Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

9

Ya era de madrugada cuando mi cerebro amenazaba con dormirse. Estaba cabeceando constantemente. Había una razón por la que no podía dormirme. Si a Lisa le pasaba algo y yo estaba profundamente dormida, jamás me perdonaría algo así. Sabía que no era por eso, pero me convencí de que sí. Me negaba a admitir que sus ojos mirándome me provocaban un tembleque por todo el cuerpo. Que de vez en cuando mi mirada se desviaba más abajo de su nariz. O que también me sorprendía muchas veces admirando la ropa que lucía cada día y cómo se ajustaba a su fina y esbelta figura. Solamente me justificaba en mi propia mente diciéndome que Lalisa era una joven hermosa, factor que no pasaba desapercibido ante nadie, ni siquiera ante mí. Allá donde fuese, atraía la mirada de todo el mundo. Ella era simplemente espectacular, pero ni siquiera eso cambiaba nuestra relación.

    No distinguía si era por la falta de sueño, que me estaba haciendo alucinar o qué más podría haber sido, pero vi algo en la cama retorcerse. Al detectar movimiento, mis sentidos se alarmaron y se me cortó el sueño de golpe. Me preparé para que Lisa me pidiera algo. A menos que fuera algo sobre ir al hospital, estaba preparada. Tenía una toalla humedecida con la que poder retirarla el sudor, si así lo requería. En la mesita de noche había dejado un vaso de agua. Tenía a mano el termómetro. También había dejado al pie de la cama un par de mantas por si tenía frío y se le había bajado la fiebre lo suficiente... En conclusión, lo tenía todo bajo control.

    Unos ojos profundos de color marrón se pudieron ver en cuanto abrió los párpados. Se veían algo cansados, pero algo menos que hacía unas horas. Lisa frunció el ceño.

    —¿Qué haces aquí? —quiso saber.

    —Cuidarte, ¿tú qué crees? —contesté firmemente. Había sido contraria a mi voluntad. Quería haberle dicho con la sonrisa más grande que estaba dispuesta a cuidar de ella durante todo el tiempo que necesitara, pero no lo hice para oponerme a mis sentimientos—. ¿No te acuerdas?

    —Claro que me acuerdo. Yo no he estado borracha... —bromeó con la voz ronca.

    —Qué rápido has recuperado tu sentido del humor —gruñí.

    —Me refería a qué haces ahí sentada.

    —Quería quedarme despierta por si te pasaba algo —declaré con algo de inesperada timidez.

    —¿Qué? ¿En serio?

    Me contempló de hito en hito como si fuera una enferma mental.

    —Claro.

    —¿Eres tonta? Esto es solo algo de fiebre —se quejó con el ceño fruncido otra vez.

    —Pero ¿y si pasara algo? —me opuse.

    —¿Tanto te importa si me pasa algo?

    —Bueno... —respondí incómoda.

    Se hizo el silencio.

    Sabía que no paraba de mirarme. Yo estaba mirando al suelo pero sabía que me observaba silenciosamente. Su mirada pesaba mucho. Sentía su fuerte presencia sobre mí, a pesar de que varios metros nos separaban. Pero finalmente ella rompió el silencio.

    —Ven —espetó.

    —¿Qué? —pregunté.

    —Que vengas —repitió.

    La miré directamente a los ojos. Se había sentado en la cama y su mirada acusadora ya no tenía el ceño arrugado. Esa era la bonita manera en la que podía mandar a todo el mundo, así, sin tener que cambiar de expresión.

    —No debería. El calor no es bueno —traté de negarme.

    —No seas ridícula. El calor corporal es lo mejor para la fiebre.

    Me había pillado. No sabía que ella conocía ese dato. Aunque tampoco era tan extraño de saber. Era algo básico.

    —Bueno, pero es mejor que me quede aquí despierta por si algo pasa —sostuve.

    —No va a pasarme nada —me aseguró con frialdad—. Ahora ven aquí y duerme un poco.

    —¡Está bien, está bien! ¡Dormiré! Pero ¿no podría ser en una habitación de invitados?

    —No.

    —¿No? ¿Por qué?

    —Porque en vez de hacer una cama habría que hacer dos.

    En sus labios pude ver una sutil sonrisa mezquina. Resoplé.

    —¿Me estás vacilando?

    Lisa se echó a reír por primera vez. Estaba disfrutando de lo lindo. Yo también disfruté un poco, pero de poder ver su encandiladora sonrisa y escuchar su entrecortada carcajada.

    —Solamente no quiero estar sola —declaró un poco más seria, pero aún afectada por la risa.

    «Oh... Eso sí que no lo esperaba.»

    Me quedé de piedra, pero al ver cómo ladeaba su cabeza, confundida, reaccioné y me levanté del sillón. Llegué hasta donde estaba ella y me senté al otro lado.

    —¿Qué haces? —inquirió.

    —Voy a tomarte la temperatura.

    Introduje el termómetro en su boca y cuando el pitido resonó por la habitación, lo extraje, o eso intenté. Lisa hizo fuerza, haciendo que el fino palo metalizado saliera de sus labios con una sensualidad y lentitud calculada. De nuevo, me sorprendí paseando mi mirada discretamente por su carnosa boca. Estaba alucinando por lo que acababa de suceder y por mi reacción.

    Deposité el termómetro en la mesita de noche y pensé en cómo dormiría. Me decanté por darle la espalda.

    —Debes abrazarme —la oí decir—. Sino, no servirá de nada.

    —Joder —murmuré.

    Me di la vuelta para encontrarme con su sonrisa burlona. Yo evité a toda costa encontrarme con sus ojos y metí mi cabeza debajo de cuello. Pasé una de mis manos por su cintura y la otra la dejé abrazando el costado de su cuello. Ella rodeó con una mis hombros y con la otra mi espalda. Me estrechó contra ella, de forma que no hubiera distancia. Podía sentir su cuerpo arder en llamas por la fiebre —o por otra cosa. Y oí algo que fue el ritmo que hizo que me durmiera rápidamente. Los latidos de su corazón resonaban algo acelerados dentro de su pecho.

    —Buenas noches —susurró cerca de mi oreja.

    ¿Qué era esa faceta de Lalisa que no había visto? Me gustaba, ¡esa faceta, digo! De repente, me sentí a gusto entre ella, como si nos conociésemos de toda una vida. Su calor me acogió con gusto.

    Me acurruqué y me adormecí bajo los brazos de Lisa. Me olvidé por un momento de lo mucho que la detestaba y lo intercambié por esa calidez que brotaba de mi pecho.

    Finalmente me dormí. No transcurrió mucho hasta que eso ocurrió.

[...]

    Sentí un empujón que me hizo despertarme. Abrí mis ojos para encontrarme con dos orbes redondos de color chocolate negro que no separaban su vista de mí. Cuando fui consciente de la situación, me senté en la cama. Lisa hizo lo mismo sin quitarme ojo de encima.

    Parecía esperar algún tipo de reacción por mi parte, como si no pretendiera tener la iniciativa de hacer algo. Y lo encontré entendible, porque todavía estaría algo enferma.

    Sin dirigirnos ni una palabra, salí de la comodidad de la cama y busqué mi ropa para vestirme un poco. Me tomé la libertad de usar uno de los pijamas de Lisa para no tener que usar mi ropa y darle excesivo calor. Escogí uno corto, parecido al suyo. Aunque quizás debí haber escogido otro, ya que ese parecía gustarle. Lo digo porque desde que se despertó hasta que fui al baño a cambiarme, ella me observó sin emitir ni un solo sonido.

    Regresé a la habitación. Me topé con que Lisa ya no estaba en su cama. Giré a mi alrededor. La vi salir de su vestidor con ropa de estar por casa algo más cálida; algo más acorde al mes del año en el que nos encontrábamos. Se acercó hasta mí y se detuvo cuando estuvimos a nada más que centímetros. Su cercanía era tan imponente que tuve que retroceder dos pasos. ¿Por qué me pasaba eso? Si la noche anterior la había pasado durmiendo abrazada a ella, sin ningún tipo de distancia.

    —¿Q-qué haces? —pregunté con los vellos de punta.

    —¿Te molesta que me acerque a ti? Hemos dormido dos veces juntas. Y todo porque tú quisiste. —En sus labios apareció una sonrisa pícara.

    —Bueno, ya... Pero las condiciones eran las que eran. —Me alejé un poco más de ella.

    No contestó. Volvió a adquirir su aire tan distante y la sonrisa desapareció de su rostro. Me sentí quebrada cuando eso sucedió. Cuando Lisa sonreía, mi corazón latía con fuerza y se enternecía. Ver que de pronto dejaba de hacerlo, hizo que una presión invadiera mi pecho. Era todavía peor cuando la culpa de eso la tenía yo.

    —Ayer pediste la comida para nada —mencionó—. ¿Quieres comer conmigo?

    —Un momento; ¿qué hora es?

    Las dos desviamos la mirada hacia el reloj digital de la mesita de noche que marcaba la una de la mañana. A esas horas usualmente no tendría hambre, pero al no haber desayunado, ese día era distinto.

    —Me muero de hambre. La última vez que comí fue ayer en el almuerzo.

    —¿¿No comiste nada más?? —interpelé como si hubiera cometido un terrible pecado.

    —No —negó con una risa amarga y franca—. Poco después comencé a dar síntomas de fiebre.

    —Hablando de fiebre..., la comprobaré ahora.

    Cogí el termómetro y volví hacia ella. La poca distancia que existió en ese instante hizo que algo se sacudiera en mí. Eran mis hormonas, que arremetían contra mí sin misericordia. En sus ojos pude ver encendida una danza de llamas. Sus ojos se veían más oscuros, si acaso eso era probable.

    —Abre la boca —indiqué.

    Y justo como me temía, ella abrió la boca con una lentitud que hizo que el tiempo se detuviera. Y cuando alcanzó el tenue palo del termómetro, extendió sus labios y los deslizó hacia atrás hasta llegar al metal que medía la temperatura. Me quedé absorta atendiendo la forma de sus labios absorbiendo el aparato.

    El pitido me sacó de mi ensoñación. Levanté mis ojos y me topé con una mirada de suficiencia por parte de Lisa. ¿Qué era esa influencia que ella tenía sobre mí? No podía ser atracción. No..., no podía ser posible, ¡porque yo era heterosexual! ¡No me gustaban las mujeres!

    Retiré rápidamente el endiablado objeto de sus apetecibles labios y comprobé la temperatura.

    —Treinta y siete con cuatro. Está bien.

    Nuestra miradas colisionaron una vez más. Ella volvió a ser áspera.

    —D-debo irme —balbuceé. Me apresuré en llegar hasta la puerta

    —¿No comerás conmigo? Yo no podré con todo.

    Me paré en seco. Era verdad. Había pedido comida con su dinero y lo había invertido en mí también. No conocía los gustos de Lisa y no sabía si ella se lo comería. No quería hacerle ese feo, después de haber cuidado de ella como si fuéramos amigas de verdad —o quizás algo más. Pero por otra parte, me aterraba la idea de que algo raro pasara de nuevo. Mis impulsos de pegarme a ella y asaltar sus labios eran enormes. No tenía muy claro si podría detenerme, pero un momento, ¿había dicho que quería besarla? Sus labios aparentaban ser suaves y mullidos. Cada vez que los miraba me quedaba cautivada con un solo deseo en mente: presionarlos contra los míos.

    Entonces lo admití ante mí conciencia. Deseaba acariciar su rostro, que lucía igual de suave. Deseaba pasear mis labios y dedos por todas sus mejillas.

    Creía que me estaba volviendo loca. Nunca me había planteado mis gustos. Había dado por evidente mi heterosexualidad. Nunca pensé que querría besar a una mujer, y menos a una tan distante como lo era Lalisa.

    Estaba totalmente acabada por eso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro