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Capítulo 17: Ingrid

La enfermera estaba tocándole las costillas desnudas mientras ella mantenía el brazo levantado sobre su cabeza. Su jersey sudada, enlodada y ensangrentada, descansaba sobre su regazo.

—¿Te duele? —preguntó la mujer.

—Sí —respondió Ingrid, sin despegar la mirada de los pósters que colgaban de la pared que estaba frente a ella. En uno se ilustraban pulmones afectados por tabaquismo prolongado; en otro, el sistema digestivo; y en el resto, diversas partes del cuerpo que resultaban repulsivas cuando estaban afectadas por alguna enfermedad venérea.

La enfermera le revisó el ojo con un aparatejo de aspecto bastante gracioso, luego le revisó los nudillos y finalmente sonrió.

—Son sólo magullones. No te rompió nada.

—Lo que me rompió no puede verse —respondió Ingrid antes de darse cuenta de que estaba hablando en voz alta.

—Te lo hubiera roto por partida doble si hubieras presenciado lo mismo que yo.

Ingrid frunció el ceño pero no preguntó nada.

—Celeste respaldó la historia de su novio, dijo cosas... —la mujer se detuvo, se dio vuelta y comenzó a guardar los aparatos que había estado usando—. Ya puedes ponerte la camiseta —indicó, sin dejar de acomodar su estación de trabajo.

—Nos llamó mentirosos, ¿verdad?

La enfermera se detuvo, se notaba que estaba enojada, pero también que estaba en una lucha interna por controlar sus emociones.

—Hubiera jurado que Celeste quería que el director les expulsara.

Ingrid sintió su corazón acelerarse; no ante la posibilidad de ser expulsada, esa la había contemplado desde antes de dar el primer golpe en la cara de Horacio, sino ante la devastadora realidad de significar tan poco en la vida de Celeste, como lo fue en su momento en las vidas de Cristina y de Victoria. La historia se repetía una vez más, y ella, nuevamente, era el denominador común; la razón constante de que en los rostros de las personas que había amado, naciera esa mirada de odio absoluto.

—Ambos sabíamos que lo haría —aseguró Ingrid, poniéndose su máscara más dura.

En ese momento, alguien tocó a la puerta y la enfermera le indicó que podía pasar. El director entró, Israel pasó detrás de él; el entrenador y el prefecto se quedaron en la sala de espera porque el espacio de la enfermería era reducido, pero estaban atentos a todo lo que estaba sucediendo.

Después de todas las indicaciones del director, la enfermera los corrió a todos para terminar de examinar a Ingrid.

—¿Se me va a hinchar el ojo? —Preguntó Ingrid, cuando la mujer le dio un medicamento para tomar.

—Bastante —respondió ella, sin miramientos.

—¡Lo que me faltaba! Ir por la escuela pareciendo Quasimodo —dijo Ingrid.

—Pudo haberte ido mucho peor; eso lo resuelves con unos lentes de sol y listo —respondió la mujer.

Con paso lento, pero seguro, Ingrid caminó hacia la puerta.

—¿Ingrid? —Dijo la enfermera.

Ella se detuvo y volvió la mirada.

—¿Qué le vas a decir a tus papás?

—La verdad —respondió ella sin tener que pensarlo—. Prefiero que la escuchen de mí, antes de que escuchen todas las mentiras de Celeste cuando vengan a hablar con el director.

La enfermera asintió en silencio.

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De regreso a casa, después de haberle dado un "aventón" a Israel, Ingrid comenzó a repasar una y otra vez, el momento en que Celeste se había lanzado sobre Horacio para defenderlo, el odio que había en sus ojos cuando les gritó que se fueran y las palabras de la enfermera: «Celeste respaldó la historia de su novio, dijo cosas... ». Luego pensó en Victoria; entonces vinieron a su mente las palabras certeras de su mamá: «Lo único que tienes que hacer es estudiar, jugar y no meterte en problemas».

Cuando llegó a su casa, caminó directo al refrigerador, tomó los folletos de las universidades y subió a su habitación. Tomó un baño largo y frío. Se metió a la cama con su laptop y los folletos, y comenzó a buscar los sitios web de las tres universidades. De paso investigó unas cuantas más, solamente para comprobar que en efecto, su tío había sugerido las mejores.

Hizo una lista de la documentación que iba a necesitar para poder aplicar y del dinero que le costaría a su papá la carrera que quería estudiar.

Más tarde, mientras sus papás veían una serie en la televisión de la sala, ella bajó con el folleto, la lista de documentos y la lista de gastos. Se paró frente a ellos y les mostró lo que llevaba en la mano.

—Ya tomé una decisión.

Su mamá sonrió, complacida. Su papá tomó los documentos.

—Mañana le llamo a tu tío para darle la noticia.

—Gracias —dijo ella, mientras su vista se nublaba.

—Yo te ayudo a reunir todo lo que hace falta de esa lista —dijo su mamá, pero luego se detuvo—. ¿Qué tienes?

Su mamá, que nunca había mostrado un lado suave con ella, le dio una palmada a su papá en la pierna, gesto que él entendió a la perfección. Apagó el televisor y encendió la lámpara.

—¡Ingrid! —exclamó su mamá, con más dramatismo del necesario, al verle los golpes en el rostro—. ¿Qué te pasó?

Ingrid se sentó en la mesita de mármol que estaba entre el sofá y el centro de entretenimiento; sus ojos estaban llenos de lágrimas y las manos le temblaban.

—Volví a meterme en problemas.

—¡Ingrid! —reclamó su papá con impaciencia, pero su mamá lo detuvo.

—Cuéntanos qué pasó —insistió la mujer.

Ingrid les contó todo con lujo de detalles y les dijo que probablemente el director querría hablar con ellos al día siguiente. Su papá se levantó, enojado, y fue a la cocina a servirse un whisky en las rocas. Su mamá tampoco estaba contenta, pero tomó las manos de Ingrid en las suyas y la miró a los ojos.

—Termina el semestre. Presenta tu examen de admisión y manda tus papeles. Puedes irte con tu tío apenas te acepten y olvidarte de todo esto.

Ingrid asintió en silencio, sosteniendo la mirada de su mamá, intentando con todas sus fuerzas, comunicarle su agradecimiento en la ausencia de palabras.

Cuando su papá regresó de la cocina, Ingrid se puso de pie y subió a su habitación sin decir nada más. No tenía fuerzas para mirarlo a la cara; a diferencia de su mamá, que siempre la había confrontado cuando hacía una tontería, su papá siempre había optado por desligarse de ella, por alejarse cada vez más, hasta que el abismo entre ellos se había transformado en esta relación de dos extraños que —a veces— convivían bajo un mismo techo. Con todo y todo, Ingrid lo admiraba y lo respetaba, y le dolía saberse la causante de un dolor más; saberse la protagonista de otra decepción en la lista interminable que había estado acumulando por años.

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Ingrid se sentó en la orilla de su cama, pensando, repasando cada decisión que había tomado respecto a Celeste, preguntándose en dónde exactamente se había perdido todo y las cosas pasaron el punto de "no retorno".

Estaba inmersa tan profundamente en sus pensamientos, que se sobresaltó al escuchar tres golpecitos en la puerta.

—¿Puedo pasar? —preguntó la voz de su papá, y ella se sobresaltó por segunda vez.

—Sí, pasa —contestó.

Su papá entró lentamente, pensativo, con la mirada buscándola cautelosamente; sostenía su trago en la mano izquierda, y la lista de documentos que Ingrid le había dado, en la derecha. Se sentó a la orilla de la cama, apenas a unos centímetros de ella, pero el abismo seguía sintiéndose igual de colosal que en los últimos años.

—Escucha, Ingrid —comenzó a decir, con la misma cautela con la que había entrado a la habitación—, sé que no soy el papá del año, pero superaría mis propias deficiencias parentales si no te pregunto esto.

Ingrid permaneció en silencio, pero estaba segura que su rostro delataba su confusión.

—Necesito saber si estás tomando esta decisión por las razones correctas —dijo, meneando los papeles en el aire.

Ingrid frunció el ceño, pero no respondió. Su papá bebió un trago de whisky, suspiró, intentó comenzar a hablar pero se arrepintió, bebió otro trago, suspiró de nuevo.

—Sé que crees que me avergüenzo de ti —dijo, sin mirarla—. Y sé que tienes muchas razones para pensar que es porque eres gay, pero necesito que sepas que no es así.

El corazón de Ingrid se aceleró, ¿qué estaba sucediendo?, ¿desde cuándo se discutía su homosexualidad de esta manera?

Su papá se empinó el resto de su bebida, se aclaró la garganta y por fin se decidió a mirarla. Ella intentó sostenerle la mirada, pero no pudo, bajó la cabeza.

—Voy a serte completamente franco y voy a hablarte como le hablo a mis clientes, a mis socios y a mi competencia, porque ese es el único modo en el que puedo comunicarme con claridad y efectividad.

Ingrid asintió sin levantar el rostro, sentía un nudo en la boca del estómago y le temblaba el cuerpo entero.

—No podría importarme menos si te gustan las mujeres, los hombres o ambos. Tu orientación sexual me tiene sin cuidado, esa nunca va a ser una razón por la cual tu mamá o yo nos avergoncemos de ti —su papá señaló su rostro con su dedo índice—. Sí, aunque pongas esa cara de incredulidad, ninguno de los dos te juzgamos porque te hayas enamorado de la mitad de tus compañeras de futbol.

Su papá miró el fondo del vaso, que ahora solamente contenía dos hielos a medio derretir.

—Lo que me enoja de ti, Ingrid, y la razón de que haya sentido decepción en tus acciones tan repetidamente, es porque tienes todo el comportamiento de una niña privilegiada; vas por la vida jugando a la rebelde, tomando por sentado tu talento en el futbol, haciendo cosas sin pensar en las consecuencias.

Ingrid levantó la cara por fin, ¿cómo se atrevía su papá a decir algo así, si ella siempre se había esforzado más que nadie para sobresalir en el futbol?

—Aunque me veas así y aunque te duela, me vas a escuchar, porque es muy fácil estar en tu lugar y ponerte a vista de todos como la «víctima de las circunstancias». Lo difícil es abrir los ojos y darte cuenta que te has puesto sola en dichas circunstancias —su papá hizo una pausa y corrigió su tono, que ya estaba comenzando a escalar—. En primer lugar me enoja sobremanera que ya estés teniendo relaciones sexuales a una edad tan joven. No puedo negar que es un alivio saber que no vas a quedar embarazada accidentalmente, y entiendo que las hormonas son cabronas, pero pudiste haber esperado unos cuantos años más.

Ingrid se rió involuntariamente. Nunca había escuchado tanta franqueza salir de la boca de su papá.

—Lo segundo que me enoja y sí, en efecto me decepciona, es que creas que puedes meterte en toda clase de problemas y nosotros siempre estaremos ahí para sacarte de ellos. Si ya ibas a estar teniendo sexo con tus novias, lo mínimo que podías haber calculado es hacerlo en un lugar en el que tu ex no te fuera a descubrir... ¡Carajo! Con que le hubieras puesto seguro a la puerta, ya nadie iba a enterarse de lo que Victoria y tú estaban haciendo.

Ingrid no podía creer el rumbo que esa conversación estaba tomando.

—Y este asunto con... ¿Celeste y Horacio? ¿Así se llaman?

Ingrid asintió.

—Entiendo que hayas querido ayudar a tu amiga, pero tienes la edad y la inteligencia suficientes para saber que los golpes nunca resuelven nada. Ponerte una vez más "de pechito" para ser expulsada cuando te falta menos de un semestre, es la cosa más absurda e inconsciente que has hecho hasta ahora. Me decepciona que te dejes cegar por la ira o las hormonas o cualquier otra cosa y pongas siempre tu futuro en riesgo.

Su papá hizo una pausa.

—Ya no eres una niña, Ingrid; eres casi un adulto. Y si no comienzas a pensar en tu futuro, se te van a acabar las opciones sin importar cuánto talento tengas.

El nudo regresó una vez a la boca de su estómago.

—Ahora bien —su papá volvió a menear la lista de documentos en el aire—, esto. Si tus razones para irte son sinceras... si lo que quieres es una oportunidad de jugar en los Estados Unidos, tienes todo mi apoyo. Pero si lo que estás haciendo es huir de tus sentimientos por Celeste, de los insultos en las redes sociales por lo que pasó con Victoria, o de nosotros porque crees que somos homofóbicos, entonces piénsalo dos veces.

Su papá se puso de pie.

—No te prometo que todo será miel sobre hojuelas, porque tu mamá y yo somos fríos por naturaleza. Además, no se nos va a olvidar fácilmente esta tendencia tuya a meterte en problemas innecesarios, pero tampoco vamos a pedirte que ocultes tu sexualidad ni nos va a importar nunca lo que digan de ti allá afuera.

—¡Dile eso a mamá, que habla pestes de Victoria cada que tiene la oportunidad de hacerlo! —respondió Ingrid casi sin darse cuenta.

—Victoria nos cae mal a los dos porque es la típica mosquita muerta a quien no le importa aplastar a otras personas con tal de salir avante de cualquier situación. Es una persona abusiva que tarde o temprano te hubiera roto el corazón.

Ingrid guardó silencio, contemplando por primera vez, la posibilidad de que Victoria no había sido nunca la clase de persona que ella pensaba.

Su papá comenzó a caminar hacia la puerta.

—¿Papá? —comenzó Ingrid a decir, con un poco de timidez.

Él se detuvo.

—Si no te molesta que sea lesbiana ¿por qué habías insistido tanto en que me fuera a vivir con el tío Javier?

Su papá bajó la mirada, volvió a buscar respuestas en el fondo de su vaso vacío.

—Tu tío Javier es gay, Ingrid. Y, como ya habíamos establecido, yo no soy el mejor papá del mundo... soy bueno para las estrategias de negocios, pero no para ser motivador, ni para comprender las necesidades de una adolescente. Y la verdad es que siempre he pensado que quizás te sentirías más cómoda viviendo con él y su esposo, que ellos podrían ayudarte a pasar los años más duros y sacar lo mejor de ti.

Ingrid se quedó en silencio una vez más.

—Piénsalo —dijo su papá y se marchó, cerrando la puerta detrás de sí.

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