Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

03 | Einar Caiger

Había flores bonitas, con color, de un olor exquisito,

flores que decoraban el jardín o te robaban suspiros.

Había flores tristes, melancólicas,

con anhelos dibujados en sus pétalos,

con lágrimas aguardando en sus tallos.

Y había flores con espinas,

albergando la paradoja más bonita.

¿Cómo algo tan bello podía doler?

—¿Cómo se declara el acusado?

—Culpable.

Cerré los ojos con fuerza, sacudí mi cabeza con brío, como si así consiguiera que mis pensamientos y recuerdos se disolvieran.

–Abre –pedí a Dean, ya en la entrada del cuartel, dispuesto a salir en busca de todo lo que ella necesitara.

"Ella" aun no podía creerlo, se sentía como un espejismo, un sueño.

Había crecido, estaba más alta aunque no mucho, su pelo seguía igual, rubio pajizo y sus ojos, sus inolvidables ojos; su mirada parecía grabarse en tu mente, acariciar tu alma.

–¿A dónde vas ahora? Es tarde ya Cai –formuló agarrándose aun más a su fusil de asalto.

–Necesito un par de cosas, estaré aquí para antes del amanecer –ni siquiera lo miré.

Dean me conocía, demasiado bien muy a mi pesar, sabría con solo mirarme que algo rondaba por mi mente.

—Como no vuelvas...–comenzó amenazante consiguiendo que mis labios se curvaran.

–Siempre vuelvo –continúe caminando, dejando a Dean y sus quejas atrás.

Nos conocíamos desde hace 7 años, ambos ingresamos en el servicio militar el mismo día, ninguno de nosotros por voluntad propia, pero eso es otra larga historia.

Le debía mucho a Dean, todo el camino recorrido sin él hubiera sido más oscuro, lúgubre y tenebroso. El ejército me había quitado mucho, pero me había dado lo más valioso que poseía ahora, su amistad.

Corrí a oscuras, había dejado un coche con gasolina a un par de kilómetros del cuartel, para emergencias e imprevistos.

El sudor corría por mi frente, que acompañado del viento helaba mi piel, se sentía refrescante, casi purificador. Desde que me había quitado el pasamontañas delante de ella no lo había vuelto a poner, necesitaba aire, aunque fuera peligroso salir a cara descubierta.

Llegué al coche en cuestión de minutos, mi cuerpo se encontraba más en forma que nunca, mi labor en el cuartel así lo requería, debía mantenerme ágil, rápido y con la suficiente fuerza para proteger a los nuestros tanto de los muertos como de los vivos.

Quité la maleza que camuflaba el vehículo, montándome en él con rapidez, quería acabar cuanto antes, ducharme y con suerte, dormir un par de horas.

Conduje raudo hacía un pequeño centro comercial que se encontraba a unas horas de aquí, sabía que ya había sido saqueado, pero tenía la esperanza de encontrar algo de ropa que pudiera ponerse mañana.

El trayecto fue tranquilo, esquivé a cinco muertos que se cruzaron en mi camino, intentando no abollar el coche, lo necesitaba para poder volver al cuartel de una pieza.

Me sorprendió, no podía parar de pensarlo, su manera de hablar, la espontaneidad que tenía, ese brillo de ilusión en sus ojos, como acogía todo lo que decía como si fuera perfecto.

No parecía hija del General Tanner, ella era todo delicado, cálido, la forma que tenía de andar, sus gestos, cómo colocaba un mechón detrás de su oreja, su sonrisa, toda ella parecía sacada de un cuento de fantasía.

Sonreí al recordar sus palabras "No me das miedo, solo me incomodas", no me esperaba que fuera tan directa, sin rodeos, sin tapujos, Einar Caiger me incomodas, y ya está, era lo que había, lo que pensaba, transparencia en esencia.

Según ella no era personal, solo la incomodaba por ser hombre, lo que me hacía querer preguntarle ¿Por qué? ¿Por qué debería de sentirse incómoda por un hombre?

