CAPÍTULO DOCE - LAURA
Viernes, 15 de marzo del 2019
Es demasiado temprano. No puedo creer que Rafael esté intentando despertarme. Yo soy la que me llevo la fama de adolescente loca por las hormonas y Rafael no deja de meterme mano en cuanto se lo permiten desde que nos vimos ayer. Se nota que me ha echado de menos tanto como yo a él.
—Princesa, ¿estás despierta? —me susurra para no despertar a Jacobo.
—No, Rafi, no. ¿Qué hora es? —le contesto en un tono tan bajo como el de él.
—Son las seis. No quiero que te pierdas el amanecer —me dice, como si fuese lo más normal del mundo.
—Yo solo quiero dormir —le digo con total sinceridad.
—¿Seguro? —me dice después de empezar a acariciarme.
—No, Rafi, no vale, eso es hacer trampa —me quejo, aun así, comienzo a besarle.
—Como veo que estás despierta, arriba. Se nos va a hacer tarde —me dice, cuando se levanta de la cama.
—¿Me vas a dejar así? —protesto.
—No, vayámonos y habrá más —me asegura con una sonrisa.
—¿Me estás chantajeando?
—No, te estoy incentivando —me promete, mientras me arrastra hasta el baño.
—Pues ponte la camisilla debajo de la camisa —le digo melosa.
—¿Tanto te gusta esa camisilla?
—Es que con ella estás muy sexi.
—Yo pensaba que estaba siempre sexi —me responde mientras se acerca tanto a mí que puedo sentir su respiración.
—Y lo estás, pero con esa camisilla te diría a todo que sí —le susurro en el oído.
En cinco minutos estamos preparados y vamos a toda velocidad en bicicleta. Rafael lleva su mochila negra. Es extraño que antes del secuestro nunca la hubiera visto y ahora no se separa de ella. Después de quince minutos de carrera desenfrenada, llegamos a una colina llena de árboles de judas. Paro y me quedo mirando como una tonta.
—Vamos, Laura. He preparado un desayuno que sé que te va a gustar. Lo hice pensando en ti —me dice mi novio al darse cuenta de que no me muevo mientras admiro los árboles.
—Este sitio es precioso —consigo decir.
—Igual que tú —me piropea mientras pone una manta en el suelo y prepara el desayuno.
—Rafael, eres demasiado bueno —le digo antes de sentarme sobre la manta, no es la de pícnic que usábamos a principio de curso, pero hace su función.
—Demasiado, ¿para qué?
—Demasiado para dejar que te vuelvas a ir —admito en un susurro.
—Laura, ya sabes que no podemos cambiar eso por ahora, pero en unos meses estaremos otra vez juntos.
—Si te vas otra vez, Rafael, cuando vuelvas, no pienso acostarme contigo —le amenazo después de empezar a comer.
—¿Qué chantaje es ese? ¿Hasta cuándo? ¿Nunca o durante un año? —me responde divertido.
—No lo sé. Hasta que nos comprometamos para casarnos —le digo muy seria.
—Laura, creo que esa amenaza nos perjudica a los dos por igual —me contesta con un tono jovial, a pesar de que yo estoy molesta.
—Bueno, son daños colaterales —le desafío.
—Pues acepto tu castigo, Laura. No nos acostaremos hasta que nos comprometamos en matrimonio. Pero puede que eso suceda en dos años o en diez. Además, esperas que te lo pida yo, o eres más moderna y me lo pedirás tú —se burla de mí.
—¿De verdad estás hablando de cuándo y quién va a pedir matrimonio?
—Tú empezaste a hablar del tema —me recuerda.
—Pues que sepas que en ese sentido soy muy tradicional, ¿no esperarás que yo te lo proponga? —le riño un poco arrogante.
—Tendré que organizarme. ¿Cuándo tienes pensado que te lo pida?
—Antes de que quieras acostarte conmigo —me burlo de él con nuestros labios rozándose.
—Nos estamos perdiendo la salida del sol.
—Yo la estoy mirando.
—Discúlpame, no me he explicado correctamente. Como sigamos así, nos vamos a perder la salida del sol —rectifica mi novio.
—Pues no te acerques tanto a mí. Eres tú el que me busca y luego soy yo siempre la mala —me quejo, apoyando mi espalda en él, permitiéndole que me abrace.
—Es bonito, ¿verdad? Donde vivo ahora intento no perderme nunca la puesta de sol, pero no puedo ver los amaneceres.
—Eres un romántico, Rafael —le digo mientras él me da un beso en la cabeza.
—Estando contigo es fácil —me piropea con un tono muy sensual.
—¿Por qué no me cuentas un poco cómo es donde vives?
—Sabes que no puedo.
—No quiero que me digas dónde estás, solo un poco cómo es, lo que haces o cómo son las personas con las que compartes tus días —le pido cariñosa.
—Te contaré algo, pero espera a que termine la salida de sol y que utilice un par de cosas que traje, no quiero que nos escuchen y, además, tienes que apagar tu móvil.
Y aquí está el Rafael controlador.
En cuanto sale el sol completamente, Rafael asegura el perímetro, como lo define él, recogemos el desayuno y nos acostamos encima de la manta que ha traído, descansando mi cabeza en su pecho.
—Desde que me fui, hemos estado siempre los mismos, excepto cuando hubo cambio de personal en Navidad y casi acaba mal —empieza a contarme Rafael.
—¿Quiénes son? ¿Cómo son?
—Está Tomás, al que tú llamaste "mi novio", y luego nos protegen algunos chicos, pero no puedo decirte cuantos son ni nada sobre ellos.
—Entonces, ¿qué me puedes contar? —le dije yo molesta.
—Vivo solo en una especie de establo. Los demás viven en un establo más grande.
—¿Establo? —escucho sin dar crédito que lo tengan viviendo en esas condiciones.
—Es como los llamamos nosotros. Tengo cocina, baño, cama, incluso un laboratorio en la segunda planta, pero antiguamente eran establos. En el cuartel general, donde viven los demás, es donde suelo cocinar.
—Estarán todos encantados —ironizo.
—No por la comida, creo que están acostumbrados a cuidar a idiotas. Al principio hicimos una apuesta y después de eso me respetan e incluso me atrevo a decir que me tienen mucho aprecio. Se van a quedar con nosotros hasta que acabe el programa de protección de testigos.
—¿Qué apuesta hicisteis? ¿Quién la tenía más grande?
—Laura, eres una loca y no tienes ningún tipo de pudor conmigo.
—Te he visto desnudo y estás muy bien.
—Tú no has visto a otros chicos desnudos —me riñe riéndose.
—Sin embargo, hay cosas que se saben, a pesar de no ser la chica con más experiencia del cole —le aclaro, dándome la vuelta para poner mi cara cerca de la suya.
—Pues, si es así, muchas gracias por el requiebro.
—Rafi, hoy en día nadie normal dice requiebro.
—¿Por qué no?
—Porque dicen piropo o elogio. Pero no me cambies de tema. Sigue hablando de dónde vives ahora y qué fue lo que apostaron.
—Lo de la apuesta fue un método que utilicé para tener ayudantes en el laboratorio. Cuando llegó el telescopio para hacer el proyecto, le pedí a Tomás que me ayudase porque quería acabarlo en unas semanas y todos se rieron de mí. Pensaron que era tan probable como que ganara a alguno de ellos en una pelea. Entonces hicimos una puesta, me pelearía con ellos y a los que ganase me ayudarían con mis experimentos y los estudios. Desde ese momento tengo más ayudantes de los que necesito y me miran como un igual y no como al niñato que tienen que cuidar, como lo hacían cuando llegué.
—¿En serio? Eres muy malo cuando quieres, los engañaste.
—No los engañé. Ellos fueron los que quisieron demostrar que eran unos chicos duros, intimidando a un chico asustado —me contesta poniendo ojitos.
—¿Y cómo es ese lugar?
No puedo evitarlo, siento más curiosidad de la que quiero admitir.
—Tenemos terreno, una parte cultivado con frutales y huertas con hortalizas. También tenemos terreno no cultivado, que utilizamos Tomás y yo para hacer carreras con los coches de Rally que compré. Todas las semanas le cambiamos algo al motor y he aprendido mucho de mecánica.
—¿Así que estáis todo el día en una especie de taller?
—No, casi todo el día estamos en el laboratorio de mi establo, donde tengo la antena que construyó tu hermano y el telescopio que me trajeron. Una vez cada, aproximadamente, tres semanas desaparezco dos o tres días y de resto siempre igual. Estudiamos, hacemos deporte casi todos los días, hablamos, yo he aprendido a tocar la guitarra. También compramos una sauna y un jacuzzi cuando desaparecimos durante Navidad y Fin de Año. Intentamos estar ocupados.
—Por lo que veo, no les hace falta nada —me molesto.
—No te tengo a ti —afirma al besarme.
