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Capítulo 6



Joyce

—Hey, Joycee. Qué alegría de volver a verte —musitó ella, mirándome
con una ceja enarcada.
Era la primera vez que me hablaba. Eso me descolocó un poco.
Yo enarqué también una ceja. ¿Qué hacía? ¿Escapaba? ¿Dejaba que el
disparo volviese a atravesarnos?
Es decir, era un maldito sueño. Y no debería afectarme tanto. Pero de
alguna manera, lo hacía.
—¿Quién eres? —opté por preguntar.
Faltaba un minuto para que disparasen. Siempre era lo mismo. Un minuto y
medio desde que conseguía conciliar el sueño y entonces, los disparos.
—Nunca pensé que serías así, Joyce —comentó sin responder a mi
pregunta, divertida, dándome un toquecito en la nariz—. No te voy a
mentir, es guay.
¿De qué hablaba? Esa chica estaba loca. O yo lo estaba.
—Siempre estás en este lugar, encerrada. ¿No te cansas?
—¿Yo? Nah, yo no estoy. Soy producto de tu imaginación, Joycee.
—No eres solamente eso.
—Cierto. Soy algo más que eso.
Me encogí de golpe. Había pasado el minuto y medio. Sin embargo, los
disparos no llegaron.
—¿Por qué...? —alcé la mirada, confusa.
—Te estás concediendo tiempo. Ese tío te lo está concediendo. Nos lo está
concediendo, supongo.
—¿Qué...? No lo entiendo.
Ella esbozó media sonrisita burlona.
—Nos encanta, ¿eh?
—¿Qué...?
—Scott —aclaró.
—Pues claro que no, no digas chorradas.
—No huyas de tus sentimientos. Soy... —no terminó la frase. Se limitó a
girarse como si supiese lo que iba a pasar.
Algo irritada, di un paso atrás, dispuesta a escapar. Sin embargo, justo
entonces, los disparos volvieron a atravesarnos.


***


Cuando abrí los ojos, seguía viéndolo todo bastante borroso. Apoyé una
mano en mi cabeza. Me dolía muchísimo.
Traté de respirar de nuevo, aún asustada. Al lograrlo, intenté ubicarme. No
tenía ni idea de dónde demonios me encontraba, y apenas podía alcanzar a
ver nada. La habitación en la que me encontraba estaba muy oscura.
Opté por apartar el pelo de mi cara. Estaba algo húmedo. Y llevaba una
sudadera puesta, que desde luego no era mía. Olía... bien. A Scott.
Y... mierda. No llevaba puestos ningunos pantalones. ¿Había...? Me
horroricé solo de pensarlo. No recordaba nada.
Me apoyé en la cama para incorporarme. En otra ocasión, habría pensado
en lo cómoda que era. Pero no era el momento.
Caminé, a ciegas, hasta lo que supuse que sería la persiana. Al abrirla, el
sol me dio directo en los ojos.
Los cerré rápidamente, alarmada. Era insoportable.
Tras meditarlo unos segundos, avancé lentamente hasta la silla en la que
estaba mi ropa. Sin embargo, al tocarla, vi que estaba húmeda, igual que mi
pelo, así que opté por quedarme como estaba vestida.
Odiaba esa sensación. Me dolía todo el cuerpo. Pensé en salir de ahí, solo
que como mi cerebro no funcionaba con claridad en ese momento, decidí
tumbarme un rato más.
Sin embargo, justo entonces, alguien abrió la puerta de la habitación. Lo
que me faltaba.
—Hooola, tronca. ¿Qué tal te va? —preguntó quienquiera que fuese.
Solté un gruñido y me di la vuelta para darle la espalda.
—Joder, ¿es tu primera resaca?
Lo era.
—¿Me has drogado? —mascullé, con la cabeza aún hundida en la
almohada—. Esto es horrible.
—Solo te di un refresco un poco... adulterado. La primera vez siempre es
la peor. No te preocupes, ya se te pasará —hizo un gesto vago con la mano,
restándole importancia.
Quise recriminarle, solo que no tenía fuerzas, así que me limité a
incorporarme sobre los codos y observarlo.
Entonces, me di cuenta de que era el chico que nos había dejado pasar a la
fiesta. A mí y a... Scott. ¿Se había ido sin mí? Ese pensamiento me dolió
un poco más de lo que me habría gustado admitir.
—¿Qué celebrabas? —cuestioné, tratando de distraerme. Atwood no me
tenía que importar. Solo era un encargo.
—La vida. ¿Hace falta tener un motivo para hacer una fiesta?
Lo contemplé durante unos segundos, confusa. Qué divertida era la vida de
algunos. ¿Eso era lo único que hacían? ¿Fiestas? Qué más quisiera yo...
—Bueeeno —dijo, acercándose para darme dos palmaditas en la cabeza
como si fuese un perro—. Descansa —luego, me repasó con la mirada—. Y
ponte algo de ropa, anda.
Enrojecí un poco.
—No tengo.
Le echó una miradita a la silla en la que estaba mi ropa húmeda.
—Ah, claro —puso los ojos en blanco—. Se me ocurren mejores lugares
para hacerlo, la verdad. Aunque en una piscina también es divertido,
supongo. Lo tendré que probar algún día.
Esa vez, enrojecí de pies a cabeza.
—¡No hicimos nada!
O eso creía, porque tenía demasiadas lagunas. Recordaba haberme metido
en la piscina, pero poco más.
—¿En serio? —sonó sorprendido.
—No todo gira en torno a eso.
Se encogió de hombros despreocupadamente y no le dio más vueltas.
Optó por dirigirse al armario que había en la habitación y revolver en él
hasta encontrar unos pantalones que luego me lanzó.
Intenté que ese chico no se diera cuenta de mi gran alivio cuando logré
cogerlos al vuelo. Si no habría quedado en ridículo, y además mi cerebro
tardaba en procesar más tiempo que habitualmente, así que tampoco me
habría sorprendido mucho.
Me los puse torpemente. Me quedaban bastante ajustados. De todas
maneras, eran mucho mejor que estar solo en bragas.
—Dudo que sean tuyos —comenté.
—Dudas bien. Eran de mi hermana —había esbozado una gran sonrisa.
—Ah... ¿No se enfadará?
—¿Por qué lo haría? No se dará cuenta. No se acordará de ellos. No viene
desde hace años.
—¿No vive aquí? —esbocé una mueca confusa.
—Nunca lo ha hecho.
No estaba segura de si preguntar sería meterse mucho en su vida, así que
me callé la boca. Aun así, él fue el que siguió hablando.
—Nunca se queda siempre en el mismo lugar. Anda por ahí, comiéndose el
mundo.
Esbocé una sonrisita.
—Puede que haya muerto, incluso —él imitó mi sonrisa—. Le gusta andar
liándola.
—¿Y... no te preocupa?
—Nah. Soy más bien como ella.
De repente, me llevé una mano a la cabeza. Me seguía doliendo.
—Espera —musitó, y salió por la puerta.
Al cabo de unos segundos, volvió con unas aspirinas que me tomé sin
dudarlo.
—Mejórate. Y no dudes en avisarme si necesitas algo más, estaré abajo.
Asentí con la cabeza.
—Una cosa... eh... —dije antes de que se fuese.
—¿Sí?
—¿Quién eres?
Noté que su sonrisa temblaba un poco. No entendí la razón. Solo le había
preguntado quién era, ¿no?
No tardó en recuperar su expresión despreocupada. Hizo uno de sus gestos
vagos y respondió:
—Ah, mi nombre es Jaden. ¿Y el tuyo?
—Joyce.
Parecía que su sonrisa volviese a ser forzada. Eso me descolocó un poco.
—Joyce —murmuró—. Pues... me alegro de haberte conocido, supongo
—y se fue sin decir nada más.
Decidí que ese era el momento de irme yo también.


Alley


Era el momento de irme.
No podía quedarme eternamente escondida en ese departamento de policía.
¡Eso pertenecía a los policías! ¡Y yo estaba en guerra con ellos!
Entrecerré los ojos sin mirar a ningún lado en concreto. Era consciente de
que Scott me estaba observando, como siempre. ¿Es que me estaba
espiando? ¿No quería perderme de vista? ¿Por eso me tenía encerrada en la
comisaría? ¿Para torturarme o matarme en cualquier momento? Oh, no. No
aceptaría eso.
Scott me había enseñado a disparar con distintas armas. Y no entendía por
qué lo hacía. ¿No le preocupaba que le pegase un tiro?
Y lo que más me preocupaba de esa situación era que me gustase vivir en el
departamento de policía. O más bien, que me gustase Scott. Muchas veces
me había pillado a mí misma observándolo, queriendo hacer con él esas
cosas romanticonas que hacían en las películas... Seguro que era todo un
plan malvado de Scott. Seguro que quería que me enamorase de él para
luego hacer algo malvado. Y yo no iba a caer. No era una tonta.
No tenía por qué estar ahí. ¿Es que no podía sobrevivir por mi cuenta?
¿Tenía que depender de un policía? Mi madre se enfadaría al verlo. Traté
de reprimir una sonrisa, sin mucho éxito, al imaginármela regañándome por
eso.
—¿En qué piensas tanto, Ally? —la voz de Scott me devolvió a la realidad.
Tragué saliva. Por un momento pensé que tartamudearía, como a veces me
pasaba cuando estaba con él. Al final, logré no hacerlo.
—Me voy —sentencié, firme, alzando la mirada.
Me contempló durante unos segundos. Parecía... ¿atónito? Incluso pude
notar algo de decepción en su rostro.
—¿Por qué? —habló al cabo de un rato.
—Porque este no es mi hogar, es evidente.
—Tampoco tienes otro...
—Lo encontraré. Ya me las arreglaré. Eso no es tu problema.
—Estás bien aquí —murmuró.
—No —dije en voz baja.
—Estás a salvo.
Volví a negar.
—¿Y por qué dejas que lo esté?
Frunció ligeramente el ceño.
—Porque confío en ti.
Me creía muy idiota si pensaba que iba a caer en aquello.
—Pues yo no —dije en tono de broma, aunque no estaba segura de si lo era
o no.
De nuevo, se quedó analizándome. A continuación, salió de la habitación
sin decir nada más.
Yo no me moví de donde estaba sentada. Me limité a cruzarme de brazos,
algo molesta, tratando de ignorar la parte de mí que gritaba que me
quedase. Me iba a ir.
Al cabo de un par de minutos, el señorito-ojos-de-acero regresó con un
montón de objetos raros y una pistola.
¿¡Me iba a matar!? Bueno, pues... que lo hiciese rápido. Tampoco tendría
escapatoria. Y prefería morir por él que por su compañerito.
Sin embargo, no me disparó. Di un respingo cuando agarró mi mano y la
extendió, tratando de no mostrar lo alterada que estaba. Me gustaba que me
tocase. Su piel era muy suave.
Después, me entregó algo. Sus dedos rozaron con mi piel cuando lo hizo,
haciendo que sintiese algo como... eléctrico y más cursilerías. Luego, sentí
algo menos calentito en mi mano. Era la textura fría de un metal que
contrastaba perfectamente con mi piel ardiendo, igual que siempre que me
encontraba con él.
Dejé de observarlo para bajar la mirada, y abrí los ojos como platos al
darme cuenta de que me había entregado la pistola. Había dicho que lo
haría, solo que no pensé que fuese en serio.
—¡Ostia! —exclamé—. ¿Es mía? —interrogué, aún sin poder creérmelo,
mientras analizaba el arma. Era... fascinante.
—Ajá —murmuró como si todo aquello le importase un bledo.
Me levanté y me puse a dar saltitos, entusiasmada. ¡Era genialísimo! ¡Me
encantaba! Me apetecía saltar, bailar, canturrear y ponerme a disparar a
cualquier cosa o ser.
—¡Gracias, gracias, gracias! —sin saber muy bien cómo agradecérselo, le
di un besito en la mejilla.
Él puso los ojos en blanco. De todos modos, no se apartó. Incluso sentí que
enrojecía un poco.
—No es para tanto.
—¡Pues claro que lo es! ¡Eres el mejor! ¡Te voy a echar mucho de menos!
—di un pasito atrás—. Y sé que tú también —le guiñé un ojo mientras le
taba un toquecito en la nariz.
—No digas chorradas.
—¡No me lo puedes negar!
—Vaale, no te lo discutiré.
Esbocé una gran sonrisa.
—Alley.
—Dime, Scottito.
—Solo para confirmar, ¿eh? ¿Estás segura de que quieres irte?
¿Si estaba segura? No, en absoluto. De hecho, estaba segura de que no
quería irme. Pero debía hacerlo y no podía arriesgarme por dos palabras
bonitas.
—Sí —murmuré.
Asintió lentamente.
—La pistola tiene quince balas, así que haz el favor de no malgastarlas.
¿Quince? ¡Eso estaba genial!
—Siempre puedes volver cuando quieras recargarla, lo sabes, ¿no? Pero no
llames la atención.
—Yo creo que solo quieres verme.
—No digas tonterías.
—Aunque quince balas están muy bien.
—Sí, te puse muchas para no tener que verte en el mayor tiempo posible.
Solté una carcajada, y él esbozó una pequeña sonrisa.
—Y... toma esto también —musitó, entregándome la caja rara con botones
y las piezas de plástico unidas por una cuerda extraña.
Me quedé observando los objetos que me había dado. No tenía ni idea de
qué eran. De todas maneras, me gustaban.
—No será una bomba —bromeé.
—Claro que no, tonta.
—¡No me llames tonta, tonto!
—Es un Walkman —explicó, divertido—. Y unos auriculares. Ya sabes,
para escuchar música, ya que tanto de gustan esas huevonadas.
—Huevonadas —repetí. Sonaba bien. Sería una nueva palabra para mi
diccionario mental—. ¿Y cómo funciona?
Me lo explicó pacientemente, soportando todas mis preguntas e
interrupciones. Entreabrí la boca cuando terminó de hacerlo.
—Fascinante.
—¿Verdad que sí? Así te aburres menos, porque estar sin mí será un
coñazo.
Elevé una de las comisuras de mis labios.
Entonces, me guiñó un ojo y sentí que se me secaba la boca. ¡Era la
primera vez que lo hacía! ¡Y me encantaba!
Tenía que decir algo. Intenté encontrar mi voz.
—Serás creído —dije, con un hilito de voz—. Pero tienes razón —admití.
—Estar sin ti también será un coñazo. Ya me acostumbré a tus comentarios
inútiles.
Me llevé una mano al corazón, fingiendo estar ofendida.
—Y... bueno... toma —me entregó unos guantes de cuero, aunque le
faltaban la parte de los dedos—. Son unos mitones.
—¡Son geniales! —me los puse felizmente.
—Bueno... pues... —tras dudar un momento, me puso una mano en el
hombro—. No te mueras. O cuando me enteré, iré a matarte por dos.
Alcé la mirada para conectarla con sus ojos grises por última vez.
—Hasta pronto, Scottito.
—Nos vemos, Ally.
Nos quedamos mirando el uno al otro durante unos segundos, hasta que
ambos nos dimos cuenta y apartamos la mirada a la vez, avergonzados.
Esa estaba siendo una despedida un poco exagerada para conocernos desde
hace tan poco tiempo.
Él carraspeó y yo me limité a echarle una última miradita para, a
continuación, bajar las escaleras preguntándome si estaría haciendo lo
correcto y tratando de convencerme de que sí.


Joyce


Comencé a bajar las escaleras lentamente, tratando de controlar mis
emociones. No entendía por qué de repente me daban ganas de ponerme a
llorar solo por el simple hecho de que Scott se hubiese ido sin mí.
—¡Joyce! —di un respingo al escuchar esa voz a mi espalda.
—Eh... Jaden —murmuré, girándome.
—¿Ya te vas?
Asentí con la cabeza.
—¿Te encuentras bien?
Volví a asentir.
—Guay, pues... puedes volver siempre que quieras, ¿eh? Para venir a por
tu ropa y tal.
Ah, mierda. Se me había pasado por completo.
—Sí, sí, claro...
Lo vi dudar un segundo. Luego, se limitó a encogerse de hombros como si
pensarlo hubiese sido absurdo y se acercó a mí para rodearme con los
brazos. Tardé unos instantes en corresponderle el abrazo y darle unas
palmaditas en la espalda, algo sorprendida.
—Estaré esperándote pacientemente con una botella de alcohol en la mano
—al separarse, me guiñó un ojo y se alejó sin esperar respuesta.
Me dirigí hacia la salida de la mansión, notando cómo mis ojos se llenaban
de lágrimas y tratando de contenerlas. Eso era una chorrada. ¡Nunca había
llorado! ¡Y ni siquiera tenía sentido la razón por la que lo hacía en ese
momento!
Por eso me sorprendió tanto verlo nada más salir, mirando a su alrededor
con aire aburrido y con un hombro apoyado en la moto.



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