Quería preguntarle tantas cosas, casi como ella había hecho, pero las palabras no salían de mi boca, mi ser hacia tiempo que había enmudecido, el frío había calado en mi, helando todo a su paso, dejando un rostro inexpresivo, unas palabras vacías y unos ojos desolados.


Podía ver a lo lejos el centro comercial, no era muy grande, con todas las cristaleras hechas añicos y cuerpos sin vida pululando por los alrededores.

Dejé el coche en la puerta y salí con una bolsa a mis espaldas.

¿Qué necesitaría una chica de dieciocho años? No tenía ni idea.

Llevaba en el ejército 7 años, rodeado de hombres, testosterona, rabia, ira y fuerza. Durante aquellos años el contacto con mujeres era muy esporádico, y tampoco es que diera tiempo para preguntas, conversaciones o palabras. Había ingresado demasiado joven, un chico con 16 años recién cumplidos no sabía mucho de la vida y mucho menos de las mujeres, mi única fuente de conocimiento acerca de ellas era Dean, el cual tampoco era un erudito en el tema.

Rápidos con el fusil, torpes con las mujeres, aquella era la frase que nos definía.

Me encontraba en la sección de ropa femenina, mirando las pocas prendas que quedaban, aquella chica era menuda, no pesaba mucho por lo que me decanté por las tallas pequeñas, cogí camisetas, pantalones, vestidos, faldas, sudaderas, todo lo que quedaba, llenando la bolsa que traía conmigo.

Ropa interior, pensé, no quería quedarme sin bóxer.

Busqué la sección de ropa interior topándome con una infinidad de conjuntos haciéndome sentir confundido, no tenía idea de qué llevar.

Opté por lo más neutral que encontré, braguitas y sujetadores de tela blancos y al igual que la ropa cogí lo que quedaba.

Recordé que Anabel tenía el rostro pálido y algún que otro síntoma de anemia, por lo que llevé la pesada bolsa a mis hombros y me encaminé en busca de alguna farmacia o parafarmacia que hubiera en aquel centro comercial.

Tuve la suerte de toparme con una, estaba medio vacía, pero no desistí y busqué algún sobre o pastilla de suplementos de hierro.

Encontré solo un par, pero también me lleve un par de paquetes de vendas, agua oxigenada y un blíster de amoxicilina que había al fondo de un cajón.

Satisfecho con lo que había encontrado corrí hacia el coche, sin detenerme al ver como los pocos muertos que quedaban en aquel centro comercial me perseguían.

Arranqué y me perdí en mis pensamientos en el camino de vuelta.

Sentía un pequeño pellizco en el estómago, de incertidumbre, expectación, no sabía cómo sería mi vida ahora, no sabía si había sido un error meterla en mi casa.

¿Y si el General Tanner seguía vivo? ¿Y si descubría nuestro paradero? ¿Y si se enteraba de que Einar Caiger tenía a su hija?

Agarré el volante con fuerza, tragándome las ganas de vomitar, centrándome en la carretera.

Aquello eran suposiciones, pensamientos que sabía que se añadirían a la lista de mis motivos de desvelo.

Tampoco había pensado en Marcus, él era nuestro superior y aun no estaba al tanto de nada, era obvio que en el momento que aquella chica dijera su nombre se darían cuenta de quién es.

Temía su reacción, casi tanto como la de Dean, quizás pensarían que estaba loco o que quizás tramaba algo al insistir en que se quedara conmigo.

No tramaba nada, no quería venganza, no buscaba resarcimiento ni que ella pagara por algo que no había hecho pues esa era la realidad, Anabel Tanner no me había hecho nada malo, de hecho sentía todo lo contrario.

Ella era como mi ángel de la guarda, era una persona que sin saberlo había capturado mi atención, había conseguido mirarme a través de aquella foto, hacerme navegar en el claro mar que coloreaba sus ojos, me había hecho viajar al mundo de las maravillas cuando mi cuerpo conocía el infierno y por todo aquello, que había conseguido en mi sin siquiera saberlo, yo no podía pensar en hacerle mal, simplemente no podía.

Ella vivía en una burbuja, no sabía quién era yo, lo qué le había hecho a su familia, como tampoco sabía lo que su padre me había hecho.

Mi cabeza ardía, mis pensamientos volaban de un lado a otro ejerciendo presión, torturándome.

Conseguí llegar al cuartel, Dean aun estaba despierto, esperando a que yo llegara, sin dejar que nadie le diera el relevo.

Me abrió nada más verme, me adentré en el cuartel parando el coche en seco.

Dean se apresuró a bajar de la pequeña torre de vigilancia, hasta quedar a mi lado.

Me bajé con cansancio, intentando salir de allí con rapidez, sabía que Dean querría saber, pero yo en estos instantes lo último que quería era contar.

–¿Ropa? ¿Enserio Cai? ¿Para esta mierda te arriesgas a salir de noche? –regañó echando un vistazo a la bolsa que portaba.

Si había alguien cotilla ese era Dean, tenía que saberlo todo.

–Tenemos a una nueva, mañana te cuento –hablé sin detener mi paso, firme, sin desviar mi mirada del camino.

–¿Quién es? Tiene que ser importante para que le hagas de chico de los recados –pinchó, a Dean le encantaba pinchar, para su desgracia yo era una persona que había dejado de sangrar hacía ya mucho tiempo.

–Mañana te la presento –dejé que mi voz sonara sin importancia.

–Vamos no me dejes así –se quejó aunque en el fondo sabía que no conseguiría algo de mi aquella noche.

–Adiós Dean –me despedí con rapidez porque necesitaba meterme en mi cuarto y no volver a salir hasta que el sol me acompañara de nuevo.

Me adentré en la casa sin hacer ruido, quitándome las sonoras botas antes de entrar, estaba en mi propia casa y no estaba haciendo nada malo, pero me sentía como si fuera a colarme en ella, ese nerviosismo, esa tensión, hacía tiempo que no sentía algo igual.

Fui directo a mi cuarto, donde dejé la pesada mochila y cogí algo de ropa, necesitaba una ducha, olía a muerto viviente.

Me despojé de las prendas malolientes y fui directo a la ducha, donde enjaboné mi cuerpo con ímpetu, dejando que el olor a limpio me recorriera, no había nada mejor que eso.

No tardé mucho bajo el agua, envolviendo una toalla a mi cintura, faltaba una de ellas, por lo que supuse que Anabel me había hecho caso y había tomado un baño.

Me vestí con unos pantalones holgados y salí del baño, no hacía calor en aquella casa precisamente pero yo era una persona que entraba en calor de inmediato.

Antes de entrar en mi habitación me detuve para observar la puerta de enfrente.

¿Estaría durmiendo? ¿La habría despertado? ¿Me estaría escuchando en este momento?

Sacudí mi cabeza intentando no pensar más en aquello y me metí en mi cuarto, cerrando la puerta con sigilo.

Me dejé caer sobre la rígida cama y cerré los ojos, intentando que el cansancio me arrancara de la vigilia, pero todo pintaba que aquella noche, al igual que la mayoría, la pasaría en vela. 

–Arriba –aporree la puerta de Anabel, eran las 6:55 de la mañana y el día anterior había dado instrucciones de que debía estar lista a las 7.

Lo cierto era que las clases no empezaban hasta las 8 pero debíamos hacer cosas antes.

Me adentré en la cocina para prepararme el primer café del día.

Escuché como alguien arrastraba sus pies detrás mía, no pude evitar girarme para verla, llevaba el pelo rubio enmarañado, como un león, los ojos aún cerrados y envuelta en las sábanas como un burrito, quería reír, pero me contuve.

–¿No se madrugaba en la parroquia? –dejé que la seriedad bañara mis palabras.

–Si, pero –un bostezo no la dejó terminar su frase–, ¿Qué hora es? Dios santo si aún no ha amanecido –exclamó abriendo uno de sus ojos.

Puse el café encima de la mesa, parecía que ella lo necesitaba más que yo.

Me encaminé a mi habitación, en busca de la mochila que ayer en la madrugada me encargué de llenar para ella.

La dejé encima de la mesa del comedor, justo a su lado.

–Creo que con eso será suficiente, si necesitas algo más haz una lista, en la próxima salida te lo traeré.

Anabel no parecía entender muy bien, pues no abrió la mochila, en su lugar se quedó mirándola, con el ceño fruncido.

Me decidí a abrirla yo mismo.

–Es ropa –aclaré sacando unos pantalones vaqueros.

–¿Todo eso es para mí? –abrió sus ojos.

Asentí en respuesta tendiéndole la mochila.

No dudó en cogerla y empezar a sacar todo su contenido, parecía emocionada.

–¿Es que eres una especie de Papá Noel aquí? –formuló examinando las prendas, tendiéndolas y colocándolas por encima de su cuerpo, como si se estuviera haciendo una idea de cómo le quedaría.

Quise reír ante su comparación.

–No, solo soy el que sale fuera y trae suministros –simplifiqué, me sentía raro ante tanta emoción.

–¿Entonces puedo pedirte lo que sea?

Podía ver la ilusión pasar por sus ojos, estos brillaban con deseo, quería algo, y la forma que tenía de mirarme me hacía querer saber qué era e ir a por ello, daba igual lo que fuera.

–Lo que sea –repetí.

–Un libro –contestó sin pensarlo, algo que hizo que sus mejillas se colorearan de rojo, parecía avergonzada por su petición–. Sé que no es una necesidad, ni algo de lo que mi vida dependa, soy consciente de que es un lujo pero...

–Te lo conseguiré –la interrumpí–. ¿Género?

Tenía libros en mi habitación, eran libros de guerra, algunos de fantasía, la mayoría incluían acción.

–Fantasía, pero si tiene algo de romance no me quejo –agregó tras una pausa–. En realidad al revés.

Quería sonreír, pero mi rostro no se movía, parecía que mis tejidos se habían muerto o la falta de hábito les había hecho olvidar cómo se hacía.

–Veré que encuentro, cuando consiga algo te lo traeré.

Me alejé de ella antes de que contestara, necesitaba un café, sentir algo en el cuerpo antes de comenzar el día.

–Einar –llamó mi nombre desconcertándome, hacía tiempo que nadie me llamaba así y menos con ese tono, dulce.

Me giré para encararla, y alce mis cejas a modo de respuesta, esperando lo que fuera que tuviera que decirme.

–Gracias –me regaló un pedacito de su dulzura, como un terrón de azúcar.

–Ve a cambiarte o llegaremos tarde –respondí girando de nuevo, dándole la espalda.

El agradecimiento se me hacía extraño, hacía tiempo que no lo oía, que no lo sentía, no de la forma que ella lo expresaba, con pura sinceridad.

Anabel obedeció, desapareciendo por la puerta de su habitación.

Terminé mi café y cogí un par de bollos dulces, la cocinera me dejaba mi ración semanal cada lunes, ahora debería pedirle el doble de cantidad, cosa que de seguro no iba a hacerle ninguna gracia.

–Ya estoy –pronunció una voz detrás mía.

–Vámonos –me coloqué el arnés con algunas de mis armas y abrí la puerta de la casa, esperando a que Anabel saliera para poder cerrar con llave tras ella.

Apareció delante de mí, con uno de los pantalones vaqueros que había escogido para ella, eran algo sueltos hasta que llegaban a su cintura donde se ceñían a la perfección.

Dejé de mirarla, me incomodaba hacerlo.

Cerré la puerta con llave y comencé a andar esperando que me siguiera, el sol ya comenzaba a verse más allá de la valla que nos resguardaba.

–Te voy a enseñar la formación, allí conocerás a Gabriella, la instructora, ella se encarga de la educación de los niños aquí.

–¿Y tú? –preguntó escaneando el lugar observando cada rincón del camino que recorríamos hasta el pabellón de la formación.

–Yo me encargo de la seguridad, salgo cuando es necesario y también arreglo lo que se rompe.

–Eso explica las armas –señaló mi pecho, haciendo que la mirara, llevaba un jersey blanco que daba luz a su rostro, no era del todo ajustado, más bien suelto, le sentaba bien, se veía bonita.

–¿Cuántos años tienes?

Era curiosa, eso estaba claro, y habladora, muy habladora.

–Muchos –contesté seco.

En realidad era joven pero quería mantener las distancias con ella.

–El señor castiga por mentir –regañó con un tono que infundía de todo menos terror.

–Tranquila, tengo mi plaza asegurada en el infierno desde hace mucho.

No continúo la conversación, pero sabía que quería preguntar, se le veía en la cara.

Abrí la puerta del pabellón de formación, cediéndole el paso.

–En el internado también había puertas, sé cómo se abren.

Parecía ligeramente molesta, no sabía si era por mi referencia al infierno o por la caballerosidad.

–¿A sí? Me quedo más tranquilo –no me moví de mi sitio–. Pasa.

Me desafió levemente con la mirada antes de obedecer y pasar a escasos centímetros de mi cuerpo, era bajita, me llegaba por el pecho.

Tenía el cabello largo, ondulado, brillaba ligeramente ante la luz del sol.

¿Sería suave?

No obtendría respuesta a aquella pregunta pues no era de mi incumbencia.

–Aquí hay algunas aulas, Gabriella imparte clase en la 3A –expliqué mientras andábamos por los pasillos.

–¿Qué hay en las otras? –curioseó observando todas las puertas a su alrededor.

–Algunas las usamos para entrenar, otras sirven de almacén de alimentos, armería y ese tipo de cosas.

No tardamos en llegar a la 3A, ya eran las 7:30 por lo que supuse que Gabriella ya se encontraría en el aula.

Llamé a la puerta antes de entrar encontrando a una mujer pelirroja de unos treinta y pocos, de ojos marrones y piel pecosa.

–Buenos días Caiger –saludó Gabriella abriendo sus ojos con sorpresa al percatarse de la chica que se encontraba detrás mía–. ¿Es la chica nueva?

Asentí en respuesta viendo como Gabriella se levantaba de su asiento de inmediato.

–Kaitlin me contó lo de anoche ¿Cómo estás cielo? –se dirigió con ternura hacía Anabel.

–Bien –regaló ella una cálida sonrisa.

–¿Nos dejas hablar un momento a solas cielo?

La chica de cabello rubio asintió saliendo del aula de inmediato.

Gabriella centró su mirada en mí, cambiando su semblante drásticamente.

–Explícame por qué crees que es mejor que esa chica esté viviendo con un pedazo de carne con dos ojos que se pasa el día destripando muertos y soltando improperios a estar en una habitación con más chicas de su edad –escupió atropelladamente, estaba enfadada.

–Espero que ese cacho de carne con dos ojos no sea yo.

Nunca antes me había dado cuenta de la visión que tenían de mí en este cuartel hasta ahora.

–Como se te ocurra hacerle algo a esa niña...–comenzó una amenaza alzando su dedo índice, dejándolo frente a mi rostro.

Aquellas insinuaciones estaban de más, estaba claro que no me conocía en absoluto, que sea un hombre no significaba que me interesara cualquier mujer que se me cruzara por delante, y haber estado en el ejército no me hacía un perro baboso que meneaba el rabo cada vez que veía una.

–Que no se te ocurra terminar la frase –la interrumpí, me molestaban sus palabras y tener que darle explicaciones–. El dormitorio de chicas roza el hacinamiento, yo vivo solo, hay espacio de sobra en mi casa para los dos. Y no, no tengo pensado acercarme a esa "niña" de ninguna de las maneras que estás insinuando. Me ofende gravemente incluso que lo pienses ¿Qué clase de hombre te crees que soy? ¿Me has visto cerca de alguien durante todos estos meses? No, así que lavate la boca antes de soltar mierda que no me corresponde recibir.

Me encendí, no quería que me cuestionara, quería que aceptara lo que le dijera y que me ayudara con Anabel. ¿Tan difícil era de creer que alguien como yo quería el bien para ella?

–Eso no cambia nada, debería estar con el resto de chicas, necesita apoyo, calor, hermandad y no te ofendas pero tu tienes la misma sensibilidad que los muertos que andan por ahí fuera.

¿Qué sabía ella de mi sensibilidad? Nada, no sabía nada.

–Gabriella a ver como te lo digo para que tu me entiendas –me pasé las manos por el pelo, me sentía frustrado, no entendía tanto ataque–. Me importa una puta mierda, no se va a mover de mi casa.

–Eres un cenutrio –decidió insultarme, frunciendo su ceño.

Que me insultara me hizo darme cuenta de que sus argumentos habían acabado, si recurre a faltarme el respeto es que no tiene nada más elaborado que decirme.

–Muy bien, si no tienes más insultos para lanzarme, te quería pedir que me mantengas al día sobre sus clases, quiero que tenga una buena instrucción.

Había estado pensando toda la noche, si Anabel fuera parte de mi familia quería que recibiera la mejor educación, que estuviera sana, que supiera cómo desenvolverse, sobrevivir. Así que haría todo aquello.

–Vete a la mierda.

Me estaba cansando de hablar con ella.

–Joder y luego soy yo el de los improperios. No es una petición es una orden.

No la dejé insultarme de nuevo, podía escuchar voces fuera, por lo que la hora del inicio de clases ya se nos habría echado encima.

Salí buscando a Anabel con la mirada, se encontraba sola, enfrente del aula, a su lado un grupo de chicas curiosas la observaban.

Me acerqué a ella, tapando la visión a aquellas chicas.

–¿Cómo ha ido? –quiso saber, tenía las mejillas coloradas, seguramente se sentía nerviosa por ser su primer día aquí, por querer encajar.

–Paso a buscarte a la salida –saqué uno de los bollos dulces que había cogido esta mañana–. Toma –se lo tendí–. Cómetelo, suelen hacer un descanso para que podáis comer algo.

Cuando sus pálidas manos atraparon el bollo me di la vuelta dispuesto a irme, pero ella me detuvo, tirando de uno de los extremos de mi camiseta.

–Einar –me llamó consiguiendo que me encogiera.

No dudé en girarme. Anabel conseguía despertar en mí la misma ternura que sentías cuando tenías a un cachorro delante. La necesidad de proteger a ese cachorro, que saliera adelante.

–¿Qué pasa?

–¿Esperas a que entre? –pidió, como el que pide una reducción de condena, como el que pide un indulto, con ese deje de esperanza en sus ojos.

Miré el reloj un instante, aun faltaban 5 minutos.

Me quedé a su lado, observando nuestro alrededor, cada vez más chicos de su edad se acercaban a la puerta, la miraban curiosos.

–Te va a ir bien –intenté confrontarla, sin duda era nulo para este tipo de cosas.

Quizás Gabriella tenía razón.

Y una mierda, yo no era un cacho de carne con dos ojos.

–¿Tú crees? Es que llevo tanto tiempo con la misma gente que se me ha olvidado cómo hacer amigas.

Aquello me hizo pensar, Anabel no parecía traumada, no parecía triste ni compungida por lo que fuera que le había ocurrido, estaba claro que no quedaba nadie con vida de los que mencionaba.

No sabía si simplemente aún no había procesado la información o simplemente no le afectaba, cosa que dudaba, parecía una persona dulce y probablemente amorosa.

–Tranquila, tu solo fluye –aconsejé.

Vaya mierda de consejo Einar, joder.

–Eres simpática –solté sin pensar.

–Gracias –la hice sonreír.

Pequeñas bolsas se formaban bajo sus ojos cada vez que sonreía, era contagioso, como un virus mortal, una sonrisa casi letal.

–La gente simpática suele caer bien –agregué, ella caía bien, su cara, su pelo, el aura que tenía, la energía que desprendía, toda ella caía bien.

–Pero tú me caes bien –frunció levemente el ceño, encontrando los fallos a esa lógica.

Reí, leve, pero reí.

–Entra.

_________________________________________

Siento que esta novela va a ser un poco slow burn 🔥

Muchas gracias por leer 💜💜💜

Love u Sinners ❤️❤️❤️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro