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05| Einar Caiger




Dolor que sentimos mas solo nosotros vemos,

soledad, amargor,

como un crisantemos sobre un ataúd,

duro, eterno.


Este tribunal condena a Einar Caiger a 7 años de servicio militar, con ingreso inmediato. Se levanta la sesión.

El mazo golpeó la mesa, dejando mis oídos sordos, aquella sentencia retumbaba en mi cabeza ahora vacía, incierta, como mi futuro.




Cuartel Meridian

Gotas, infinidad de gotas caían sobre nosotros, empapándonos. El cielo parecía enfadado, furioso, tronaba y diluviaba como nunca antes lo había visto, no desde tan cerca, mamá hubiera puesto un grito en el cielo si me hubiera visto así, empapado, temblando, calado hasta los huesos, sin un abrigo que me mantuviera caliente, sin un paraguas que me protegiera, nada.

—Anderson —gritó aquel señor con cara de pocos amigos, no había parado de gritar desde que habíamos entrado en el patio.

—Presente —contestó un chico alto, pelo castaño, piel morena, no podía ver mucho desde mi posición, o más bien no me atrevía a asomarme para ver.

—Ross —volvió a alzar la voz, aún no se había presentado, pero tenía pinta de ser nuestro instructor.

—Presente —respondió el chico a mi lado, que no temblaba tanto como yo, pero sabía que también tenía frío, el castañeo de sus dientes me lo decía.

—Caiger —vociferó mi nombre, haciéndome dar un respingo

—Presente —conseguí que saliera mi voz.

Era el último, el último en ingresar, el último en la lista y algo en mí me decía que sería el último en todo.

Aquel señor vestido de verde, de voz grave, bigote poblado y ojos azules se acercó a mí, invadiendo mi espacio personal haciéndome temblar, como si no llevara ya horas haciéndolo.

—Einar Caiger —llamó mi nombre de nuevo.

Alcé mi vista hacia él, dejando de lado mis embarradas botas.

—Presente —me repetí.

—Ya se ha presentado cadete, cuando le llame responda —se inclinó aún más sobre mí arrebatándome la respiración—. Señor si señor —aulló en mi oído dejándome aturdido, instalando un pitido en mi audición.

—Señor sí señor —dije como pude sin moverme de mi sitio, mi instinto de supervivencia me decía que no debía moverme ni un solo milímetro.

Aquel hombre se alejó de mí, con sus manos hechas puños, pisando fuerte, parecía enfadado.

—Buenas noches señoritas, soy el General Tanner –palidecí, sentía que el patio giraba a mi alrededor—, seré su instructor y su peor pesadilla el tiempo que aguanten aquí, si es que aguantan –posó su mirada en mí consiguiendo que un ardor se instalara en mi estómago–. Me asegurare de que aquí salgan hombres.

Quería vomitar, arrancarme los pulmones, despojarme de todos los órganos que se estrujaron en mi interior al oír sus palabras.

—Que te vas a caer —susurró el chico a mi lado agarrando con fuerza mi camiseta por la espalda, sosteniéndome en pie–. Aguanta chaval —pronunció sin llegar a mirarme, todos con la vista fija en el General Tanner.

Me tragué las ganas de vomitar, el temblor de mis piernas y me enderecé en mi sitio.

—Eso es —premió aquel chico–. Dean Ross —se presentó sin soltar mi camiseta.

—Einar Caiger —respondí aún con el miedo clavado en mi, como una aguja entre las uñas.

—¿Qué clase de cagada has hecho tú para acabar aquí Caiger?

Una muy gorda pensé, mas solo enmudecí.

—Antes de nada déjame que te explique —pedí en una de las esquinas del comedor, alejados de la gente.

Un puño impactó en mi pómulo haciéndome girar la cara.

—¿Pero tu estas mal de la cabeza? —zarandeo mi cuerpo Dean, agarrándome por la camiseta.

—Que me dejes explicarme joder —escupí devolviéndole el golpe, conectando con su ceja, apartándolo de mi.

—Nos van a destripar, que digo destripar, nos van a descuartizar vivos –grito ahogadamente, intentando no llamar demasiado la atención, a pesar de que con su primer golpe ya lo había hecho.

—Cállate joder y escúchame, me la encontré encerrada en el armario de una puta iglesia, estaba sola, pensaba que era una monja, supe que era ella cuando dijo su nombre —intenté explicarme.

—¿Y pensaste que lo mejor era meterla en tu puta casa? Si el psicópata de su padre, si es que sigue vivo, se entera de que su querida hija vive contigo nos va a querer fusilar a todos.

—¿Te crees que no he pensado en ello? ¿Qué quieres que haga? ¿la lanzo al otro lado del muro y la dejo morir solo por quién es su padre? —escupí, entendía sus miedos, la preocupación que sentía por su vida y la mía, pero aquello ya no era el ejército, Tanner ya no estaba o al menos rezaba para que así fuera.

—Vale, si, tienes razón, pero meterla en tu casa es un error.

—Voy a cuidar de ella —aclaré—. Además no sabemos si Tanner sigue con vida y de ser así qué probabilidad tenemos de que encuentre este cuartel, es más probable que nos toque la lotería coño.

Dean asintió ante mi razonamiento, mirando a un punto fijo del suelo, pensativo.

—¿Marcus lo sabe?

Aquello era otro problema por resolver, no quería que Marcus me obligara a llevar a Anabel al dormitorio de chicas.

—Creo que no, al menos yo no le he dicho nada.

—Deberías decírselo y explicarle tus intenciones antes de que se entere por terceras personas y saque conclusiones erróneas –aconsejó peinando su pelo hacia atrás.

—Cuando lo vea se lo diré todo.

—Vamos a comer —ordenó después de asentir.

Me coloqué la camiseta en su sitio antes de seguirle, bajo la atenta mirada de todo el comedor.

Ignore los susurros de los presentes buscando el sobre de suplementos de hierro en mi bolsillo, encontrándolo.

La comida de hoy era puré de patatas con salchichas, estaba hambriento.

Preparé dos bandejas, asegurándome de que Anabel recibía la porción que le correspondía. La cocinera no parecía muy entusiasmada por tener otra boca que alimentar, asi que tuve que prometer que le traería chocolate en mi siguiente salida.

Dean preparó la bandeja de Liana y ambos nos dirigimos hacía nuestra mesa.

Colocamos nuestras bandejas para después sentarnos bajo la atenta mirada de las chicas.

Anabel estaba ojiplática.

—¿Qué? —pregunté frunciendo mi ceño, lucía sorprendida.

—¿Estás bien? —parecía ¿preocupada?

—¿Por?

No entendía a qué se debía su pregunta.

—Os acabáis de pegar —explicó tragando saliva, como si un par de golpes hubiera sido una macabra escena de carnicería.

—Disculpa, es que Dean es muy cariñoso —agaché la cabeza centrándome en mi bandeja.

No sabía a qué se debía ese pequeño sentimiento de vergüenza que acababa de instalarse en mi. Lo ignoré como solía hacer con toda emoción que surgía en mi ser.

Pude escuchar como Ross reía ante mi comentario, mientras Liana seguía enmudecida, quizás avergonzada por compartir mesa con nosotros, o puede que solo nerviosa por Dean.

Dean y Liana, no había nada entre ellos, nada que se hubiera soltado a gritos, con palabras, pues a lo que miradas respectaba, esos dos se habían hecho las declaraciones de amor más intensas.

Aunque Ross se encargaba de negarlo, aunque se excusara con eso de "no me van las niñas" o el "soy demasiado mayor para jugar a las casitas", sabía que aquella sonrisa tonta solo salía cuando aquella tal Liana Bennet cruzaba sus pensamientos.

A pesar de todo entendía sus motivos, puede que ella aún fuera demasiado joven para una relación o él simplemente no quiere aceptar que alguien se ha adueñado de su corazón sin pedir siquiera permiso, sin darle la oportunidad de defenderse de aquel ataque.

Saqué el sobre de suplementos que tenía en el bolsillo, depositando su contenido en una vaso con un poco de agua, lo removí ligeramente esperando que se disolviera por completo, antes de servirle a Anabel.

—Bébetelo —ordené señalando el vaso.

—¿Qué es? —curioseó olisqueando su contenido.

—Solo bebe –pedí metiendo una pequeña porción de salchicha en mi boca.

—No pienso bebérmelo si no sé que es, podría ser una droga letal y no me enteraría —especuló devolviendo el vaso a la mesa.

Quería reír por su insinuación ¿droga letal? ¿Quién diablos usaba eso?

—Vamos a ver canija, si quisiera matarte con una mano me basta ¿Por qué perdería el tiempo envenenándote?

—Para despistar, tu mismo lo has dicho no usarías eso, está claro que es para despistar —concluyó negándose a beber.

Froté mi sien, echado mi pelo hacia atrás, esta experiencia iba a ser dura.

Cogí el vaso, bañando mis labios con aquel líquido sin llegar a beber, trague saliva, fingiendo tragar el contenido del vaso para volver a tendérselo.

—Es seguro solo son vitaminas, bebe —ordené esta vez con más seriedad.

Anabel no se opuso esta vez, bebiendo del vaso con una sonrisa, parecía estar disfrutando.

La hora de la comida pasó de lo más rápido, Anabel estuvo hablando casi todo el tiempo, contando lo que habían aprendido en la formación, mientras Liana asentía de vez en cuando o hacía pequeñas intervenciones.

—¿Y vosotros? —quiso saber Anabel después de compartir su día.

Era curioso pero, a pesar de ser tan habladora no se me hacía pesado escucharla.

—¿Nosotros qué? —formuló Ross sin entender, mientras yo aún la observaba, como miraba con curiosidad, con ese pequeño brillo en los ojos, parecía ilusión.

—¿Qué tal vuestro día? —llevó una cuchara de puré a su boca, apenas había comido, había empleado su tiempo para explicarnos cómo se hacían las maniobras de reanimación.

—Seguimos vivos —resumió Dean—. Y por suerte nunca he tenido que hacer las maniobras esas para salvar a nadie.

—¿Y tú? —quiso saber sobre mi, instalando un pellizco en mi estomago.

Tardé en responder, intentando averiguar qué era aquella mierda que se había adueñado de mi estómago, eché la culpa a la fecha de caducidad de las salchichas que nos estábamos comiendo, de seguro ya había vencido.

—Solo la he hecho una vez, a un compañero —recordé cuando en una de las maniobras uno de mis compañeros resultó herido.

Anabel parecía emocionada ante mis palabras.

—Entonces ¿me ayudas a practicar? Gabriella nos examinará al final de la semana —pidió, clavando esas dos dagas azules que tenía por ojos sobre mí, presionando mi pecho.

Anabel y yo practicando las maniobras, sus manos apoyadas sobre mi pecho, echando el peso de su cuerpo sobre mí, acercando sus labios a los míos para llevar a cabo las insuflaciones.

Me pareció la idea más asfixiante y errónea que había surcado por mi mente en los últimos días.

—No —arrebaté la ilusión de sus ojos con aquella sílaba, haciéndome sentir la persona más monstruosa del mundo—. Liana puede venir a casa a practicar contigo si quieres —intenté arreglar.

Anabel asintió recuperando levemente su emoción mirando a su amiga, buscando complicidad y asentimiento en su rostro.

La comida llegó a su fin, no hable mucho más, me sentía ido, tenía que preparar el entrenamiento de mañana, sería el primer día, Marcus me había ordenado ser duro con los chicos, implacable, un entrenamiento militar como los que nosotros habíamos sufrido día tras día durante años.

Al principio estaba decidido, iban a sudar y quizás llorar, pero Anabel también estaría y aquello había roto todos mis esquemas, el entrenamiento tenía que ser igual para todos, no podía ser más benevolentes con algunos y aquello me hacía dudar, Anabel no iba a aguantar un entrenamiento militar, dudaba que pudiera hacer siquiera una flexión con aquellos brazos.

No quería desobedecer, pero tampoco matarla y enterrarla el primer día de entrenamiento.

—¿En que piensas? —dos esferas azules se colaron en mi campo de visión, mirándome como si lo que fuera a decir fuera el secreto más oculto del mundo y ella iba a descubrirlo ahora mismo.

—¿Por qué quieres saber qué pienso? —curiosee, ella no era la única persona de la faz de la tierra con curiosidad y ansias de saber cosas, pero quizás si era la única que se atrevía a mostrarlo tal y como aparecía en su mente.

—Por que estas muy callado y eso significa que algo estás pensando, me gusta saber que es, si es que quieres compartirlo, si no no pasa nada —susurró, inclinando su torso ligeramente sobre la mesa, obligándome a imitar su gesto, acercándome a ella.

—Mañana es el primer entrenamiento, estoy pensando cuantas vueltas y flexiones os voy a mandar hacer —susurré apoyando mi pecho sobre mis brazos, encima de la mesa.

—Pon todas las que puedas —aconsejó—. Si quieres que hagamos 10 manda 20.

Me sorprendió, quizás las monjas de la parroquia eran unas fanáticas del mundo fitness, quizás entrenaban a sus alumnas antes de rezar todas las mañanas.

—¿Cuántas eres capaz de hacer tú? —quise saber cuánto era capaz de aguantar Anabel.

—No tengo ni idea, no he hecho ejercicio en mi vida —confesó con una pequeña sonrisa vergonzosa en sus labios.

Reí perplejo, esta chica era una suicida en potencia.

—Entonces por qué me dices que ponga 20 si no sabes siquiera si puedes hacer una —seguí susurrando, sin contener la sonrisa que se adueñaba de mis comisuras.

—Porque tengo muchas ganas de ser fuerte, de poder correr todo lo que yo quiera, la única forma de conseguirlo es practicando.

—A ver si mañana sigues pensando de la misma forma —susurré antes de volver a incorporarme en mi sitio de nuevo, ya era hora de empezar el turno de tarde.

—Empieza el turno —avisó Dean levantándose de su asiento.

—Las llevo a casa y voy —aseguré imitando su gesto—. Se puede quedar esta tarde Liana en casa, o puedes ir con ella al dormitorio de chicas, lo que prefieras, pero sola en casa no —me dirigí a Anabel, no quería que estuviera sola en casa, prefería que estuviera rodeada de gente por si ocurría algo en el cuartel.

—En casa —decidió sin pensarlo mucho.

—Perfecto, cuando termine el turno Dean acompañará a Liana a su dormitorio —informe consiguiendo llamar la atención de Dean, el cual sabía que me pegaría un puñetazo por dejarlo a solas con Liana, se la debía por el derechazo de improvisto que me propinó hace una hora.

Las chicas me siguieron hacia la salida del comedor, ambas iban hablando detrás mía, lo suficientemente bajito como para que no alcanzara a oírlas.

Eran poco más de las 4 de la tarde, debía darme prisa si quería aprovechar las horas de sol que aun quedaban.

Era invierno por lo que los días se habían hecho demasiado cortos, a las 6 de la tarde ya era de noche aquí, por lo que no se podía hacer mucho fuera a partir de esa hora.

Dejé a las chicas en casa, avisando de cuando llegaría, dudando si cerrar la puerta con llave o no, opté por cerrarla, para mi tranquilidad.

Caminé apresurado hacia el portón de salida, Marcus me había pedido gasolina, le debía chocolate a la cocinera y quería encontrar un libro de romance para Anabel, así que debía aprovechar aquellas pocas horas al máximo.

Cogí el coche y conduje raudo hacia el centro comercial abandonado, donde conseguí la ropa para anabel, quizá allí habría libros, no eran artículos de primera necesidad por lo que debían de quedar algunos.

Aparqué en la puerta, buscando no entretenerme demasiado, me sentía ansioso, nervioso, algo que me descolocaba pues llevaba bastante tiempo haciendo esto, saqueando y matando a todo lo que me encontrara por el camino.

Un cuerpo sin alma ascendió desde la penumbra abalanzándose sobre mí, clavé mi cuchillo debajo de su mentón, atravesando su cabeza, conseguí quitármelo de encima y seguir mi camino.

—Céntrate Einar —me dije a mi mismo, restregando la sangre de aquel cadáver sobre mi ropa, intentando impregnarme de aquel fétido olor, en busca de pasar desapercibido entre los no vivos.

Conseguí llegar a lo que pareció ser en su día una papelería, había material escolar y algunos libros.

Miré detalladamente, la gran mayoría eran libros de texto, los cuales no sabía si gustaría a Anabel, aunque Gabriella seguro que sabría darles uso para sus clases de la formación.

Al fin encontré las novelas, había algunas de misterio, fantasía y romance, me los llevé todos, en total eran unos 10 libros.

Cogí además un par de cartulinas de colores, metí todo en la mochila y fui a por mi siguiente objetivo, el chocolate.

Me sentía exhausto, había conseguido todo aquella tarde, me encontraba esperando a que Dean me abriera el portón.

Eran las 9.30 de la noche, su turno terminaba a las 10.

Aparqué en la entrada y llevé los bidones de gasolina al almacén, no pude evitar quejarme cuando los solté, mi espalda dolía horrores y mis manos se hallaban entumecidas por haber estado empuñando el machete durante toda la tarde.

Volví al coche a por la mochila y me encaminé hacia el portón donde seguía Dean.

—¿Has conseguido la gasolina? —preguntó nada más verme.

Asentí lanzándole una de las chocolatinas que había encontrado, la cogió al vuelo.

—Eres una máquina —piropeó abriendo la barrita y engulléndola de un bocado.

—Baja ya, son las 10.

Tenía ganas de llegar a casa, darme una ducha y pelearme un rato con la almohada hasta quedarme dormido.

Ross tardó unos minutos en bajar, haciéndolo de un salto, cualquier día de estos se rompería la crisma con tanta acrobacia.

—¿Alguna novedad hoy? —inquirí esperando que no hubiera ninguna novedad.

—Solo un par de muertos, ha sido una tarde tranquila.

Aquello era música para mis oídos, necesitaba tranquilidad, dormir, aquellas noticias propiciaban mi paz.

— ¿Vas a llevar a Liana verdad? —saqué el tema de Liana pues me había parecido raro que Dean no comentara nada al respecto.

—Si, y eres un gilipollas —escupió pisando con fuerza el suelo bajo nosotros.

No parecía muy contento con mi iniciativa.

Lo cierto es que no quería tener que acompañarla yo, quería llegar a casa lo antes posible.

—Ya me lo agradecerás.

—¿Qué mierda te voy a agradecer? —farfulló moviendo sus manos.

—Si tanto te molesta acompañarla lo haré yo —respondí con seriedad ante su aparente actitud molesta.

—Y una mierda, la acompaño yo y punto —sentenció a escasos metros de la puerta de mi casa.

Eso era exactamente lo que quería oír.

Busqué las llaves en mi bolsillo, respirando hondo antes de entrar con un ligero pellizco en el estómago, esperaba que todo ahí dentro estuviera bien.

Abrí la puerta, dejando que un olor a galletas recién hechas me golpeara, encontrándome a dos adolescentes sentadas a la mesa del comedor, riendo y comiendo galletas.

—Hola —saludó Anabel con alegría, levantándose de un salto de su asiento, cogiendo una galleta—. Hemos hecho galletas ¿quieres una? —ofreció tendiéndome la galleta.

Me quedé callado unos segundos, analizando el panorama, observando que Anabel llevaba puesta la misma ropa que yo le había dejado la noche anterior. Un sentimiento extraño se coló en mi interior cuando la vi con mi ropa, sentimiento que no sabría siquiera describir.

Tras unos segundos de silencio cogí la galleta que me ofrecía, viendo como una pequeña sonrisa se colaba en los labios de Anabel.

Metí la galleta en mi boca, mentiría si dijera que no me encontraba hambriento después de la salida. Saboreé cada miga de esa galleta, me pareció un pedacito de cielo, no sabía si era por que realmente estaba buena o por que llevaba tanto tiempo sin comer una que había olvidado su sabor.

—¿Te gusta?

Asentí limpiando mi boca con el dorso de mi mano y echándome a un lado.

—Es tarde, Liana tiene que irse, hay toque de queda a las 10, ya son las 10:15.

Y desaparecí por la puerta de mi habitación.

Cogí un par de prendas y fui directo al baño, escuchando de fondo cómo la puerta de la entrada se cerraba.

Dejé que el agua fría se deslizara por mi piel, no había nada mejor que una ducha. Enjabone mi adolorido cuerpo en tiempo récord, dándome la mayor prisa posible, solo quería comer un par mas de galletas y fundirme entre las sábanas.

Me vestí simple, camiseta y pantalones de chándal.

Pasé la toalla ligeramente por mi pelo, quitando el exceso de agua, antes de abandonar el baño.

Nada más salir pude ver a una cabellera rubia, sentada en la mesa del comedor.

Me acerqué a la mesa sin mediar palabra, cogiendo una de las pocas galletas que quedaban en el plato.

—Las tuyas están aquí —informó levantándose de su asiento, tendiéndome un bol con unas cuantas galletas que había cogido de algún lugar de la cocina—. Supuse que tendrías hambre así que te guardé algunas.

No supe qué decir, había pensado en mí, me había cocinado algo y lo había guardado para mi, solo para mi.

Miré el bol pensativo, perplejo por el aura cariñosa que ella desprendía.

—¿Einar? —llamó risueña, sacándome de mi trance.

—Perdona —negué con mi cabeza, frotándome los ojos—. Ha sido un día largo —resumí metiendo una de las galletas en mi boca—. ¿Cómo las has hecho?

—Aprendí una receta muy simple en el internado y bueno aunque le faltan algunos ingredientes ha conseguido encontrar la mayoría en la alacena —señaló uno de los muebles de la cocina—. Espero que no te importe que los haya cogido.

—Es tu casa —me encogí de hombros restando importancia, comiendo otra galleta.

—Gracias —me miró con aquel brillo que siempre llevaba en sus ojos.

—Deberías irte a la cama, mañana va a ser un día muy largo para ti —metí la última galleta en mi boca antes de levantarme de mi asiento.

Ambos caminamos hacia nuestra respectiva habitación.

—¿Mañana a la misma hora? —su voz resonó consiguiendo detenerme en el marco de mi puerta.

—Yo te aviso —contesté sin llegar a girarme.

—¿Qué me pongo para el entrenamiento?

Paré en seco, dándome la vuelta, quedando cara a cara con Anabel.

—¿No te traje un chándal o algo así?

—Vaqueros y Jerséis.

Vaya mierda ¿por qué no se me ocurrió un chándal?

—Vale —froté mi sien, echando mi pelo hacia atrás—. Yo te dejo un chándal ¿Estas cómoda con ese? —señalé el pantalón que llevaba puesto.

—Si, he ajustado el cordón de la cintura para que no se me caiga —alzó la sudadera que vestía, enseñándome cómo había amarrado la cintura, cómo se ajustaba a esta, mostrándome parte de la piel que cubría su vientre.

Giré mi rostro instintivamente, sintiendo un pellizco en mi estómago.

—Eso sirve, si no pídele prestado a Liana, a lo mejor ella tiene un pantalón de sobra.

Anabel asintió en respuesta.

—Hasta mañana —me regaló una sonrisa antes de desaparecer por su habitación.

No respondí, me quedé en mi sitio mirando su puerta cerrada.

Mi garganta picaba, como si tuviera algo que decir, como si a mi voz le hubiera gustado responderle, desearle un buenas noches, pedirle que descansara, que soñara bonito.

Froté mi rostro frustrado, odiaba las cursilerías y los pensamientos que acababan de surcar mi mente eran de lo más cursi.

Cerré la puerta de un portazo, me sentía enfadado conmigo mismo, se suponía que ya no quedaba nada en este mundo que me pudiera hacer sentir, yo había muerto hacía mucho tiempo, mucho antes de que los zombis llegarán, mucho antes de que la humanidad se apagara.

Dolía mi orgullo, mi coraza, mi dureza, todo lo que ahora representaba, todo lo que yo proyectaba, sentía que había una grieta, que mi estómago se encogía, que mis manos sudaban.

Llevaba tanto tiempo endureciéndome, sin dejar que el miedo, la tristeza ni el dolor me afectaran, tanto tiempo que ya se me había olvidado cómo se sentía todo aquello.

Impasible, apático, rígido, así era yo. Acostumbrado a recibir golpes, a luchar por vivir, a no dejar que nada me afectara, a ser dueño de mi cuerpo, de mi alma, o lo que quedaba de ella.

Tanto tiempo protegiéndome de todo lo malo que se me olvido que lo bueno también existía, la dulzura, esas sonrisas, ilusión y me sentí débil, más vulnerable que nunca, porque sabía cómo cuidarme de un cadáver andante, sabía cómo afrontar una amenaza humana, donde dar, pero no sabía cómo protegerme de ella, de todo lo que causaba en mí, de la bondad que desprendía su alma.

Sentí miedo, por primera vez en mucho tiempo, porque yo siempre era capaz de mantener el control y esta vez, por mucho que me jodiera, no lo tenía.


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Estos dos viven todo el día en mi cabeza, no escribo tanto como los pienso.

Estoy muy agradecida por la cantidad de lecturas que está recibiendo esta novela, es algo nuevo para mi ya que no es un fanfic y pensé que recibiría mucho menos apoyo.

Muchas gracias Sinners, como siempre me hacen muy feliz leyéndome.

Love u Sinners 💜

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