6
Lalisa
La noche anterior fue un caos. Durante el trayecto a mi apartamento, Arya se desmayó y tuve que ir a la clínica de urgencias. La razón es que bebió demasiado sin haber comido nada desde el almuerzo. Al menos, resultó no ser nada más que una pequeña pérdida del conocimiento y pudimos retomar el camino a casa en cuanto despertó. Las cosas tampoco mejoraron ahí. Aunque no tanto, ella seguía ebria.
Una vez en mi apartamento, la obligué a darse una ducha. Fue complicado que lo hiciera ella sola, pero finalmente lo hizo y la presté algo de mi ropa para que durmiera más cómoda. Traté de forzarla a comer aunque fuese un trozo de pan. Sin embargo, puso toda su voluntad en no hacerlo con el argumento de que sentía que vomitaría, sino.
Cuando el asunto parecía mejorar me di con un canto en los dientes. Estaba masajeándome las sienes cuando la oí romper en llanto de nuevo. Procuré guardar la compostura y las distancias con ella, pero se me hizo cuesta arriba cuando agarró mi brazo y lloró sobre él. Entonces, una sensación de déjà vu me invadió. Me sensibilicé cuando me vi a mí misma en sus carnes, sufriendo la pérdida de mis padres. La diferencia es que yo no tuve ningún hombro sobre el que llorar. Y esta mujer que conocía desde hacía poco más de una semana, estaba usándome de pañuelo de papel para lo que le sucedía. Sea como fuere, me mantuve rígida a pesar de que sentía mis entrañas explotar con su dolor.
Y la guinda del pastel se la lleva el momento, a las tres de la mañana, en el que me pidió adormilada que me quedara con ella. Planeaba dormir en el sofá, pero no se soltó de mí y casi lo rogó. Arya concilió el sueño de una vez sin soltar en ningún momento mi antebrazo y con la mejilla apoyada en él.
Al contrario de como me prometí, no pude evitar sentirme deleitada con su dulce presencia. Aspirar su suave aroma y saber que llevaba puesta una de mis camisetas me recordaba demasiado a Molly... Las diferencias entre las dos eran más que claras, pero yo no podía dejar de pensar en que quería que las cosas volvieran a suceder con ella. Solo quería que se repitieran bien y sajar todos los problemas que tuve con ella.
Me resentí con mi persona por eso; porque Arya Rose no tenía nada que ver con Molly Kim. Aunque eso era lo que aparentaba. Por la gran decepción que tuve anteriormente con Molly, inconscientemente sospeché de Rose sin haberme hecho nada. Lo único que hizo ella fue mostrarme su verdadera forma de ser. ¿Y qué hice yo? Pisotear sus sentimientos como una auténtica raposa. Era un asco de persona que se aprovechó de una joven con sentimientos puros y verdaderos. Y lo hice porque a mí me hicieron lo mismo una vez. Eso no era una excusa. De hecho, fue todo culpa mía, pero enmendaría mis errores y evitaría que aquello de romper el corazón a la gente se convirtiera en un círculo vicioso.
Arya
Desperté envuelta en sábanas de color gris con una suave fragancia femenina. En el momento en el que abrí los ojos, tuve que cerrarlos por el impacto que tuvo la luz sobre ellos. Mi cabeza comenzó a doler como si me la estuvieran golpeando con un martillo. Mi estómago se sentía como si con tan solo pensar en comer pudiera expulsar todos sus líquidos. Sufría todos los síntomas de la resaca tan obvia que iba a tener después de todo lo que bebí.
En mi adolescencia agarré un buen aguante ante el alcohol, pero tras tanto tiempo sin beber como lo hacía en aquel entonces, la borrachera y la resaca me pegaron muy fuerte; esta última provocándome ascos por todo. Pero por algún casual, el perfume que podía oler, ligero pero embriagador, hizo que me sintiera mejor. Me obligué a levantarme aunque fuese para revisar la hora, nada más.
Con la visión borrosa, encontré un reloj digital en una mesita de noche minimalista. Entré en pánico en cuanto vi la hora que marcaba. ¡Las diez y media! Llegaba demasiado tarde a trabajar.
Ni siquiera recordaba nada de la noche anterior. Es decir, sí que lo hacía, pero no de todo. Eran laguna de recuerdos que se entremezclaban y hacían que mi cabeza simulara una explosión.
Tenía vagos recuerdos de estar llorando en lugares distintos. Primero en un bar... y después en una habitación parecida a la que me encontraba. Pero ¿en qué habitación estaba? O mejor aún: ¿de quién era? Intenté ahondar algo más en mi confusa memoria. En el bar recordaba a una mujer alta y de pelo negro haciéndome daño en el brazo. Después, la recordaba en lo que supuse que era su coche, agarrando mis mejillas entre sus manos y agitando mi cabeza. A partir de ahí todo era negro, hasta que después visualizaba estar en esa habitación. Justo antes, estaba en una ducha apoyándome en las paredes para no caer al suelo. Y finalmente, recordaba llorar abrazada a la mujer cuya cara no recuerdo.
«Menuda locura de noche.»
Me refregué los ojos y me levanté con el mundo dando vueltas. En la mesa de noche encontré un vaso de zumo y una aspirina.
«Vaya, quien sea con quien haya estado es desde luego detallista», me dije.
Una vez me sentí mejor, paseé por la casa. No es que fuera una metomentodo —que también—, pero es que necesitaba encontrar mi ropa, ya que llevaba puesta la camiseta y la ropa interior de alguien más.
Me sentía algo inquieta por la posibilidad de que hubiera podido hacer algo extraño estando bebida. Hacía ya mucho que no me emborrachaba, así que no tenía tanto control como cuando era adolescente, tal y como mencioné antes. Además, también hacía mucho tiempo desde que tuve un novio. Mis hormonas se sacudían con facilidad. Pero me sorprendería que me hubiese atrevido a hacer algo con una chica. ¡Yo me consideraba una mujer muy heterosexual!
Aún sin éxito por haber encontrado ni una prenda mía, dislumbré algo que me ayudaría a aclarar la duda sobre quién era aquella misteriosa mujer que me ayudó. Era una foto enmarcada de la protagonista de la historia con sus progenitores.
Mi boca se abrió en una grande «o» al ver de quién se trataba y de lo que esa foto significaba. La foto estaba constituida por los padres de Lalisa y por ella misma. Supe que la foto tendría poco tiempo porque su apariencia no había cambiado prácticamente en nada. Quizás tendría un año, como mucho.
Inevitablemente, la tristeza me embargó al recordar que los padres de Lalisa fallecieron, aunque entonces no sabía el cómo de la tragedia. Traté de poner sobre mi piel el dolor que tendría que estar afrontando Lisa y la de problemas que se le habrían venido encima a raíz de la pérdida. Y yo tan solo había sido desagradable y me había comportado como una niña malcriada. Por el contrario, ella había aguantado eso, me había ayudado a superar un ataque de pánico y se había molestado en buscarme para consolarme estando ebria en mi primer día de trabajo. Le debía una disculpa en condiciones y un bajón de humos.
Busqué en mi agenda de contactos su número y lo marqué. Al tercer pitido, una voz cristalina respondió al otro lado de la línea.
—Veo que ya se ha despertado, señorita Rose. ¿Cómo le va con la resaca? —preguntó con un poco de burla.
—Un poco mejor gracias a la aspirina, gracias, Lisa.
Un fugaz silencio se hizo presente. Pero enseguida, volvió a hablar:
—Guau, no me esperaba que utilizara mi nombre —expresó con lo que sabía que era sarcástica sorpresa.
—Ni yo esperaba que me tratara de usted. —Sonreí y me mordí el labio inferior. Al hacerlo, me enfadé conmigo.
