Castillo feroz
•Una semana después...
La tarde brillaba con el canto de las aves, las vacas pastaban a las afueras, los bares apenas abrían. Todo tan normal y rutinario en el pueblo al igual que en la alcoba de Jace. Ubicada en el pequeño ático de la casa, contaba con una gigantesca ventana que dejaba entrar una hermosa luz amarillenta de la mañana.
El menor de los hermanos guardaba ahí celosamente las pinturas que hacía. Nunca le importaron las opiniones de la gente, pero no quería que se metieran contra algo tan preciado e íntimo para él como lo era pintar.
Y últimamente dejó de retratar paisajes y edificaciones para dar inicio a pintar en base a su imaginación. Como él se imaginaba a la Reina de aquel cuento.
Jamás entenderían esa especie de conexión que sentía con aquel personaje del libro. Aquella reina que sólo veía en dibujos borrosos, una que tomaba vida en sus sueños.
Y precisamente por eso no quería a sus hermanos husmeando entre sus cosas, y aunque parecía desconfianza, tampoco quería a su padre cerca. Le avergonzaba y enfurecía la idea de que las encontraran.
Pasaban las horas del día y Jace esperaba en la puerta de su casa a su padre. Pronto llegaría la carroza, pronto lo vería de nuevo y podría contarle sobre las nuevas piezas que había memorizado en el piano.
Lo que no esperaba es que la tarde comenzara a convertirse en noche. Sus dos hermanos estaban fuera, prácticamente habían huido tras las faldas de un par de mellizas moderadamente agradables.
Lo abandonaron en la casa y le dejaron el negocio a él solo. Aunque no se quejaba, era agradable no tener a las presencias entrometidas de sus dos hermanos. Los quería, sí, y muchísimo pero no siempre estaba de humor para soportarlos.
A lo lejos pudo ver un caballo blanco, el mismo que llevaba su padre, pero mientras más se acercaba notaba una diferencia. No había carruaje. Se levantó del escalón para alcanzar al animal que se calmó ante su presencia.
— ¿¡Y mi padre!? — preguntó inocente, esperando que el animal pudiese calmar su preocupación.
Su mente se nublaba entre varios pensamientos, uno peor que el anterior. Su padre había desaparecido y el pobre caballo tenía heridas en su lomo, como si lo hubieran golpeado con un látigo hasta abrir su piel.
Dejó al animal en el establo con agua y comida, no tenía manera de contactar con sus hermanos y a la única persona a la que se ocurría pedir ayuda era a Sofía.
No, antes muerto que pedirle un favor. Después querría que la desposara para saldar la deuda.
Ya era tarde así que se fue a dormir con una gran preocupación. A la mañana siguiente preparó sus cosas, las montó al caballo y salió del pueblo cuando los rayos de sol apenas asomaban.
— Llévame con él — habló con su fiel corcel, adentrándose en el frondoso bosque.
Después de horas de camino llegó a un lugar del bosque que no conocía. Las hojas de los árboles escaseaban y la nieve cubría la tierra. Un cambio de estación demasiado drástico. Bajaron la velocidad, a lo lejos se veía un castillo gigante e imponente.
Jamás había escuchado de su existencia y todos los vendedores con los que había hablado jamás le contaron sobre ese lugar. Algo temeroso se adentró a las tierras del lugar encontrando varias carrozas destrozas en el camino al igual que esqueletos de caballos.
Los árboles oscuros se cubrían con arañazos parecidos a los de un oso. ¿Sería por eso que nadie visitaba este lugar?
Aunque su aspecto era descuidado y viejo, podía encontrar en la estructura una belleza única. Una magia que le daba un cierto encanto al lugar, la arquitectura intrincada y llena de detalles lo hacía fabuloso.
O quizá era que nunca había visto un castillo en persona. De cualquier manera, era fascinante.
Bajó del caballo y la ató a un árbol, caminó tranquilamente entre los jardines admirando las rosas rojas que resaltaban entre el paisaje blanco.
Pasó toda la tarde recorriendo los extensos jardines tratando de encontrar a alguien afuera al que le pudiera preguntar por su padre, o tan siquiera una pista de su paradero.
Lamentablemente su única opción era entrar a ese lugar. Llegó a la entrada y tocó la puerta, nadie abrió así que cruzó las puertas si mucho esfuerzo. Por dentro, el castillo era precioso. Demasiado grande y elegante.
—¿Hola?
No escuchó una respuesta, se percató de las ligeras notas de polvo y supuso que quizá estaba abandonado. La noche había caído y no veía viable la opción de regresar a su casa pasando por el bosque lleno de lobos.
Subió las escaleras que en un punto se dividían en dos direcciones, izquierda y derecha. La segunda se veía más iluminada que la primera.
Buscó por los primeros pasillos una habitación y entró, había una cama y un candelabro de tres velas. Además de otros objetos que no tendrían que estar en una habitación, como un juego de té y un piano. Supuso que, tal vez era una especie de cuarto de almacenamiento.
Sus ojos sentían cansancio, decidió quedarse a dormir por esa noche ahí y después partir a la ciudad. Se acomodó en la mullida cama y se arropó entre las sábanas viejas y desgastadas. Cuando cayó rendido en el sueño no escuchó las voces que inundaron el castillo.
— ¿Quién es él?
— ¡Qué importa! ¡Hay que mantenerlo aquí!
— Mami, es nuestra salvación
— Hay que avisarle a...
— ¡Ya lo sabe! ¿Olvidas que es su castillo?
•
A la mañana siguiente Jace despertaba silenciosamente, la luz del sol se colaba por la ventana sin cortina.
Levantó sus brazos sintiéndose relajado y descansado, se puso nuevamente su abrigo azul y guardó unas cosas que se habían salido de su maleta.
Observó la habitación sintiendo algo extraño, ¿Acaso faltaban muebles? No, era su imaginación.
Salió a los pasillos dispuesto a irse, cuando bajó las escaleras escuchó un rugido igual que el de un león. Seguido de la voz de, ¿su padre? Corrió hasta la entrada del castillo, dio vuelta por un par de pasillos hasta encontrar las escaleras de caracol de una torre.
El eco de los rugidos era similar a una voz, se mezclaba demasiado. Subió encontrándose con unas celdas de prisioneros, todas tenían esqueletos viejos y algo recientes dentro de ellas.
Avanzó cautelosamente y con una daga en mano listo para enfrentar al animal.
— Por favor, déjame ir — dijo su padre.
— No permitiré que lo hagas, dijiste que tenías mucho que perder ¿cierto?
— Tengo que irme
— Esto no terminará más que con un cadáver más ¿si entiendes?
Jace se confundió con tal plática, pero el desespero que sentía al saber que su padre estaba en peligro hizo que ignorara la conversación. Salió al pasillo que daba con las voces y levantó el arma con una mano.
— ¡Padre! — gritó
Su mirada se clavó repentinamente en unos ojos oscuros, una bestia de pelaje dorado. Era demasiado extraña e imponente, sus manos portaban garras y su larga melena amarilla caía como la de un león salvaje.
Su estado de shock al ver a su padre encarcelado y una criatura extraña lo dejaron inerte. Su lenta reacción no se comparaba con los reflejos de aquella bestia que en un segundo ya lo tenía presionado contra en suelo.
—¿Qué haces espiando? ¿No te bastó con usurpar mi castillo? — rugió cerca del rostro de Jace.
— ¡Déjalo Bestia! Él es mi hijo— suplicó el señor.
El animal con forma humana liberó al chico que estaba a punto de desmayarse. Puso todo su esfuerzo en llegar a su padre casi arrastrándose por el suelo.
— Papá, estás bien — su voz temblaba un poco debido al susto de casi ser devorado. Se fijó en sus ojos cansados y lo débil de su cuerpo. Su padre se veía terrible.
— Tenemos que irnos de aquí — hizo un amago en intentar abrir la celda.
— Él no puede irse — habló la bestia
— ¿Por qué no? — reprochó el joven — ¿Quién eres tú?
— Soy la dueña de este castillo, él ha cometido el error de hacer un trato que por el momento le impide irse
— Por favor... — suplicó el joven
— ¡Su sangre no puede salir de aquí! — gritó haciendo que los dos hombres sintieran un escalofrío.
— Hijo, por favor vete antes de que te quedes aquí para siempre.
La bestia rugió y las varillas de la celda se movieron ante tal fuerza. Se acercó con la intención de alejar al chico.
— ¡Espera! — dijo levantando sus manos en señal de defensa — yo tomaré su lugar.
— ¿Qué? No lo harás, no puedes quedarte aquí — reprochó su padre intentando levantarse del suelo de la celda.
— Tú tienes que irte y ver a un doctor, no puedes estar aquí en una horrible condición.
— No, él se tiene que quedar ahí — rugió la protectora de la edificación.
— Has dicho que su sangre debe permanecer en el castillo, yo soy su hijo y yo llevo la misma sangre que él.
— No Jace, mírame, tienes que irte.
— Por favor, no quiero que mueras aquí. Estás enfermo, tienes que ir a casa... por favor — suplicó el chico.
— Sólo uno de ustedes se puede ir, o los encerraré a ambos — La imponente figura bajó por las escaleras y se detuvo en la entrada para custodiarla.
Había hecho hasta lo imposible para convencer a su padre quien finalmente aceptó. Lo subió a su caballo con rumbo al pueblo, realmente esperaba que sus hermanos pudieran recogerlo y llevarlo a un doctor.
La bestia había desaparecido después de encerrarlo en una celda, por lo poco que le había explicado su padre se quedaría ahí hasta que él mejorara y llegara para cambiar su lugar por el resto de su vida.
Eso lo alertó en demasía. Deseaba saber qué demonios estaba pasando, pues su mente estaba llena de preguntas sin respuesta. Jace daba vueltas en esa celda como un león enjaulado buscando libertad.
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Continuará
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