El Ritmo del Adiós
Mientras el tiempo transcurre, implacable, la vida me susurra verdades frías: no valen las promesas, ni las sonrisas entregadas, ni siquiera el cariño que dejas como ofrenda en las manos de un amigo.
Todos se van, tarde o temprano,
dejando puertas cerradas y ecos vacíos.
¿Es culpa mía? Me pregunto en la penumbra, pero el silencio responde con certeza: no se trata de mí, jamás lo fue.
Es solo que algunos corazones, heridos o pequeños, no saben cómo sostener el peso de un alma plena.
Hay quienes caminan lento, encadenados al suelo de su propio ser, mientras yo intento volar más alto, cruzando cielos que aún no conocen.
No debería sentirme mal, lo sé,
pero el dolor se cuela como un ladrón,
recordándome que mi entrega no asegura nada, que mi bondad no compra permanencias.
Y, aun así, sigo dando todo,
porque soltar es mi nueva naturaleza,
aunque me cueste aceptar que no todos
pueden seguir mi ritmo, ni mi vuelo.
Así camino, aprendiendo a no esperar,
a abrazar el adiós como parte del viaje.
No todos suben contigo, y eso está bien.
Es un recordatorio de que la vida,
cruel y bella, siempre elige por ti
quién estará en el próximo capítulo
y quién se quedará atrás.
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