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9 | Respírame a mí


Hay días en los que, en sí, la luz del día molesta, días en los que aquellos segundos de esperar el cambio del semáforo se hacen eternos, días en los que simplemente tienes que morderte la lengua para no soltar comentarios mordaces a aquellos que tan solo querían ser amables, días en los que se te hincha la vena del cuello porque te trajeron un capuchino en vez de un café latte, días en los que tan solo no quieres abandonar la calidez de tu cama.

Se entiende, entonces, que aquel día estaba especialmente irascible. Bastaba con tensar un poco de la cuerda imaginaria que pendía de mi pecho para ponerme iracundo y arrasar con todo y todos de mi alrededor.

Me había esforzado para controlar mi genio y mostrar una faceta neutra en aquella reunión, observando y escuchando lo que la directora del departamento de producción y ventas proponía para una nueva línea de maquinarias sostenibles. A mi lado y formando una circunferencia me rodeaban una decena más de personas, algunas más atentas que otras, aunque nadie lo admitiría.

Yo, en cambio, trataba sin mucho éxito de analizar cada palabra que la mujer a punto de jubilarse soltaba, siendo consciente de que al finalizar la reunión mi tan eficiente asistente personal me proporcionaría un documento detallado con el resumen de todo lo hablado, por lo que me permitía el lujo de divagar repetidas veces. Hasta que se mencionó el presupuesto que necesitaría para iniciar la producción. Mi expresión neutra fue reemplazada de inmediato por incredulidad.

Apreté la mandíbula e incliné ligeramente la cabeza.

Carraspeé provocando que todos los pares de ojos se fijaran en mí.

─ Entonces, y corrígeme si lo entendí mal, tu departamento entero propone realizar unas máquinas supuestamente sostenibles cuyo coste de producción cuatriplica al de unas máquinas convencionales ─hablé arrastrando la voz─. La única forma para que Tyler Enterprises Holdings obtenga beneficios por lógica es poniéndoles un precio de acuerdo con lo gastado en ellas, lo que supone un precio demasiado alto teniendo en cuenta a cómo se encuentra el mercado actual. ─ Me paré de pies y me incliné sobre la mesa, apoyando mis puños sobre el cristal y observando a la que era una de mis mejores empleadas con los ojos entrecerrados. ─ Explícame quién jodida mierda crees tú que comprará tus máquinas habiendo competencia a la vuelta de la esquina que ofrece unos precios mucho más bajos para la misma basura que me estás proponiendo.

La vi encogerse y vislumbré el momento exacto cuando el pánico y la comprensión la empapó. Abrió y cerró la boca tratando inútilmente de hallar una respuesta, hasta que apretó los labios y se mantuvo callada sin ser capaz de sostener mi mirada.

Por lo general me consideraba una persona bastante serena y cabal, me gustaba tener la mente fría y actuar en base a un análisis previamente estructurado. No solía dejarme llevar por mis emociones y trataba de ser lo más empático posible con mis trabajadores. Pero aquel día era diferente, por lo que cuando otro empleado del mismo departamento trató de justificar inútilmente su propuesta no pude evitar dar un golpe a la mesa, callándole al instante.

─ Me importa una mierda los materiales o lo que puto pensabais utilizar. La cuestión es que esta es la segunda propuesta de mierda que proponéis en dos semanas. Iros de aquí y volved con algo decente que para eso os pago todos los putos meses ─gruñí y señalé la puerta─. Y si no sois capaces avisadme y os prometo que en un chasquido estaréis todos sustituidos por personas más competentes. Ahora hacedme el favor y volved a vuestros puestos.

Salieron de uno en uno del despacho con las cabezas bajadas y cuchicheando por lo bajo, incluyendo a mi tan eficiente asistente personal. El único que se mantuvo en su sitio sin inmutarse fue un hombre de cabello rojizo y peinado hacia atrás. Anotaba en su tablet sin prestarme mucha atención.

─ Te has pasado, la pobre Agnes casi se desmaya del susto ─habló sin levantar la vista─. Lo que sea que te pasa háztelo mirar, no puedes ir por allí gruñendo a cualquier ser humano que se atreva a mirarte.

─ No estoy de humor, Benjamín, así que ahórrate tus comentarios de mierda. ─Bufé y me volví a sentar.

Me estallaba la cabeza.

De reojo lo vi dejar reposar su tablet y fijar su mirada castaña en mí.

─ Cierto, desde que has vuelto no has estado especialmente rebozando simpatía, ¿has vuelto a discutir con Eleonor? ─Sonrió de medio lado ante mi silencio─. ¿A tu exuberante pareja no le gustó vuestro viaje a Nueva York?

─ No es eso... ─bufé y lo encaré─ Hace exactamente un mes y dos días que no veo a Andra ─confesé, apartando la mirada y apretando los puños.

Era cierto.

Aquella lejana mañana me había despertado sintiendo su aliento en mi pecho y sus mechones de pelo rozando mi nariz. Me había quedado un rato observándola dormir y admirando la forma de sus labios entreabiertos, sus ojos grandes y chocolateados entornados. Le había dado un beso en la coronilla y estaba dispuesto a levantarme y dejarla sumida en sus sueños, pero todo se fue al infierno cuando me percaté que su camiseta corta se había subido totalmente por el continuo roce con las sábanas, exhibiendo sus senos. Había tragado saliva y jadeado al verlos llenos, cremosos y suaves, coronados cada uno de ellos con un pezón pequeño y completamente erguido.

Parecía una ninfa, una hada sacada de un cuento dispuesta a enloquecerme, tumbada en mi cama prácticamente desnuda, entre mis sábanas, contagiando por todo el cuarto su aroma. Me tenía completamente hechizado, en trance, adorándola en silencio, a ella, a mi hija.

¿Cuán jodido era eso?

Peor aún, ella ni siquiera era consciente de todo lo que me provocaba, en lo trastornado que me sentía por no poder siquiera acariciar su piel, probar su suavidad, su textura.

Me había dejado sin aliento, con el puto pecho doliéndome por la fuerza de los latidos de mi corazón. Y el quejido que soltó en medio de sus sueños solo había empeorado las cosas.

En esos momentos tan sólo quería acercarme más, ahogarme en su aroma, empaparme de ella y quedarme a su lado, ahuecando cada trozo de su piel, pegada a mí.

Pero en cuanto me di cuenta del rumbo de mis pensamientos había jadeado horrorizado. Después, tan solo recordaba momentos fugaces donde el pánico se había adueñado de mí, corriendo al baño, vomitando y apagando todo el deseo de mi traicionero y codicioso cuerpo.

Hui, porque era incorrecto, porque me albergó terror, porque no sabía manejarlo, porque temía perder el control, porque no quería que Andra se diese cuenta y que en su mirada albergase el horror.

Por eso avisé rápidamente a Robert y me subí al avión privado rumbo a Nueva York, aprovechando que allí tenía reuniones pendientes. Eleonor no tardó en alcanzarme. Sin embargo, simplemente no podía sacarme a Andra de la cabeza.

Roxy me había comentado que ella no estaba contenta conmigo, que estaba enfadada. Al principio me preocupó, pero aun así no tuve el valor de ponerme en contacto con ella. Pero una noche estaba cenando con Eleonor cuando recibí el mensaje de Robert diciéndome que había encontrado a Andra dormida en mi dormitorio y que le había vuelto a preguntar cuando pensaba volver.

A partir de allí simplemente me dispersé y todo se fue al traste. Eleonor se enfadó y comenzamos a discutir.

─ Desde que Alexandra llegó a Los Ángeles apenas estás conmigo y cuando lo estás ni siquiera me escuchas. Sé que es tu hija, ¡pero yo también existo, joder! ─Se había quejado.

Después de aquello estuvimos tensando las cuerdas hasta que volvimos a Los Ángeles y le regalé un collar por nuestro aniversario que de forma tan burlesca Benjamín me había recordado horas antes. Ella había estado encantada. Sin embargo, yo me sentí un embustero. Porque lo que Eleonor no comprendía y yo me estaba dando cuenta poco a poco era que simplemente no podía quitarme a Alexandra de la cabeza, a mi hada. No se percataba de que esa pequeña mujer se había colado en mi vida para arruinarme la existencia, para destruir mi cordura con su simple presencia, para convertirse en el maldito motivo de todos mis deseos y anhelos.

─ ¿Aun sigue molesta por tu bomba de humo?

Miré a Benjamín y asentí lentamente.

─ Según Roxy molesta es poco decir ─añadí fijándome en la hora de mi reloj.

─ Aun no entiendo porque te fuiste de Nueva York un día después de dejarme al mando para estar unos días con ella, pero creo que llegó el momento de disculparte.

Lo miré y gruñí molesto, pues tenía razón.

─ Podrías presentarnos ya que estás, Rhys me dijo que van a las mismas clases. ─Se rio mientras guardaba la tablet en su funda. ─ El otro día se quejó porque paso más tiempo con Sportacus que con él, el muy cabrón debería agradecerme por fingir no enterarme de las fiestas que monta todos los fines de semana.

Sonreí, pues concordaba con Rhys. Benjamín le tenía un cariño enorme a su mascota, tanto que en muchas ocasiones se lo llevaba a los viajes que tenía que realizar para vigilar las distintas sucursales de la empresa. Lo conocía desde que éramos unos críos perdularios y sabía perfectamente que Benjamín era bastante descuidado respecto a su hijo, que le gustaba proporcionarle libertad, aunque a veces se excedía.

─ A esta hora ya debería haber vuelta de la universidad, vente y a lo mejor su cabreo se disminuirá al conocerte. ─ Suspiré, pues si Alexandra había heredado algo del genio de su difunta madre el reencuentro no iba a ser agradable.

Es por ello por lo que al cabo de una hora me adentraba en el vestíbulo de La Casa Blanca junto a Benjamín. Al principio me pareció que no se hallaba nadie, pero conforme más me acercaba más fuerte se oían voces desde el jardín exterior. Miré el suelo mojado y fruncí la ceja consternado al ver el charco. Seguí el rastro hasta las puertas corredizas que permitían la entrada a la piscina que hacía años había mandado instalar. Fue entonces cuando vi rojo.

─ Me parece a mí que tu hija está a punto de besarse con el sobrino de tu ama de llaves.

Gruñí.

─ Buenos días ─hablé en tono afilado.

Me ardía la garganta por el esfuerzo que hacía para no vociferar. Y ciertamente me sentí satisfecho al ver el horror tomar forma en las expresiones de los jóvenes que de repente se habían callado y me estaban mirando estupefactos. Sin embargo, toda mi atención estaba fijada en el cuerpo menudo de Alexandra pegado al torso desnudo de James, sus dedos rodeando su cuello y su cintura ahuecada por las manos del chico.

Enfado, ira, tristeza.

Como dije al principio, existen días en los que simplemente no quieres salir de la cama, que todo te pesa. Pero nada me había preparado para aquel tirón desde lo más profundo de mi ser, para aquel sentimiento de decepción.

Y lo sé, lo confieso.

Fue en ese momento que perdí el control.

─ Alexandra, ¿podemos hablar? ─hablé ya fuera de mí, sintiéndome extraño, como si mi cuerpo no me perteneciese.

─ Me parece que no.

Parpadeé, perplejo.

¿Qué coño?

La vi nadar hasta la orilla y subir las escaleras. Estaba chorreando cuando cogió una toalla y se enrolló con ella, exudando furia por sus poros. Luego pasó por mi lado sin ni siquiera mirarme y corrió hacia adentro.

Ah no, de eso nada monada.

Fui tras ella, dejando a Benjamín con los chicos que estaban demasiados sorprendidos para decir algo.

─ Perdonad, podéis seguir con la fies... ─Alcancé a oír.

La vi subir las escaleras y salí detrás de ella. Se giró al verme y echó a correr, dejando gotas de agua por el camino. Gruñí y aceleré el paso. Subí los escalones de dos en dos y la perseguí por el pasillo, viéndole adentrarse rápidamente en su habitación y cerrar la puerta de un golpe. Traté de abrirla sin mucho éxito.

─ Abre la puerta, Alexandra.

─ Déjame en paz, Joshua, vuélvete a Nueva York, vete con Eleonor o con quien mierdas te da la gana.

El reconocimiento me golpeó de pronto, sintiendo sus palabras como puñales atravesándome el pecho, enfriándome al instante, dándome cuenta de cuanto daño le había hecho mi cobardía y mi egoísmo.

─ Ábreme la puerta, Andra ─rogué abatido─. Por favor...

─ Te vuelvo a pedir que te marches.

Empujé con mi hombro la puerta, ya harto y oyendo el sonido del crack al soltarse las bisagras. Irrumpí acelerado y miré con los ojos entrecerrados a una Alexandra descalza, observándome rabiosa desde la otra punta de la habitación, sosteniendo con fuerza la toalla alrededor de su cuerpo. Estaba completamente mojada, su cabello suelto se le pegaba a la cara. La recorrí con mi mirada de abajo arriba, fijándome en cada curva, en cada pliegue, en sus labios rojos temblando, en sus pestañas mojadas.

─ ¿Qué pretendías allí abajo? ¿Lo ibas a besar? ─siseé acercándome lentamente, sintiendo ácido en mi estómago. ─ ¿Resulta que ahora tengo un yerno y no me lo contaste? ─añadí en tono bajo, despectivo y sin poder quitarme la duda.

─ ¿Acaso te importa? ─Se rio sin gracia, mirándome de forma grotesca. ─Puede que sí. Puede que esté con él desde hace mucho tiempo, pero sorpresa. ¡El señor Joshua Tyler no se enteró porque está muy ocupado incumpliendo promesas y yéndose por allí!

Ladeé la cabeza, sabiendo que cada una de esas palabras heladas tenían el único propósito de hacerme sentir miserable. Había acertado. Sin embargo, no podía evitar rondarme la imagen de ella casi desnuda pegada al sobrino de mi ama de llaves.

¿En qué momento congeniaron tanto?

Pasé saliva.

─ Lo siento ─hablé derrotado.

Sin embargo, Andra estaba cabreada y lo demostró cuando cogió una de las almohadas de su cama y la lanzó hacia mi dirección. Para su mala suerte la esquivé y aproveché para avanzar varios pasos más hacia ella. La cogí por sorpresa del brazo y la pegué a mí, haciéndola sonreír para mi extrañeza.

Sí, Andra no era una mujer que se dejase doblegar fácilmente. No titubeó al caer la toalla a nuestros pies y alzar la mirada retadora, incitándome a tocarla, a pegarla más a mí. Pero si ella estaba en el nivel de experta yo estaba en el de maestro, por lo que lo hice, importándome un carajo destruir el traje que llevaba puesto con el agua de su bañador. Le rodeé la cintura y bajé la cabeza, acariciando con mi aliento su cuello, subiendo a su oído y sintiéndola temblar bajo mi tacto.

─Andra, todo lo tuyo me importa, absolutamente todo, estando a mil kilómetros de distancia o a un metro, estando cerca o lejos. Me importa si ríes, si lloras o sueñas, y definitivamente me importa si te vas a besar con un chico que no sepa valorar una mierda la suerte que tiene por ese simple hecho de probarte. ¿Me entiendes, Hada?

─Quiero volver a Washington ─contestó de forma imprevisto, dejándome helado.

Jadeé y sentí su firme voz adentrarse en mi ser mientras se soltaba de mi agarre y se alejaba de mí.

─ ¿Qué?

Cualquier rastro de enfado se había disipado.

─ Está claro que mi presencia aquí no es de tu agrado y lo entiendo. No es fácil tener a una casi adolescente en tu casa habiendo estado viviendo solo tanto tiempo, pero yo no me siento cómoda y por eso mismo creo que vivir juntos a estas alturas no es lo más convenientes.

Pretendía marcharse y me lo estaba contando sin ni siquiera mirarme, hablándome como quien dice que se va a tirar la basura y vuelve.

─ Esta es tu casa en la misma medida que la mía, así que tú no te irás ─gruñí, sin saber qué hacer.

─ ¿Eso quiere decir que te irás tú? ¿De nuevo? ─Bufó con una camiseta en la mano.

Me acerqué con temor de que se alejara de mí. Pero para mi esperanza no lo hizo. Le quité la prenda de las manos y se la coloqué con cuidado para no enredarse con su cabello húmedo. Me estaba observando cautelosa, esperando una respuesta que no sabía dar. Tan solo pegué nuestras frentes y cerré los ojos. Inspiré, llenándome el pecho de aire.

─ No más, Andra, se acabó lo de ir y volver ─murmuré sin atreverme a abrir los ojos─, esta es la última vez que dejaré de esconderme y actuaré como el adulto que se supone que debo ser. Lo juro, Andra.

Pero Andra no me respondió y dolió como el infierno. Sin embargo, aquello rápidamente quedó en el olvido, porque al abrir los ojos la vi hiperventilando, abriendo y cerrando la boca buscando oxígeno, con los ojos abiertos como platos y la mirada perdida.

─ Mierda, Andra, mírame.

No contestó.

La cogí en brazos y la senté en la cama. Me puse de cuclillas delante de ella y le cogí de la mano, intentando todo el rato captar su mirada. Seguía llorando e hiperventilando, pero al cabo de unos minutos posó sus brillantes ojos en mí.

─ N-no... p-puedo...r-respirar.

─ Sí que puedes, mi amor, sígueme a mí ─la abracé con fuerzo, sintiendo su propio pulso acelerado. Tragué saliva, con miedo. Cada vez estaba más pálida. ─Concéntrate en tu respiración. Mantente en el presente.

─ N-no... p-puedo...

─ Entonces respírame a mí.

Me miró y asintió de forma enérgica con la cabeza.

Se calmó tras unos minutos.

La había tumbado en su cama y yo también a su lado. Estaba más tranquila. La tenía abrazada por la espalda, ella jugando con mi mano. No hablamos, estábamos sumidos en el silencio. Las voces de los chicos de la piscina hacía rato que habían desaparecido y estaba bastante seguro de que Benjamín estaba con Corea esperando que bajemos. Pero antes de eso quería asegurarme y esperar a que Andra se recuperase completamente del ataque de ansiedad.

─ Tienes las manos muy blancas.

Sonreí, apoyando mi mentón en su hombro, mirando nuestra mano unida. La suya mucho más morena que la mía.

─ Dame un poco de tu moreno, entonces. ─ Bromeé.

Se rio en voz baja.

─ Cógelo todo, te doy mi permiso.

─ Ojalá pudiera coger todo de ti ─ murmuré, abrazándola con más fuerza, sabiendo que era completamente indecente y repugnante pedirle aquello.

No hubo respuesta, pero no hizo falta.

– ¿Aún quieres marcharte? ─pregunté con un nudo en la boca del estómago.

– Solo si dejas de huir de mí.

La giré para estar cara a cara. Tenía los ojos enrojecidos, las pupilas dilatadas y sus pestañas aun húmedas. Veía duda en su mirada, temor. ¿Yo había provocado aquello? Desconfiaba de mí, no me creía y dolía, porque yo lo había propiciado.

– No, Alexandra –repetí–, no lo haré.

"Aunque por ello arda en el infierno".

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