CAPÍTULO CUARENTA - RAFAEL
Viernes, 12 de julio del 2019
Llevo una hora esperando en el coche. Aún son las nueve de la mañana y no quiero molestar tan temprano en casa de mi prometida. Ayer se me hizo muy tarde y tampoco quise molestar de noche, por lo que Jacobo y yo nos quedamos un día más con mis padres y salimos esta mañana en cuanto amaneció.
En realidad, toda es culpa de mi amigo. Decir, sin pensarlo y sin previo aviso, que Laura quería tener hijos en medio del almuerzo, causó tal revuelo, que no permitieron que nos fuésemos. Se nota que no conoce a mi familia. Si hubiese tenido novia con catorce años, seguro que mi abuelo me estaría convenciendo para que nos casáramos y tuviésemos hijos, aunque fuésemos menores de edad. Para él, la familia es lo más importante y los hijos son un tesoro.
Todavía recuerdo cuando murió mi tío. Se quedó tan destrozado que ni siquiera pudo ir al funeral. Estuvo así un mes y después de eso, cuando lo recuerda, pone esa mirada llena de tristeza que también pone cuando habla de mi abuela.
Yo nunca conocí a mi abuela, pero por lo que me han contado, era una persona muy alegre y divertida. Siempre estaba haciendo locuras y solía meter mucho la pata cuando hablaba. Algo así como Laura. Mi abuelo se enamoró nada más conocerla en un viaje que hizo por toda Europa cuando era joven. Él siguió estudiando, pero se hablaban por carta y no se vieron durante dos años. Cuando terminó de estudiar en la Facultad de Química de la Universidad de Berlín, se presentó en casa de los padres de mi abuela y les pidió la mano de su hija.
Mi abuelo es libanés y, aunque era un país donde conviven varias religiones, el resto del mundo no era así. Él era musulmán y aunque no fuese muy practicante, no quería cambiar de religión. En su país personas de diferentes religiones convivían en armonía, no obstante, sabía que eso no es posible en la mayoría de los países. Por lo que desde un principio supo que la relación con mi abuela no iba a ser sencilla.
Mi abuelo agradece siempre que su suegro fuese de mente tan abierta y tan divertido como su hija. La familia de mi abuela era acomodada, no muy rica, pero vivían bien. Ella era hija única y heredaría todo, por lo que todos empezaron a sacar conclusiones erróneas de que mi abuelo era un aprovechado y solo quería a mi abuela por su dinero. En realidad, la familia de mi abuelo era mucho más rica que la de mi abuela, aunque él nunca se lo dijo a nadie. No se defendió de tales acusaciones, me decía que, cuando quieres a alguien, únicamente basta con el amor y comparar las propiedades y bienes es algo muy mezquino para mezclarlo con el amor.
Mis abuelos tuvieron dos hijos y eran muy felices. Mi abuelo había comercializado varias patentes y le iba muy bien económicamente. Luego abrió la fábrica en el pueblo y a los pocos años ya nadie recordaba quién era más rico o que él fuese musulmán.
Sin embargo, cuando mi tío y mi padre eran pequeños, mi abuela contrajo una enfermedad infecciosa y nunca se recuperó del todo. Tampoco tuvo más hijos, truncando así los planes de una gran familia. Mi abuelo siempre ha echado de menos una familia con muchos niños y para colmo de males, solo tuvo un nieto, a mí. Sus hermanos varones en el Líbano tampoco tuvieron descendencia, solamente las dos chicas. Sin embargo, únicamente queda vivo uno de los hermanos y dos hijos de cada una de sus hermanas, pero ellos tampoco tuvieron hijos. Así que mi abuelo siempre está dando la vara con lo de la descendencia.
Mi madre no se quedó más embarazada. Mi padre le dijo que podían utilizar la inseminación artificial, pero ella decidió que, si solo podía tener un hijo, a lo mejor es que este hijo necesitaba toda su atención y amor. Por lo que no lo intentaron y mi tío nunca tuvo hijos propios.
A veces pienso que los hombres de mi familia no son muy fértiles y que sería una pena no poder tener hijos con Laura, sobre todo, porque sé que ella quiere ser madre, no ahora, sin embargo, algún día querrá serlo. Por eso, la celebración de ayer me ha puesto excesivamente nervioso. No hay nada que me hiciese más feliz que tener un hijo e imaginar que quizás no podré hacerlo realidad, me quita el sueño, y no solo por Laura, también por mí.
***
Para hacer tiempo, he dado una vuelta por los alrededores. Hoy es el primer día del resto de mi vida y la espera se me está haciendo eterna. Ya son las diez de la mañana y no puedo esperar más, por lo que me acerco a la puerta y toco el timbre. Unos segundos después, la tía de Laura me abre la puerta.
—Buenos días, señora, perdone que no haya avisado de mi visita, pero quería darle una sorpresa a Laura —le digo en tono tranquilo, una tranquilidad que en realidad no refleja mi estado de ánimo actual.
—Buenos días, Rafael, tú siempre tan respetuoso. ¡Me encanta! Sin embargo, me temo que la sorpresa te la va a dar ella a ti porque no está en casa —me dice para mi asombro y truncando mis planes.
—¿No está? ¿Y sabe dónde podría encontrarla? —le pregunto, desilusionado.
—No tengo ni idea, ella y su hermano llevan más de una semana desaparecidos y sé que algo están tramando. Se supone que íbamos a estar unos días en familia y ni siquiera ha venido después de que acabaran los exámenes. Pero si quieres puedes pasar —me ofrece la tía de mi futura esposa.
—Gracias por la invitación, aunque me veo obligado a declinarla. Intentaré buscarla para verla lo antes posible. Hace demasiado tiempo que no nos vemos —le explico.
—Claro, y cuando la veas, dile que su tía está enfadada y que nos venga a visitar urgentemente —me pide.
—Descuide, así lo haré —le respondo mientras me voy al coche.
En el vehículo que he alquilado tengo mi mochila con el ordenador y el teléfono. En cuanto tengo el móvil en las manos, marco el número de Laura y no me contesta. Espero unos minutos y vuelvo a marcar. Ella tiene mi número, no ha cambiado desde hace casi un año, aunque los últimos meses no lo haya utilizado. Posiblemente, esté durmiendo, a lo mejor salió anoche. Después de todo, ella no sabe que iría a verla hoy.
***
Ya son las once de la mañana y vuelvo a llamar, pero con el mismo resultado. ¿Se habrá olvidado el teléfono en algún sitio o lo tendrá en silencio? Después de pensarlo unos minutos llamo a Jacobo.
—¡Hermano! ¿Ya la has visto? —me dice, tan alegre como siempre.
—No, no está en la casa de su abuela —le cuento sin entender lo que está sucediendo —y no me coge el teléfono.
—¿Y te han dicho dónde está? —me pregunta intrigado.
—No lo saben. No ha ido a la casa de su abuela después de los exámenes —le informo.
—Pues es muy raro. Ella quiso ir primero al piso para hacerse unas pruebas en el médico, pero no tuvo que ser nada importante, porque no me llamó. Llevaba unos días cansada y decidimos que estaría bien que se mirase el hierro. A lo mejor está en el piso y tiene el teléfono en silencio. Yo llegaré en unos minutos. Si la veo le digo que te llame urgente.
—Gracias, yo llamaré a Santiago —le digo para que sepa lo que voy a hacer.
En cuanto cuelgo, marco el número de Santiago y tampoco contesta. Esto es cada vez más extraño. Quizás les ha pasado algo. A los cinco minutos vuelvo a marcar y después de cuatro tonos Santiago contesta.
—Friki, ¿estáis bien? —le pregunto un poco nervioso y asustado a la vez, se me han pasado miles de escenarios diferentes por la cabeza y ninguno tenía un final feliz.
—Sí, cuñado, estamos todos bien —me dice con un tono neutro que me resulta extraño.
—He venido a la casa de vuestra abuela para darle una sorpresa a tu hermana, pero tu tía me ha dicho que no estabais. ¿Dónde estáis?
—Rafael —que me llame por mi nombre no significa nada bueno—, quiero que sepas que a pesar de la relación que tengas con mi hermana, yo siempre te he apreciado y considerado mi amigo.
—Gracias, Santiago. ¿Está tu hermana contigo? Quisiera poder hablar con ella —le pido cada vez más impaciente.
—Le he prometido que le daría un mes más antes de obligarla a que hable contigo. No sabía que ya habías acabado con el programa de protección de testigos.
—¡Pues cuéntamelo tú! ¿Qué está pasando? —le exijo en tono autoritario.
—He hecho una promesa y aunque te aprecie mucho, ella es mi hermana. Me cuidaba cuando era pequeño para que nadie me hiciese daño, se peleaba con los mayores para que me dejaran en paz y es la única familia que me queda. Lo siento, cuñado, he prometido que no diría nada hasta el nueve de agosto —me dice en un tono tan neutral que no parece el Friki.
—Pero ¿estáis bien? ¿Tengo que preocuparme por algo? —intento que me diga algo, porque la ansiedad me está matando.
—Estamos todos bien —dice antes de colgar.
En cuanto termina la conversación, me voy a una cafetería, pido un Cola-Cao frío y enciendo el ordenador. Santiago me dijo que estaban todos bien, pero ¿y si no es verdad? Me conecto al internet de la cafetería e intento averiguar qué está pasando.
Por lo que puedo averiguar, Laura ha ido al médico el veintiocho de junio. Me meto en su expediente y su hermano ha recogido los resultados de una analítica y de una ecografía. Cuando leo los resultados no puedo creérmelo.
Laura está embarazada. Sabía que quería tener hijos, pero no pude imaginar que tuviese tantas ganas o, quizás, es un embarazado no deseado. La sola posibilidad de ver a Laura con otro hombre me da náuseas y tengo que controlarme para no ir al baño a vomitar.
Intento investigar un poco más y encuentro que el cinco de julio se ha hecho una ecografía 4D. Pero ella no tenía cita, en cuanto me meto en el expediente, averiguo quién es la persona que ha pedido la cita y no es Santiago, lo ha hecho un tal Alfredo Barco. ¿Quién será ese Alfredo Barco? ¿Será el padre?
En menos de un minuto tengo una foto de Alfredo y en ese momento se me cae el alma a los pies. No me lo puedo creer, Alfredo Barco es Jimmy. Ahora entiendo la mirada de Laura el día de la fiesta. Pero ¿por qué no me lo ha dicho? ¿Me lo querrá decir en persona? ¿No querrá que me vaya como la otra vez? Ya sé que le prometí que no volvería a desaparecer, pero esto me supera y necesito irme unos meses.
Apago mi teléfono y me voy a una tienda de discos y compro un sencillo para enviárselo a Laura. Llevo haciendo esto desde la última vez que nos vimos. Después le envío a Santiago por la Dark Web todas las contraseñas que tengo para el portátil, que en su día él me dejó, y un mensaje explicándole todos los planes que tengo, sobre todo con Tomás y Marcos. También le pido que no intente contactarme durante un tiempo, porque no me conectaré y que luego, cuando esté preparado, volveré. Le explico que necesito alejarme de todo y de todos y que les diga a mis padres de mi parte que estaré bien. Todo esto lo recibirá mañana temprano, cuando yo ya esté lejos.
En cuanto termino, me voy a una oficina de correos, compro una caja, meto todo lo que tengo en el coche, el ordenador, mis teléfonos, mi libreta con los apuntes para la empresa, el disco que le compré a Laura y cuatro cosas más y se las envío a nombre de Santiago a nuestro piso.
Con el disco le adjunto una nota a Laura: "Prometí que estaría siempre contigo, aunque fuese como amigo, pero todo esto me supera. Necesito tiempo para asimilarlo. Siento haberte fallado. Siempre tu amigo, Rafael".
Lo envío para que también mañana por la mañana Santiago lo reciba. Devuelvo el coche y compro un billete de autobús que pago en efectivo. Sé bien cómo evitar las cámaras y no dejar rastro que indique hacia dónde voy. Al final, todo lo que he aprendido estos últimos años, me serviría para desaparecer y que la mujer de mi vida no pueda encontrarme. Esto sí que es una ironía.
Mientras espero al autobús y escucho música, una lágrima cae por mi mejilla. En estos momentos desearía que los médicos que decían que no sería capaz de experimentar los sentimientos como una persona normal, tuviesen razón. Me duele tanto el corazón y, aunque es científicamente imposible, el saber que Laura ya no estará en mi vida como mi mujer hace que sienta un vacío inmenso en mi pecho.
Llegael autobús y desaparezco.
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