—Bueno —cambió de tema—, ¿piensa usted venir a trabajar o ya renuncia en su segundo día?
Tenía toda la razón; era mi segundo día y ya había metido la pata hasta el fondo.
—Antes me gustaría vestirme. ¿Podría decirme en dónde se encuentra mi ropa? —inquerí juguetonamente. Una vez más, me recriminé por ello. ¡Lalisa no era alguien a quien pudiera tratar así!
—En la tintorería. La vomitaste entera.
«Uy.»
—¿Ya vuelve a tratarme de tú? —bromeé.
¿Qué me estaba ocurriendo? Solamente me comportaba así con mis amigos, estando de coñas.
—Tienes libertad para escoger lo que te apetezca de mi vestidor. También puedes usar el baño, pero date prisa. —Su tono frío y tajante me cortó la guasa de golpe. Me sentí extrañamente dolida por eso.
—Vale. Adiós —me despedí.
Ya le agradecería después. Por el momento, estaba muy ocupada devolviéndole el ataque. Si ella iba a jugar a ser dura como una roca, yo sería fría como un iceberg. Lo último que pensaba en hacer era que una mujer como Manoban me vacilara y encima se fuese de rositas. ¡No! Ella y yo estábamos en el mismo nivel. Si se esperaba a una señorita sumisa y sin atreverse a rechistar ante sus decisiones, lo llevaba más que claro.
Volví a la habitación en la que desperté y encontré el vestidor cerca de la puerta del baño. Era enorme y estaba lleno de prendas para todos los gustos. Me alegré. Lalisa solía vestir conjuntos que no eran para nada de mi estilo. Entre ellos destacaban los trajes que serían catalogados, allí en Bangkok, como muy «masculinos», aunque también había visto a Lisa con vestidos y faldas. Tampoco era como si nos hubiéramos visto varios días, teniendo en cuenta que llevaba en Bangkok poco más de una semana. De todas formas, cualquier tipo de prenda le sentaba a Lalisa como anillo al dedo. Daba igual que fueran unos pantalones rectos que hicieran lucir sus largas piernas, o una falda que mostrara la palidez y delgadez de estas. O una camisa blanca que la hiciera ver exquisitamente sofisticada, o un crop —hasta lo que había visto, negro— que contrastara con su tez, de nuevo, y su pelo. Y por supuesto, daba igual que Lalisa llevara el pelo suelto, de forma que le recayera por los hombros sin verse apenas el blanco que llevaba por debajo, o con un pequeño recogido en forma de un moño que dejaba la mitad de su cabello sin recoger, por la corta longitud que tenía. Entonces, ahí sí podía apreciar cómo la mitad de su pelo estaba teñido de un tono aplatinado en el que me daban ganas de enredar las manos.
Ay, pero ¡¿cómo podía pensar esas cosas?!
«¡Sácate ya todo eso de la cabeza!» me reprimí a mí misma. «¡Ni siquiera es tu amiga, Ary!».
De repente, en la ducha sentí varias arcadas. Todos esos pensamientos juntados con la resaca estaban haciendo que mis estómago diera vueltas y que la bilis se me subiera por la garganta. Traté de calmarme cambiando la temperatura del agua a fría —porque en ese momento tenía un terrible calor—, y me concentré en lo que tenía que hacer en esa jornada. También tenía que planear qué le diría a Lawan. No sabía ni cómo habría podido cubrirme. Le pediría mil disculpas después de llegar a M.T.
Más importante aún, tenía que pensar en qué decirle a Lisa para disculparme por mi forma de tratarla. Sentía muchas ganas de presentarme en su despacho —excepto por la altura a la que se encontraba— y descubrirla sentada en su gran sillón giratorio de cuero negro, con los codos sobre la mesa y su penetrante mirada encima de mí. No sabía qué significaba eso, o no quería admitirlo, pero me encantaba.
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