, feliz e indecisa... una mezcla sin sentido... creo...
—Gracias por eso, por todo —dijo Kai apenado y casi sonrojado.
—No es nada, tranquilo —negó soltando una risilla nerviosa.
—Y... ¿a dónde vas ahora?
—Se supone que después de pasar por la oficina del director debo ir a retención —le conté con fastidio —. Pero no voy a hacer ni una, ni la otra, me voy a casa.
—Ve a retención, si te la saltas te irá peor después. Yo te acompaño hasta que el turno termine —se ofreció gentilmente.
Y no pude negarme. Ambos caminamos hacia el salón asignado y nos sentamos en pupitres uno junto al otro.
El nerviosismo recorría cada vena de mi ser. Curiosamente sentía paz cuando estaba con él, pero también me sentía intranquila, con pequeños bichos brincando por todo mi estómago.
¿Qué está pasándome?
—¿Sabes? Eres muy bonita, y valiente también —halagó Fletcher desviando la mirada.
—Oh, gracias —asentí... ¿tímida?
—Y ese dije es realmente hermoso, ¿herencia familiar? —admiró el collar de mi cuello, acercando su mano para tocarlo.
No le impedí hacerlo, no sé por qué, pero no lo hice. El castaño miró el diseño de la joya y luego la puso dónde estaba con mucho cuidado.
Sin embargo, puso la palma de su mano en mi pecho, poniéndome alerta y haciendo que me separara de golpe.
—Wow, tranquila, parece que corriste una maratón —se excusó con timidez —. Tu corazón late muy rápido.
Imposible...
—¿D-de v-ve-verdad? —pregunté tartamudeando.
—Sí, mira...
Kai tomó mi mano, y despacio, apoyó ambas palmas en mi pecho. Y donde debía de estar un músculo frío e inerte, se encontraba uno lleno de vida... latiendo desenfrenadamente...
Fin.
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