20
Arya
Me empujó a la cama y se posicionó sobre mí, apretujándome bajo sus músculos. Ni siquiera me besó antes; tan solo me llevó hacia su habitación e hizo eso. Una vez en su cama comenzó a desvestirme rápidamente y sin dejarme disfrutar del momento. Cuando estuvimos los dos desnudos, por fin me besó. Recorrió mi cuerpo con sus grandes manos y se detuvo en el punto entre mis piernas. Vagamente lo trató de estimular, sin éxito a la hora de encontrarme el clítoris. Después introdujo dos de sus grandes dedos en mí, brindándome al fin algo de placer.
—Eres preciosa... —murmuró. Los vellos de su cara pincharon mi cuello cuando él fue a besarlo.
No me sentía cómoda. Nunca antes me había cohibido de mantener relaciones sexuales con hombres, pero en ese momento no era lo que realmente deseaba. No sabía si era porque Lisa me había embrujado o algo parecido, pero mi cuerpo se encontraba totalmente rígido, sin querer adaptarse a John.
Solté un quejido cuando sentí que succionaba con mucha fuerza uno de mis pechos, mientras que amasaba el otro sin cuidado. Mordió mi pezón con tanta fuerza que casi hizo que llorara. No me estaba gustando. ¿Acaso John era vírgen? ¿O por qué otra razón lo haría tan mal? No lo sabía. No creía que fuese su primera vez, ya que él tenía varios años más que yo y con el éxito que tenía entre los dos géneros, era prácticamente imposible que no lo hubiese hecho ni una vez. Pero vaya, que era eso lo que parecía. No comprendía cómo otras mujeres no se habían quejado de su agresividad.
Cogió de un cajón del buró un preservativo, se lo colocó y sin más me penetró con su miembro. Lo hizo sin ningún tipo de pudor. Yo apenas estaba lubricada, así que me dolió que lo introdujera tan de golpe. Gemí en voz alta, pero fui callada por su boca. Siguió bombeando sus caderas con rudeza. El dolor disminuyó al mezclarse nuestros fluidos y por fin, dio paso al placer.
[...]
Desperté con el brazo de John rodeando mi cintura y su respiración en mi hombro. La noche anterior no fue muy cansada. Me desperté bastante pronto.
Decidí irme a mi casa. Me di una ducha y me vestí. Cuando regresé a su cuarto le encontré ya despierto. Me recibió con un beso en los labios. La maldita barba me volvió a pinchar. Ya detestaba eso y ni siquiera había transcurrido un día desde que nos besamos por primera vez y sus labios resecos y agrietados no hacían el apaño. Él no se podía comparar a Lisa, que con un beso de sus suaves y rellenos labios había conseguido que me flaqueasen las piernas. Por un momento imaginé lo que sería despertar junto a ella, en lugar se John.
¡No podía más! ¿Por qué huía de lo que sentía? Había sido heterosexual toda una vida y de repente me gustaba una mujer, ¡y qué mujer! ¿Qué importaba? Quizás mi familia era homofóbica y por eso me aterraba la idea de aceptar mis sentimientos. O es que igual era capaz de presentir el peligro y mi intuición me decía que Lisa estaba dañada. Pero eso era lo que me acercaba a ella. Quería descubrirla por dentro y saber qué era lo que yacía en su interior, que tanta oscuridad hacía flotar a su alrededor.
No podía esconderme, estaba claro. Cuanto más trataba de correr en dirección contraria, más me acercaba a lo que no quería llegar. Si lo intentaba con un hombre, no me llenaba. No importaba el método que empleara John; no podía satisfacerme por el simple hecho de que solamente quería las manos de Lisa sobre mí. ¿Era una pervertida por pensar cómo lo haría Lisa mientras John me llevaba a mi casa? Pues a lo mejor, pero tampoco me importaba, a pesar de que acabáramos de iniciar nuestra relación y ya tuviese en mente pintarle los cuernos. No me importaba. En mi mente sólo se encontraba Lisa. Su fino y sedoso cabello negro como el azabache. Sus ojos casi negros. Y sus labios... Todo aquello era lo único que quería. ¿Por qué era tan complicado? Lo tenía decidido; nada más llegar a casa llamaría a Lisa para hablar.
John se despidió con un casto beso en mis labios y se fue. Una sensación de culpabilidad se apoderó de mí. Acababa de tener sexo con él en nuestra primera cita y solamente quería hacerlo con otra. Era una terrible persona.
Telefoneé a Lisa, esperando que lo cogiera a pesar de que aún eran solo la diez de la mañana. Era sábado, así que no me sorprendería que siguiera durmiendo. Pero conociéndola, sí sería raro. Era habitual en ella levantarse temprano, al contrario que yo.
Finalmente descolgó la llamada. Su dulce voz sonó al otro lado de la línea e hizo eco en todo mi cráneo.
—¿Arya?
—Lisa.
—¿Qué quieres? —preguntó tajante.
—¿Puedes hablar? —inquerí a modo de respuesta.
—Claro, cuéntame.
—No, no... Digo hablar en persona.
—Umm..., sí, puedo. ¿Ha pasado algo?
Sí pero a la vez no. Era complicado de explicar, y más por teléfono. Aunque dudaba que pudiese concentrarme teniéndola en frente, con sus ojos traspasándome.
—No es nada grave —me justifiqué—. Solo necesito hablar contigo.
—De acuerdo. ¿Dónde nos vemos?
Se me iluminó la bombilla.
—Eu... ¿Qué tal en mi casa?
Tardó en contestar un poco.
—Mándame tu ubicación y voy. —Colgó.
Después de enviarle mi dirección, tal y como me pidió —o más bien ordenó—, corrí por las escaleras para elegir cuidadosamente mi atuendo. No podía demorarse mucho; ya conocía a Lisa y en menos de media hora ya estaría frente a mí puerta.
Se me derramó la máscara de pestañas en el suelo cuando oí el timbre. Fui como un rayo a abrirle la puerta a Lisa.
Casi se me cayó la mandíbula al suelo al ver lo preciosa que estaba. Llevaba el pelo con unas ligeras ondas que suavizaban y enmarcaban su rostro. Iba vestida con un mono de tirantes de color negro y unos tacones que la hacían ver aún más alta. Tragué saliva gruesamente ante tal obra de arte.
Dejé pasar a Lisa. Se quitó la chaqueta y la dejó colgada en el perchero. Le enseñé dónde se encontraba el salón de estar y fui a la bodega a por una botella de vino. Serví dos copas.
—¿Qué tipo de vino es este?
—De Cambria. —Sonreí.
Frunció el ceño.
—No me suena de nada.
—Eso es porque es casero. Mis padres tienen un viñedo cerca de casa.
Lo saboreó con gusto. Esperé ansiosa su veredicto.
—Es dulce pero sutil. Me gusta —comentó con una sutil sonrisa de aprobación.
Seguimos bebiendo y hablando sobre vino hasta que se nos acabó el tema. Entonces cambió el semblante tan amistoso que me había dejado ver hacía unos minutos por uno que pocas veces había tenido la ocasión de presenciar. Sus ojos atravesaron mi corazón con frialdad. Pero no me sentía como si fuese a echarse sobre mí en cualquier momento. Era algo muy distinto e indescriptible.
—¿De qué me querías hablar? No creo que se trate del vino —bromeó.
«Ahí vamos. ¡Venga, Arya!»
—No, la verdad que no... —corroboré riendo lánguidamente.
Respiré profundamente. Era la primera vez en mucho tiempo que hablaba con alguien. Me distancié de mis amigas progresivamente según estudiábamos en la universidad. Poco después de mi graduación, mi abuelo cayó en un estado crítico. Yo me quedé casi sola y era la primera vez que me volvía a abrir a alguien, y ese alguien me volvía demencial.
Ella tuvo la paciencia de esperar a que yo hablara. En ningún momento cambió su expresión. Eso me hizo sentir hasta reconfortada.
—¿Alguna vez te enamoraste?
Por poco Lisa escupió el vino que se estaba bebiendo. Nunca la vi así de sorprendida.
«Demasiado directa, Ary, corazón.»
Me estudió atónita en busca de burla o risa sin éxito.
—Sí —respondió brevemente.
—¿Qué sentiste?
—Pues... amor, supongo.
—Guau, no me esperaba eso —me burlé—. La gran Lalisa Manoba enamorada.
Rodó los ojos con fastidio. ¿Quizá no se lo tomó muy bien?
—No soy de piedra, boba —dijo con una tonalidad sarcástica.
—Lo parece —alegué.
—Joder, por algo será —resolló.
—¿Te rompieron el corazón o qué? —seguí bromeando.
Fui tan tonta de decir eso sin ser consciente de que mis palabras le estaban causando daño, que cuando me quise dar cuenta ya había dejado la bomba a punto de estallar.
—Creo que mejor me iré —cambió de tema levantándose del sofá, dispuesta a irse.
—¡Espera! —le llamé—. ¿Dije algo malo?
Ahora era ella quien se comportaba con burla.
—No es eso. —Rodó los ojos de nuevo—. Simplemente creo que esto es demasiado infantil. ¿Eres una adolescente?
Se dispuso a retomar su camino hacia la salida de la sala, pero yo la retuve por el brazo. Nuestros ojos se encontraron, echando chispas.
—Quédate, por favor —supliqué.
Lo meditó un poco y al final se volvió a sentar frente a mí. ¡Cómo ansiaba que ella estuviera a mi lado!
—Necesito ayuda —confesé—. No estoy segura de lo que siento por John.
—Ayer se te veía muy ilusionada.
—Sí, pero... no me gusta su forma de tocarme ni de besarme. Me repugna y me dan ganas de apartarme.
—¿Habéis follado? —inquirió sin tapujos.
—¿P-por qué quieres saberlo? —me quejé sonrojada, mas ella estaba totalmente seria. Me sentí infantil, como antes ella me dio a entender—. Sí..., anoche.
Me pareció ver su cuerpo tensarse por un pequeño instante.
—¿Y no te gustó?
—No. Ni siquiera me gusta que me bese. ¡Odio su barba!
Lisa se carcajeó por mi frustración. Luego se quedó con su típico gesto serio con apices de burla que tan loca me volvía. Se levantó de su sitio y se posicionó a mi lado. Colocó una mano en mi muslo y ejerció una pequeña presión en este. Mi cuerpo respondió a ese leve toque con ardor. Se acercó a mi oído y susurró:
—Si él no sabe volverte loca en la cama, huye de ahí.
Su voz gutural me hizo temblar. Sentir su aliento cálido y húmedo cerca de mi oreja me hizo cerrar los ojos de deleite.
Se alejó de mí. Me quedé sumida en sus ojos color chocolate negro.
No necesitaba más señales: estaba enamorada de Lalisa Manoban. No había más que prestar atención a cómo mi cuerpo se ponía al sentirla así de cerca. El regocijo me recorría cuando ella me tocaba con sus manos. Y casi me avalancé sobre ella cuando sus largos dedos me brindaron suaves caricias circulares en el muslo.
Sin más, Lisa regresó a su sitio frente a mí y continuamos hablando.
—¿Cómo sabes lo que es volverte loca en la cama? —inquerí—. ¿Alguna vez tuviste un orgasmo?
—Soy lesbiana, Ary.
Me quedé estupefacta ante su declaración y su sonrisa burlesca. Sabía que a Lisa le gustaban las mujeres, porque sabía de lo suyo con Samantha, pero no esperaba que los hombres no le gustaran. Aunque pensándolo así, se me hacía más sexy conocer esa parte de ella.
—Es casi imposible no tener un orgasmo con una mujer —prosiguió con su explicación—. Por el contrario, pocos hombres hacen venir a una mujer. No me sorprende lo que me cuentas.
Me pillé in fraganti pensando en cómo sería tener esos dedos tan finos y largos dentro de mí. ¿Me harían gritar del placer? Oh, ¿pero en qué momento me volví así de pervertida?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro