CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO - RAFAEL
Domingo, 14 de julio del 2019
Hoy ha sido un día de mucho trabajo y después de salir a correr esta mañana y hacer mis ejercicios, el trabajo me ha agotado. Mejor, es lo que estaba buscando, cansarme tanto para no poder pensar, para no poder sentir.
Al verme en el restaurante, mi jefe supo desde el primer momento que algo andaba mal. Yo lo he visto cada vez que me fugaba, porque me quedaba a dormir en un cuarto que tienen en la parte trasera del restaurante, no obstante, notó que esta vez era diferente.
Al principio, mi cuarto actual estaba hecho un desastre, sin embargo, la primera vez que vine, en octubre del año pasado, le di una manita de pintura, puse algunos muebles, arreglé el baño y quedó como nuevo.
Esos dos días fue cuando me contó el problema que tenía con la hipoteca y el banco. El negocio iba bien, pero se había endeudado a muy corto plazo y el banco no le permitía ampliar el plazo del préstamo. Las cuotas eran tan altas porque había comprado el local con una hipoteca a seis años. ¿A quién se le ocurre? Intenté negociar con el banco en su nombre, pero era imposible, por lo que pagué la hipoteca y compré el local. Ahora me paga un alquiler bajo hasta que se recupere económicamente y le venderé el local por lo que lo compré. Yo quise regalárselo, pero no aceptó. Quiso que entrara a medias en el negocio, y esa vez fui yo quien no pude aceptar. Mi jefe es como mi tío, no quiero que los negocios se mezclen entre nosotros.
Así que estoy como hace un año, trabajando en el restaurante y entrenando en el gimnasio. El gimnasio no va muy bien y también le echo una mano de forma altruista. No tengo mucho dinero ahora mismo, lo he dejado todo atrás, pero puedo ayudar con mi trabajo. Yo no necesito nada.
Es una pena que aquí no queden jóvenes de mi edad, casi todos se han ido a estudiar o a trabajar fuera, por lo que los clientes potenciales que le quedan al gimnasio son niños o chicos a partir de los veintitrés, lo que reduce sus posibilidades de éxito. Aunque en verano siempre vuelven los jóvenes que viven en otras ciudades, ya que tienen vacaciones en la facultad o en sus respectivos trabajos y regresan a ver a sus familias.
No tengo móvil ni ordenador, me he despedido definitivamente del resto del mundo. Solo la Yaya y mi madre conocen este lugar, aunque no estoy seguro de que sepan que estoy aquí y aunque así fuese, ellas nunca me traicionarían.
No podría enfrentarme ahora a Laura y todavía menos a su embarazo. Imagino a Jacobo diciéndome que no sea cobarde, pero no es por cobardía, es porque nada más pensar en otro hombre tocando a Laura, se me paraliza el corazón y no puedo respirar.
¿Ataque de ansiedad? Puede ser. Yo prefiero creer que es estoy muriendo de amor. Y saber que va a tener un bebé de otra persona es como si de repente me dijesen que la tierra no gira alrededor del sol. Necesitaré mucho tiempo para poder ver a Laura y no pensar que soy la persona más desgraciada el mundo.
—¿Rafael? ¿Qué haces aquí? —me pregunta Alex, un antiguo compañero de instituto.
—Tirando la basura —le respondo sin muchas ganas, no hace falta ser un genio para saber lo que estoy haciendo con una bolsa de basura al lado del contenedor.
—No, me refiero aquí. No te había visto desde el verano y a tu madre hace meses que tampoco la he visto —me aclara y me doy cuenta de que a pesar de que no me hablaba mucho con los compañeros de clase, ellos estaban pendientes de mí y en el caso de Alex era normal, mamá y yo vivíamos a unos veinte metros del edificio donde él vivía.
—Estaré un tiempo echándole una mano a un amigo —le contesto porque tampoco tengo que ser borde con él, no tiene culpa de que sea un infeliz y mi prometida se haya quedado embarazada de otro.
—¿Tú? ¿Un amigo? Nunca te vi con ninguno. No me malinterpretes, pero en clases te apodamos íngrimo, después de que el profesor utilizara la palabra y te preguntase a ti por el significado.
—Sí, me describe muy bien, que está sin compañía, solitario. No te voy a negar de que muchas veces estoy solo, aunque también es verdad de que he tenido la suerte de hacer buenos amigos —le respondo porque tengo la necesidad de explicarle que no estoy tan solo como se imagina.
Termino de tirar la basura y me despido de Alex. Cuando vuelvo al restaurante ya están las luces apagadas y después de despedirme de mi jefe, me voy a mi habitación.
Me acuesto con un libro que me he comprado cuando estuve en casa de mis padres. Es una de las pocas cosas que me traje. No leeré mucho porque con el dinero del alquiler he comprado materiales para restaurar un poco el local. Mañana, que como es lunes estaremos cerrados, me tocará limpiar, pintar y arreglar la fachada. El trabajo es la mejor cura para el mal de amores.
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