23
Lalisa
La sangre me ardió como pocas veces lo había hecho. ¿Qué se creía que hacía Arya? Primero la confusión en su casa y después aquello. Es cierto que si John no nos hubiese interrumpido, habríamos llegado demasiado lejos. En parte agradecí eso, porque si hubiéramos traspasado esa barrera, no habría sido capaz de detenerme.
Su cuerpo respondía deliciosamente con el mío. Yo me sentía tentada a seguir tocándola y no me cohibía de mis obscenos pensamientos.
La deseaba tanto... ¿En qué momento acabó saliendo con John? Aunque no me era una molestia. No me podía decir que estaba enamorada de él. Sino, ¿cómo una mujer perdidamente enamorada podría encenderse de aquella manera con otra? Si él ni siquiera era capaz de satisfacerla. Era un verdadero fiasco que una bomba como Arya estuviese con alguien como John. Guapo, rico... Sí, lo tenía todo menos *eso*. Hablo de la capacidad de hacer que los ojos le brillen a alguien, ya fuese de deseo o por amor. En todo caso, Arya no manifestaba nada en sus ojos, a menos que estuviera conmigo, claro. Eso no se me había escapado. Y de no ser así, sus ronroneos mientras la acariciaba la habían delatado.
Esa noche en el hotel tuve que satisfacerme yo sola. Ya no era capaz de contactar con cualquier mujer de Londres que conociese. ¡Maldita Arya! Esa bruja me había amarrado, estaba segura. Solamente quería saciarme de ella. Tenía muy comprobado que no podía obtener nada de nadie que no se tratase de la chica de tez canela. Había cortado cualquier tipo de relación fuera de lo profesional con Samantha. Lo hice para acercarme a ella. Y cuando me quise dar cuenta, estaba besando a John.
¿En qué momento sucedió? Ah, sí. Fue un proceso lento. Comenzó con mi comportamiento contradictorio, y la gota que colmó el vaso fue cuando yo decidí darle la espalda ante sus problemas. Su alma pura me estaba esperando. ¿Y qué hice yo? Defender a Samantha como una inepta. Todo porque quise encerrarme en la burbuja en la que vivía, sin dejar que nadie sacudiera mis emociones. Luego llegó Arya y puso patas arriba todo lo que había logrado; por eso quise alejarla cuanto antes.
Mis pensamientos al respecto no habían cambiado. Sin embargo, mi consciencia y cordura se habían disfrazado y sin que me diese cuenta, la besé aquella noche. Después la hice sufrir y permití que la humillaran. Recibí una llamada suya que no esperaba para nada y todo pareció ir bien, hasta que sus sentimientos se enfriaron al final del encuentro.
Pero finalmente, ella no pudo contener su deseo desenfrenado —al igual que yo—, aunque bien podría haberse tratado de la frustración que me confesó tiempo atrás, ya que John no la había llenado en ese sentido. Sabía que solo yo podía tener espacio en ese puesto. Podría habérmelo ganado, pero se lo llevó el hombre que la trató con amabilidad y ternura desde el primer día. ¡Qué cosas!
El día posterior fue ajetreado y ocupado. Me ocupé de que todo el mundo afectado por el incendio no tuviera más problemas. De por sí, eso ya me llevó la mitad del día. Fueron demasiadas las personas inocentes que cargaron con la maldad de otros.
El resto del día lo dediqué a involucrarme en la investigación que se estaba llevando a cabo. Lo hice a escondidas de Arya. Ella me exigió que no lo hiciera, pero por provocarla hice lo contrario. Trató de convencerme argumentando que era lidiar con demasiado estrés que no me correspondía, que era trabajo de la policía. Tenía razón; claro que la tenía, pero yo necesitaba saber. Era algo más personal.
Resulta que el CEO de Jojo Blossom era Josh Blossom, el marido de Molly Kim.
Molly me engañó durante más de un año con ese bastardo y me cortó estando a semanas de su boda. De ahí mi temor a tener una relación amorosa. Sabía que no podía culpar a Rose por eso. Es decir, no se lo merecía, pero mi mente estaba hecha un caos y no podía procesar tanto. Poco después de la ruptura con Molly mis padres fallecieron; como un mes después. Todo eso me pasó factura a pesar de que acudí a terapia durante mucho tiempo. Pesqué una fobia al amor.
Arya era justo lo que necesitaba para darme cuenta de que podía sanar. Mi subconsciente me llevaba hacia ella poco a poco en momentos de despiste. Tenía que andarme con ojo para no acabar traspasando esa línea.
Qué triste fue que no pudiese contenerme por mucho tiempo.
El ardor en mi pobre entrepierna era tal que a altas horas de la madrugada me duché con agua fría. Ni siquiera después de eso me sentí más relajada. No podía tranquilizarme con el constante golpeteo que se oía en la pared. Resultaba que Arya y John compartían habitación en el hotel. Y, ¡vaya!, también se encontraba al lado de la mía.
Pude oír algún que otro gemido femenino. Odié que ese hombre estuviera satisfaciéndose mientras que ella se quedaba a medias. Y por supuesto, pensar en que yo podría hacerlo mil veces mejor contribuyó a que mis impulsos por irrumpir en su cuarto aumentasen. Evidentemente, no haría algo así. De ser el caso, «secuestraría» a Arya en medio de la noche para enseñarle lo que era gritar de placer, pero no podía hacerlo. Recordaba que ella todavía estaba en una relación con John. Intentaría que se diera cuenta de que no tienen nada que hacer juntos.
¿Otra vez esos pensamientos tan sucios? De vuelta al baño.
Arya
Amanecí con John abrazándome por la cintura. La noche anterior fue bastante movida. He de admitir que sus acciones respecto a nuestra primera vez mejoraron. Me besó y me tocó algo más. Fue... ¿bonito? Sí. Estaba segura de que John llegaría a gustarme. Él ya me dijo que me quería anoche. No le respondí. Apenas sabía lo que se estaba gestando en mi interior, pero no cabía duda de que pronto le podría corresponder. Lo creía ciegamente.
Bajamos al comedor dados de la mano.
En una mesa reservada estaban ya Rosé y Lisa. Después llegaron Jennie, Jisoo, Choi, Minho y Suni, el resto de jefes.
—¿Qué nos depara el día de hoy? —inquirió Jisoo después de darle un sorbo a su taza de café negro.
—Lo que manden las jefas —bromeó Rosé, dándole amenidad al momento.
Lisa guardó silencio y me miró expectante. El resto la imitaron.
¿Por qué me miraban todos a mí? ¡Era la novata!
«Relájate... Ayer apuntaste en tu agenda y repartiste las tareas para cada uno. »
—Dejé mi agenda arriba... —mascullé.
—¡Te la traje! —me interrumpio John antes de que fuera a la habitación a buscarla.
Le agradecí y una vez la tuve en mis manos y encontré la página, comencé a dar órdenes.
Algo hizo contacto con mi pierna. Era el roce de unas medias. Alguien estaba acariciándome con su pie. Vi quién se encontraba frente a mí. Oh, no..., era Lisa.
Me percaté de que en ningún momento dejó de mirarme con sus ojos inescrutables. Me removí en mi asiento, incomodada por la intrusión. Traté de hablar con la mayor naturalidad y claridad que me fue posible, pero estaba en otro mundo, esclava de la sutil lagotería a la que estaba siendo hundida.
Me estaba excitando porque el pie de Lisa me estaba tocando de forma ascendente y de vez en cuando de forma circular. Remojé mis labios, pensando que ya estaba perdida.
—Ary —me llamó Jennie—, ¿te encuentras bien?
Recobré el sentido de lo que estaba sucediendo en mi entorno. Ya no sentía el pie de Lisa cubierto por sus medias. Todos me seguían mirando con expresiones de estupefacción. Me estaba mordiendo el labio fuertemente y había arrugado la hoja de la agenda.
«Maldita Lisa» Quise arrancarle la cabeza. ¿Cómo me iba a mantener serena, con una mujer como ella frente a mí tratando de excitarme bajo la mesa?
Sí que estaba perdida. Lo más verecundo es que John era mi novio. Se supone que eso debería ocurrir porque me gustara y le amara, pero no sucedía ni lo uno ni lo otro. Estaba esperando algo que nunca llegaría porque me negaba a reconocer que era Lisa la que me gustaba. Me gustó desde el primer momento en el que la vi sentada en esa silla, desflorando racionalmente a toda aquella que osara a contemplar sus ojos fijamente.
Solamente dos cuestiones me seguían separando de ella. Una era que temía que ella volviera a humillarme por y frente a Samantha. ¿Quién decía que ella no era su novia, o algo así? Y la segunda era que yo nunca había estado con una mujer. No sabía cómo complacer a una y Lisa ya tenía años de experiencia. No quería demostrar mi decadencia a la hora del sexo lésbico. A esas alturas, tras apenas recibir de John, ya me excitaba mucho más con solo pensarlo, pero también me reprimía. Ni siquiera nadie podía ilustrarme. Mis padres eran homófobos. ¿Cómo les diría la niña a la que habían criado a pesar de tantas penurias y recaídas que de repente le gustaba la mujer con la que la habían comprometido con ese contrato? Me hacía gracia de tan solo pensarlo. Amigos no es que tuviese muchos. ¿A quién le diría? ¿A Lisa?
El concepto pasó como un flash por mi cabeza, pero después volvió a pasar y permaneció. La idea me escandalizó en un primer plano, pero tras meditarlo, ¿por qué no? No tenía que contarle todo. Podía —y debía— omitir algunos fragmentos de la historia. No lo tenía muy planeado. Ya tendría tiempo para pensarlo. Mientras tanto, debía centrarme en la tragedia que se estaba desarrollando a nuestro alrededor.
Me habría gustado saber en ese momento quién había sido tan infeliz de cometer tal atrocidad con tal de hundirnos.
Pronto lo sabría.
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