
Coraje renovado
—¿Estás seguro de esto? —pregunta Zoé mientras toma la mano de Karim—. No controlo qué poder tendrás, puede ser completamente inútil.
—Pero seré más resistente, eso es lo que importa —sentencia Karim. Zoé se encoge de hombros.
Zoé aprieta la muñeca de Karim y un brillo verde neón aparece y se extiende a lo largo del cuerpo del mayor. Karim siente un cosquilleo que avanza por su piel junto con la luz verdosa; cuando esta lo rodea por completo, Karim siente su cuerpo adormecido pero la sensación se desvanece en cuanto el resplandor se va.
—¿Qué sientes? —pregunta Zoé sin apartar la vista de su primo.
—No me siento diferente —murmura el mayor mirando sus manos.
—Puede que tardes un poco desarrollar tu poder, la resistencia es natural —señala Marcos y con un gesto le indica que se acerque.
—Bien, solucionado el primer asunto… —exclama Amelia y gira la vista hacia Omali, Uriel y Elías—. Díganme ustedes tres que descubrieron algo útil.
Había pasado una semana desde que, entre Marcos y Amelia, casi mataban a América. Los ingenieros de la familia, junto con Elías, se habían puesto a trabajar tanto con el sensor que Marcos se había robado como con el chip que estaba en la cabeza de Irán.
—Respecto al sensor, seguimos trabajando —comenta Uriel—. Tenemos más o menos bien el cómo funciona, pero aún no entendemos cómo consigue bloquear los poderes de todos: ni siquiera el campo de Elías puede hacer eso.
—Bien, sigan trabajando —pide la mayor masajeando sus sienes—. De lo otro, ¿tienen algo?
—Sí —anuncia Omali—. Aunque tal vez Gyan pueda explicarlo mejor.
Omali le pasa al psicólogo lo que queda del chip que estaba en la cabeza de Irán. Gyan sólo debe observarlo por unos segundos antes de entender lo que es.
—¿Es uno de los chips que usamos para los pacientes psicóticos? —cuestiona incrédulo. Omali asiente.
—¡¿Qué?! —exclama Marcos.
—Más información, por favor —demanda Amelie.
—Estos chips se conectan directamente con los impulsos neuronales, así, en caso de no haber personal de apoyo cerca, puedes usarlos para calmar artificialmente a un paciente psicótico para que sea atendido por una sola persona —explica Gyan.
—No alteran directamente el pensamiento, sólo la velocidad de funcionamiento de las neuronas —aclara Marcos—. Ayudan a que se pierda actividad cerebral y, por lo tanto, reduce las respuestas violentas.
—Como casi todo en esta vida, se creó con un propósito de ayuda, pero en las manos equivocadas se vuelve un arma —concluye Omali—. Puede poner a una persona en coma y alterar sus impulsos si no está del todo consciente. Lo que hizo con Irán.
—Lo que no entiendo es cómo llegó a la cabeza de Irán —exclama Gyan—. Es un dispositivo muy delicado, no pudo haberlo puesto América, además, alguien la habría visto.
—A menos que tenga un infiltrado dentro del hospital —apunta Elías con un encogimiento de hombros, como si fuera algo obvio.
—Xander, ¿quién te dio la orden de que buscaras el expediente de tu hermana? —pregunta Marcos.
—Mi compañero, el doctor Octavio Jaimes —responde el aludido.
—¿Octavio Jaimes? —repite Irán incrédulo. Xander asiente—. Él no es del departamento de psiquiatría.
—¿No? —inquiere Xander. Irán niega con la cabeza—. Era mi compañero en la facultad.
—Psiquiatría es una rama de medicina, Xander —apunta Marcos—. Eres psiquiatra pediátrico, tomas materias que también se le imparten a las ramas de pediatría, neurología, neurocirugía, neurofisiología y cirugía pediátrica.
—Su apellido me parece familiar —comenta de pronto Irina frotando su mano en su barbilla.
—Porque trabaja en el departamento de neuro —explica Irán—. No es cirujano, es neuropsicólogo.
—Oh —exhala Xander.
—Omali, dijiste que ibas a buscar las cámaras del día del apagón para saber si habían ayudado a entrar a América, ¿no? —cuestiona Marcos. Omali asiente.
—Encontré a un chico que parecía estar alterando las puertas de las salidas de emergencia. Después, efectivamente encontré que estaban funcionando al revés —exclama Omali cruzando los brazos—. La imagen está de espaldas, así que no lo identifico.
—A ver —exclaman Marcos, Gyan e Irán.
Omali saca su tableta y comienza a buscar en ella. Todos esperan a que el técnico encuentre lo que busca y, cuando finalmente da con la imagen, le pasa el dispositivo a Marcos. Casi como si fuera una escena de caricatura, Irán, Gyan, Xander e Irina juntaron sus cabezas a la de Marcos para ver también la imagen.
—Ese es Octavio —apunta Xander reconociendo de inmediato el cabello alborotado de su compañero.
—Sí, también es compañero mío —murmura Irina—. No es cirujano pero sabe varios procedimientos de ese tipo, a veces le toca entrar cuando faltan enfermeros.
—¿Disculpa? —exclama Irán con sorpresa—. ¿Cómo que “cuando faltan enfermeros”?
—No hay suficientes enfermeros en neurología, nos toca a los médicos hacerla de enfermeros —explica Irina.
—Siempre se hace el mismo número de contrataciones de médicos y enfermeros —comenta Irán.
—Asuntos de administración lo arreglan después —frena Amelia alzando la voz para detener el debate—. ¿Marcos?
Todos vuelven la vista al castaño. El médico tiene los puños y la mandíbula apretada, sus ojos no se apartan de la imagen del chico en pantalla. Irán le pone una mano en el hombro y eso parece sacarlo de su trance, pero el brillo de rabia sigue en su mirada.
—¿Qué pasa, amor? —pregunta Irán. Marcos palidece y su enojo se aplaca un momento.
—No me llames así —pide apartándose del agarre de su esposo antes de darle la tableta a su dueño—. Ese chico asistió la intervención de Irán a Cuidados Intensivos.
Todos se quedan en silencio, queda en evidencia que ese chico los ha estado saboteando y ellos ni en cuenta de la situación.
—Bueno, nos deshicimos de la madre de Xander gracias a un soplón —señala Amelia frotando sus manos—. Podemos deshacernos de otra con este secuaz.
—¿Cómo vamos a hacer eso? —suelta Elías con una ceja arqueada y los brazos cruzados—. No sabemos nada de él.
—Yo sí —menciona Marcos con la vista clavada en el suelo—. Es muy listo pero apenas está de servicio así que gana poco dinero. Su esposa falleció y tiene una hija enferma.
—No eres tan cruel —exhala Irán, sorprendido, mirándolo fijamente.
—Por su culpa casi pierdo a mi hijo y a mi esposo, ¿quieres retarme? —reclama Marcos tensándose de nuevo.
—Uyyy, Marcos está furioso —exhala Elías con emoción que casi raya en el morbo—. Esto será bueno.
—Bien, Marcos —llama Amelia. El aludido la mira—. ¿Cuál es el plan?
—Ustedes son los amos del caos… pero tengo algunas ideas —asegura el castaño con una sonrisa calculadora que es casi aterradora.
—¿No crees que es un poco peligroso? —murmura Karim, evidentemente tenso, al ver a Marcos insertando balas en una pistola.
—Sé manejarla, no te preocupes —tranquiliza Marcos mientras introduce el último casquillo.
—Lo sé, pero me preocupa que algo salga mal.
Marcos vuelve la vista hacia su hijo y le da una suave sonrisa que desaparece casi de inmediato. Estira su mano hacia él para acariciar su cabello.
—Sólo hay dos balas reales, las otras son casquillos con grafito —explica el mayor sin dejar de acariciar a su hijo—. Una es para el susto; otra, por si las dudas. Nadie que tenga un hijo es tan estúpido como para arriesgarse a que le disparen dos veces.
Karim sonríe antes de acercarse a abrazar a su padre. Marcos lo rodea con su brazo y le deja un beso en su coronilla.
—Buena suerte, papá —exhala Karim antes de alejarse.
—Gracias —murmura Marcos—. Ve con los demás, mantente a salvo.
Karim asiente suavemente antes de dar media vuelta e irse. El mayor lo observa hasta que su figura es invisible en la calle, exhala un suspiro y oculta el arma bajo su bata antes de entrar al hospital.
—Todo listo —anuncia Omali desde sus pensamientos.
—Pues vamos —afirma Marcos.
Marcos avanza por los pasillos del hospital con las manos dentro de los bolsillos de su bata y la mirada en el suelo. Por el camino, algunas enfermeras y compañeros médicos lo saludan con naturalidad, respeto y hasta aprecio. Marcos responde los saludos con la cabeza, pocas veces con palabras.
—Yo sólo aviso que en cuanto terminemos con esto, renuncio —advierte mentalmente al resto de los superhumanos—. No pienso volver a poner un pie en este lugar.
—Cuando acabemos con esto haces lo que se te dé la maldita gana, Marcos. No me interesa.
—También te quiero, Amelia.
Marcos exhala una risa, que más bien parece un resoplido y sube por las escaleras hasta el segundo piso, donde da la vuelta a la izquierda, hacia la sala de pasantes.
Encuentra abiertas las puertas corredizas de aluminio que indican la entrada de la sala de pasantes. Se asoma discretamente y ve a un joven de alborotado cabello negro que carga en sus brazos a una bebé. Marcos pega su espalda a la puerta, cierra los ojos y exhala un suspiro.
—Pobre diablo, para su mala suerte heredé el carácter de mierda de mi padre —murmura el médico con un resoplido.
Saca su arma, la carga para disparar y la esconde tras su espalda antes de entrar a la sala.
—Doctor Jaimes —saluda con calma mientras cierra la puerta. El aludido alza la vista y abre los ojos impresionado.
—Doctor Oliveira —responde mientras deja a su hija en un portabebés—. Que sorpresa verlo por aquí.
—Lo sé, necesitaba hablar con usted.
El joven parpadea sorprendido un par de veces y arquea una ceja. Mira un momento a la bebé dormida y avanza algunos pasos.
—Con todo respeto, doctor, usted ya no es jefe de departamento y no soy parte de su equipo. No hay nada que tenga que hablar conmigo.
—Nunca dije que fuera una charla profesional —sentencia Marcos con seriedad. Su rostro es igual de impasible que siempre pero algo en su tono de voz le indica al chico que es mejor no discutir. Se acerca más.
—¿De qué tenemos que hablar? —pregunta con un ligero temblor en la voz. Por dentro, Marcos siente cierto orgullo.
—Primero que nada… —Marcos mete la mano derecha al bolsillo de su bata y saca el chip quemado que estaba en la cabeza de Irán—. ¿Sabe qué es esto?
El joven se acerca y toma al aparato entre sus dedos. Su mueca de sorpresa se hace aún más amplia.
—Es uno de los chips neurológicos que se usan en psiquiatría —murmura sorprendido. Detrás de él, Irán entra por otra puerta y se acerca a la bebé—. ¿Se quemó? ¿Lastimó a un paciente?
—Si ese fuera el caso, tendría que hablarlo con el doctor Garcés, no conmigo —repone el mayor con una mueca de fastidio.
—No estoy entendiendo, doctor.
—Ese chip estaba en la cabeza de mi esposo —suelta Marcos. Octavio se queda de piedra—. Tú asististe su ingreso a la UCI; de los tres médicos que intervinieron, no sólo eras el único que podía tener acceso a ellos sino también, el único que sabía cómo ponerlos.
Octavio siente que un escalofrío le recorre la columna y da un par de pasos hacia atrás, su mente busca una forma segura de escapar.
—Voy a preguntar sólo una vez —anuncia Marcos mostrando la pistola y apuntando al joven con ella—: ¿Quién te ordenó que lo hicieras y por qué?
—Doctor, no va a dispararme —murmura el chico tratando de ganar tiempo.
Marcos apunta el cañón hacia la pared más cercana a su cabeza y jala el gatillo. La bala sale despedida e impacta contra la pared dejando un rastro de humo y pólvora. Octavio se queda de piedra, temeroso de voltear.
—¿Decías?
El chico trata de correr hacia el portabebés, sólo para encontrar a Irán cargando a su hija durmiente. El alma se le cae a los pies y su corazón se detiene un momento.
—Deme a mi hija —pide con su voz a medio camino entre el miedo y la rabia.
—No le haré daño, no te preocupes —afirma Irán—. Deberías preocuparte por el que tiene estudios en una academia militar.
—¡No tenías que decir eso, Irán! —reclama Marcos bajando el arma un momento y mirando enojado a su esposo. Octavio palidece ante la advertencia—, pero gracias por el miedo adicional.
Irán retrocede algunos pasos para alejar a la bebé de su padre y de la escena, su mirada clavada en su esposo. Marcos vuelve a alzar el arma y apunta al chico.
—¿Entonces? —exige.
—Doctor, por favor, no haga esto, por mi hija —suplica el menor, sus manos tiemblan de ansiedad.
—Yo también tengo un hijo, doctor Jaimes. Un hijo que salió de un orfanato después de que sus padres murieron y eso no evitó que casi matara a otro —comenta el castaño preparándose para disparar—. No tengo problema en averiguar cuánto tiempo sobrevivirá su hija enferma estando huérfana.
—¡No, por favor, no! —ruega el menor cayendo de rodillas.
—Irán, llévate a la niña —ordena Marcos. Octavio ve como el pelirrojo saca a su hija de la habitación por la pequeña puerta lateral—. Tienes una oportunidad para hablar, así que más te vale que lo que digas sea convincente.
—¡Discúlpeme, doctor! Soy un novato, no gano mucho, debo pagar la renta, los gastos médicos y funerarios de mi esposa y los tratamientos de mi hija —explica el chico con desesperación—. Una mujer me ofreció pagar todo lo que necesitara mi niña si obedecía sus órdenes.
Marcos exhala un resoplido y aprieta el puente de su nariz con algo de fastidio. Entiende la desesperación del jóven, pero no puede evitar pensar que es muy estúpido.
—Doctor Jaimes, ¿tramitó su seguro de personal?
—Sí…
—Ese seguro cubre los gastos médicos suyos y de cualquier persona de su familia a la que señale como beneficiaria —explica el mayor con desgano—. No debe pagar nada considerando que es personal del hospital.
—¿De verdad? ¿A cualquiera?
—Sí, doctor. Debería saberlo, de eso vivimos, prácticamente.
—Pero… intenté pagar el tratamiento de mi esposa con mi seguro y no me dejaron —murmura el joven destruido mientras se levanta.
—¿Ya tenía seguro cuando fue internada? —pregunta Marcos con el ceño fruncido. El chico niega—. Por eso.
—Discúlpeme, doctor Oliveira, estaba desesperado.
—Te entiendo, no puedo quejarme —resopla el mayor tras exhalar un suspiro—. Ya me perjudicaste dos veces, ahora ayúdame. ¿Quién es ella? ¿Qué quiere conmigo?
—Son dos mujeres, doctor, no sé sus identidades, nunca me las dieron, pero una es pariente de la doctora Dantés y la otra tuvo algo que ver con el hospital.
—¿Cómo que “algo que ver”? —pregunta Marcos con interés bajando el arma.
—Sabe mucho del funcionamiento interno, y no es el tipo de conocimiento que tiene alguien que ha trabajado en un hospital —explica el joven—. Sabe dónde se encuentran los fusibles, qué desactiva cada uno, cómo funcionan las puertas, a qué aparatos se conectan… y eso. Es como si hubiera estado aquí por mucho tiempo.
—Puede ser personal actual o antiguo o alguna visita constante —cavila Marcos mientras asiente suavemente.
—O una paciente de interino —apunta el chico. Marcos le da el visto bueno—. Es ella la que quiere perjudicarlo: dijo algo de qué debe… ¿enfrentar su egoísmo?
—No me voy a poner traje de humilde, pero egoísta no es un adjetivo con el que me describiría, honestamente —murmura Marcos con una ceja arqueada—. Como sea, ¿sabes algo de ellas que sea útil?
—Sé que la mujer que busca a la doctora Martínez es como “la líder”. Tiene muchísima fortuna y ha hecho muchas innovaciones tecnológicas pero todas tienen el mismo problema: si se sobrecarga de electricidad el botón de “activado”, colapsan.
—Muy útil —asegura Marcos, en eso, siente una especie de toque eléctrico en la cabeza.
—Noticias —informa la voz de Amelia—. Su hijo finaliza la lotería del tiempo… y ya no están solos.
—¡América entró al hospital! —anuncia la voz histérica de Karim.
—Doctor —habla Octavio haciendo que Marcos vuelva su atención a él—... mi hija.
—Está en neonatal, no se preocupe —afirma Marcos con una sonrisa tranquila que se desvanece rápidamente—. Vaya a tramitar ese seguro.
El chico no necesita más. Sin siquiera despedirse, sale corriendo por la puerta lateral con el portabebés en su mano. Marcos suelta una pequeña risa antes de salir por la puerta principal, rumbo a las escaleras, a paso apresurado.
Marcos llega al segundo piso, listo para dirigirse en busca de su esposo, cuando unos pasos apresurados le informan que Irán tenía la misma idea.
—¡Marcos!
—Irán —exhala el mayor al ver a su esposo parando a su lado.
—¿Estás bien? —preguntan ambos al unísono. Ambos sueltan una pequeña risa.
Antes de que alguno pueda decir algo más, el sonido de una descarga eléctrica y pasos apresurados anuncian la llegada de Omali. Ambos se hacen a un lado y, cuando la ráfaga imparable se acerca, Marcos levanta sus manos y lanza un rayo de luz azul que frena a Odalis en seco.
—Gracias —exhala el menor al verse frenado—. Aún no me agarran los frenos.
—Tu actualización venía sin frenos, más bien —se burla Irán.
—¿Qué pasa, Omali? —inquiere Marcos.
—¿Ves lo que mencionó Octavio sobre los aparatos y su botón? —exhala Omali mientras saca su tableta. Marcos asiente—. Miren esto.
Marcos e Irán se asoman a ver la imagen que el joven técnico les muestra. Omali pasa varias fotografías de distintos puntos con una alta presencia tecnológica y electrónica en el hospital: todos coinciden en la presencia de un aparato similar al que Marcos tomó de las ruinas del psiquiátrico.
—No tengo tan buena memoria, pero estoy seguro de qué no estaban ahí hace un año —apunta Omali con seriedad.
—Lo controla absolutamente todo —musita Irán comprendiendo al momento el punto al que quiere llegar Omali.
—Así es, por eso siempre está un país adelante y puede aprovechar lo que pasa aquí a su antojo: ¡ella provoca todo! —exhala Omali. Antes de que alguien pueda decir algo más, se escucha la misma alarma que sonó el día que se incendió el hospital.
—Omali, ¿exactamente qué significa esa alarma? —pregunta Marcos con nerviosismo.
—En realidad, significa falla general de alto peligro —explica el pelinegro—. Ahora, significa que mi asistente está en peligro.
Tras decir eso, Omali echa a correr a toda velocidad camino al piso de abajo. Marcos e Irán intercambian una mirada que lo dice todo: no es buena idea dejar a Omali solo. Irán se toma del brazo de Marcos y, con un choque de muñecas, este los teletransporta al piso de abajo, a unos pasos del cuarto de cámaras que le sirve a Omali de oficina.
Los pasos apresurados avisan que llegaron justo a tiempo. La alarma está en silencio. Irán se prepara y, cuando siente a Omali cerca, estira su mano y la hace brillar en naranja neón. El cuerpo de Omali reluce en el mismo color mientras se desploma en el suelo. Irán se acerca a él.
—No, no —murmura, adormecido, el menor.
—Omali, tranquilo —exhala el pelirrojo agachándose a su lado—. Todo está bien, vas a hacerte daño si sigues corriendo así.
—Pero… él…
—Él estará bien, pero si llegas con esa energía, ibas a electrocutar todo en tu oficina —señala Irán—. Y “todo” incluye a las personas dentro de ella.
Omali le da un punto y lo deja que le ayude a levantarse. Irán voltea a ver a Marcos y lo encuentra con la mirada perdida en un punto de la pared al final del pasillo. Irán mira al mismo punto sin entender qué es lo que ve su esposo.
—¿Marcos?
—¿Eh? —exhala Marcos como saliendo de un trance.
—¿Qué pasa? —cuestiona Irán con una mueca.
—¿Ah? Nada —exclama el mayor sacudiendo la cabeza—. Sólo… me pareció haber visto algo.
Irán lo mira con sospecha pero no pregunta nada, igual sabe que no obtendrá respuesta. Omali se acerca al cuarto de cámaras y abre la puerta de un tirón, una silla voladora los recibe y deben apartarse para no ser golpeados.
—¡Papá!
—Zoé —suelta Omali yendo a abrazar a su hijo.
Marcos e Irán miran con sorpresa al asistente de su amigo mientras padre e hijo se abrazan como si no se hubieran visto en meses.
—¿Estás bien? —pregunta Omali. Zoé asiente.
—Venía hacia acá pero de la nada se esfumó —explica Zoé con la adrenalina a tope.
—Ojalá Octavio esté a salvo —menciona Omali. Marcos hace una mueca y asiente.
—Todo en orden —avisa Gyan en las mentes de todos.
—Bien, hay que planear la parte dos —anuncia Amelia.
¡Al fin encontramos al soplón!, pero un soplón sirve para ambas bandas... Yo sólo digo. Jeje.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Qué creen que pase ahora?
¿Qué habrá visto Marcos?
Espero les guste.
Atte: Ale Bautista.
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