CAPÍTULO VEINTE - RAFAEL
Viernes, 5 de abril del 2019
La cena se me ha hecho eterna. Fue muy divertida y es agradable poder volver a hablar tranquilamente con Jacobo y Santiago, pero si ya tenía ganas de quedarme en la habitación sin dejar salir a Laura en todo el fin de semana, el regalo de Santiago hizo que esas ganas se intensificaran.
Ya está hecho lo más complicado, la pedida de mano. He empezado a planearlo todo hace tres semanas y no fue sencillo que todos estuviesen ahí sin descuidar la seguridad.
La Yaya me ha ayudado con todo, como siempre. A pesar de no poderla invitar para evitar riesgos innecesarios, hizo que todo lo referente a mis padres saliera bien. Le hice llegar un teléfono Nokia hace quince días y hablábamos cuando estaba alejada de su piso. Tan solo tuvo que convencer a mi madre de que la familia de Laura tenía noticias sobre mí que eran importantes y solo se lo dirían a mis padres en persona, pero para eso tuvo que volver de visita a la casa de mis padres. Les hizo saber que la abuela de Laura estaría esperándolos en la tarde del viernes cinco de abril y a partir de ahí todo fue como la seda.
Lo de la seguridad era otra cosa. Tuve que trasladarme a casa de mis padres desde ayer para verificar que estaba todo limpio y el día antes a la casa de la familia de Laura.
A la Yaya, sí le conté mis planes, era la única que los conocía. Me dijo que estaba loco y que Laura me iba a matar, pero al final, me deseo buena suerte. Se alegra por mí y sabe cuánto quiero a mi futura esposa.
***
Ahora estamos Laura y yo en el asiento de atrás del coche de Jacobo, tapados con una manta y comiendo palomitas. Para más inri, la película que están echando es Pretty woman. Los chicos están sentados delante, pero más que ver la película, nos hemos reído de los comentarios de Jacobo. Sigue igual de ocurrente que siempre.
—Amiga, creo que, viendo esta escena, tenías razón. Me pone más que la que sale en la película Cincuenta sombras de Grey —bromea Jacobo cuando sale la escena del piano.
—¿Cincuenta sombras de Grey? —le pregunto.
—Será posible que he sido el único que he visto la película. Aun así, todavía la apuesta sigue en pie, Laura —le dice Jacobo.
—¿Qué apuesta? —pregunta Santiago.
—Le he dicho a tu hermana que yo estrenaré el piano antes que ella con Rafael —le responde Jacobo picándole el ojo a Santiago.
—¡Jacobo! —le reprimo.
—Hermano, no te hagas el que no sabe de lo que hablo. Imagino cuantas veces habrás soñado en hacerla tuya en ese piano —dice Jacobo sin un ápice de vergüenza.
La verdad es que yo no sé si es por culpa de las hormonas, pero la escena del piano, como dice Jacobo, a mí me pone y a Laura también. ¿Por qué lo sé? Mientras hablamos, Laura me coge la mano debajo de la manta y me la pone encima de su ropa interior. Incluso se ha desabrochado y bajado un poco el pantalón.
Nadie se percata de nada, porque estamos debajo de la manta, pero mi erección empieza a ser molesta en cuanto mis dedos se pierden debajo de sus bragas. Sin haberle hecho nada, ya está empapada. Yo solo puedo mirarla, sin entender lo que pretende, con sorpresa y un poco de recelo.
—Rafael, esto me lo debes. Así podemos tener todos lo que queremos. Tú querías cine, pues yo quiero esto —me susurra muy bajito en el oído.
—¡Por Dios, Laura! Estás tan húmeda —le susurro yo también, mientras vuelvo a meter mis dedos debajo de su ropa interior.
La película continúa y los chicos no paran con sus bromas. Yo tampoco paro de masturbar a mi novia. La tengo casi media hora subiendo y bajando del cielo, sin dejarle llegar al clímax por miedo a sus gritos. Está muy excitada, pero no quiero hacer nada de lo cual pueda arrepentirme luego.
Cuando acaba la película, Jacobo nos lleva al hotel. Los chicos quieren ir al bar y que los acompañe, pero insisto en que tengo que irme a acostar, ha sido un día muy intenso y necesito descansar, por lo que no puedo acompañarlos.
Ellos entienden que queramos irnos cuanto antes a nuestra habitación, así que, nos despedimos, quedamos en vernos al día siguiente en el desayuno y nos vamos a nuestra villa.
En cuanto cerramos la puerta de la villa la beso con ternura. Tanta, que me olvido de lo excitados que estábamos los dos y ella se rinde a mis muestras de cariño.
La llevo en brazos a la cama, que aún sigue estando un poco húmeda, y la desvisto despacio. Luego me quito la ropa yo y nos besamos y tocamos hasta que ambos no podemos más.
Laura coge un preservativo de la caja que nos he regalado su hermano, como si fuese lo más normal del mundo, y me mira traviesa.
—¿Estás segura de esto? —le pregunto con voz ronca y llena de deseo.
—Sí, ¿y tú? —me devuelve la pregunta sin apartar sus ojos de los míos.
—Habrá que leerse las instrucciones —le digo tímido, sintiéndome como un niño de catorce años que besa por primera vez a una chica.
—No puede ser tan difícil —me responde presa de la impaciencia, rasgando el envoltorio con sus dientes y poniéndome el preservativo, mientras yo casi no puedo controlarme por hacerla mía sin demora.
—Si te duele o te molesta algo, dímelo y paré. ¿Lo prometes? —le digo con ternura.
—Lo prometo —me contesta mientras nuestras miradas se pierden la una en la del otro.
Me muevo lentamente porque lo más importante ahora es no hacerle daño, pero en cuanto entro dentro de ella siento mil sensaciones a la vez. Mis músculos no pueden evitar tensarse mientras intento penetrarle despacio y todas mis fuerzas las utilizo para no dejarme llevar y seguir tratándola con dulzura.
—¿Estás bien, princesa? —le pregunto en el tono más dulce que he utilizado nunca.
—Sí, más que bien. Al principio es una sensación extraña y escuece un poco, pero ahora solo siento placer.
—Has sangrado un poco —me preocupo.
—Solo me molestó al principio, Rafi, créeme, pero ahora puedes hacerlo más rápido.
—¿Estás segura? —insisto.
—Rafael, llevo toda la noche excitada y no has dejado que me corriese, no puedo más. Estoy segura. Te prometo que si algo me molesta te lo haré saber —me explica impaciente.
Desde que escucho estas palabras acelero un poco el ritmo. En unos minutos nuestros gemidos suenan por toda la habitación y en cuanto gime que ya no puede más, la embisto con más fuerza y llegamos al clímax los dos a la vez. Todo es tan intenso que no podemos movernos durante unos minutos.
Cuando me recupero, me levanto y preparo el jacuzzi que tenemos en la habitación. La tomo en brazos mientras la beso y nos metemos los dos dentro.
—Tenía que haber pensado en traer algo de comer —rompo el silencio.
—¿Tienes hambre? Cenamos bastante —se extraña mi prometida.
—Ahora no, pero aún nos quedan once preservativos en la caja y la noche prometer ser muy larga —le digo en voz alta lo que he reflexionado hace unos segundos.
—¡Rafael! Después dice Jacobo que te dejo seco —protesta Laura.
—Quiero que me dejes seco —le hago saber, dejándole ver cómo vuelvo a excitarme.
—¿Te ha gustado? —me pregunta tímida.
—Ha sido fantástico, Laura. ¿Y a ti? —le pregunto un poco inseguro.
—¿No has oído mis gritos? —me responde todavía un poco avergonzada.
—No te avergüences por nada, Laura. Como dice Jacobo, es algo natural. Además, pienso hacértelo de tantas formas este fin de semana que vas a perder todo pudor.
—¡Rafael! —exclama, divertida.
—Y vamos a empezar aquí, en el jacuzzi —afirmo al enseñarle el envoltorio de un preservativo que tengo en la mano.
***
Cuando nos despertamos al día siguiente hemos dormido un poco entre tanto sexo. Desde luego, Laura tenía tantas ganas como yo. Hemos acabado con la mitad de la caja de condones y tengo un hambre atroz, aunque yo no soy el único.
—Necesito comer algo —se queja Laura, cuando corro las cortinas para que entre la luz natural en la habitación.
—Y yo necesito líquido, no queda agua en el minibar, solo whisky y algunas bebidas alcohólicas. Pero tenemos que darnos prisa, son las nueve de la mañana y el desayuno es hasta las diez.
—Lo de anoche... —empieza a decir un poco vergonzosa.
—Fue increíble y si tú lo disfrutaste la mitad de lo que lo disfruté yo, como diría el peludo, soy el puto amo.
—Te quiero —me dice perdiéndose en mis ojos.
Yotambién te quiero —le respondo dándole un beso rápido y una nalgada en eltrasero —aun así, sigues teniendo cinco minutos para prepararte para desayunar.
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