Si desde que salió de tu vida sentiste paz, no fue pérdida, fue liberación.

No perdiste a nadie, solo restaste de tu vida un peso, un nudo invisible que ataba tus alas y robaba el aire que ahora respiras.

A veces, el adiós es un regalo oculto,
un susurro del destino que te aparta
de lo que nunca debió quedarse,
de lo que apagaba tu luz en silencio,
como una sombra de oscuridad
que fingía ser refugio.

No lamentes aquello que se fue
sí al marcharse dejo calma.
La paz no miente, no se disfraza,
es el eco de tu ser recuperándose,
el renacer de un espacio
que ahora es tuyo.

¿Era compañía? Tal vez.
¿Había afecto? Podía parecerlo.
Pero la verdad está en tu pecho,
en ese suspiro aliviado que confirma
que no todo lo que se queda
merece quedarse.

Así que, agradece a quienes se marchan, no por el dolor que dejaron,
sino por el vacío que sanó.
Porque si al irse encontraste paz,
te dejaron el regalo más valioso:
recuperar tu propia esencia.