Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 13: Israel

Israel estaba sentado en la orilla de la cancha de futbol rápido más lejana a las aulas, esa cuyo final daba al monte que dividía su escuela de la que se encontraba al otro lado de la barda. Era hora de clases, casi todo mundo estaba en el salón que le correspondía, excepto él, Ingrid y uno que otro vago incorregible.

—No quiere hablar conmigo. Ya agoté todas las posibilidades —dijo Ingrid, con semblante de resignación. Israel presentía que estaba agotada de tener, por enésima vez, la misma discusión con él—. Lo intento en la cancha, pero me evita; lo intento en la cafetería y se va; le llamo todos los días por teléfono, le mando mensajes, correos, pero no me contesta.

—No podemos rendirnos, nos necesita más que nunca —respondió Israel, más para sí mismo que para ella.

—No puedes ayudar a quien no quiere ayudarse —respondió Ingrid, con un tono cargado de desesperación a pesar de que ella intentaba, a todas luces, fingir tranquilidad—. Entiende que ya no sé qué más hacer.

—Cada tercer o cuarto día llega con un moretón nuevo y una excusa que le corresponda —dijo él, haciendo un repaso mental de la localización de cada uno de ellos. Vaya uso para su privilegiada memoria fotográfica, que nunca le sirvió para estudiar ni para nada productivo.

—¿Crees que no los veo? ¿Crees que no me parte el alma imaginar las cosas que debe estar sufriendo? ¿Crees que no me dan ganas de agarrar a golpes a ese espantapájaros hasta botarle todos los dientes? —Las fosas nasales de Ingrid se dilataron y se encogieron como lo hacían cada vez que se enojaba—. Yo nunca hubiera permitido que nada la lastimase... —Ingrid se detuvo antes de hablar de más.

Israel miró hacia atrás, asegurándose de que en verdad eran las únicas dos almas a varios metros a la redonda.

—Yo nunca la hubiera hecho llorar —dijo él, casi atragantándose con sus palabras. Su visión se nubló en un instante, las lágrimas le quemaban los ojos, pero se aferró a ellas y no las dejó escapar.

A pesar de que su tregua reciente con Ingrid le estaba permitiendo verla desde una perspectiva distinta, él tenía una imagen que mantener: él era el anarquista indomable, el rebelde soberbio y burlón, una bestia sin sentimientos. «¡Ja! Valiente bestia enamorada» pensó, usando su tono más sarcástico contra sí mismo.

—Desde la primera vez que la vi, supe que estaba perdido —confesó, por fin—. Por tres años, maestra, ella ha sido lo primero en lo que pienso al levantarme de la cama, lo único en mi mente el resto del día, lo que sueño cuando me acuesto a dormir —forzó una carcajada que le limpió los ojos.

—¿Por qué no se lo dijiste? ¿Por qué dejaste que llegara alguien más a llenarle el oído con las cosas que pudo haber escuchado de ti?

—Quería hacer bien las cosas, ser su amigo primero, conquistarla poco a poco —los ojos de Israel volvieron a llenarse de lágrimas, y esta vez la carcajada forzada no le ayudó a desvanecerlas—. En ese tiempo, sin darme cuenta, también me hice amigo de Ricardo. Estábamos juntos en varios deportes, en varios equipos de trabajo —se detuvo, recordando, sonriendo. Luego miró a Ingrid a los ojos, casi amenazante—; tú sabes que no soy puñal, pero la realidad es que a ese pendejo también lo amo.

Ingrid asintió sin decir nada. Si hubiera querido cobrarse cualquiera de las cosas horrendas que él le había dicho desde que se conocieron, esa hubiera sido su oportunidad perfecta, pero no lo hizo.

—Unos días antes de acabar el primer semestre, él, yo y otros dos camaradas, nos robamos una botella de Chivas Regal de su papá y nos fuimos a mi casa a bebérnosla. Ricardo nunca en su vida había probado el alcohol, se emborrachó en los primeros tragos y al rato ya estaba soltando toda la sopa. Si lo hubieras escuchado, hubieras jurado que estaba hablando de Helena de Troya —el recuerdo de los ojos embelesados de su amigo, le hizo sonreír—. Ese día supe que él la quería tanto como yo, pero también comencé a entender otras cosas: él es inteligente, es buen muchacho, viene de una buena familia —Israel se encogió de hombros—. Él seguramente irá a estudiar a una buena universidad y va a tener un buen trabajo.

Ingrid asintió en silencio. Sus ojos le decían que comprendía cada palabra.

—Ricardo era mejor para ella que yo —continuó, y entonces sintió que la garganta se le estaba cerrando—. Él le hubiera dado el futuro que yo no podría darle jamás.

—Eres un estúpido —dijo Ingrid por fin, no con burla ni desprecio, sino con la compasión de quien puede entender el dolor del otro porque lo ha vivido en carne propia—. ¿Nunca se te ocurrió que a lo mejor Celeste no estaba buscando el futuro perfecto que Ricardo podía darle y a lo mejor sí el futuro modesto que tú le dieras, siempre y cuando estuvieras dispuesto a seguir amándola como lo has hecho estos tres años?

Israel negó con la cabeza, sonriendo, secándose las mejillas empapadas.

—¿Y tú, maestra? ¿Nunca pensaste que a lo mejor no se decidía entre el séquito de hombres que tenía a sus pies porque no quería el futuro que ninguno de nosotros podía darle sino el que tú le dieras?

Ingrid negó con la cabeza, bajó la mirada, se encogió de hombros.

—Nunca me ha mirado, ni a Ricardo, ni a nadie del modo en que te miraba a ti —se aventuró Israel, ya sin molestarse en intentar ocultar su dolor—. Desde el momento en que pusiste pie en esta escuela, supe que ambos la habíamos perdido...

—Sea lo que sea que crees haber visto —se apresuró a interrumpir Ingrid, con un miedo evidente a entretener los escenarios que él le estaba pintando—, te aseguro que no siente nada por mí.

—¿Cómo sabes? ¿Alguna vez se lo preguntaste? ¿Alguna vez le dijiste que estás enamorada de ella?

—El día en que le dejé ver que me moría por besarla salió corriendo de los vestidores y dejó de hablarme —confesó Ingrid, y entonces él reconoció en sus ojos el mismo dolor que le acongojaba.

Israel comenzó a reír a carcajadas.

—O sea —comenzó a decir él entre risas que rayaban en la histeria—, que aquí estamos: no somos malas personas, no somos de mal ver, bien o mal tenemos futuro... ¿y ella elige al maldito golpeador, que apenas y sabe leer, que seguro nunca aprendió a sumar y a restar, y que además parece sacado de una película de zombis de bajo presupuesto?

—Está bien pinche feo el engendro ése, ¿verdad? —preguntó Ingrid entre carcajadas—. Neta que no entiendo a las mujeres.

Ambos se quedaron en silencio, lo único que venía a la mente de Israel como posible explicación, era que Celeste estaba sufriendo una especie de «Síndrome de Estocolmo». Casi como si le hubiera leído la mente, Ingrid lo miró con seriedad.

—¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé, pero presiento que tendrá que ser algo drástico.

Él asintió, volteando nuevamente hacia el monte que tenían frente a ellos. Se quedaron ahí el resto del módulo de clases, en silencio, intentando idear cada uno en su mente, un plan para «rescatar» a Celeste de sí misma.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro