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1 | El gusto es mío

*He añadido escenas extras que en la anterior versión no se mostraron.

Tomé una bocanada de aire caliente mientras cruzaba mis brazos sobre mi torso únicamente cubierto por una camisa corta con estampado de una amapola y una luna escondida tímidamente tras la flor. Observaba a la gente yendo de un lado a otro, arrastrando consigo maletas de todos los colores, tamaños y formas posibles. Parecía ser completamente invisible a sus ojos pues en ningún momento me dirigieron ni tan siquiera una mirada de soslayo mientras los altavoces anunciaban los próximos vuelos.

Sonreí al fijarme en una niña, de alrededor de cuatro o cinco años, correteando en torno a un hombre de mediana edad con una figurita de La Viuda Negra en sus manos. La distancia entre nosotras me impidió escuchar qué le estaba diciendo al que supuse que era su padre con tanto ímpetu. Por lo que corrí la mirada y la centré en el reloj de mi muñeca. Las agujas marcaban las cuatro y media de la tarde, hecho que me hizo bufar exasperada. Hacía por lo menos veinte minutos que alguien debía haberme recogido.

Siseé y me rasqué la zona donde un pendiente colgaba en una de mis orejas.

Sentía el estómago pesado mientras observaba mis pies embutidos en unas zapatillas de suelas planas. En realidad, estaba nerviosa. Me preguntaba si me reconocería, pues la última vez que habíamos estado juntos yo aún soñaba con la llegada de una carta de aceptación para estudiar en Hogwarts. Habían pasado tantos años que apenas recordaba momentos fugaces trascurridos con él, lo único que recordaba era la sensación de curiosidad y felicidad infantil que me albergaba cuando me avisaban sobre sus tan esporádicas e imprevisibles vistas. Ahora, tan solo lo distinguía entre una gran multitud debido al apartado exclusivo destinado para él en Wikipedia que detallaba su vida al completo y a los programas de cotilleo que se dedicaban a alabar los logros de su gran exitoso conglomerado y comentar sus relaciones amorosas. Fue a través de estos programas que supe que no le agradaban las redes sociales y que por ello prescindía de ellas. Las imágenes publicadas en internet me hicieron darme cuenta de que, además, físicamente no teníamos ningún parentesco; mientras que él presumía de ojos claros, cabello muy oscuro y tez pálida, yo al parecer había heredado los rasgos menos apabullantes y más comunes de mi madre.

A mi tía rara vez le gustaba mencionar a su hermana, decía que le traían recuerdos amargos. Pero una noche, tras tomarse varias copas de vino y surgir el efecto del alcohol en ella, había aprovechado para preguntarle sobre Jude, mi madre. Sophie con la voz un poco torpe me había contado que mi madre estaba cursando el penúltimo año de instituto cuando conoció a Joshua Tyler, un joven con padres muy adinerados que tuvo la mala suerte de decidir dar una vuelta con su mejor amigo en un bar que nada tenía que ver con los lugares sofisticados que él solía frecuentar. Allí había conocido a mi madre y según lo que Sophie balbuceaba no tardaron mucho en volverse la pareja más controvertida por sus continuas idas y vueltas, discusiones y conciliaciones, pues parecía que nunca estaban de acuerdo en nada pero que tampoco querían ponerle el punto final, muy a pesar de sus familias, hasta que un día de alguna forma lo hicieron. Después de eso se descubrió que ella estaba embarazada de mí y me acordaba que con expresión sombría mi tía se lamentaba al decirme cómo Jude había muerto tras el durante el parto. Luego, al parecer ninguna de las dos familias de mis padres quiso hacerse cargo de mí, así que me había criado en la otra punto del país con la hermana mayor de mi madre, Sophie. Y salvo por las tan esporádicas e imprevisibles visitas de él a lo largo de mi infancia no habíamos tenido más contacto. Aunque era conocedora que se mantenía informado de mi estado a través de mi tía.

Joshua Tyler definitivamente era un desconocido para mí, pensaba justo antes de notar unas vibraciones en mi bolso.

"te extraño :( stoy sad T.T"

Recuerdo haber sonreído y responder inmediatamente al mensaje de texto de mi mejor amiga de aquellos entonces.

"nos vimos ayer, ayer!! xddd"

Guardé el móvil de vuelta antes de recibir una avalancha de quejas en formato de mensajes. Amaba a Beth, era como una hermana, pero era muy pesada y a veces se volvía insoportable con su inagotable energía, incluso a través de mensajes.

Noté de repente como un hombre me estaba mirando detenidamente desde una tienda de souvenirs. Era alto e iba trajeado. Le sostuve la mirada unos segundos y exclamé azorada cuando comenzó a caminar hacia mi dirección. Pasé saliva y adopté una fingida expresión seria y desconfiada. Su andar era firme y su porte intimidante.

─ ¿Alexandra Jordan?

Lo miré detenidamente.

─ Soy yo, ¿quién es? ─contesté notando mis músculos de repente tensos.

─El señor Tyler me mandó recogerla, puede llamarme Robert.

Suspiré aliviada y sentí relajarme.

─ ¿Dónde está él? ─pregunté de forma desinteresada al cabo de media hora.

Estábamos en un coche que lucía demasiado caro, él conduciendo y yo en los mullidos asientos traseros. No había parado de mirar las calles de Los Ángeles a través de la ventana y ni él ni yo mostrábamos un ápice de interés en entablar conversación. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que el tal Robert de apariencia fornida y seria era algún tipo de guardaespaldas. El auricular de su oreja no dejaba duda alguna y la pistola que ni siquiera intentó ocultar tampoco. Lejos de asustarme me puse cómoda y admiré las vistas. Conociendo lo famoso era Joshua Tyler no me sorprendía que tuviera que contratar a personas con pistolas para protegerle del peligro que supone poseer tanto poder adquisitivo. O al menos eso me dio a entender las películas de Hollywood.

─ Al señor Tyler le surgió una reunión muy importante de improviso. Lamenta no haber podido presentarse él mismo al aeropuerto ─contestó escueto y sin despegar la mirada de la luna.

─ Ah... ─respondí mirándole a través del espejo central.

Al cabo de unos minutos fuimos dejando atrás las calles llenas de personas y comercios y nos fuimos adentrando en barrios donde parecían vivir solamente personas muy importantes y adineradas. Iba admirando la frialdad del entorno cuando finalmente nos paramos delante de una casa imponente y muy moderna. Un portón enorme de hierro se abrió de apoco dejándonos entrar con el coche en un garaje enorme muy moderno donde varios coches más de última gama estaban aparcados en batería. Robert me ayudó a bajar las maletas y abrí los ojos sorprendida cuando entramos dentro de la casa y observé la cantidad de objetos de lujo que adornaban las paredes y estanterías. Las paredes eran de color blanco y las decoraciones en tonos grises y negros. Todo destilaba riqueza y poder.

De inmediato me sentí abrumada e incómoda, pues una cosa era saber que mi padre tenía mucho dinero y otra cosa muy distinta era presenciarlo en vivo. Aquello era una exageración, rozaba lo obsceno.

─ Bienvenida a La Casa Blanca.

Parpadeé desconcertada y contemplé a una mujer que salió de a saber dónde y se paraba en frente de mí. Era de porte sofisticado y delicado, alta y de cabellos rubios recogidos en un moño apretado. Se mostraba alegre y con una emoción contenida en su mirada ámbar.

─ ¿Cómo la de Washington? ─pregunté incrédula.

─ Como la fachada y el interior es todo de color blanco al señor Tyler le hizo gracia y le pareció oportuno emplear este nombre.

─ Ya veo...

─ Me llamo Roxanne, pero puede llamarme Roxy, soy la encargada de mantener toda esta casa limpia y organizada. Yo la ayudaré con las maletas y le enseñaré su habitación. ─Sonrió y me inspiró confianza, así que le devolví el gesto tímida.

Me guio por unas escaleras en espiral a una segunda planta. Roxy arrastraba una maleta y yo otra. De Robert no había rastro, desapareció cuando se presentó la mujer. Ambas recorrimos un amplio pasillo mientras me contaba la distribución de la casa. Me anunció que Joshua regresaría en un par de horas y que le hacía mucha ilusión tener por fin a otra mujer con quien conservar. Cuando traspasamos una puerta de madera blanca me quedé muda contemplando una amplia habitación con su propia terraza, totalmente iluminada con luz natural y una enorme cama con colchas en tonos pasteles. Había distintas puertas que no sabía a dónde daban y un escritorio decorado bellamente con estrellas talladas en las patas.

Me dirigí a la puerta corrediza de vidrio totalmente asombrada y observé maravillada las vistas que se podían apreciar desde la terraza adornada solamente con un sofá y cojines que se avecinaban muy cómodos.

─ Tómese su tiempo para desempacar. Estaré abajo si me necesita. ─Me di la vuelta y asentí de acuerdo con ella─. Descanse, fue un viaje largo.

─ Eso haré ─contesté agradecida. La miré salir de la habitación con un andar ligero, de plomo, cuando reaccioné y corrí detrás de ella─. Espera.

─ ¿Sí? ─ me preguntó extrañada en mitad del pasillo.

─ Llámame Álex.

─ Está bien..., Álex. ─ Sonrió y yo también lo hice.

Cuando volví a la habitación me dediqué a abrir las maletas y guardar mis pertenencias en un vestidor que resultó ser una de aquellas puertas misteriosas. Al terminar acabé agotada y tras enviarle algunos mensajes de texto a Beth me acosté en la enorme cama donde casi sin darme cuenta me quedé dormida el resto de la tarde.

Al despertarme me sentí desorientada y un tanto asustada al no reconocer el entorno, pero después me acordé de todo lo sucedido y me relajé. Me di cuenta entonces que la luz del sol había desaparecido dejando paso a la oscuridad de la noche. La pantalla de mi móvil marcaba las ocho de la tarde. Salí indecisa al largo pasillo rumbo a las escaleras. Observaba las pinturas que colgaban en las paredes cuando me fijé en una puerta ligeramente entornada. Sin darme cuenta me había alejado de las escaleras desviándome a la otra punto del pasillo cerca de una ventana enorme que daba al jardín. La puerta era de madera negra, como todas las que había visto hasta entonces, y la manija de acero. Tampoco se veía luz desde dentro.

Me acerqué y empujé la madera despacio revelando poco a poco un dormitorio del mismo tamaño que me habían asignado a mí, con los reflejos de la luna como única fuente de luz. Me quedé en la entrada sopesando si podía entrar o, más bien, si era correcto entrar en una estancia que claramente tenía un dueño. Pero mi duda se esfumó al oír un ruido en el pasillo. Presa del miedo a ser descubierta fisgoneando in fraganti me adentré y cerré la puerta despacio para no hacer sonido. Busqué a tientas el interruptor hasta dar con él y encender la luz.

Se trataba de un cuarto limpio y ordenado, con la cantidad de muebles justos y necesarios de diseño y de calidad. Lo adiviné al pasear mis dedos sobre el escritorio que contaba con una lámpara y al lado un portátil de última generación. Era de estilo moderno y de tonalidad beige. Al lado se hallaba una repisa con diferentes libros ordenados por colores de los lomos. Las paredes, como toda la casa, eran de color blanco y algunas con revestimientos de madera. En ellas colgaban diferentes cuadros de pintura y fotografías artísticas y, al igual que mi dormitorio, este también disponía de una amplia terraza, cuya entrada estaba protegida y decorada con unas cortinas simples de la misma sintonía con los muebles.

Sin embargo, fue la cama la que se robó el protagonismo del espacio en toda la recámara. Tenía forma redonda, era muy amplia y por ende muy espaciosa. La ropa de cama era de colores lisos y me pareció que era de lino al tocarla.

Quise comprobar si era tan confortable como lo parecía y me senté en el borde. Me hundí en el colchón y observé una vez más toda la recámara. Me sentía muy cómoda, tanto que no pude evitar recostarme boca arriba. Cogí una de las múltiples almohadas que estaban colocadas estratégicamente encima y la pegué a mi pecho. Desprendía el aroma de una colonia suave con olor a cítricos. La acerqué a mi nariz y aspiré la esencia.

"Huele tan bien..."

Me sobresalté al volver a oír un ruido, esta vez parecían los pasos de una persona. Me levanté y esperé hasta que los pasos dejaron de sonar para salir despacio del dormitorio, apagando la luz a mi paso. Luego, decidí buscar las escaleras y bajé a la planta baja deseosa de conocer más el terreno cuando escuché una voz varonil proveniente de algún lugar recóndito fuera de mi alcance. Decidí seguir la voz en el momento que reconocí también a la de Roxy.

Llegué hasta la cocina, equipada con unos electrodomésticos de última generación. Sobre el fogón había una olla que desprendía un aroma delicioso a comida. Roxy le estaba añadiendo especies mientras hablaba con un hombre muy alto y vestido de traje negro. Estaba apoyado con la cadera en la isla de mármol, marcando una espalda y hombros anchos.

─ Fui a verla y estaba durmien... Álex, ya estás despierta ─exclamó la mujer al percatarse de mi presencia.

Se acercó a mí, pero yo me quedé estática cuando el hombre trajeado se dio la vuelta y pude reconocer por fin las facciones marcadas de Joshua Tyler. Tenía las piernas mucho más largas que en la televisión, los cabellos negros le caían sobre la frente y su mirada era mucho más penetrante de lo que creí fuera posible. Se veía muy joven, demasiado joven.

De repente fui mucho más consciente de mi aspecto desaliñado y me arrepentí no haberme siquiera peinado después de dormir.

─ Eh... sí ─murmuré tratando al mismo tiempo, en un vano intento, peinar con mis dedos los largos mechones de mi cabello.

─ Bienvenida a casa, Álex.

Era demasiado joven, me repetía mientras estiraba el cuello y le miraba a sus ojos de un azul pálido.

─ ¿Tienes hambre? ¿Le queda mucho a la cena, Roxy? ─Observó a la susodicha negar y volvió su atención en mí─. ¿Podríamos hablar un momento primero?

─ Claro ─contesté aún turbada.

Me guio a través del salón hasta un pasillo más corto que el de antes y luego a un cuarto que resultó era un despacho. Me indicó acomodarme sobre un sillón muy confortable mientras yo le miraba sentarse en una silla que se avecinaba igual de cómoda detrás de su escritorio lleno de documentos apilados ordenadamente. Estaba tan nerviosa y aturdida que ni siquiera me fijé en los abstractos cuadros que colgaban en las paredes, tan solo me senté delante de él. Sentía mi boca reseca y las palmas de las manos sudorosas.

─ Lamento haberte abordado de esta forma, tan sólo deseaba hablar contigo en privado. Prácticamente no nos conocemos y me gustaría cambiar aquello.

─ Es solo que... eres muy joven, no me lo esperaba. En las fotos de internet te ves... diferente ─me sinceré clavándole la mirada en sus ojos. Fue entonces cuando me di cuenta de que sonreía de forma genuina, revelando dos hoyuelos en cada mejilla.

─ Bueno, al fin y al cabo, tenía tu edad cuando naciste. No es extraño. Tengo treinta y ocho años, ¿te parezco muy joven, Álex? ─ Arrugó la frente.

─ Teniendo en cuenta que yo tengo diecinueve, sí, eso dije antes. Podrías ser mi hermano ─afirmé con total firmeza. Por alguna razón su postura relajada y alegre me inspiraba seguridad y a la vez confianza, así que le sonreí de vuelta─. Gusto en conocerte, Joshua.

─ El gusto es mío, Alexandra ─ murmuró sin despegar su mirada de la mía.

Se me erizó la piel.

El tiempo transcurrió rápido, demasiado rápido para mi gusto. Hablamos del viaje, me preguntó sobre mis amistades en Washington y en medio de aquella discusión apareció Roxy con la cena en una bandeja. Cenamos juntos, en su despacho, y mientras tanto me di cuenta de que Joshua no era tan serio como como aparentaba. Y a pesar de no haber tocado el tema que más nos interesaba a ambos, me gustó estar con él. Todo el nerviosismo del principio se había esfumado y fue reemplazado por una agradable sensación en mi interior.

Casi a la medianoche se me escapó un bostezo y él se dio cuenta, porque se ofreció a acompañarme a mi habitación.

─ Descansa ─susurró delante de la puerta mientras se agachaba y me daba un beso en la coronilla─. Buenas noches.

─Buenas noches... ─contesté estática en el sitio y aspirando el olor de su colonia.

El mismo olor de la almohada que horas antes había tenido abrazada a mi pecho, el mismo olor de aquel dormitorio hacia donde Joshua se dirigía en esos precisos momentos, entraba y veía las sábanas arrugadas donde justo encima yacía una pulsera con dijes de infinitos y dados de la suerte.

Pulsera que yo tardaría mucho tiempo en darme cuenta de que la había perdido.

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