Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3

Arya

Más tarde, me citaron a las nueve menos cuarto. Estuve a punto de mandar a paseo a la pobre secretaria; luego recordé que ella simplemente era la encargada de hacérmelo saber.

    ¿De qué iba esa tal Lalisa Manoban? ¿Acaso se pensaba que tenía el poder de establecer los horarios que ella quisiera y esperar que yo los siguiera como un perrito faldero? Muchas cosas cambiarían en cuanto ese maldito papel quedara firmado, y la forma de planear las reuniones se hallaba entre mis prioridades.

    Una vez más me encontraba en el ascensor de ese edificio. Esa vez tenía menos paciencia que la anterior. Esperaba que la presidenta Manoban fuera amable. Al menos, eso compensaría la fealdad que sospechaba que poseía.

    La misma secretaria que me atendió por la mañana se encontraba de nuevo en su mesa de escritorio, tecleando sin descanso y en la misma postura.

    —Es un placer volver a verla, señorita Rose —formuló con algo de cansancio en su voz.

    —Igualmente —dije sonriendo.

    Preferí callarme lo que opinaba sobre el tiempo que esa mujer llevaba trabajando. Ya se encontraba allí tan temprano por la mañana... ¿y aún seguía ahí?

    —La señorita Manoban la espera adentro —indicó y se levantó. Me abrió la puerta para que pudiese pasar y una vez dentro, cerró la puerta y me dejó a solas en el inmenso despacho.

    Se trataba de una oficina, cuanto menos, espaciosa. Las paredes estaban pintadas de un luminoso blanco, y una moqueta gris oscura cubría gran parte del suelo. Observé la estancia más atentamente.

    Cuando mis ojos se aventuraron algo más lejos de las paredes, atravesaron toda la ciudad y un calambre en la columna me paralizó. Más de la mitad de la habitación estaba recubierta por puro cristal y eso me aguijoneaba. Una sensación de puro pavor me animó a salir corriendo.

    Tragué gruesamente y me centré en lo más importante. En el centro del estudio se encontraba una mujer increíblemente hermosa. No había nada de lo que había imaginado con anterioridad. No era horrible; al contrario, era una belleza de esas que de ser tan poco comunes tu existencia se reiniciaba al toparte con una.

    Creo que me quedé más tiempo del necesario admirando su incomparablemente agraciado rostro. También me sorprendió lo familiar que me pareció. Era como si ya nos hubiésemos visto antes.

    Contemplarla durante esos escasos segundos logró que me olvidara de que estábamos a unos sesenta pisos sobre el suelo.

    La mujer apoyó la mejilla en su puño y arqueó una ceja. Se dio cuenta de que me había embelesado. Pestañeé un par de veces y procedí a sentarme en el canapé color crema que había frente a su mesa, con las piernas temblorosas por el vértigo.

    —Arya Rose, ¿cierto? —interpeló tras un breve silencio. Silencio en el que traté de no superar su figura con mis ojos y depositarlos sobre la aterradora vista con la que podía fácilmente encontrarme.

    —Sí —respondí con toda la seguridad que junté.

    Se removió un poco el cabello y, entonces, descubrí que estaba teñido de blanco desde por la zona de la nuca hasta la que se encontraba tras sus orejas. Entonces dos tercios de su cabello eran de un negro azabache y el resto era de un blanco tiza de raíces a puntas. Percatarme de ese detalle hizo su aspecto aún más imponente.

    —Bueno, comencemos, pues —indicó sin prestarme mucha atención.

    De un cajón sacó unos papeles y me los entregó para que los revisara.

    —He repartido los siguientes puntos por los folios. Al final del todo tiene que firmar.

    Su hipnótico tono era imperioso y grueso, pero eso no hizo que lograra ocultarme una voz gutural, algo melosa, pero a la vez gélida. Era más relajante que los sonidos de las gotas de la lluvia chocando contra el cristal de una ventana. Me imaginé su voz hablándome en una mañana tormentosa e instantáneamente me sorprendí mirando la misma cara de un folio durante quién sabe cuánto tiempo.

    —¿Se encuentra usted bien? —preguntó. Levanté mi cabeza por una milésima de segundo y asentí. Comencé a leer el documento palabra por palabra.

    Por el papeleo podía apreciar que todo estaba detalladamente narrado y razonado. Me parecía bien hasta que observé algo que hizo que mis nervios chocaran.

    —En ningún apartado se mencionan las horas laborales de los empleados —manifesté con algo de molestia.

    —Son de siete horas —me hizo saber—, aunque dependiendo del cargo pueden variar. No obstante, todos entran a trabajar a las nueve en punto de la mañana.

    Su voz resonó por toda la sala. Tragué saliva, algo dudosa de si sacar a relucir mi genio con la verdad que ya conocía era lo que más me convenía con esa mujer tan majestuosa.

    «Eso es una sucia mentira. ¡Que diga algo al respecto su secretaria!»

    —Esto... disculpe mi intrusión, pero su secretaria lleva trabajando más de siete horas —manifesté con ironía—. Ya se encontraba en su escritorio a las nueve y media de la mañana, cuando vine por nuestra reunión, que fue cancelada en un último instante.

    Arqueé mis dos cejas y me removí en el asiento expectante de su reacción. Al contrario de lo que esperaba, pude distinguir una sutil sonrisa burlona entre sus gruesos y carnosos labios. Eso me enfureció.

    —¿Qué la hace pensar que mi secretaria no se ha tomado la tarde libre? —preguntó con escarnio—. ¿O de verdad cree que mentiría sobre algo así y llegaría a sobreexplotar a mis trabajadores?

    Apreté mis puños por la manera que tuvo de mofarse de mí. Y vaya, me había pillado pero bien.

    —Y sobre el otro tema..., ¿le molestó tener que esperar hasta ahora? —inquirió achinando los ojos con picardía.

    Fruncí mis labios. Estaba tratando de sacarme de mis casillas.

    —En absoluto.

    —Bueno, ¿tiene algo que argumentar sobre las condiciones? —Señaló el taco de papeles.

    Hice memoria, y sí. Hubo algo sobre lo que tenía que protestar.

    —En realidad, sí. En el apartado ocho, usted menciona que las dos deberemos trabajar en Bangkok.

    —Así es. ¿Qué con ello? —quiso saber con indiferencia.

    —Lo que sucede es que yo me crié en California y siempre he vivido allí —indiqué.

    —¿Y cuál es el problema con eso? —demandó con insolencia— ¿A usted le da miedo irse a vivir fuera del hogar de sus padres por su trabajo?

    Abrí mis ojos como platos por una milésima de segundo y la miré directamente a los suyos, aunque no aguanté demasiado. Su mirada era muy potente.

    —No se ofenda, pero es usted una desvergonzada —le espeté frunciendo los labios.

    —Cuide sus palabras señorita Rose —me advirtió con una diminuta sonrisa divertida—, no le queda bien fruncir el ceño.

    —¡Ja! —contesté igual de sarcástica—. Váyase a freír espárragos.

    —Oiga —me llamó—, no hace falta que se ponga a la defensiva. ¿Acaso le parece raro que tenga que trasladarse a Tailandia a trabajar?

    —¿Y si fuera al revés?

    —Podría serlo... Pero existe un inconveniente.

    —¿Cuál? —exigí encogiéndome de hombros.

    —Es cierto que yo podría trasladarme a California, como usted pide, —Dice eso último con burla, a lo que arqueo mis cejas y miro para otro lado—, Pero fueron sus padres los que les propusieron a los míos que esta unión se llevara a cabo, así que, en otras palabras, como ellos me cedieron esta empresa, aquí la que manda soy yo.

    Perdí la poca sangre fría que quedaba bajo mi control ante su egocéntrica actitud y la miré de hito en hito como si su razón hubiese viajado a otra galaxia.

    —Estará de broma.

    —¿Le parece una broma? —inquirió con ojos felinos.

    —Pues para serle sincera, todo nuestro encuentro me ha parecido una mofa desde su comienzo.

    —Le seré sincera yo también: quizás es usted la que me da risa y no nuestro encuentro.

    Su rostro se encontraba impasible, pero aún así, había rastros de que se lo estaba pasando en grande en todo este. Por otro lado, yo me estaba abrasando de la cólera en el canapé.

    —Ah, y haga el favor de no arañar mucho el sillón. Es de buena calidad.

    —¡Esto es el colmo! —exclamé. Me incorporé y caminé hasta estar a su lado. Ella también se levantó, se cruzó de brazos y alzó una ceja. Comprobé que era algo más alta que yo—. ¡He venido a las nueve menos cuarto de la noche después de que usted me diera un plantón para que encima se burle de mí en mi cara! ¿Con quién se piensa que habla?

    —Con una niña mimada —bufó de mala gana. En su rostro ya no había burla. Solamente había una expresión que parecía poder congelar a aquel que osara a enfrentar sus ojos durante mucho rato.

    Iba a decirle que ella y el contrato se podían ir al diablo. Estaba a punto de hacerlo, pero entonces instintivamente miré por el rabillo del ojo a lo que había a mi lado. Cuando lo vi se me paró el corazón. Estaba a menos de un metro de la enorme cristalera. Podía ver la ciudad bajo mis pies, porque incluso parte del suelo era de cristal. Eso me dejaba ver las calles aún abarrotadas de personas y coches bajo mis pies. El pánico se apoderó de mí y mis piernas temblaron y fallaron hasta que caí al suelo de rodillas y agarré mi cabeza esperando que no me fuera a precipitar al vacío por el impacto.

    Estaba temblando en el suelo sin poder abrir los ojos; sin poder moverme. No podía pensar en nada. Estaba bloqueada. Entonces, sentí cómo se agachaba a mi altura y me aferraba por los hombros.

    —¿Te encuentras bien? —inquirió con gran preocupación en su voz. ¡Sonó tan dulce !...

    No podía responder. Lo único que oía en mi cabeza eran gritos míos internos contra los que luchaba para que no huyeran de mi garganta. Eso provocó, como consecuencia, que me faltara el aire.

    —Abre los ojos, vamos —me animó con una voz dulzona que hizo eco en mi interior, más no me moví ni un milímetro.

    Noté sus manos viajar desde mis hombros hasta mi cara. Con una levantó mi barbilla y con otra sostuvo una de mis mejillas con delicadeza. Sus manos se sintieron suaves y reconfortantes.

    —Ábrelos —murmuró con su suave voz—. Estoy aquí, pequeña.

    Creo que fue por cómo su actitud cambió tan de repente que recibí fuerzas para tratar de enfriar mi pánico.

    Abrí los ojos lentamente y me encontré con unos preciosos orbes color marrón profundo adornados de confidencias. Eran redondos, y por el borde de los párpados se extendían unas largas pestañas que hacían su mirada más reconfortante. Poco a poco dejé de temblar y recobré el sentido. Miré a mi lado y el cristal ya no estaba. Estaba cubierto por una cortina color añil. Pero debajo del suelo aún se podía ver todo. Volví a cerrar mis ojos con fuerza al verlo.

    —Tranquila, tranquila... —susurró—. Ven, levántate.

    Hice lo que me pidió controlando mis piernas de derrumbarse una vez más y con su ayuda, me senté en un sofá que tenía cerca. Sentía martillazos en mi cabeza. Me masajeé las sienes. Ella fue hacia un rincón apartado y regresó a mi lado con un vaso de agua entre las manos que acepté agradecida.

    —¿Tienes miedo a las alturas?

    —...sí.

    Guardó silencio y cuando terminé mi vaso de agua lo recogió y se retiró. En voz baja formulé un «gracias» y me acomodé en el sofá respirando más pausadamente para recobrar el ritmo.

    —Creo que lo mejor es que continuemos esta charla mañana.

    —¿Estás segura? —inquerí.

    —Sí. No te preocupes por tener que venir hasta aquí. Nos podemos ver en el restaurante italiano que hay a la vuelta de la esquina a las tres.

    —Está bien —jadeé.

    Me puse en pie dispuesta a irme y ella me siguió.

    —Déjame acompañarte hasta la puerta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro