22
Arya
John se durmió. No tardé en aburrirme. A pesar de que estaba demasiado cansada, no era capaz de tener sueño por mi pánico a las alturas. Sentía ansiedad constantemente. Mis sentidos estaban alertados y listos para detectar cualquier anomalía. Aunque en realidad no serviría de nada porque en el caso de suceder algún imprevisto me paralizaría. Ni siquiera podía ponerme en pie de lo aterrada que me sentía. Sujetaba el reposa brazos con anhelo. Antes de que cayera, John me tranquilizó hablándome con normalidad y acariciando de vez en cuando mi brazo.
El hastío no duró demasiado antes de que una figura femenina de piernas largas y pálidas se presentara a un costado de mí. Giré mi cabeza con pudor.
—Ven a sentarte a mi lado —me mandó Lisa—. Tenemos que hablar sobre unos temas.
Se giró para irse. La detuve contradiciéndola:
—...no puedo ir.
Se dio la vuelta en mi dirección. En vez de preguntarme, estudió mi cara. No se demoró en percatarse. Sin embargo, se mantuvo impasible.
—Me trae sin cuidado. Te doy tres minutos para venir. —Y se fue.
La frase de «la venganza es un plato que se sirve frío» le vino como anillo al dedo. Me la estaba devolviendo por haber elegido a John antes que a ella, pero ¿qué le importaba?
Con los nervios desbordados agitando mis piernas, traté de ponerme en pie.
Una suave turbulencia; caí en mi asiento. Tras intentar calmarme durante unos segundos —sin triunfar— volví a ponerme en pie apoyándome el respaldo aún más ansiosa que antes. Estaba muerta de miedo. ¡Odiaba volar!, y a Lisa le importó un bledo. ¡Maldita sea!
Di el primer paso. Quería vomitar. Cerré los ojos con fuerza y tragué grueso. En algún momento debía coronar mi fobia. Definitivamente no lo lograría gracias a Lisa, pero intentaría andar por un avión sin desplomarme. Era tarea complicada, pero me sentía una inútil teniéndole que pedir todo a la azafata. Era un jet privado y teníamos libertad, pero yo no porque estaba anclada a mi pánico.
Agarrando con fuerza los respaldos de algunos de los asientos logré sentarme frente a Lisa. Me abroché el cinturón y por fin suspiré. Ya estaba segura. Empapada en sudor, fui relajándome poco a poco. Abrí mis ojos y me topé con una sorprendida Lisa.
—¿Qué? —inquerí jadeante.
—Nada.
Se levantó y se fue.
«Oh, ¿es en serio?» No cabía en mí del fastidio.
Regresó a los pocos segundos con una botella de agua y un pañuelo de tela.
—Toma —dijo tendiéndome la botella.
La acepté con gusto y bebí como hasta la mitad. Volví a respirar profundamente, con el pulso más ralentizado.
Luego me robó la botella de las manos y bañó el pañuelo en agua.
Contuve la respiración al sentir sus dedos bajo mi mentón acercándome a ella. Pasó el paño húmedo por mi cara, comenzando desde mi frente. Limpió con esmero todo el sudor de mi cara y cuello. Ni siquiera me di cuenta de que había terminado. Estaba demasiado inmersa en sus caricias y en sus ojos color café adornados de largas pestañas negras. Apostaría lo que fuera a que me podría haber pasado todo el viaje contemplándolos fascinada y sin perder las ganas de hacerlo. Olvidé por esos instantes que estábamos en un avión, uno de los lugares que más me aterraban.
Mi corazón latió con golpes fuertes cuando su dedo pulgar acarició mis labios. Su vista no se separó de ellos. Yo mantuve mis ojos andando por entre los suyos y sus labios entreabiertos. Inconscientemente me los mordisqueé.
Volví a la realidad cuando se separó de mí a regañadientes. Despegó su mirada de la mía con fastidio y se remojó los labios, acción que no pasé por alto. Dios..., la deseaba tanto en ese momento.
—Te venía a contar los detalles del incidente —indicó de repente. Una vez más me sacó a rastras de mi ensimismamiento.
—Vale —di paso a que prosiguiera.
—Como te conté, han surgido varios problemas gracias al incendio.
—¿Económicos?
—Es probable, pero no seguro. —Carraspeé—. También te conté que se sospechaba que fue provocado. La causa fue un incendio que provocó el sobrecalentamiento de las calderas y por lo tanto, fugas que provocaron que la presión ya acumulada detonara. Algo así no ocurre por un simple descuido. Y da la casualidad de que el personal justamente se encontraba en su descanso.
—Pero hay un «pero», ¿cierto?
—Así es —corroboró—. A pesar de lo obvio que resulta, aún no tenemos pruebas suficientes para afirmar los hechos con seguridad. Y de no ser así, dudo que nos lleven a un sospechoso justificado.
—¿Quiénes crees que puedan ser? —inquerí.
—Los candidatos más probables son Jojo Blossom y Evernever Company. Casualmente también tenían desfiles en Londres y en días posteriores
—Si de verdad fueron ellos, entonces trataban de opacarnos.
—Ajá.
—¡Pero eso es terrible! —exclamé—. ¡Quién sabe lo que puedan hacer en un futuro! ¡Ni siquiera les importa herir a gente inocente!
—Por eso teníamos que llegar cuanto antes. Si estamos en lo cierto, uno de los dos o los dos juntos están dispuestos a debilitarnos ante la competencia y dejarnos en números rojos y eso es algo que no pienso permitir.
Me puse nerviosa de repente. Llevé tres de mis dedos a la boca para mordisquearme las uñas. Conocía las dos empresas y tendría mucho sentido si fuera alguna de las dos (o las dos) la culpable. Ya se habían visto envueltos en más escándalos del estilo y siempre habían salido ilesos. No sabía cómo. No permitiría que lo hiciesen, si es que eso intentaban.
Lisa detectó mi ansiedad y posó sobre mi muslo su mano. Eso tan solo me hizo encontrarme más nerviosa aún. En su rostro hallé algo que no supe describir. Parecía anhelo o el impulso de querer tranquilizarme o hacerme perder la cabeza. ¿Por qué siempre era tan influenciada por su presencia? Ni siquiera me importaba ya que nos encontrásemos en un avión; estaba demasiado centrada en los actos de Lisa.
Una sonrisa se dibujó en sus labios y se levantó. Cerró una cortina que nos separaba de Rosé, John y otras personas importantes que también vinieron y luego volvió. Pero en vez de tomar asiento frente a mí, como antes, se sentó a mi lado. Tragué saliva disimuladamente. Creía que el corazón se me saldría disparado del pecho.
—¿Estás preocupada? —me preguntó volviendo a acariciar mi muslo de forma circular y lenta; muy lenta.
Se me secó la garganta y casi no pude hablar.
—Eu... Sí, un... un poco —balbuceé.
¿Me estaba poniendo así por un pequeño toque? Sí, obviamente. Se trataba de Lisa, ¿cómo no me iba a afectar, después de cómo estaba por ella?
—Necesitas relajarte un poco —murmuró en mi oído, erizando la piel de mi cuello—. Has estado muy estresada últimamente.
Si se hubiese tratado de John, me habría apartado y me hubiera asqueado. Con Lisa era tan diferente... Solo quería que el tiempo avanzara más lento de lo que ya lo estaba haciendo.
—Fue por tu culpa —logré decir.
—¿Qué? —inquirió apretando sutilmente la cara interna de mi muslo. Su nariz rozó la piel detrás de mi oreja.
—Aunque me ayudaste en varias ocasiones, me trataste peor que a la basura. Dejaste que Samantha me humillara.
—¿Serás capaz de perdonarme por ello? —me provocó con su voz enroquecida.
—N-no lo sé...
Sus dedos largos y maestros ascendieron hacia mi abdomen, palpándolo por encima de la ropa. Los músculos de esa zona se me tensaron al sentir el contacto intruso pero cálido.
—¿No me perdonarás? Mira como estás y tan solo te he tocado un poquito —se burló jugando con el lóbulo de mi oreja—. Si te toco ahí abajo estoy segura de que te encontraré tan húmeda como pienso.
No se equivocaba. Estaba totalmente en lo cierto. Y la forma gutural en la que lo pronunció solo hizo que mi humedad creciera.
¡Necesitaba que metiera esos dedos ya dentro de mí! Me había encendido como nunca nadie se había atrevido a hacer. Sentía tanta febril excitación que creía que podría humedecer el asiento.
—L-Lisa... —suspiré al sentir sus labios sobre la piel de mi cuello.
Una de sus manos apretó la curvatura cerca de mis cosquillas. Succionó con celo cerca de mi garganta. Me fue imposible no gemir en bajo. Eso no pasó desapercibido ante sus oídos. Lo sé porque la sentí sonreír.
Sus besos se hicieron menos pulcros y se convirtieron en succiones con leves mordiscos húmedas y ansiosas. Me tapé la boca para no gritar de las ganas que tenía de Lisa. Caí en la cuenta entonces de que no tenía ni idea de cómo lo hacían las mujeres. Estaba indefensa frente a la experiencia de Lisa. Fue como si hubiese vuelto a ser virgen.
—¿Arya?
La voz de John me forzó a abrir los ojos del todo y a apartar rápidamente a Lisa de mí. Ignorando que me daban miedo los aviones, corrí al asiento de en frente para disimular lo que estábamos haciendo. John abrió la cortina con extrañeza en su voz. Recé por que no tuviera marcas en el cuello. Hubo un punto en el que Lisa no se cohibió. ¡Estaba tan necesitada! Mi centro empapado palpitaba con ardor. Era casi doloroso de solo pensar que estaba eligiendo a John, un hombre que no me atraía en ningún sentido, por encima de Lisa, que tocándome ya casi había conseguido que me corriera. Mentiría si dijera que no creí oír a mi propio clítoris quejarse por eso.
«Está bien que Lisa te excite, pero ella no te ama. En cambio, John parece apreciarte y es cuestión de tiempo que encuentres el placer con él» me dijo el lado racional de mi cerebro.
«En el fondo bien sabes que la persona a la que quieres elegir es Lisa, pero no lo haces porque te da miedo ya que es una mujer» me regañó el más intrépido. «Si tan solo te arriesgaras descubrirías un nuevo mundo. No lo haces porque eres una cobarde.»
«Cobarde.» Esa palabra se me grabó en el cerebro. ¿Realmente estaba escogiendo a John por puro miedo a enamorarme de Lisa? Ella era fría, despiadada y con una fila de mujeres arrodilladas ante ella; tenía sentido que de una manera u otra me sintiese asustada. ¿Por qué no aprovecharse de lo que siento para utilizarme? Era una buena razón.
Sentí cómo me traicionaba a mí misma, pero tomé una decisión definitiva.
—¿Qué hacéis aquí solas? —interpeló sonriente.
—Estábamos hablando sobre asuntos privados —respondí lo primero que se me ocurrió.
Oí una delicada risa revolotear. Maldije y me dispuse a irme. Pero cuando estaba a mitad del camino, el avión se agitó levemente. Fue suficiente para recordarme en dónde me encontraba. Me hice puros nervios y las piernas me temblaron como espaguetis. Antes de que cayera, John me atrapó entre sus brazos y me agarró con fuerza. Quizá me pareció demasiada.
—Te tengo. —Su sonrisa se hizo más grande y me besó castamente en los labios.
—Gracias, John.
Giré mi cabeza hacia Lisa. Ella se encontraba sentada cruzada de piernas y con la cabeza apoyada en su puño. Me contempló sin quitarme ojo de encima. Pude distinguir las llamas danzar en sus iris. Me contuve de salir corriendo hacia ella y besarla sin parar. Todavía seguía necesitándola, y si no cesaba la enredadera de pensamientos sucios en los que ella se encontraba, terminaría haciéndolo de verdad. Podría tener un orgasmo con tan solo imaginar lo que sería estar con ella en ese sentido.
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