4 | Ojos chocolates negros y puros
PARTE I: ANDRA
— ¿Por qué tengo la sensación de que me estás evitando?
Di un respingo sobresaltada y vi como el libro que sostenía en las manos se caía al césped. Alcé la mirada y me topé cara a cara con la expresión más burlesca que había visto en toda mi vida, allí oculta en medio de aros brillantes dispersos en distintas zonas de su rostro.
Me paré de pies rápidamente y me sentí de inmediato estremecer al sentir el contacto frío del césped con mis pies descalzos.
— Me gustaría saber cómo llegaste a esa conclusión puesto que ni nos conocemos —contesté a la defensiva. Era cierto que lo había estado evitando, pero él no tenía por qué saberlo.
Ese día había decidido salir al jardín trasero de La Casa Blanca y leer. Hacía unos días Robert me había ayudado a colocar una hamaca y desde entonces ese sitio se había vuelto mi favorito. Leía para pasar el rato mientras esperaba a Joshua. De nuevo había salido de viaje, pero esa vez Elle parecía haber decidido acompañarle otra vez.
Tal y como lo había avecinado apenas nos veíamos y en cierta medida me producía desasosiego. No era como si me había planteado pasar todo el día con él, tampoco era mi deseo. Sin embargo, más de una vez me había encontrado rondando por la puerta de su dormitorio sopesando la idea de aceptar su invitación y volver a entrar, mas desechaba la idea y me volvía a mi dormitorio con el corazón desbocado. Tampoco conocía a mucha gente más allá de los empleados de esa casa y los guardaespaldas que parecían vivir solamente para acompañar a Joshua —y a mí— a todos los lados. Pero, cada vez que observaba mi pulsera de dijes de infinitos y dados de la suerte de forma automática en mi mente se formaba el recuerdo de él llamándome por aquél diminutivo de mi nombre que se había vuelto mi favorito y entonces ese sentimiento disminuía de intensidad y una sonrisa tomaba forma en mi boca.
— Pues conozcámonos. — Arqueó la ceja y me tendió la mano.
La observé detenidamente. Además de los piercings de la cara y orejas contaba con un anillo para cada dedo. Eso, junto a las prendas tétricas que vestía, hacía que James fuera la personificación de aquel chico con pinta de roquero rebelde y desvergonzado que toda madre querría lejos de su hija, mientras que yo me asemejaba más a la tímida de Isabella cuando conoció a Troy en aquel karaoke.
— Álex Jordan —contesté al fin.
— James Austen.— Sonreía de forma ladina mientras me estrechaba la mano. — Aunque creo que ya lo sabías.
Rodé les ojos y lo observé irritada.
— Como la autora, eh, ¿acaso sois familia o qué? —respondí bromeando. En verdad solo quería evadir el tema, algo que logré, puesto que rodó los ojos y chasqueó la lengua.
— Ojalá, así mi tía dejaría de darme la lata para ser más como el Sr. Darcy, al parecer con tener su cara de culo no le basta.
Reí entre dientes.
Ladeó la cabeza y me miró con deje de curiosidad.
— Te vi en la universidad un par de veces.
"Parece que mis intentos de pasar desapercibida no funcionaron".
— Estudio allí —contesté, él en cambio arqueó la ceja derecha y yo me encogí de hombros.
— No tenías porqué esconderte de mí —farfullaba mientras se agachaba y cogía el libro que se me había caído antes al césped. — El retrato de Dorian Gray..., un clásico, no te imaginaba leyendo esto.
Bufé por inercia y, estando casi por replicarle, sentí una sensación extraña recorrerme la nuca. Contuve la respiración y me giré buscando la razón, alcé la cabeza y lo vi a él en el balcón de mi habitación. Estaba apoyado en la baranda de acero y nos observaba casi sin intención alguna de hacer acto de presencia. Parpadeé sorprendida, se suponía que iba a volver al día siguiente. Sonrió y saludó con un ademán de mano.
— Cuánto tiempo, sr. Tyler, ¿ha vuelto hace mucho? —Oí decir a James detrás de mí.
— Qué va, acabo de llegar, ¿todo bien por aquí?
— Todo en orden —contestó animado de nuevo.
— Me alegro. —Devolvió su mirada a mí y arrugó la frente. — ¿No vas a saludar a tu padre?
— Voy —musité y eché a andar rápidamente hacia el interior de la casa, pero James me sostuvo por el brazo.
— Tu libro.
Lo miré y asentí con la cabeza.
— Yo no me escondía, menos de ti —refuté y me fui sosteniendo con fuerza el libro contra mi pecho con la carcajada de James de fondo.
Subí corriendo las escaleras mientras soltaba el moño que me había hecho por la mañana y pasaba los dedos entre el cabello intentando hacerlo ver decente. Me detuve delante de mi habitación y tomé una bocanada de aire antes de adentrarme. Sin embargo, lo primero que vi fue a Joshua con una mata de pelo blanco envuelta en una sábana y descansando en sus brazos.
— ¡Es un cachorrito! —exclamé y él asintió con un entusiasmo poco típico en él.
— Sí, ven.
Dejé el libro sobre el escritorio y me acerqué. Miré al pequeño animal y después a él dudosa, pero él me instó a acariciar al nuevo intruso.
— Qué hermoso..., ¿de dónde salió? —pregunté sin dejar de tocarlo, era tan pequeño que me daba miedo hacerle daño. Tenía unos ojos redondos y de color chocolate negro que me observaban embelesados. Ladró y sonreí emocionada. Miré a Joshua y me di cuenta de que estábamos muy cerca, tanto que incluso podía aspirar de nuevo el olor de su colonia con aroma a cítricos, la que se ponía todas las mañanas y que dejaba impregnada su olor allá por donde pasaba.
— Lo encontré en Corea, volvía al hotel con Elle y lo oímos llorar. Estaba escondido en una caja.
— ¿Y no es de nadie?
— Me cercioré de que no.
—¿Con eso quieres decir que se quedará aquí? —cuestioné sorprendida. Él asintió con la cabeza y se rio mientras alejaba al cachorro de mí y lo dejaba en mi cama.
— Creía que te haría ilusión. Además, es mi forma de pedirte disculpas. —Arrugué la frente mientras veía como se sentaba en el borde de mi cama. Hizo un ademán para ir a su lado. — Hace más de un mes que te instalaste aquí y casi todo el tiempo yo estuve fuera.
— No pasa nada —murmuré ya sentada a su costado.
Negó con la cabeza.
— Sí pasa, apenas pasamos tiempo juntos. —Me miró apenado. — Así que hoy saldremos y te mostraré algo que seguro te encantará, a no ser que tengas otros planes, claro.
Me cogió de la mano y observé incrédula como nuestros dedos se entrelazaban; los suyos pálidos y largos, los míos morenos y delgados. ¿Salir los dos? ¿Juntos? ¿Dónde?, pensaba. Alcé la mirada. Él también observaba nuestras manos, me acariciaba el pulgar mientras tanto.
— De acuerdo —respondí al cabo de unos minutos de estar los dos en silencio. Joshua sonrió contento y sin preverlo se acercó y me dio un beso en la mejilla, donde se recreó varios segundos en los que yo me quedé estática, sin saber cómo actuar. Sentí como se me cortaba la respiración y sabía que mi rostro seguramente se había vuelto de un tono rojizo.
— Nos vemos abajo a las ocho, tengo que resolver unos asuntos antes —habló mientras se alejaba hacia la puerta. Parpadeé y asentí aturdida. — Estaría bien ponerle un nombre al nuevo integrante —añadió.
Lo miré. Era alto, muy alto, rondaba el metro noventa y vestía un traje negro, hecho a medida seguramente, sin corbata ni chaleco y con algunos botones de la camisa, también negra, desabrochados. Sus rulos oscuros estaban revueltos y sin fijador, ya que se le caían despreocupados sobre la frente, hecho que provocó que se los apartara con la mano. Aparté la vista rápidamente y me centré en el pequeño cachorrito que descansaba tranquilamente envuelto en unas sábanas. Sonreí y le acaricié por detrás de sus pequeñas orejas, a lo que respondió con ladridos satisfactorios.
— Corea..., allí lo encontraste, así que se llamará Corea.
— Me parece bien. —Sonrió y desapareció por la puerta.
Suspiré y me llevé la mano en donde él había posado sus labios. Recuerdo haber pensado que eran cálidos. Sacudí la cabeza. Me tumbé y sin saber porqué me tapé la cara con una de las almohadas que adornaban la cama. Joshua imponía, lo había visto hablando por teléfono, con Robert y su séquito de empleados, los gestos fríos que empleaba y también había oído su voz seria. Su porte recto intimidaba, y tanto que lo hacía. Pero, después lo escuchaba hablar con Roxy, con James... o conmigo, y toda esa seriedad y frialdad desaparecía y mostraba a un alegre Joshua que me robaba sonrisas y...
"Basta", me recriminé a mí misma y sacudí la cabeza.
Mejor me centraba en qué me iba a poner, así que me dirigí al enorme vestidor con el que contaba mi habitación. Allí estaba las prendas que traje conmigo desde Washington, sin embargo, Joshua se había encargado desde el primer día de llegar aquí de llenar las perchas y estanterías con atuendos que jamás me habría puesto y que yo misma había corroborado que eran de marcas muy costosas. Yo era una persona muy simple a la hora de vestir, no me calentaba mucho la cabeza, pero ese día me apetecía arreglarme un poco más. Sin embargo, tenía demasiadas opciones...
Escuché unos toques en la puerta.
—Acaban de llegar unos objetos para el perro, señorita Álex. ¿Dónde quiere que los depositemos?
Volteé y vi a una de las empleadas parada bajo el marco de la puerta. Se trataba de Maggy que, junto a Roxy y múltiples personas más, se encargaba de mantener el orden de la casa.
Pensaba responderle, cuando se me ocurrió una idea y sonreí contenta mientras Corea ladraba desde la cama.
PARTE II: JOSHUA
— ... estaré ocupado y no quiero recibir ninguna llamada, dejo todo a cargo de Benjamin.
Colgué tras oír la afirmación de mi asistente y guardé el móvil en uno de los bolsillos del pantalón. Faltaban apenas unos minutos para que el reloj marcara los ocho de la tarde y, para mi sorpresa, me encontraba un tanto turbado. Era la primera vez que iba a salir en público oficialmente como padre. Hacía años que me había hecho con la idea de que tenía una hija, yo nunca la había renegado, sin embargo, mi familia era otro caso.
Mis padres creían férreamente que no iba a ser capaz de cuidar de una criatura, y lo cierto es que tenían razón. Nada me había preparado para asistir al funeral de Jude, me había dejado trastocado. Antes de aquello discutíamos, claro que lo hacíamos, pero siempre terminábamos reconciliándonos y resolviendo nuestros malestares o, al menos, eso creíamos. Éramos adolescentes y no conocíamos el significado de una relación sana. Benjamin, mi amigo de toda la vida era quien se interponía y calmaba siempre las aguas. Sin embargo, cometimos un desliz y fruto de aquello nació mi bella Andra. Los médicos nos dijeron que se trataba de un embarazo de riesgo, pero Jude había hecho oídos sordos y decidió seguir adelante con todo lo que aquello conllevaba.
"Andra..."
Después de aquello la hermana mayor de Jude se hizo cargo de ella, alegando que era su deber. Lo acepté y me dediqué a trabajar con mi padre para demostrarle que había madurado y que era digno de heredar el conglomerado en el que tan duro se había esforzado para hacerlo emerger. Al final lo logré, y me hice cargo con la seriedad que mi familia habían cultivado en mí. Al chico desenfadado e infantil había dejado atrás y me convertí en el hombre derecho y meticuloso en el que soy incluso hoy en día.
Durante todo aquel tiempo fui manteniendo contacto con Sophie y mandando una cantidad generosa de dinero para cubrir todos los gastos de la pequeña hada, tal y como ella la nombraba en todas nuestras conversaciones. No obstante, Sophie rechazó todos los cheques que enviaba diciendo que no los necesitaba, por lo que me tuve que resignar y aceptar que yo no formaba parte de sus vidas y que me tenía que limitar a observar de lejos.
Sin embargo, aquello había cambiado semanas atrás cuando me llegaron noticias de que Sophie había fallecido en un accidente de coche. No me lo pensé varias veces y decidí hacerme cargo de todo. Sabía que plantarme en Washington desde Los Ángeles asustaría a mi bella Andra, por lo que me decanté en llamarla. Su voz triste y ausente me había chocado, era la primera vez que escuchaba su voz madura y que fuera de esa forma me partió el corazón. Para mi sorpresa no se había negado a mi propuesta de mudarse a mi casa, aunque sabía que fue porque se sentía sola y perdida.
Después, cuando la vi por primera vez en persona no pude turbarme más. La imagen que me había formado sobre ella era la de una niña inocente y adorable, tal y como la había visto hacía tantos años atrás. Pero aquello no pudo distar más de la realidad, y me di cuenta justo en el momento en el que la vi plantada en mi cocina, que era una mujer adulta que pronto cumpliría veinte años, que estaba pasando por duros momentos y que no tenía que atosigarla. Y es que era curiosa, no se tenía que ser muy brillante para percatarse, no tardó nada en adaptarse a la casa, a los empleados, a todo. Sabía por Roxy que no se estaba quieta, que iba de un lado a otro preguntando sus inquietudes, que a veces hablaba con una amiga suya de Washington, leía y estudiaba. Me hizo gracia cuando, avergonzada, me contó aquel episodio que tuvo con el sobrino de Roxy. Me pareció una tontada, pero también me despertó el interés por ver cómo afrontaría aquello.
Me había asombrado de sobremanera cuando había descubierto aquella pulsera perdida en las sábanas de mi cama, pero supe al instante que era suya y que ella había decido por alguna razón que desconocía entrar en mi dormitorio e investigarlo.
No me mentía a mí mismo, pues sabía que en el fondo había deseado que volviese a hacerlo, pero estando yo presente. Deseaba observarla, ver qué hacía, y es que aquella noche me había quedado en vela por su maldito olor que se había quedado impregnado en mis sábanas, especialmente en uno de los cojines. Andra siempre desprendía un aroma dulce, cada vez que me la cruzaba dejaba a su paso un perfume que me descolocaba. Aún no había logrado descubrir si se tratada de coco o caramelo, pero por Dios que desde que había llegado toda Casa Blanca olía a ella.
— Ya está todo listo, señor Tyler, a su orden realizamos el despegue.
Observé a Robert y asentí con la cabeza.
No mentía, quería pasar tiempo con Andra para conocerla, para observarla y descubrir cada recoveco de su ser. Su actitud frente a Elle reconozco que me había tenido en vilo, me preocupaba que se sintiera incómoda, pero otra vez me demostró que con ella no tenía que hacerme ninguna idea precipitada. Se mostró educada e incluso agradable, hecho que sorprendió a mi pareja y a mí me reconfortó.
Sonreí al recordar lo último que me había dicho y lo segura de sí misma que había parecido. Sin embargo, pocos días después tuve que volver a marcharme a Corea acompañado de Elleonor, por insistencia suya. A pesar de mis intentos de posponer los numerosos viajes a veces simplemente no podía, hecho que provocaba que casi no me topara con ella. Pero eso se había acabado.
Había salido del despacho y me dirigía al salón con Robert pisándome los talones, lugar donde la encontré.
— Hola —saludó parada de pies y con las manos detrás de su espalda.
Cogí aire profundamente y la observé chocado. Se había vestido con una falda ceñida a su cuerpo y una camisa corta de color rojo que mostraba su ombligo y cintura de una forma sugerente. Se había dejado el pelo suelto a excepción de algunos mechones sujetos con ganchos y se había calzado con botas de suela gruesa. Atisbé a ver incluso un rastro de maquillaje en su bello rostro, sobre todo en sus labios pintados de un fuerte rojo.
"Definitivamente no es una niña", había pensado turbado.
— ¿Y bien?
Parpadeé y sonreí al notar de nuevo su timidez mientras me acercaba a ella. Junté nuestras manos y acerqué nuestras frentes.
— Respira —le susurré al notar su respiración cortada. — Estás hermosa.
— Tú también estás bien...
Me reí y me alejé sin separar mi mano diestra de la suya.
— ¿Lista? —pregunté sin apartar la mirada de sus ojos del color del chocolate negro y puro.
— Sí.
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