Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO VEINTIUNO - JACOBO

Sábado, 6 de abril del 2019

—Ya son las nueve y media y aún no han aparecido en el restaurante para desayunar —se preocupa Santiago.

—Pero ¡qué dices! Anoche les regalaste una caja de condones, ¿qué esperabas? —le contesto divertido.

—¿Qué vinieran a las nueve a desayunar? —me responde encogiéndose de hombros.

—Con ese regalo le has dicho a Rafael que le das tu permiso para que se tire a tu hermana, seguro que no se acostaron temprano.

—Esto me pasa por hacer de amigo guay. En realidad, tengo catorce años y no puedo aparentar que tengo experiencia en estas cosas.

—Lo estás haciendo genial, Santiago, sin embargo, es normal que haya cosas que querrán hacer solos. Aun así, sabes que eres mucho más que el hermano de Laura para Rafael, pero ahora mismo, ella es lo más importante para él. Se van a casar. Si me hubiesen dicho seis meses atrás, que esto iba a pasar, no me lo hubiese creído.

—¡Mira! Ahí vienen los dos tortolitos —se alegra Santiago, en cuanto ve que se acercan a nuestro lado.

—Buenos días, Friki, hermano —nos saluda Rafael tan lleno de energía como siempre, no obstante, a quien se ve perjudicada es a mi amiga.

—Cuñado, casi no llegáis a desayunar —se queja Santiago.

—Se nos hizo un poco tarde —se disculpa Rafael —¿me acompañas a buscar el desayuno para tu hermana y yo cojo el mío?

—Claro, vamos, seguro que tenéis hambre —acepta Santiago, contento por ser útil de alguna forma.

—No lo sabes tú bien —ironiza mi amiga, cuando su hermano ya ha desaparecido con Rafael.

—Amiga, supongo que anoche lo pasaste muy bien —bromeo.

—Y no solo anoche, Peludo, cuando íbamos a salir hace media hora de la villa nos dio un calentón, mandamos todo a la mierda y... bueno, aquí estamos. Seguro que mi hermano se ha dado cuenta de que llegamos demasiado tarde.

—Creo que eso es ahora el menor de tus problemas. ¿Podrás caminar?

—Si la piscina es climatizada, como en tu casa, pienso quedarme en ella todo el día. Pero dame algo que echarme a la boca que me voy a desmayar —se queja Laura.

—Amiga, no puede ser que siempre acabes así —le aconsejo.

—No me malinterpretes Jacobo, pero así no he acabado nunca. Si llego a saber lo que sé hoy, hubiese violado a Rafael el día que lo vi en la fiesta donde te emborrachaste.

—Laurita, ¿así que no estuvo mal? —le pregunto, picándole el ojo.

—Jacobito, el puto amo —me responde con una sonrisa en los labios.

—Laura, hay zumo de piña natural, te traje medio vaso porque no sé si te gusta. Si quieres más, dímelo, que te traigo un vaso entero —nos interrumpe Santiago, cuando se acerca a nuestra mesa.

Detrás viene Rafael, relajado, más tranquilo de lo normal y una sonrisa de oreja a oreja. Lo que hace una noche de buen sexo. Hoy no necesitará macharse en el gimnasio.

—¿Qué os apetece hacer? Por la noche podemos ir a la sala de baile del hotel —nos pregunta Rafael mientras devora el desayuno.

—¿Una sala de baile? ¿Tú? —se extraña Santiago.

—Claro, Friki, tendré que llevar a tu hermana a bailar, ya sabes que a ella le gusta.

—Yo solo quiero dormir todo el día —nos hace saber Laura, mientras todos rompemos a reír.

—Vaya, hermanita, parece que no dormiste mucho anoche —se burla Santiago, picándole un ojo.

—Friki, todavía te queda mucho por vivir, no obstante, aún tienes tiempo —le dice Rafael mientras le pasa un brazo por encima de los hombros.

—Pero estoy seguro de que haremos lo necesario para que se haga un hombre hecho y derecho cuando llegue el momento —añado yo.

—Sí, Friki, tienes suerte de que nosotros estemos atesorando experiencia para luego ayudarte. Pero aún no habéis dicho que queréis hacer. Por supuesto, Laura, si te apetece, te podemos dejar en la piscina del hotel, es climatizada e incluso hay una que está cubierta —le ofrece Rafael a Laura.

—Seguro que tienes algún plan —le digo a Rafael, él siempre tiene uno.

—Hay una feria de grafitis a unos diez minutos caminando y dan clases —nos sorprende a todos.

—¿¡Grafitis!? —exclamamos los tres a la vez.

—Supuse que a lo mejor os parecía interesante. Nunca he hecho nada parecido y seguro que es apasionante eso de coger una pared en blanco y poderle dar vida —nos explica mi amigo.

—Como siempre he dicho, eres el friki más raro que conozco —le contesto sorprendido—, pero me gusta la idea.

—Hasta para mí es raro y sé que yo también soy un friki —me secunda Santiago.

—A las once, todos lo que quieran ir, que estén en la puerta del hotel —nos ordena Rafael, que es el que siempre acaba haciendo casi todos los planes, mientras sigue devorando su desayuno.

***

A las once estamos todos en el sitio acordado, excepto Laura. Santiago está emocionado y Rafael sigue demasiado relajado para ser él.

—¿Dónde está mi hermana? ¿No ha querido venir? —pregunta Santiago.

—Se ha quedado descansando. Estas semanas han sido agotadoras con todo eso de la pedida de mano —nos explica Rafael, aunque imagino que está agotada de tanto sexo, a pesar de que a él se le ve lleno de energía.

—Pues echemos a andar —nos recomienda Santiago —que eso del grafiti ha despertado mi curiosidad.

—También hay un stand donde probar patines, monopatines y cosas así. Creo que incluso puedes hacerte un tatuaje.

—¿Un tatuaje? ¿Dónde está mi hermano? Este es otro hombre —bromeo.

—No, Jacobo, a mí no me gustan los tatuajes, solo lo digo como mera información —me aclara, todavía demasiado tranquilo.

En cuanto llegamos, nos contagiamos del ambiente. Casi todos los allí presentes son de nuestra edad, quizás uno o dos años mayores que nosotros como mucho. La moda de los grafitis ha dejado de ser tal hace unos años y ya no se ven niños pintando en las paredes y dejando su firma por las ciudades. Ahora, como nos explican en la feria, es algo más nostálgico, donde intentan que los más jóvenes aprecien esta maestría, tan antigua como el imperio romano y que resurgió con fuerza en Filadelfia en los años sesenta.

Estos artistas callejeros comenzaron a pintar sus obras en el metro, hasta que en 1989 comenzó el movimiento Tren Limpio en Nueva York, que fue acabando, poco a poco, con la glorificación de este arte.

Después de la charla, Santiago se mete de lleno a pintar y nosotros nos quedamos con el que nos ha hecho la presentación hablando de los tag, que él entiende es la firma del escritor, y cosas banales sobre los grafitis. En cuestión de segundos, Rafael no está a mi lad y lo encuentro junto a Santiago, hablando con unos cinco chicos con pintas de rock y punk, que acaban de llegar. Son un poco más bajos que Rafael, pero parece que están más cerca de los treinta que de los veinte.

—¿Tú por qué te metes? —le está diciendo uno de los punkis a Rafael.

—Somos familia —afirma Rafael con voz tensa y sin un ápice de duda.

—¿Y esté? —dice esta vez señalándome a mí que me he acercado un poco más.

—Mi hermano —contesta Rafael.

—Pues hoy no va a ser un buen día para la familia —le contesta a Rafael mientras le saca una navaja.

Rafael, en cuestión de un segundo, le quita el arma y se la lanza a la mano de otro que también tiene un cuchillo.

—Hemos venido a que las próximas generaciones aprendan sobre la historia del grafiti y lo aprecien y creéis que así van a causar la impresión adecuada —les sermonea Rafael con una determinación en los ojos que hasta los rockeros dan un paso atrás.

—Lo siento, tío —dice uno que no ha hablado hasta ahora—, a veces se nos olvida dónde estamos.

—Tranquilo, no pasa nada, pero tu amigo va a tener que ir al hospital a que le pongan cuatro o cinco puntos en la herida —le responde Rafael, un poco más relajado.

—¿Nos vamos, cuñado? —le pregunta Santiago en voz baja.

—No, Friki, estos chicos no están acostumbrados a ver a gente diferente a ellos. Se han olvidado de cómo los miraban cuando tenían tu edad —le contesta Rafael en un tono lo suficientemente alto para que todos puedan oír sus palabras.

—Tienes razón. Lo siento, colega —le dice a Santiago el que nos ha amenazado al principio—, ven que te voy a enseñar algunos de nuestros trucos.

Santiago le pide permiso a Rafael con la mirada y este asiente con la cabeza. Nos quedamos unos minutos con él y cuando vemos que ya está integrado en el grupo, nos vamos a una pared que se encuentra al lado a hacer nosotros también un intento de grafiti.

—¿Por qué no les diste una paliza? —le pregunto, cuando comenzamos a dibujar.

—En primer lugar, como siempre les digo, ninguna pelea es buena si se puede evitar. Además, ellos son como yo —me dice sin entender cómo no sé la respuesta por mí mismo, porque es obvia, aunque yo no comprendo nada de lo que me acaba de decir.

—Perdona, Rafael, pero no se parecen en nada a ti —me sincero.

—Pero son algo extraño que la gente siempre mira sin comprender. A nosotros nos suelen temer porque o somos muy raros o no nos entienden. Todo lo desconocido suele causar miedo. Esa sensación de que eres diferente y te temen, a mí también me pasa —me explica un poco apenado.

—Hermano, a veces me olvido de lo buena persona que eres —le digo con orgullo.

***

Cuando llega la hora del almuerzo, Santiago no quiere irse. Nosotros hemos hecho un dibujo antibélico, bueno, en realidad lo ha hecho Rafael y yo le he ayudado. Se le da bien pintar. Estamos acabando una metralleta con margaritas por encima, nos está quedando genial y uno de los chicos del incidente de antes se ha puesto a ayudarnos.

—Cuñado, deja que me quede. Comeremos cualquier cosa por aquí. Los chicos se portarán bien. Lo de antes fue un malentendido, como tú dijiste —intenta Santiago convencer a Rafael.

—Vete tú, hermano, almuerzas con Laura y si ella quiere, la traes luego o puedes dejar que descanse y volver tú cuando puedas. Incluso te aconsejo que almorcéis en la habitación —le sugiero.

—Pero no fastidiéis mi idea —nos advierte mientras nos entrega a cada uno un teléfono Nokia.

Ya está Rafael, el controlador, preocupándose por nada.

***

Santiago nos invita a almorzar a todos en un restaurante pijo que hay a treinta metros de donde hemos pintado el grafiti. En total somos dieciséis personas, porque el que nos ha dado la charla se queda para no cerrar la feria, pero le prometimos llevarle luego algo para que pueda almorzar.

Cuando ven a nuestros nuevos amigos, el recepcionista del restaurante no nos permite la entrada. Yo estoy al final del grupo, pero Santiago es uno de los primeros y se dirige muy serio al trabajador.

—Espero que su jefe sea una persona paciente, porque mi padre no lo es. Me ha dicho que invite a mis nuevos amigos a almorzar y créame que este inconveniente puede causarle muchos problemas —le dice en tono arrogante.

—Perdone, señor, le preparemos una mesa para que se puedan sentar todos —se disculpa el trabajador rápidamente, después de asegurarse de que Santiago no se parece en nada a los punkis que nos acompañan.

—Somos dieciséis —le dice Santiago sin mirarlo mientras el recepcionista agacha la cabeza y se dirige a uno de los camareros para darle instrucciones.

Nos preparan una especie de reservado en una de las esquinas del restaurante. En cuanto nos sentamos y nos dan las cartas para elegir lo que queremos pedir, disminuye la tensión otra vez.

—¿Tu padre viene mucho por aquí? —pregunta el que está a la derecha de Santiago.

—Mis padres están muertos, pero eso ellos no lo saben —le dice Santiago, picándole un ojo para relajar la situación.

—Vaya, pequeñajo, tienes muchos recursos, al igual que tu otro amigo. ¿Quién es? ¿Tu primo? —le dice otro.

—Es mi cuñado, se va a casar con mi hermana —le explica Santiago, orgulloso —y créeme que si hubiese querido, ahora estaríais todos en el hospital.

—Se le veía muy avispado —añade el que está a mi izquierda.

—Dadle gracias a que no le guste pelear a no ser que sea necesario y que se vea identificado con vosotros —les hace saber el pequeñajo.

—¿Con nosotros? —se preguntan casi todos a la vez.

—Bueno, nosotros, él y yo, también somos raros para la mayoría de las personas —les explica Santiago—, somos un poco frikis.

—Yo no, yo soy de lo más normalito —bromeo.

El local es uno de esos restaurantes caros, aunque las personas que van no comen, sino lo imprescindible, más para presumir de que estuvieron allí que para disfrutar de la comida, que, por cierto, está muy buena.

Pasamos un rato agradable, sobre todo, porque la conversación es divertida. Cuando terminamos de comer, Santiago recoge el pedido para llevar y por cómo le trata luego el que cobra la cuenta, también les da una buena propina.

—Perdone el malentendido de antes, señor —le dice a Santiago el recepcionista que nos ha atendido cuando entramos.

—No importa, a veces nos olvidamos que todos somos diferentes, podría ser que un día su hijo o su sobrino aparezca vestido de otra forma a lo que usted esté acostumbrado y sabrá lo que puede sufrir solo por su fachada, aunque usted sepa que es un buen chico.

—Lo entiendo —continúa el recepcionista haciéndole la pelota.

—No, no creo que lo entienda, aunque a veces no le quede más remedio que hacerlo. Por cierto, no se preocupe por mi padre, lamentablemente, murió hace cuatro años —le dice Santiago antes de salir del restaurante.

***

Rafael tarda unas cuantas horas en regresar y cuando lo hace, aún no hemos acabado con el grafiti. Se le da muy bien esto y retoca un poco lo que hemos hecho y luego nos ayuda a terminarlo. Cuando está acabado, lo firma, al fin y al cabo, lo ha hecho principalmente él.

ครอบครัว

—¿Qué significa? —pregunta uno de los chicos que ha pasado la tarde con nosotros.

—Familia. Trabajé el verano pasado en un restaurante tailandés.

—¿En serio? Y, ¿aprendiste en un verano? —nuestro nuevo amigo no da crédito a lo que escucha.

—Me falta mucho para decir que lo hablo bien y no lo escribo casi —dice Rafael, modesto.

—Pues, es verdad que eres un friki —dice otro—, aun así, se te da bien eso de pelear. Y lo de pintar grafitis, seguro que lo has hecho antes.

—¡Qué va! Aunque podemos hacer algo así en nuestro edificio. ¿Qué te parece, Friki?

—Sí, podríamos quedar en un par de meses y lo hacemos entre todos. Así podemos dar a conocer este arte, como decís vosotros. Luego intercambiamos teléfonos o correos electrónicos y nosotros nos encargaremos del organizar el viaje y la estancia.

—Nos encantaría —dice el que nos dio la charla al principio.

—Pues vamos recogiendo todo —nos ordena Rafael—. No quiero dejar a Laura sola durante más tiempo.

—Pero ¿si tardaste un montón en regresar? —se queja Santiago.

—Ya conoces a tu hermana. Cuando quiere, puede ser muy persuasiva —le contesta Rafael con una sonrisa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro