4
Lalisa
Me costó dormir por la noche. No me pude sacar de la cabeza todo de aquella chica. Cuando tuvo ese ataque sentí un tremendo impulso de cuidarla. Cuando lentamente abrió sus párpados, me quise perder en ellos. Tenía unos deslumbrantes ojos grises con franjas amarronadas. Me invitaban a estudiarlos sin remilgos, como si existiera algún tipo de lazo que los uniera a los míos. Sabía de sobra lo que eso significaba, y no quería volver a repetirlo. Ese sentimiento de cosquilleo que comenzaba desde mi abdomen y se expandía por todo mi cuerpo. Lo conocía demasiado bien, y no estaba dispuesta a regresar emociones y recuerdos pasados. Siempre era la misma historia. No pretendía caer de nuevo en esa trampa. Me comportaría profesionalmente y no dejaría que la magia que chisporroteaba y brotaba de ella me afectara. Ya tenía la edad suficiente como para dejar de pensar en esas cosas. No era una adolescente.
A la mañana siguiente, arreglé todos los asuntos pendientes y recogí la copia del contrato. Esperaba que por fin pudiéramos firmarlo las dos una vez allí, en el restaurante.
Se me hacía extraño ir al Felipe para verme con alguien. No era la primera vez que lo hacía. Normalmente era para hablar sobre negocios, pero también hubo veces en las que fueron para otro tipo de cosas. En el fondo quería volver a ver a Rose, pero luego recordaba lo irritante que era y se me pasaba un poco. Igualmente, me era difícil ocultar que quería volver a ver su cabellera ondearse. Deseaba ver sus pestañas adornar sus hermosos ojos, esa vez sin lágrimas que los enrojecieran. Oh, pero ¿qué me pasaba? Me dije a mí misma que no pensaría en esas cosas y era justo lo que estaba haciendo.
Hubo un tiempo en el que yo fui abierta a conocer a chicas para disfrutar de mi aún indeleble juventud. Desde muy niña decidí que no me gustaban los niños de mi edad, y con el paso de los años eso perduró hasta el día de hoy. Solo me sentía atraída por el género femenino.
Eran casi tres los años que habían transcurrido desde que conocí en la universidad a una fémina llamada Molly Kim. Ella era de ese tipo de personas a las que podías observar y tener claro que algún día triunfarían como tanto afirmaban. Desde nuestro primer encuentro tuve claro que destacaba de entre todas las mujeres que acudían a mi misma facultad. Era emprendedora e idealista. Estudiaba política y planeaba reformar el mundo, iniciando por el país. Si en un primer momento su arrolladora apariencia ya me resultó descollante, el lector se podrá hacer una idea de cómo todo lo que había en su mente me marcó. Y ¿cómo terminó este tema en cuestión con Molly? ¿Por qué ya no tenía pareja ni me interesaba tenerla? Por el momento, solamente mencionaré la tan reiterativa frase de que «no todo es como parece». Quizás sea propicio indagar en este asunto en un futuro. Sin embargo, ahora debemos regresar al tema con el que inició este capítulo. Sobre cómo volví a ver a Arya Rose.
A pesar de todo lo relatado anteriormente, me sentía ciertamente turbada por la segunda reunión que tenía con ella para establecer de una maldita vez los designios que aún restaban. Quería poder finalizar con todo eso de una buena vez para seguir con mi trabajo y acostumbrarme a las nuevas condiciones, si es que acaso podía llegar a un acuerdo con Rose. Esa muchacha parecía impenetrable, o eso hacía ver hasta que la elevabas unos cuantos metros por encima del suelo. Me encorajinaba su actitud. Era tan tórrida discutiendo, que solamente sentía ganas de empujarla contra la pared y cerrarle la boca para eludir un posible dolor de cabeza. Todo en ella era terriblemente irritante.
«Y terriblemente sexy...» pensé mordiéndome los labios involuntariamente. Traté de alejar ese pensamiento tan rápido como vino al percatarme de la insensatez que había pronunciado mi voz interior. «¡Pero qué te pasa, Lisa!», me dije mientras esparcía una sombra amarronada por mi párpado. «Arya Rose es el engendro del diablo, ¡y eso no tiene nada de sexy!» me dije para convencerme.
Aunque quizás sí que lo tenía, después de todo... Arya Rose no era para nada una chica atroz. De hecho, era una belleza como había visto pocas.
Molly también era atractiva. Por supuesto que lo era. Era un imán para todo tipo de personas. Conjenturaba a ciegas que lo seguía siendo después del tiempo que pasó tras nuestra ruptura. Sin embargo, lo anterior era rebatido por un «pero», y es que había más de un algo que hacía que Arya destacara por encima de Molly: Rose, a parte de tener facciones muy distintas por su nacionalidad estadounidense, también poseía un carácter muy natural. Resulta que Molly Kim se presentó como un lobo dentro de la piel de un cordero. Siempre con una dulce sonrisa..., pero Rose no era para nada así. Ella simplemente trató de acobardarme —en vano, por cierto— con su carismático temple. Pero también me dejó ver su lado endeble al tener un ataque de pánico por las alturas. No podía haber más autenticidad en su persona tras analizar todo aquello detenidamente. Arya Rose definitivamente podía ser una socia de trabajo muy eficiente. Su espontaneidad haría que el vacío que la marcha de mis padres y de Molly provocó, se amenizara, aunque fuese en el estresante área de trabajo.
Salí de la penthouse para ir al restaurante de Felipe, donde había quedado en verme con ella.
Desde lejos pude divisar de espaldas el largo cabello color oro oxidado de Rose. Parecía estar hablando por teléfono. El plan era aparecer a su lado, pero no pude evitar quedarme cerca de su espalda al oír sobre lo que hablaba, aunque con la barahúnda me costaba entender.
—¡¿Por qué me obligasteis a venir hacia aquí siendo conscientes de la situación?! —voceaba.
—No queríamos... Lo que te espera... Tarde o temprano pasaría... Ya lo sabes de sobra... —Eso era lo único que podía oír al otro lado de la línea.
Lo que estaba haciendo estaba mal; muy mal. No era mi asunto y no debía inmiscuirme en su vida cuando nos habíamos conocido la noche anterior. Noche en la que quedó aclarado el tipo de relación —caótica— que mantendrímos.
—¡Eso no me importa! ¡¿Acaso no podré volver a verle?! —casi gritaba con la voz rota—. ¿Ni siquiera podré despedirme?
Oír como se ahogaba y su voz aterciopelada se desgarraba tenía el efecto de quemar dentro de mi pecho. Contraje las cejas, frunciendo el ceño.
Y antes de poder oír algo más a través de la línea, sentí cómo se congelaba el tiempo cuando se dio la vuelta y me descubrió espiándola indiscretamente. De inmediato colgó la llamada y dirigió toda su atención hacia mí. Sus ojos estaban cristalinos, como si estuviera a punto de romper en llanto. Su ceño fruncido y su mandíbula apretada hacían que reprimiera con insistencia las lágrimas que amenazaban con brotar.
—¿Qué coño haces? —inquirió con furia cargada en sus cuerdas vocales.
—Acabo de llegar.
—Ya, claro... —ironizó mirando hacia otro lado.
Me importó un rábano que estuviera a punto de llorar. De alguna manera lo percibía, pero prefería ignorarlo. Ella no tenía ningún tipo de importancia dentro de mi vida, y no me preocuparía por su vida.
—¿Acaso crees que querría escucharte a escondidas? —le tomé el pelo con la misma ironía en mi voz.
—Vayamos adentro —me cortó con brusquedad. Levanté mis cejas sorprendida por su actitud y caminé tras ella.
Pude admirar los músculos de sus esbeltas piernas tensarse al andar gracias a la linda falda color blanco que lucía. Y más arriba de sus muslos, imaginé que...
«¡Lisa, no pienses en esas cosas! Recuerda que te saca de quicio y que eso no tiene nada de seductor, por muy hermosa que sea ella» traté de convencerme.
Mientras esperábamos a que la comida llegara, puse sobre la mesa la carpeta que traía conmigo.
Vi una pequeña batalla en sus gestos faciales por tratar de alejar de aquello que le estaba haciendo daño. Así, devolvió el color, ligeramente tostado, a su cara y el brillo a sus ojos lunares.
—¿Qué quedó pendiente de ayer? —inquirió.
—El porcentaje de pago.
—Pero si lo aclaramos ayer. —Echó su cuello hacia atrás con cansancio. Ese pequeño acto suyo me pareció sumamente provocativo, tanto que quise levantarme y soltarle una bofetada en las mejillas.
—Hablo sobre el nuestro —indiqué enarcando una ceja—. No te informé de nada sobre eso.
—¿Y qué misterio tiene? ¿Acaso no será la mitad para cada una? —quiso saber.
—En realidad, no. —Su ceño se frunció—. Por derecho, a ti te pertenece un sesenta por ciento, ya que yo soy la única heredera de Manoban Holdings.
—Es cierto. Lo siento por eso —se disculpó con resignación—, pero no estoy de acuerdo con eso. Opino que deberíamos tener los beneficios repartidos por la mitad.
—¿Cómo piensas eso? Si la beneficiada eres tú.
—Pero no es justo.
—¿Preocupada por mí, pequeña? —inquerí apoyando un codo sobre la mesa y mi mentón sobre él con aires de suficiencia. Distinguí un ligero rubor aparecer por sus mejillas.
—No te equivoques, Manoban —casi gruñó.
—Oh, vamos, Arya Rose —reí por su modo de mantener las distancias entre nosotras—. Llámame Lisa.
Carraspeó y continuó hablando:
—Como te comentaba, *Lisa* —insistió, remarcando mi nombre que pareció sonar mejor en su boca—, te iba a decir que no tiene nada que ver contigo. Es porque no quiero que mis padres tengan algo que ver aquí.
—¿A qué te refieres? —le tiré de la lengua, interesada.
—No quiero llevarme más beneficios por ellos, como si yo todavía dependiera de ellos y fuera una presidenta florero.
—Comprendo —hablé tras un breve instante en el que me quedé inmersa en sus ojos, cuando trajeron la comida que solicitamos.
Arya
Al salir del Felipe, le hice una última pregunta a Lalisa antes de separar nuestros caminos:
—Oye —la llamé para atraer su atención—. ¿Qué escuchaste de mi conversación?
—Nada —respondió con una expresión indescifrable. Era típico en ella eso de que sus facciones no mostraran nada de lo que sentía en el momento. A veces me preguntaba si era para ocultar sus emociones o es que quizá no poseía.
—Dime la verdad —supliqué. Entorné los ojos descendentemente y apreté suavemente los labios. Nadie podía hacer nada contra eso, pero ella se mantuvo tajante.
—No escuché nada importante. —Y se giró sobre sus zapatos para irse hacia el sentido contrario.
¿A qué se refirió con eso? ¿A que no había escuchado nada? ¿O a que sí escuchó, pero no le pareció importante?
Me pregunté cómo viviría Lisa. ¿En una mansión? Era millonaria, a fin de cuentas. Tendría a su disposición todo tipo de propiedades que se la antojara. No tenía a nadie que pudiese detenerla.
Me sentí entristecida con esa última idea. Lisa no tenía a nadie. Sus padres habían fallecido hacía unos meses y no tenía familiares que la apoyaran. Lo sabía porque eso era algo de la poca información que me resultó útil de entre toda la inservible que recibí. Pero volviendo a lo principal, Lisa en sí era una mujer que derrochaba independencia y soledad —y también aires de superioridad. Me pregunté cómo habría sido el entorno en el que se crió. Quise saber más de ella, de repente. A pesar de su carácter de piedra, tuve el deseo de acceder a ella a través de grietas rescrebajadas que lo cubrieran. Aunque su comportamiento fuera cortante hacia mi persona, sentí el impulso de arriesgarme a conocerla.
Estaba emocionada por comenzar mi nueva vida profesional en Tailandia.
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