Es increíble cómo me hace sentir, como si fuese la elegida entre un millón de chicas. No sé si todas las relaciones son así, no obstante, con Rafael me siento segura, porque para él yo soy más importante que, incluso, él mismo.
—Princesa —me susurra separando nuestros labios —yo también quiero saber cómo es donde vives ahora.
—Como si no los supieses. Lo has diseñado casi todo tú —me quejo en tono sarcástico.
—No, princesa —me habla cariñosamente, acariciándome y besándome lentamente —yo solo puse en un papel las ideas que tú me diste.
—Eso es verdad y te quedó genial. Pero lo que más me gusta es el piano. Lo toco casi todos los días.
—Yo quise besarte muchas veces cuando tocábamos juntos —se sincera, avergonzado.
—Yo también. ¿Crees qué si lo hubiésemos hecho, habría cambiado algo?
—No. Aunque, quizás, si nos hubiésemos sincerado antes de irme y yo me hubiese ido, te hubiese dejado sola de todas maneras y te hubiese roto el corazón. Quizás, ahora mismo me odiarías.
—Ya sabes que del odio al amor no hay mucha distancia —le recuerdo mientras él empieza a mordisquearme el lóbulo de la oreja, porque sabe que me vuelve loca.
—Pero aún no me has contado nada de tu nuevo hogar —insiste, besándome en el cuello.
—Así no puedo, me desconcentras, Rafael —gimo.
—Entonces, no te molestaré y así me lo cuentas.
—No quiero que pares —le hago saber mimosa.
—Cuéntame un poco de tu vida actual y te prometo que te recompensaré. En este sitio nunca viene nadie y todavía podemos quedarnos una hora antes de volver con las bicis.
—Mi vida no ha cambiado mucho y la mayoría de los cambios, los has incentivado tú.
—¿Cómo cuáles? —me susurra en el oído.
Tengo que ordenar un poco mis ideas, aunque estoy tan a gusto en los brazos de Rafael que no me doy prisa. El árbol donde hemos puesto la manta no solo nos protege de que no se nos vea con facilidad. Mi novio se apoya en él para estar más cómodo al abrazarme por detrás y yo solo puedo dejarme hacer, ya que lo he echado de menos y, realmente, nunca hemos tenido tiempo de compartir cosas así como pareja.
—Los sábados por la mañana voy a clases de jardinería. El regalo ha estado genial, puesto que ha propiciado una mejora en el jardín de nuestro edificio y he conocido a personas de toda índole. Ahora en el edificio tenemos un pequeño huerto y algunas flores plantadas y Santiago se empeñó en plantar árboles frutales. Me llevo muy bien con todos los del curso, pero sobre todo he hecho amistad con Desirée.
—¿Ahora sí que has despertado mi curiosidad? ¿Quién es Desirée? —sigue acariciándome lentamente, sobre todo, el brazo derecho y el pelo y yo estoy como en una nube.
—Es una chica muy simpática de veinticinco años. No tiene trabajo y se quiere dedicar a la jardinería profesionalmente. No es muy alta, de casi metro sesenta y cinco y tiene el pelo castaño. No le gusta nada el deporte y ha vivido una vida loca hasta hace un año.
—¿Por qué cambió? —Rafael es curioso por naturaleza.
—Su novio no le era muy fiel y ella tampoco a él, aunque dice que a su manera se querían. Contrajo la gonorrea y le provocó esterilidad y para colmo de males, como diría mi madre, el novio la dejó cuando se enteró de todo.
—Contrajo una enfermedad por clamidia, quizás fuese incluso causada por su novio. ¿Y él la dejó? —pregunta incrédulo.
—No todos los chicos son tan considerados como tú, Rafael. Hay algunos que son unos desarmados. Aun así, ella siempre está de buen humor. Los sábados solemos quedar para tomarnos algo antes de empezar las clases y charlar un poco. Dice que lo de tener hijos nunca le había gustado de todas formas y que, si luego cambia de opinión, siempre puede adoptar.
—Y tú, ¿qué opinas? Me refiero a lo de tener hijos —se avergüenza un poco.
—No entra en mis planes ahora mismo, lo de madre soltera no me hace mucha gracia.
—Pero ¿quieres tenerlos algún día? —me encanta que intente hablar del futuro conmigo, significa que nuestra situación no va a ser siempre así y en un futuro, espero próximo, podremos estar todos los días juntos.
—Claro, tampoco me gustaría que fuese a los cuarenta. Prefiero ser madre joven, además, yo me ocuparía de todo y no te molestaríamos.
—Yo no sé si podré ser un buen padre. A veces pienso que no empatizo mucho con los niños.
—¿Qué dices Rafael? Tú empatizas con todo el mundo —no entiendo cómo puede pensar algo así de sí mismo.
—¿Le has hablado a tu amiga de mí? —cambia de tema.
—Solo le he dicho que tengo novio y que es estupendo, pero que se ha cogido un año sabático.
—¿Qué más haces? —pregunta divertido con las yemas de sus dedos, acariciándome sin descanso.
—Toco la flauta travesera en la banda de la universidad. Deberías de apuntarte cuando vuelvas. Jimmy es el único que sabe tocar el piano y no te llega ni a la suela de los zapatos. A veces salimos a tomarnos algo los viernes por la tarde todos, algunas chicas de la banda, Jimmy, Carlos y Rafael, un chico que también toca la flauta. Jacobo siempre nos acompaña.
—Ese Jimmy nunca me cayó muy bien —dice entre dientes.
—Sé que es un poco tonto, pero con los demás nos reímos bastante. El otro día vinieron todos a casa e hicimos una barbacoa en la azotea. Lo de la entrada independiente está genial, porque no tienen que entrar en el apartamento.
—Sí, le da mucha intimidad.
—La cocina se nota que la diseñaste tú. Muy cómoda y funcional. Tiene de todo y me encanta la barra que la separa de la mesa. Solemos desayunar en esa barra. A la Yaya le gusta el mueble con las especies, siempre coge alguna al azar e intenta que le busquemos un plato para hacer el fin de semana que lleve esa especie. Además, los padres de Jacobo pusieron la condición de pagar a una señora que viene unas horas al día de lunes a viernes para mantener todo limpio y ayudar a la Yaya en la cocina, si no, no dejaban que Jacobo se mudase.
—¿Qué te parece tu cuarto? Te dejamos espacio para que pudieses poner una cama de dos por dos metros que me dijo tu hermano que elegirías tú.
—Aun así, me quedé con la tuya. Hice que pusieran todas tus cosas en mi cuarto, por lo que el tuyo está completamente vacío.
—¿Dónde voy a dormir cuando vuelva? —se hace el tonto.
—En nuestra cama —le sigo el juego.
—Laura, deberé tener mi cuarto con muebles —intenta convencerme.
—¿Por qué? No te gustaría dormir conmigo todas las noches.
—Sí, por eso lo de la cama de dos por dos metros. Pero necesito tener mi cuarto, aún no estamos casados y no quiero vivir contigo antes de que eso suceda —me sorprende.
—Rafael, estamos en el siglo XXI —le recuerdo sin creerme que mi Rafael sea tan tradicional.
—Por respeto a mi abuelo y a lo que me ha enseñado desde pequeño, creo que debemos vivir separados, pero pasando las noches juntos. Tendrás que cambiar la cama. Además, tu apartamento es independiente. Tú eres una princesa y tienes que vivir sola y no con unos trastos como Jacobo y yo.
—Está bien, en cuanto sepa que vuelves haré que trasladen tu cama y tus cosas. Ahora las necesito, si no, ¿qué voy a ponerme para dormir?
—Sigues siendo una loca y haces que me vuelva loco —me riñe cariñosamente, volviéndose sus caricias más sensuales.
—Lo mismo puedo decir yo —le susurro.
—¿Con quién te han puesto en el laboratorio? —me pregunta sin dejar de tocarme.
—Al principio, dije que volverías en unos días y cuando se dieron cuenta de que no lo harías, como las parejas ya estaban hechas, me quedé sola. Aunque no debes preocuparte, cuando necesito ayuda, Jacobo y mi hermano siempre están disponibles. Mi hermano suele venir cada quince días, bueno, eso es lo que dice, pero todas las semanas pasa al menos una o dos noches con nosotros y me atrevería a decir que más bien son tres o cuatro. Se ha instalado en el piso, tiene ropa y libros en su cuarto. Jacobo está empeñado en que ocupe tu cuarto porque se siente muy solo y te echa de menos. Pero mi hermano se niega en redondo. Dice que cuando tú vuelvas, si te mudas conmigo, se cambiará, sin embargo, por ahora, no quiere ocupar tu lugar.
—Yo les echo de menos a los dos, aunque por supuesto que a ti más.
—En Navidades me regalaron unos libros de cocina tailandesa —continúo —y los uso una vez por semana, me recuerda a ti y a tus comidas. ¿Sabes que en unas semanas nos darán los resultados del concurso del padre de Jimmy? A nosotros son a los únicos que nos han ampliado el plazo y nos han adelantado que somos los favoritos. No se presentaron muchos proyectos porque los estudiantes estaban liados con los exámenes cuando se venció el primer plazo que nos dieron. Y eso es todo. No hay más cambios en mi vida.
—¿Y no sales por ahí? —se preocupa.
Sé que hizo prometerle a Jacobo que me sacaría a divertirme y a enseñarme la ciudad, incluso le dio una lista con recomendaciones.
—¡Claro que sí! Jacobo me obliga a visitar algún sitio de tu lista casi todos los fines de semana. Al mercado vamos cada dos semanas. Tenías razón, es increíble, una pena que no esté más cerca de nuestro barrio, aunque dicen que los propietarios del terreno quieren quitarlo dentro de uno o dos años. También vamos mucho a la cafetería que está al lado de casa. En Navidades cerró durante unas semanas y cuando abrió, había hecho una gran inversión. Además, tienen nuevas recetas.
—Lo sé, me he convertido en socio-capitalista con un cincuenta por ciento de la sociedad. Hablé con el propietario antes de desaparecer y me dijo que no podía seguir así, que iba a fracasar debido a su éxito y hace unos meses llegamos a un acuerdo.
—¿En serio? No nos ha dicho nada —respondo sin casi dar crédito a lo que me está contando.
—Se supone que es un secreto. Él recibe un salario todos los meses y las ganancias las dividimos entre los dos. Tuve que invertir un poco de capital, pero ya lo he recuperado casi todo. ¿Y quiénes están viviendo en el edificio?
—En la planta de abajo vive una familia con dos niños pequeños y los abuelos. Se mudaron hace diez días y no hemos tenido tiempo de entablar conversación. También han alquilado dos estudios, uno es un estudiante de bellas artes y otro de medicina. Son muy agradables y tranquilos. Viven en el edificio desde el mes pasado y están muy contentos, dicen que la distribución y los muebles son muy prácticos.
—Bueno, los elegí yo y, como dice Jacobo, soy el puto amo. En noviembre me reuní con los arquitectos y en diciembre con los arquitectos de interiores. Aunque no sé si lo habrán hecho todo como acordamos, porque elegí varias camas para ti y, por lo que veo, tú sigues con la mía —ironiza.
—¡Dirás la nuestra! Y que sepas que me encanta —le respondo con una sonrisa traviesa.
—Siempre he dicho que eres una gamberra —niega con la cabeza.
—La casa del gurú se alquiló en diciembre. Unos chicos de la universidad tuvieron un problema de tuberías en la casa donde vivían e insistieron mucho. Son hijos de unos ricachones y pagan una cantidad desorbitada. Han firmado un contrato de alquiler por tres años, incluidos los veranos. Creo que es el año que mejor se ha alquilado.
—¿Estás haciendo deporte? Yo me machaco en el gimnasio para no volverme loco. A veces sueño con la última noche que pasamos en nuestro antiguo piso juntos y ese día no puedo con las hormonas —me susurra en el oído haciendo que se me erice el vello de los brazos y el cuello.
—Los domingos por la mañana vamos a nadar Jacobo y yo. A veces vienen los chicos de la banda. También voy al gimnasio algún día. Pero eso no me ayuda para que disminuya lo que te echo de menos a ti y a lo que me haces sentir —le hago saber, mimosa.
—Creo que lo de pasar la última noche juntos fue una suerte, aunque de vez en cuando, también pienso que es una tortura. ¿Qué más haces? —quiere saber Rafael.
—No mucho. De resto, estudio. Al principio fue difícil concentrarme, pero ahora le he cogido la práctica y lo hago casi todos los días. Jacobo y yo tenemos una mesa enorme y una estantería con todos nuestros libros y apuntes en el laboratorio, por lo que solemos estudiar allí.
—Lo tienes todo organizado —me susurra al oído.
—Sí, además, encontré a los de la moto que un día me adelantó, antes de que supiese que tú también estabas en el Instituto Gutenberg.
—Jacobo me contó esa historia. A veces te sale esa vena de gamberra que no puedes remediar. Tu padre era igual. ¿Cómo acabó todo? —dice riéndose.
—Pues los adelanté y, como ya sabía lo que había pasado la vez anterior, paré a continuación en una cafetería para evitar que me adelantasen y ellos pararon también. Ahora nos vemos de vez en cuando y nos saludamos, incluso me he tomado un té con ellos. Son un poco macarras, pero buena gente.
—¿Te gustan los macarras?
No permite que le responda a la pregunta, me besa tan apasionadamente que solo puedo secundar el beso. Sin tocarme, solo con sus labios, recorre mi cuello y me mordisquea el lóbulo de la oreja. Estoy segura de que él sabe que, cuando lo hace, me vuelve loca.
Me levanta y me deja caer encima de la manta y cuando me quiero dar cuenta lo tengo encima de mí. Nuestras respiraciones entrecortadas piden más y en cuanto puedo, me pongo yo encima de él y Rafael tiene que parar de besarme.
—Creo que lo de esperar a comprometernos ha sido una tontería —digo entre jadeos.
—No tenemos preservativos —me recuerda Rafael.
—¿Por qué no? Le puedes pedir uno a Jacobo. Él siempre lleva alguno encima.
—Pues, para no sucumbir ante la tentación —me responde juguetón.
—¿Estás loco? ¿Por qué tenemos que hacernos esto? —me molesto.
—Ya te dije que deberíamos ir poco a poco. Además, no quiero molestar a tu hermano —sigue dejándome con la respiración entrecortada con sus besos.
—Ayer no te importó besarme delante de todo el mundo.
—Le pedí permiso, Laura. Le dije que necesitaba estar contigo como una pareja normal este fin de semana —intenta explicarse.
—Él no puede obligarme a nada —empiezo a enfadarme.
—Claro que no, pero no quiero incomodarlo —me explica, poniéndose de nuevo encima de mí y comienza a besarme todo el cuerpo.
—Siempre tenemos que hacer lo que tú digas —le contesto, olvidándome del enfado que tenía segundos antes.
—No, princesa, aunque hay límites —me susurra con sus labios pegados donde momentos antes estaba el pretil de mi pantalón.
—Me prometiste que me recompensarías después de contarte cómo es mi vida ahora sin ti.
—Y es lo que estoy haciendo ahora. ¿No te gusta?
En cuanto pronuncia estas palabras, me baja los pantalones despacio y comienza a besarme por el interior de mis muslos, haciendo que me invada la lujuria. Necesito llegar al clímax.
Sin ningún tipo de pudor, tomo su mano y se la meto debajo de mi ropa interior, aprovechando él para dejarme totalmente desnuda.
No estoy incómoda, porque los árboles y los arbustos nos tapan de las posibles miradas extrañas y, además, estoy tan excitada que tampoco me importa mucho.
Rafael solo se quita el suéter y la camiseta y se queda en la camisilla que a mi tanto me gusta y los pantalones y no permite que lo toque.
—No, Laura, la recompensa es para ti, solo para ti —me susurra al oído para ir bajando otra vez con sus labios, besándome por todo el cuerpo.
Después de varios minutos, en los que siento que no puedo estar más excitada, él empieza a besarme donde, anteriormente, yo había colocado su mano. Esto es demasiado. Gimo demasiado fuerte, aunque a Rafael no le importa y sigue volviéndome loca con su boca, hasta que yo estallo y grito su nombre.
Estoy segura de que mis gritos se oyen a un kilómetro de distancia, aun así, no puedo evitarlo. Luego me pone la ropa interior mientras mis piernas no dejan de temblar.
—¿Ha sido suficiente la recompensa? —me pregunta con la voz ronca y sensual.
—Rafi, creo que voy a pedir que insonoricen mi habitación. ¿Te prometo que no puedo evitar gritar?
—Ya lo he hecho yo.
—¿El qué? —pregunto, sin entender nada.
—Insonorizar tu habitación y también tu baño. ¿No te has dado cuenta de que la puerta es más pesada que el resto y las paredes más gruesas?
—¿Sabías que podía gritar tanto? —le pregunto curiosa.
—La primera noche que pasamos juntos, también hiciste mucho ruido. Aunque intenté que no lo hicieses y teníamos la música encendida.
—¿Tanto como ahora? —solo puedo sentir vergüenza.
—No, aunque imaginé que, que te den placer con la boca, harían que los gritos fuesen más fuertes.
—Es que lo que me acabas de hacer, Rafael, debería estar prohibido. Primero me castigaste sin darme lo que quería y que sepas que lo necesitaba de verdad. Y luego me haces estas cosas que me vuelven loca.
—Laura, ¿no has tenido suficiente con lo de anoche?
—Sí, pero eres tú el que siempre me provoca. Aunque lo que acabas de hacer ahora, ha sido... —no sé cómo acabar la frase.
—Sexo oral y a mí también me ha gustado hacértelo. Tanto que ahora mismo no creo que pueda volver en bici —me advierte, mientras noto su erección a través del pantalón.
—Pues déjame que te ayude con eso. Yo también puedo probar lo del sexo oral —le propongo coqueta.
—Será mejor que cambiemos la conversación durante unos minutos para que se me pase.
—¿Por qué? —me quejo.
—Porque tenemos que salir en unos minutos si no queremos que nos pillen y, además, no sé si podría controlarme ahora mismo. Necesito ir primero dos horas al gimnasio para dejarte hacerlo.
—Estamos como siempre. Haces lo que quieres conmigo —me quejo.
—Porque tú eres mucho más fuerte que yo.
—A lo mejor no te gusta.
—Laura, solo saber que vas a rozarme con tu boca en... Por favor, vamos a cambiar de tema —me suplica.
—¿Nos veremos antes del verano? —pregunto, después de una pausa.
—No creo, pero solamente faltan tres meses para el verano.
—¿Solamente? —le digo, sin entender cómo puede utilizar la palabra "solamente" acompañando a tres meses.
—Será casi la mitad de lo que llevábamos esta última vez sin vernos —me explica, cuando termina de recoger la manta.
—Para mí ha sido una eternidad. Además, después de todas estas sensaciones que me haces sentir, el estar una semana sin verte ni tocarte, se me va a hacer imposible —dramatizo mientras él me ayuda a terminar de vestirme.
—No debemos quejarnos, Laura. Todo ha mejorado muchísimo. Al principio pensábamos que podía durar años y ahora estamos hablando de meses —me intenta convencer de que unos meses separados no son gran cosa.
—Únicamente digo que, si cuando vuelvas no te he esperado, será culpa tuya —digo mientras cojo la bicicleta y salgo a toda velocidad.
No sé por qué digo algo así, imagino que me enfada saber que no esté tan desesperado como yo por poder estar juntos otra vez todos los días.
—¡Eso sí que es trampa! —me grita, aunque yo no aminoro la marcha.
Cuando llegamos a la casa de Jacobo, dejamos las bicis donde estaban sin hacer ruido y nos quedamos en la cocina. Ni Jacobo ni Santiago se han levantado, pero Rafael prepara un café para su amigo Jacobo y un té para mí. Me da los dos y me pide que le lleve el café al peludo, mientras él va a despertar a mi hermano.
Jacobo está durmiendo todavía, el pobre se ha acostado tarde, como nosotros.
—Peludo, Rafael me ha dado esto para ti.
—¿Por qué se han levantado tan temprano? Yo pensaba que aprovecharía para estar todo el tiempo en la cama contigo.
—Bueno, el tiempo lo ha aprovechado, pero no aquí —le contesto, haciéndome la interesante.
—Eres muy mala, amiga. Cuéntamelo todo —me dice, sentándose en la cama.
—No puedo, Santiago puede llegar en cualquier momento.
—Pues cuando llegue, cambiamos el tema —me da como alternativa, picándome un ojo.
—Vale, siempre te pones muy pesado. Anoche, cuando llegaste, no estábamos dormidos.
—Eso me imaginé. Por eso me pareció buena idea lo de irme a casa de nuestra nueva amiga a pasar un rato.
—Últimamente, estás muy solicitado entre las chicas, Jacobito.
—No me cambies el tema, Laurita.
—No lo hago. Pues eso, hemos aprovechado el tiempo. Aunque también hemos hablado —bromeo.
—¿Y esta mañana? —me pregunta, curioso.
—Nos hemos ido a ver el amanecer a unos quince minutos en bicicleta de aquí.
—Mi hermano es todo un romántico ¿Y dónde está ahora Rafael?
—Ha ido a despertar a mi hermano.
—¿Y qué habéis hecho todo este tiempo? —Jacobo no para con el interrogatorio.
—Hemos hablado mucho y, amigo, me ha hecho cosas que entiendo que tuviésemos que irnos de aquí.
—Laura, ¿no habréis...?
—No es lo que tú piensas, o sí. Mejor hablemos de tu amiga, porque si no, cuando lleguen los chicos, me lanzo encima de Rafael, aunque esté mi hermano delante. ¿Viste que bien le quedaba la camisilla de anoche? Hice que se la pusiese hoy por la mañana —le cuento nerviosa a mi amigo.
—¿Me estás diciendo que la camisilla te pone? —bromea Jacobo.
—¿Tú has visto ese cuerpo? Ayer las chicas se lo comían con los ojos y yo no puedo culparlas. Ahora te toca a ti —insisto, porque no quiero que cuando mi hermano llegue, estemos hablando de Rafael.
—La chica de anoche no estaba mal, aunque no creo que vuelva a verla.
—¿Por qué? —Jacobo siempre dice lo mismo cuando se acuesta con una chica.
—Porque no me gusta como para tener una relación. Y como ya te he dicho, he tenido demasiadas relaciones y ahora quiero estar solo hasta que encuentre a alguien que me guste de verdad.
—¿Quién te gusta de verdad? —pregunta Santiago al entrar en el cuarto.
—Lo entendiste mal, la chica de ayer, no me gusta de verdad.
—Pues para quedarte sin preservativos e irte con ella, creo que eso es gustar de verdad —le contesta mi hermano.
—Cuando seas mayor de edad, lo entenderás —le responde mi mejor amigo.
—Laura, ¿aún no se han duchado? Creo que será mejor que me duche yo primero para ir a desayunar. Ya está todo preparado —pregunta incrédulo Rafael.
—¿Puedo ir yo...? —voy a decir contigo, pero Rafael me avisa con la mirada—. No tardaré mucho y luego puedes ir tú —continúo la frase sin que nadie se dé cuenta.
—Claro —me dice aliviado al ver que salvo la situación.
***
Después de desayunar, nos vamos a la piscina. La brisa está bastante fresca, aunque brilla el sol y la piscina en casa de Jacobo es climatizada. Hasta Santiago está cansado y eso que él durmió mucho más que nosotros. Después de hablar de todo un poco, Rafael se acomoda en una hamaca, parece dormido y puedo admirar su cuerpo esculpido por los dioses. Se me cae literalmente la baba, viendo cómo le quedaban las bermudas, pero nadie se percata de que lo estoy mirando. Eso de evitar que mis hormonas bailen al ritmo de la canción del verano cuando tengo a Rafael cerca, es misión imposible.
Así que mi Rafi está disfrutando de este momento de tranquilidad, ajeno a mi ensimismamiento, mientras yo dejo correr mi imaginación, recordando lo pasado horas antes.
Santiago y Jacobo se quedan mirando a mi novio unos segundos también, aunque de forma sospechosa. Al darse cuenta de que Rafael ha desconectado del mundo, intentan cogerlo desprevenido para tirarlo al agua y acaban ellos en la piscina.
—La única que no me traiciona es mi princesa —me dice, poniendo su hamaca pegada a la mía para poder cogerme la mano.
—Dejad de hacer manitas —se queja mi hermano desde la piscina.
—Lo siento, Friki. Por traidor no tienes derecho a protestar en las próximas horas. Además, en veinte minutos tengo que ir a preparar el almuerzo —le contesta Rafael sin soltar mi mano.
—Hermano, en mi casa hay servicio. Ya sabes, esas personas a quien les pagas y te hacen la comida, limpian la casa y esas cosas —se queja Jacobo al enterarse de que Rafael va a preparar la comida otra vez.
—Se lo prometí a tu padre, Jacobo. Pero no te preocupes, que ayer, antes de que llegaseis, tuve tiempo de preparar lo del fin de semana y en unos minutos estará todo listo. Hoy por la mañana pensaba darles una sorpresa, pero estoy muy cansado. Así que la dejo para la próxima vez. Cuando me escapo, o en este caso, desaparezco con permiso, y salgo de donde estamos, tengo que hacer a pie varios kilómetros corriendo y lo intento hacer lo más rápido que puedo y acabo hecho polvo —se excusa Rafael.
—Además, lo de anoche te habrá cansado más —dice Jacobo mientras yo lo fulmino con la mirada.
—¡Jacobo! —le grito.
—¡¿Qué?! Lo digo por lo del karaoke. ¡Qué malpensados sois todos! —se defiende mi amigo.
—Sí, el karaoke estuvo genial —dice Rafael, sonriéndome.
—¿No sabía que te gustaran esos sitios? —se extraña mi hermano.
—Quería salir con Laura por ahí y, por supuesto, con vosotros también —le contesta Rafael.
—Sí, a mi hermano le ha gustado siempre sorprendernos. La última vez que vinimos nos llevó a un paintball. Ya allí demostró sus capacidades de rambo —presume Jacobo de Rafael.
—Amigo, me dijiste que me parecía a James Bond. ¿Ahora he bajado de categoría? —se hace mi novio el ofendido.
—Ojalá James Bond fuese tan guapo como tú. Vería todas sus películas —confieso, mientras los demás estallan en carcajadas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro