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30

—Me has oído perfectamente, así que no intentes hacerte la desentendida —amenazó.

    Di un paso hacia atrás, intimidada. Esa faceta suya no la conocía y no me gustaba nada. Me estaba asustando.

    —Es que no entiendo de qué me hablas, Lisa.

    Una sonrisa sarcástica apareció en sus labios durante un instante para después borrarse.

    —¿Necesitas que te ilustre? Quizá te suene de algo tu bonito expediente académico.

    Me puso frente a la nariz un sobre que tomé en mis manos. No podía creerlo. ¿Por qué tenía eso?

    —Y qué quiere decir esto —inquerí igual de seria.

    —Quiere decir que fuiste capaz de infiltrarte en mi empresa para provocar el indicente desde dentro.

    —¿Porque tengo un historial que lo da a entender? Si revisas mi historial psicológico, podrás ver con claridad que en todos los resultados de los cuestionarios tiendo a ser inofensiva y se descarta la posibilidad de que sea capaz de hacer daño a alguien a menos que sea para defenderme. ¿Cómo pretendes que yo haga algo así?

    —Tu defensa es pobre —escupió—. Ni siquiera te das cuenta de que no solo tengo esto de ti. También tengo conversaciones antiguas tuyas con un número desconocido. Y fotos tuyas caminando cerca del edificio incendiado; todo gracias a mi exnovia, Molly Kim. Curiosa casualidad, ¿no?

    Todo en mí se detuvo. Estaba paralizada. ¿De veras Lisa sospechaba de mí? ¿Me creía capaz de una atrocidad así? Contuve las lágrimas y el dolor de mi pecho. La ansiedad no podía ganarme en ese momento. Debía aclararlo todo.

    Y más debía ignorar que se había encontrado con su ex.

    —Lisa. Es un sabotaje del verdadero culpable hacia mí. ¡Tiene que haber algo más que me libre de culpas! ¡Déjame ver esas pruebas!

    Me apresuré a tratar de arrebatarle el sobre que, al parecer, contenía mucho sobre mí, pero Lisa se me adelantó y me dio un empujón que me hizo retroceder y caer al suelo de culo.

    —No esperes que deje que *tú* destruyas esto —dijo haciendo referencia al sobre y señalándome con un dedo acusador—. Tú te vas a venir conmigo a comisaría.

    —¡Comisaría, dices! ¿Te das cuenta de que me estás acusando y ni siquiera me estás dejando defenderme?

    —No trates de manipular los hechos. Esta táctica ya me la conozco.

    Y de nuevo no tuve ni idea de a qué hacía alusión. En su pasado la rompieron en mil pedazos, y lo lamentaba, ¡pero qué tenía que ver yo con eso!

    —Lisa, podrás tratarme de insufrible, de dramática, de chillona, de llorica y de todo lo que quieras, pero nunca se me ha pasado por la cabeza mentirte.

    Miró mis ojos fijamente durante unos segundos. Le imploré con la mirada que me escuchara y me creyera. ¡Todo aquello era un malentendido!

    —Así que por ahí van los tiros, ¿eh? —se burló sin gracia—. Quizá solamente fingías. No me parece tan descabellado de pensar.

    —Ni que fuera una psicópata —mascullé.

    —No te quieras librar de culpas por eso, Rose. Tu expediente médico no lo tengo, pero está más que claro que capaz eres.

    —¡Te repito que no padezco ningún tipo de trastorno de la personalidad!

    —Y yo te repito que no tiene nada que ver. Aunque sí admito que me sorprende cómo puedes estar tan sorprendida habiéndome mentido en tantas cosas; quisiste jugar conmigo. ¿Sabes? A lo mejor fuiste capaz de ingeniártelas para engañar a los médicos y ocultarles lo maligna que eres en realidad. Una escoria.

    —L-Lisa —la llamé para tratar de hacerla entrar en razón. Pero ella estaba lejos de escucharme. Siguió hablando, ignorándome, hiriéndome cada vez más y más.

    —Qué tonta fui al follar contigo anoche. Aunque por suerte solo fue el principio, y ahora sé que es el final. No eres la primera, pero sí de las pocas con las que realmente sentí algo. Una pena.

    «¿Pero de qué habla? No estoy enterándome de nada.» Ojalá hubiese sido así, haber terminado ella de hablar sin haber comprendido nada para poder defenderme yo. Pero las cosas no fueron así. Lo que vino después de eso fue como un exorcismo de doloroso.

    —Vas a arrepentirte de todas y cada una de tus mentiras. Te lo juro, Arya Rose.

    —¡Lisa, ya basta! —le imploré a punto de llorar de la rabia. Quería hacerle ver que las cosas no eran así.

    —¿En qué más me mentiste? O mejor dicho, ¿acaso algo de lo que dijiste fue cierto? De ser así, ojalá tu abuelo se queme en el maldito infierno. Estoy segura de que hasta tuviste algo que ver con la muerte de mis... —No la permití terminar. No dejé que siguiera hablándome así y rompiendo mi corazón en los fragmentos que ya yacían en el fondo de mi pecho. Me sorprendí a mí misma al haber hallado a Lisa con la cara vuelta hacia un lado. Le había dado un golpe en la mejilla que tornó esta de un tono escarlata.

    Giró su cabeza en mi dirección, aún impresionada. La cólera se hizo presente y apretó los puños. Se acercó a mí peligrosamente. ¿Me iba a devolver el golpe? Antes de comprobarlo, le propiné otra bofetada no menos enérgica. Esa vez se quedó quieta frente a mí. Era mi turno de palabra.

    —Esas dos te hacían falta —me referí a los golpes—. No vuelvas a tocarme en tu vida. Y menos aún vuelvas a hablarme así. ¡O mejor aún, ni siquiera se te ocurra hablarme! Porque te has confundido de lleno conmigo, Lisa. Podría rebatir todas las graves acusaciones que me has hecho, pero ¿por qué no le preguntamos mejor a la comandante Cooper? Ella me informó de todo lo sucedido, y resulta que el culpable no es otro que el hijo de puta de Josh Blossom. ¿Y quieres saber otra cosita más? Resulta que pagaron a un hacker para que accediese a mis datos personales. Al principio no tuvo mucho sentido en mi cabeza, pero créeme que ahora sí. ¡Pregúntate de dónde sacaste ese sobre, si hasta su firma tiene! Y por si fuera poco, él está ahí con su esposa, que resulta ser también tu exnovia. ¿No te parece más lógico que te haya manipulado ella en vez de yo? Según tu forma de hablar, en referencia al pasado, puedo entender que no es la primera vez que lo hace.

    Le arrojé su maldito teléfono y me coloqué las manos en las caderas tras secarme las lágrimas. Casi ni me di cuenta de que estaba llorando y que había gritado todo aquello.

    Lisa alternó miradas conmigo y Kim, que se encontraba a algo de distancia, estando ya sin ocultarse con su marido.

    —Arya, yo... —dijo finalmente.

    —No, no me llames Arya. Para ti soy la señorita Rose —ironicé la forma en la que se dirigió a mí antes.

    ¿Quería verme furiosa? Pues lo había logrado.

    —Ary, hablemos de esto tranquilamente en mi habitación, o donde quieras —intentó convencerme. Detuve sus intentos de agarrar mi hombro con un manotazo. Estaba desbocada.

    —Creo que fui concisa al decirte que nunca más me tocaras. ¿Sabes una cosa? No mereces nada de mí, ni conocer mi nombre. Yo no tengo nada que ver con esa zorra que ni siquiera sé qué te hizo, porque por saber no sé nada de ti. A mí jamás se me pasó por la cabeza hacer ninguna de todas las atrocidades de las que me has culpado, y al decírtelo no me has creído. ¿Ahora que la firma peligra por tus palabras ya piensas con más claridad? ¡Vete al diablo! Lo más irónico de todo es que yo por un momento creí que podría ser feliz junto a ti. He dejado a John, porque no puedo sacarte de mi cabeza, y hasta te defendí ante él, pero créeme cuando te diga que voy a olvidar tu nombre. Desde que llegué a Tailandia me has tratado como te ha apetecido. Algunas veces bien, otras mal y otras aún peor, como si fuese yo una mierda. ¿Crees que puedo aguantar eso? ¡Yo no soy un juguete! ¡Estoy harta, no puedo más!

    Sentencié mis palabras, me sequé una lágrima y salí de allí corriendo, dejando a Lisa con la boca abierta. Pero que no se me malinterprete. Dejarla atrás y sin palabras fue muy doloroso.

   Sin embargo, no lo fue tanto en comparación a cuando tomé una decisión definitiva.

    Al llegar a mi habitación, marqué el contacto de Lawan en mi móvil. Al poco tiempo contestó.

    —¿Sí, señorita Arya?

    —¿Lawan? ¿Estás despierta? —Recordé la diferencia horaria.

    —Justo me levanté hace unos minutos. Dime, ¿qué necesitas?

    —Resérvame el vuelo más temprano posible de Londres a Bangkok.

    —¿Cómo dice, señorita?

    —No hagas preguntas, Lawan. Tan solo haz lo que te digo.

    —Está bien.

    La oí teclear en el ordenador y a los pocos minutos me habló.

    —Ya lo tengo. El vuelo sale a las cinco.

    Vaya, eso era eficacia y el resto patrañas.

    —Gracias, Lawan. Nos veremos en el aeropuerto. Debo hacer el equipaje.

    —Adiós, Arya —se despidió. Colgó el teléfono.

    Después de la llamada me sentía apaciguada. Acto seguido, comencé a llorar. Odié llorar en ese momento porque no había tiempo para eso. Debía organizar el equipaje y zanjar unos últimos asuntos para partir. No había tiempo que perder.

    Las lágrimas no se detuvieron en ningún momento, ni siquiera durante aquel vuelo. Mi corazón se empequeñeció al percatarme de que nadie había notado mi ausencia aún. Mis compañeros la notarían al despertar. Pero ¿y Lisa? ¿No intentó buscarme, siquiera? El nudo en mi garganta irregularizó mi respiración. Al fin y al cabo, yo no le había importado lo más mínimo. Solamente se había aprovechado de mí y mis sentimientos por ella. Estaba aún enamorada de Molly Kim, una mujer ya casada. No la comprendía lo más mínimo, pero seguir dándole importancia ya carecía de sentido.

    La decisión de volver a Bangkok me inspiró para hacer una locura aún mayor. Y es que de ninguna manera se me ocurriría separar nuestras marcas, pero sí tenía claro que no pasaría un día más en esa ciudad y menos en Tailandia. Podía ser profesional, fingir que nada sucedió, pero no allí. No soportaría el momento en el que todos regresaran de Reino Unido y tuviera que volver a ver a Lisa.

    Así fue cómo en cuestión de tres días ya me encontraba de nuevo en la comodidad de mi casa. Prefiero no detallar el proceso de la mudanza. Solo diré que fue cansado y que durante ese último vuelo, en el que dejé atrás la que comenzaba a ser mi nueva vida para huir tan locamente como si no tuviese rumbo, una parte de mí murió.

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