Capítulo 19: Ingrid
Al día siguiente del incidente con Horacio, Celeste no llegó a la escuela. Ingrid esperó todo el día con la esperanza de verla aparecer, pero nunca sucedió.
El viernes, Israel y ella se volaron una clase y se vieron a orillas de la cancha de futbol rápido en la que se habían sentado varias veces a discutir sus planes.
—¿Sabes algo? —preguntó Ingrid después de sentarse al lado de su amigo.
—Ricardo le mandó un mensaje hace rato y ella le respondió que está enferma —dijo él.
—¿Crees que el esperpento se haya desquitado con ella?
—Maestra, tienes la mente muy oscura... me asustas.
—Tengo miedo de haber empeorado las cosas —admitió Ingrid.
—No podemos remediarlo, lo único que queda es esperar —dijo Israel, serio, pero extrañamente tranquilo.
—¿Cómo puedes estar tan calmado?
—Hicimos todo lo que estaba en nuestras manos —aseguró su amigo, sin dejar de mirar hacia el monte—, ahora toca salir del hoyo. Ya di todo lo que tenía adentro... ya no tengo más para dar.
Ingrid lo miró sin decir nada, preguntándose cómo se llegaba a ese estado. ¿Cómo podía alguien dejar de sentir?
—¿Y tú, cómo estás? —preguntó Israel, mirándola por fin.
Ella sonrió con tristeza, bajó el rostro, deseando poder esconder sus sentimientos, pero éstos estaban a flor de piel.
—Aguantándome las ganas de ir a verla a su casa para asegurarme de que está bien.
—¿No te quedó claro que lo eligió a él?
—Me quedó perfectamente claro —ella se encogió de hombros—, pero aún así necesito saber cómo está. Llevo dos noches pensando en esos moretones, en el terror que había en sus ojos... Celeste está con él por miedo, no por amor.
—¡Ay, Quasimodo! —se burló Israel—. Estás peor que Ricardo y yo juntos. Y yo que pensé que a estas alturas estarías hecha un manojo de nervios por tu futuro...
Ingrid frunció el ceño, no entendía qué tenía que ver una cosa con la otra. No habían sido expulsados y el director había decido darles castigos bastante leves.
—¿No te has enterado? —preguntó él.
—¿De qué?
Israel sacó su celular de la bolsa de su bermuda, escribió algo en el buscador y luego se lo dio.
—Eres protagonista de otro video viral.
Ingrid sintió que el peso del mundo se le venía encima con esas palabras. Miró la pantalla para descubrir un video mal grabado, con mano temblorosa y con la paupérrima iluminación de la cancha, desde una distancia bastante lejana, en la que dos figuras irreconocibles estaban peleando. El título decía: «Ingrid Mendoza, agarrándose a golpes con un hombre en la escuela».
—Mis papás me van a asesinar —dijo casi en un susurro, recordando la conversación con su papá.
—Vas a necesitar un milagro para volver a jugar futbol después de la prepa.
—¿Por lo menos podrías tener la decencia de disimular cuánto lo estás disfrutando?
—Para nada, maestra.... Eras mi gallo para tener una Sub-20 que pudiera ganar el mundial femenil.
—Lo voy a ganar, pero no para México —respondió ella, y se arrepintió casi de inmediato.
—¿Te vas a ir al gabacho? —preguntó Israel, poniéndose serio por fin.
Ella asintió, devolviéndole el celular.
—Espero que sepas que nunca le voy a ir a los gringos, es cuestión de principios —aseguró él, mientras guardaba su celular.
—No hay fijón —respondió ella, usando una de las frases más socorridas del repertorio de su amigo.
El lunes, cuando Celeste por fin llegó a la escuela, el alma de Ingrid por fin descansó. Verla en la lejanía le bastó para estar tranquila, para sentir que todo estaría bien.
Esa tarde, sin embargo, las cosas comenzaron a descomponerse más de lo que ya estaban. A la hora de la práctica el profe le anunció al equipo que su compañera había renunciado de manera permanente y que tendrían que continuar el torneo sin ella.
El primer impulso de Ingrid había sido que tendría que hablar con ella, pedirle disculpas por lo que había sucedido, intentar convencerla de no dejar el equipo; hacerle entender que sus compañeras no deberían pagar por sus errores. Sin embargo, con el paso de los días, descubrió que no le sería posible volver a entablar una conversación con ella.
Toda esa semana, Celeste no salió al descanso; además, por lo que Fernanda y María le contaron, en el salón había estado excesivamente retraída; llegaba a las prisas en las mañanas, no hablaba con nadie durante el día y se marchaba tan pronto como terminaban las clases.
Las siguientes semanas, su comportamiento fue más o menos similar, fue entonces que Ingrid notó que Celeste llegaba en el taxi de su papá, hablaba muy poco con sus compañeros y salía corriendo del salón apenas sonaba el último timbre.
Mientras más tiempo pasaba, Ingrid se convencía más y más que de era mejor así, que dejar a Celeste reconstruir su vida desde las ruinas que ella había creado era lo más sano para todos.
Las cosas en casa no cambiaron mucho después del incidente, sin embargo, la conversación con su papá le había dado una nueva visión de la realidad. Ingrid quería hacerse responsable de sus actos, ser la mejor versión de sí misma que pudiera ser en el tiempo que le quedaba en Cancún; así que la recta final del semestre, la dedicó enteramente a sus estudios, al futbol y a mantenerse alejada de problemas.
Era lo mínimo que les debía a sus padres.
Los resultados de tanta dedicación dieron frutos enseguida, pues a pesar de la ausencia de Celeste, «las coatíes» lograron salvar su posición en la tabla, entrar a eliminatorias y quedar en segundo lugar del torneo, lo que dejó a Ingrid como una heroína a ojos de la escuela entera.
-x-
Dos semanas antes de que se acabara el semestre, justo cuando comenzaron los exámenes finales, Israel le mandó un texto y le pidió verla en su lugar de siempre. Ingrid le respondió que lo vería ahí cuando acabara su examen de ese día.
A diferencia de las veces anteriores que se habían encontrado ahí, esa tarde toda el área de canchas se encontraba bastante concurrida, ya en épocas de exámenes los alumnos tenían tiempo y energías de sobra.
En meses anteriores, ninguno de los dos hubiera procedido con el encuentro ante los ojos de media escuela, pero a esas alturas, ya ninguno intentaba ocultar su amistad, así que les dio completamente igual que todos los vieran juntos.
Ingrid bordeó la cancha, pendiente de no recibir un balonazo en el proceso.
—Creo que vamos a tener que mudar nuestra cita a otro lado —le dijo, cuando llegó hasta donde estaba Israel.
Él parecía demasiado concentrado en la cascarita que los chicos de segundo semestre estaban jugando en contra de Ricardo y otros compañeros de su salón.
—No seas fresa, no te va a pasar nada —él le indicó con su mano que se sentara a su lado.
—No estoy lista para volver a tener el ojo morado, pero pareciera que no te voy a despegar de este partido tan emocionante —respondió ella mientras se sentaba.
—¿Cómo te fue? ¿Vas a pasar matemáticas o voy a tener que darte asesorías durante el verano?
—Sé que te mueres de ganas de pasar el verano conmigo —aseguró Ingrid, con el tono ácido que ya era natural entre ellos—, pero ni siquiera me verás en la ceremonia de graduación porque ya voy a estar muy lejos de aquí.
—¿No vas a ir a la cena de graduación? —Israel la miró, poniéndose serio en un instante.
—No —Ingrid se encogió de hombros—. Me voy en un mes, no voy a quedarme hasta agosto nada más para ir a una cena sin chiste.
Ricardo hizo un autopase, burló a dos contrincantes y anotó.
—¡Gooooooooooooooooooooool! —gritaron, Israel e Ingrid, junto con todos los que estaban viendo el partido.
—Esta masacre es completamente innecesaria —aseguró Ingrid—. Tus compañeros deberían meterse con alguien de su tamaño.
—Fueron los pollitos los que vinieron a retarnos, corrieron con suerte de que yo haya tenido cosas más importantes que hacer, sino esto se pondría más sangriento que Kill Bill.
—¿Y tu ego, no lo trajiste hoy? —se burló Ingrid, negando con la cabeza—. Estoy segura de que no me citaste aquí para hablar ni de mi examen ni de la graduación —Ingrid se detuvo al ver que Ricardo nuevamente estaba en posesión del balón, pero al momento en que lo perdió, regresó su atención a la conversación—. Entonces... ¿qué pasó?
—Ayer estuve platicando con Celeste —dijo Israel sin desviar la mirada de la cancha—. ¡Tienes un hombre solo a la derecha, suelta el balón, suelta el balón!
Ingrid sintió como si el piso se le hubiera movido. Llevaban varias semanas sin mencionarla en ninguna de sus conversaciones y ahora pronunciar su nombre era casi el equivalente de invocar a Voldemort.
No había pasado un solo día en el que no pensara en ella, o en el que no la buscara en la distancia, pero dejar de mencionarla había sido una especie de pacto silencioso entre ellos. Y justo cuando comenzaba a sentirse dueña de sí misma una vez más, sucedía esto.
—¿Y luego? —preguntó, haciendo su mejor intento por fingir desinterés.
—Y luego —comenzó a decir él—, podemos estar tranquilos de que no hicimos nada malo.
Ingrid no dijo palabra, lo miró en silencio, esperando.
—Celeste terminó con el espantapájaros después de esa noche.
Israel le contó todo lo que Celeste le había platicado sobre la orden de restricción, Reinaldo, y la intervención cuasi-heroica de su papá.
—Valió la pena, maestra —dijo Israel con orgullo cuando concluyó su relato.
—Valió la pena —repitió ella más por instinto que otra cosa, mientras intentaba procesar todo lo que acababa de escuchar.
La cascarita se acabó y todos los integrantes de ambos equipos comenzaron a darse la mano, como si acabaran de jugar un partido oficial.
—Creo que deberías platicar con ella.
—No —respondió Ingrid, con una contundencia tal, que la sorpresa en el rostro de su amigo fue evidente.
—Mira maestra, sé que no soy Freud y tampoco un gran motivador personal —dijo él—, pero estás punto de irte al extranjero, de comenzar un nuevo capítulo en tu vida y si te vas sin hablar con ella te vas a preguntar para siempre si la historia entre ustedes pudo haber acabado de forma distinta.
—¿Recuerdas lo que me dijiste después de la pelea? —preguntó Ingrid.
Israel frunció el ceño.
—Que no tenías más para dar, que lo habías dado todo —le recordó ella—. Yo también ya di todo. No tengo más para ofrecer. Me costó todas las fuerzas que tenía salir del hoyo emocional en el que quedé después de esa noche —aseguró, aún usando las palabras de su amigo para ilustrar el punto—. Hablar con ella, intentar recuperar la amistad... su presencia en mi vida, todo eso me volvería a poner en el fondo del abismo en el que estuve y no creo que lograría salir de él nuevamente.
—Por lo menos piénsalo, ¿quieres? —insistió él con cautela, sin presión—. Si algo ya entendí es que uno tiene que cerrar sus ciclos para poder sanar.
—¿Quién eres y qué hiciste con el troglodita que tenía por amigo? —se burló Ingrid, para desviar el tema.
Ya que los dos equipos se habían marchado de la cancha, otros dos comenzaron un nuevo partido. Israel dejó el tema en paz, mientras que la mente de Ingrid le daba vueltas a esas palabras: «hablar con ella», «cerrar ciclos», «comenzar un nuevo capítulo».
Esa tarde, cuando llegó a casa y se sentó a estudiar para su examen del día siguiente, no lograba concentrarse. Lo único en lo que podía pensar era en que Celeste ya no estaba con Horacio, en que quizás aún estaban a tiempo de salvar su amistad, en que quizás debía hablar con ella antes de irse.
Tomó el celular y abrió un mensaje de texto, pero al enfrentarse a la pantalla en blanco, no supo qué escribir. Se quedó mirando el teléfono por un largo rato, con el corazón acelerado y un nudo en la boca del estómago.
Cerró la aplicación de mensajes y luego pensó en que quizás llamarle sería una mejor opción, pero... ¿qué le diría? Otros minutos eternos pasaron mientras ensayaba frases distintas en su cabeza y entonces concluyó que quizás ninguna tenía ya nada qué decirse, que sería una conversación incómoda.
Dejó el celular sobre su escritorio, negó con la cabeza y suspiró. Miró sus libros y sus apuntes, y decidió que su examen del día siguiente requería toda su atención. No era momento de distraerse con cosas sin importancia. Se reprendió mentalmente, repitiéndose una y otra vez que sus sentimientos y su historia inconclusa con Celeste no eran su prioridad en ese momento.
Suspiró una vez más y se dispuso a estudiar sin distraerse más.
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