01 | Einar Caiger
TW: Este libro contiene escenas violentas, de maltrato y contenido sexual, leer bajo su responsabilidad.
Adelfa, hermosa y delicada flor,
cuyos tallos y pétalos tenían la capacidad
de pararte el corazón.
La belleza no es sinónimo de debilidad.
Saqué el cuchillo clavado en su cráneo, dejando que el sonido de la hoja resonara en aquella desolada iglesia, como un eco.
Di otro paso hacia adelante, encarando al siguiente cuerpo sin vida que resurgía para atacarme, arrastrarme hacía su mundo y convertirme en uno de ellos.
Enterré de nuevo mi arma en su cabeza, aniquilando cualquier resquicio de vida en aquel ser, que fuera lo que fuera, no era humano.
Hace un año, la vida tal y como la conocíamos había cambiado drásticamente, los muertos volvían a levantarse, caminaban entre nosotros, nos atacaban y se alimentaban de nuestros cuerpos para poder seguir deambulando por la tierra.
El ejército había gastado miles de balas contra ellos, desmembrando sus cuerpos, pero aquello no bastaba, con esos seres había que ser precisos, pues su corazón había dejado de latir, el último ápice de vida se hallaba en su mente, su cerebro, era ahí donde debíamos atacar si queríamos terminar con ellos y eso era justo lo que estaba haciendo ahora, acabar con ellos.
Llevaba fuera del cuartel desde esta mañana, me había apurado lo máximo que pude en llegar hasta aquí, una pequeña iglesia que se encontraba bastante alejada, aún sin explorar, la cual llevaba acechando unos días, comprobando si tenía dueño o no, cuando quise entrar se hallaba cerrada a cal y canto, con cadenas en todas las puertas y las ventanas tapiadas, eso solo podía significar que ahí dentro había algo.
Me costó un buen rato conseguir echar la puerta abajo, rezando por que no hubiera nadie con vida ahí dentro, sorprendentemente en este nuevo mundo la experiencia me había mostrado que debía temerle más a los vivos que a los muertos.
Supuse que sería cosa de la iglesia en la que me encontraba, pues mis plegarias fueron escuchadas, encontrándome con una veintena de muertos vivientes que en el momento que me vieron se dirigieron hacia mí con ímpetu, hambrientos.
Se hallaban debilitados, no sabía cuanto tiempo llevarían ahí encerrados, pero el suficiente para permitirme acabar con todos y cada uno de ellos sin mucho esfuerzo.
Caminé entre la mopa de cadáveres que cubría el suelo, con la intención de llegar a la capilla, esperaba encontrar la famosa sangre de cristo, algo con lo que emborrachar a los chicos aquella noche, darles al menos una alegría.
Tras la capilla, en un pequeño compartimento de una de las esquinas se hallaba el preciado botín, dos botellas de vino tinto del malo, suficientes para al menos pasar un buen rato.
Inspeccioné todos los cajones que encontré, en busca de comida, encontrando únicamente un par de paquetes de galletas saladas y una lata de lo que parecía ser atún en conserva, algo era algo.
Eché un vistazo panorámico, en busca de otro rincón de aquella santa sala que tuviera algo que ofrecerme. Había una pequeña puerta marrón en uno de los laterales de la iglesia, llamando mi atención de inmediato.
"Por favor que sea la despensa"
Giré el pomo con lentitud, observando desde fuera el interior de la habitación, había una cama a medio hacer y un armario grande cubriendo una de las paredes, también con un candado, de seguro tenía premio.
Deslicé la puerta con lentitud, sin encontrar muertos en mi campo de visión.
Me apresuré en llegar al armario, no quería quedarme mucho tiempo allí, pues si yo había sido capaz de dar con aquella iglesia, estaba seguro que más de uno también.
Estampé la culata de mi fusil de asalto contra aquel grueso candado, una y otra vez hasta que este cedió ante mí, cayendo en el suelo, creando un gran estruendo.
Abrí ambas puertas de aquel armario, con precaución, portando uno de mis machetes en la mano.
Solté el cuchillo de golpe al ver lo que me esperaba tras aquellas puertas, no era comida ni alcohol, no eran ni armas ni munición, sino un pequeño cuerpo cubierto con largos ropajes, vestimenta propia de una monja. Me incliné sobre ella, acercando mi mano a su despeinada cabellera rubia, la cual estaba atada en una cola de caballo. Giré su rostro para comprobar si aún seguía perteneciendo al mundo de los vivos, observando cómo su piel, pálida, aún seguía albergando vida.
Aquella chica tenía un aniñado rostro, nariz pequeña y respingona, piel pálida y lisa, con pequeños lunares decorando su rostro. No dudé en cargar su cuerpo de inmediato al ver sus labios cortados por la deshidratación, aquella niña llevaría días allí encerrada, sin comida y agua.
Coloqué su cuerpo sobre mi hombro izquierdo, sujetando sus piernas con fuerza, encima de aquella tela gruesa que la cubría hasta los tobillos.
Corrí por aquella iglesia, con el sonido de fondo del repiqueteo de las latas de conserva que llevaba en la mochila, chocando unas con otras.
Me apresuré en llegar al coche y meterla con cuidado en el asiento del copiloto el cual se hallaba lleno de polvo.
Me metí en el coche y en apenas un par de segundos me hallaba conduciendo a toda velocidad de camino al cuartel, solo esperaba que aquella chica no me dejara a mitad de camino.
Tardé 45 minutos en llegar, dejando a todo aquel paisaje arbolado atrás, hice sonar el claxon varias veces antes de frenar en seco delante del portón corredizo, esperando que Dean me viera o me escuchara y abriera la puerta con rapidez.
No tardó en abrirme nada más verme, hice rechinar las ruedas del coche antes de meterme en lo que hacía poco habíamos empezado a llamar hogar.
Conduje hasta la enfermería levantando todo el polvo del camino de tierra.
Detuve el coche frente a la puerta, sacando a aquella chica del coche.
–¡Katelin! –grité intentando llamar la atención de nuestra doctora.
Cargué el cuerpo de aquella joven monja sobre mis brazos, dejando descansar su cabeza sobre mi pecho.
–¡Katelin! –vociferé consiguiendo que abriera la puerta de la enfermería.
–¿Se puede saber por qué... –no le dio tiempo a terminar la frase cuando vio que llevaba a una persona inconsciente–. Adentro.
Se hizo a un lado y se colocó unos guantes de látex azules de inmediato.
–¿Qué le ha pasado?
–Estaba encerrada en el armario de una iglesia que hay a unos kilómetros de aquí, cuando la encontré aún respiraba –expliqué brevemente los últimos acontecimientos.
–Está deshidratada, demasiado –comentó chequeando su cuerpo–. Suero –pidió mientras colocaba una vía en su delgado brazo.
Me moví con rapidez, cogiendo una de las pocas botellas de suero que quedaban.
La doctora Díaz no tardó en proporcionarle a aquella chica todo lo que su cuerpo necesitaba.
–No tiene fiebre y tampoco parece herida, tan solo deshidratada.
–La encerrarían allí para salvarla de los muertos –especulé–, había muchas mujeres vestidas como ella.
–Encontraría refugio en aquella iglesia de la que hablas, con tan mala suerte que ni Dios pudo protegerlas –suspiró la doctora con pena.
A pesar del año que llevábamos viviendo aquella nueva realidad, uno nunca terminaba de acostumbrarse, tanta muerte, tanta destrucción dejaba tu mente compungida.
–¿Cuántos años crees que tendrá? –curioseé observado su rostro, atisbando como algunas pequeñas pecas lo decoraban.
–Es difícil saberlo sin explorarla, esperaremos a que despierte, estará desorientada y asustada –inspeccionó el atuendo de la chica, deteniendo su vista en la ausencia de uno de sus zapatos, con la mirada perdida–. No seas brusco Caiger –pidió lanzándome una mirada de advertencia.
La miré en silencio, con seriedad ¿Qué no fuera brusco? Era una niña, no iba a zarandearla para sonsacarle la información ni mucho menos amenazarla con mi machete con el fin de que me contara los planes de su anterior grupo, estaba claro que ya no quedaba ni uno de ellos. Aquello eran cosas obvias, cosas que cualquiera con un mínimo de decencia, lógica y empatía sabía, pero al parecer no todo el mundo en aquel grupo estaba seguro de que yo poseyera aquellas virtudes.
No volví a abrir mi boca y opté por sentarme en una de las sillas de la habitación, a la espera del despertar de aquella magullada chica.
Hacía poco menos de un mes que habíamos encontrado este cuartel, Dean, Markus y yo nos encargamos de explorarlo, vaciarlo y hacerlo habitable para nuestro grupo, formado principalmente por adolescentes, solía bromear con Dean acerca de aquello, parecíamos una especie de ONG.
Los pocos adultos que había tenían un puesto bastante definido, cada uno hacía lo que se le daba mejor para mantenernos a todos con vida.
Kaitlin había sido médico sin fronteras, salvando vidas por todo el mundo, era una mujer dura, tenaz, pero con una mano única para cuidar a los demás, era una persona con un instinto de protección muy marcado, ceñido a su esencia, y por ella era que nuestro grupo resultaba ser tan variopinto. Pero los niños eran su debilidad, personas de corta experiencia, a las que aún les quedaba demasiado por vivir, se habían visto envueltas en una desgracia que había truncado sus vidas, Kaitlin quería ayudarlos a todos y en ello estaba.
Aquella chica rubia se removió incómoda en la rígida camilla en la que se encontraba, haciendo que me levantara de mi asiento como un resorte.
Balbuceaba algo sin sentido, mientras movía su cabeza de un lado a otro.
Katelin sujetó su frente con delicadeza, intentando parar sus movimientos, parecía que se hallaba inmersa en una pesadilla.
–Tranquila –susurró la doctora con aquel tono maternal que la caracterizaba–. Tranquila, estás a salvo –intentó reconfortar.
La chica abrió sus ojos levemente observando a Kaitlin con calma.
–Hola cielo, soy la Doctora Kaitlin Díaz, estás en la enfermería de un Cuartel militar, el Sargento Caiger te encontró en una Iglesia algo alejada de aquí –informó señalándome al pronunciar mi nombre.
Dos esferas translúcidas se posaron en mí, dando un ligero respingo al verme, dejándome helado, estático en mi sitio.
El tiempo pareció detenerse, las arterias de mi cuerpo palpitaban con fuerza, dejándome sin aliento, provocando que recuerdos como dagas se clavaran en mi ser.
Aquellos ojos, aquel azul cristalino electrizante, te atrapaba, te sujetaba ambas manos con fuerza, secando tu garganta, erizando tu piel, no era la primera vez que los veía.
Ella llevó una de sus manos a la garganta, carraspeando, dando leves toquecitos, como si no pudiera pronunciar palabra.
–Tráele agua –pidió Kaitlin con preocupación en sus ojos.
Cogí la botella de mi mochila y se la ofrecí.
No la cogió, miraba con recelo mis manos, sujetando aquella botella.
La doctora me la quitó, se deshizo del tapón y dio un sorbo sin llegar a tocar la boquilla.
–Es agua, no pasa nada –aseguró tendiéndole la botella.
Aceptó el agua sin siquiera dudar, llevándola desesperada a sus labios, vaciando todo el contenido de esta, bebía lento, como si estuviera saboreando, cuando el agua no tenía nada que saborear.
No confiaba en mí, aquello estaba claro, tampoco pretendía que lo hiciera, al fin y al cabo no me conocía de absolutamente nada.
–¿Cómo te llamas cielo? –Kaitlin dejó que la prudencia bañaran sus palabras, sujetando la botella ya vacía que la chica había devuelto.
–Annabel Tanner –pronunció con voz temblorosa, haciéndome cerrar los ojos al escuchar aquel nombre.
Sabía que la había visto antes, en algún lado, más pequeña, con dos trenzas atadas a dos pequeños lazos rojos, con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos, que como ahora, te abrazaban con ternura.
La foto que decoraba el escritorio del General Tanner, aquella pequeña niña que tantas veces me había salvado con su mirada, se encontraba frente a mí, como un regalo o castigo del destino, depende de cómo se mire.
–¿Qué edad tienes? –siguió Kaitlin recabando información, sin reparar mucho en mi presencia.
–Dieciocho.
Su voz era apagada, se notaba la debilidad en ella, los días de inanición habían hecho mella.
–Muy bien, pasarás esta noche aquí, en observación, pero mañana podrás irte al dormitorio de chicas, donde conocerás a un montón de compañeras como tú –sonrió intentando reconfortarla.
Algo dentro de mí se removió, dejándome inquieto, instalando sensaciones cosquillosas en el estómago, de esas que dan vértigo.
–El dormitorio de chicas roza el hacinamiento, se queda conmigo –interrumpí, alzando mi voz por primera vez en aquella conversación, de forma clara y concisa, sin dejar que las emociones llegaran a mis palabras.
–No creo que sea lo mejor –insistió la doctora.
Solía acatar órdenes de mis superiores, Kaitlin no era mi superior, pero sí la mujer de mi teniente, por lo que debía respetar y obedecer. Sin embargo insistí, necesitaba insistir, aún no sabía por qué pero, una parte de mi se sentía en deuda con ella.
–Vivo solo, yo la encontré, yo la traje aquí –señalé con ímpetu el suelo que estábamos pisando–. Es mi responsabilidad, se queda conmigo –sentencié empleando un tono que no daba pie a debates.
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+++ He hecho algunos cambios en la novela con el fin de que se ajuste a la nueva normativa de wattpad +++
No hay nada mas hermoso en esta vida que crear algo que te haga sentir tan feliz como yo me siento imaginando y escribiendo esta novela.
Joonie, mi seudónimo, el nombre con el que firmo mis novelas, mis mundos, mi yo artista, mi yo creativa; querida esta novela es para ti, porque sólo tú y yo sabemos que no hay una flor en este mundo más inmarcesible que tú.
Gracias por seguir leyéndome, apoyándome y dejándome mensajes tan bonitos.
Mis Sinners, las llevo en el cora ❤️
Gracias por leer💜
Pd: Subiré cositas a insta de esta novela:
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