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17

Arya

A pesar de lo que viví en el día anterior, me encontraba con ganas de volver a trabajar. Sentía la misma alegría que cuando estaba a punto de empezar. ¿Al fin las cosas irían derechas?

    En media hora estuve aseada, vestida, peinada y maquillada. No me quedó más remedio que volver a usar las misma prendas. Me sentía sucia con ellas puestas. Supongo que porque me recordaba a las manos de ese asqueroso, pero no podía hacer otra cosa. Si me demoraba en ir hacia el hotel para cambiarme, llegaría tarde. Y también me daba corte pedirle a Lisa ropa. No tenía más remedio.

    Salí del dormitorio en busca de Lisa, mas no la encontré. En cambio, me topé con una mujer que no tendría más de unos cuarenta años deambulando por la cocina. Rápidamente se percató de mi presencia.

    —¡Buenos días, señorita Rose! —saludó con una hermosa sonrisa—. ¿Cómo se encuentra?

    —Bien. —Le devolví la sonrisa—. Ah, y tutéame.

    La mujer ensanchó su sonrisa.

    —Por supuesto. Mi nombre es Wattana, la asistenta personal de Lalisa, pero llámame Ana. —Asentí—. La jefa me pidió tu ropa para que la lave por si te sentías mal con ella puesta por lo del... incidente.

    Me dejó estupefacta lo detallista que fue Lisa.

    —¡Oh, gracias! Pero... no será necesario. Además, no tengo más ropa por aquí.

    —¡No te preocupes por eso! Lalisa también se encargó de eso. Como ustedes comparten gustos algo distintos por la moda, ella decidió comprarle ropa. Debería llegar de un momento a otro.

    En eso, el timbre sonó.

    Vaya que si Lisa era detallista.

    —¡Ves lo que te decía! —bromeó.

    Su buen humor y modo de tratar a las personas, tan jovial y alegre —y muy diferente al de Lisa— desde luego marcó el comienzo de la mañana.

    Ella regresó con una caja de un tamaño considerable entre manos. Me lo tendió cortésmente. Fui hacia el dormitorio en el que pasé la noche para cambiarme. Se trataba de un vestido color rosa palo de manga larga con una chaqueta de punto. En la caja también encontré una muda, medias y unas zapatillas bailarinas.

    O el gusto para la ropa de Lisa era excepcional, o es que había tenido un golpe de suerte, pero estaba encantada con cómo me sentaba aquello. También cabía la posibilidad de que me empezara a conocer mejor, pero en ese momento no caí en la cuenta.

    Me dirigí al comedor, que estaba unido a la cocina. Allí me encontré servidos varios platos. Uno tenía tortitas americanas, otro unas quesadillas y el último contenía cruasanes. En un vaso había zumo de lo que suponía que era piña. En otro se podía ver claramente que había agua. También había una taza con café.

    Wattana apareció por detrás. En sus manos transportaba un plato con magdalenas que olían a haber sido recién hechas.

    —Ana, no deberías haberte molestado —me disculpé con vergüenza.

    —¡Este es mi trabajo! —le restó importancia.

    —Pero todo esto es demasiado —insistí—. No quiero ser una molestia...

    —Mujer, no te preocupes y come, ¡que se te hace tarde!

    Wattana, es decir, Ana, se comportó igual que una madre. La mía nunca fue de hacer ese tipo de desayunos; siempre lo hacía nuestra ama de llaves, pero sabía que así eran la mayoría de madres estadounidenses por mis amigas y por historias que leí. Y por primera vez, experimenté en mis propias carnes lo que era la calidez familiar, aunque me la transmitiera una mujer a la que no conocía de más de unos minutos. Igualmente, le cogí gran aprecio por el simple hecho de tomarse tantas molestias, por mucho que se tratara de su trabajo, como ella indicó.

    Al estar lista, Ana me informó de que ella se había encargado de acercar mi coche hasta el garaje (de Lisa) desde la inmobiliaria. Agradecí mil veces su amabilidad.

    Llegué hasta M.T con algo de tiempo antes de que comenzara la jornada. Perfecto; así no estaría a prisas, como siempre, y tendría el privilegio de poder tomármelo todo con tranquilidad. No sé cómo, pero me acabé enterando de que Lisa siempre llegaba media hora antes. Así por fin sabría lo que se sentía, más o menos.

    Unos minutos después de instalarme en mi despacho, Lawan apareció. En su pálido rostro pude ver la sorpresa al verme tan pronto. Le sonreí en señal de que entendí todo lo que se le pasó por la cabeza en ese momento.

    —Yo... lo siento mucho por lo que te pasó ayer —manifestó de repente, cuando dejamos de reír.

    ¿Cómo se había enterado?

    Me mantuve en silencio durante unos instantes. Buena sorpresa mañanera era aquella.

    —¿Quién te lo contó, Lawan?

    —Mientras me alistaba esta mañana, la presidenta Manoban me llamó por teléfono y me contó lo sucedido. Se justificó diciendo que yo debería saberlo para apuntarte a una clase de defensa personal, al menos. También me dijo que te apoyara como una amiga, más que como una secretaria —añadió sonriendo tiernamente.

    —Oh... está bien —bisbisé y le devolví la sonrisa.

    —Y bien, ¿cómo te encuentras respecto a ayer? —se preocupó—. ¿Necesitas algo?

    Respecto a la primera pregunta, pues no estaba nada mal. Me había besado con Lisa y había admitido que tenía sentimientos por una mujer..., ¡una mujer! Y hablando sobre la segunda, solamente necesitaba volver a ver a Lisa. Deseaba que el día terminara lo antes posible. De tan solo pensar en encontrármela en su sillón giratorio con su mirada petrificante, me recorría un cosquilleo. La forma de besarme que tuvo anoche me cautivó y me dejó en un sueño y a la vez más despierta que nunca. Necesitaba volver a besarla, eso estaba claro. Pero antes de poder hacerlo, tenía que transcurrir todo el día.

    «Bueno, pues ¡manos a la obra!»

[...]

    Cerré el portátil y me preparé para tener todo listo y recogido para el día siguiente. Me estaba alisando la falda del vestido cuando oí unos suaves toques en la puerta.

    —¡Adelante!

    Esperé que fuera Lisa, pero era Lawan. Ella lucía intranquila.

    —¿Sucede algo? —inquerí curiosa.

    —Sí —dijo inquieta—. Se trata de algo serio.

    —Tienes toda mi atención. Cuéntame qué pasa.

    Mi intuición era bastante buena. Podía hacerme a la idea de lo que podría ser. O al menos, tener un concepto. Nada más ver la intranquilidad de Lawan...

    —Se trata de que lleva casi tres semanas y su reputación ya se encuentra bastante ensuciada. —Y sí, era como me esperaba, aunque no me enfadó demasiado—. Es ella, Samantha... Y esta vez ha sido peor.

    —Bueno, ¿qué dijo? —quise saber, perdiendo el interés tan rápido como oí el nombre de esa rubia estúpida.

    —Fue muy lejos. Ella por alguna razón se enteró del incidente de anoche y ahora ya lo saben todos. —Se me cayó la mandíbula al suelo y por poco Lawan tuvo que recogerla. ¿Qué le sucedía a esa maldita?—. Y la cosa no termina ahí... Ella también dijo que tú invitaste a ese hombre a hacerlo y finalmente te negaste para luego inventarte todo lo que sucedió. Y creo que además mencionó algo sobre que llevabas una falda muy corta, y que estabas dispuesta a provocar a todo el que se diera la vuelta.

    ¡Ya era suficiente! Que se burlara de mi ropa... Que me tomara por una ramera, vale. Que esparciera falsos rumores con tal de arruinarme la reputación, no se sabe muy bien a cuento de qué, también lo admitía. Pero que ella se atreviera a decir algo como que yo había mentido sobre mi propia agresión... Aquello era demasiado. Era un monstruo. ¿Por qué no la había despedido ya? Nada más ella solamente mantenía relaciones con Lisa, esa era la única razón por la que no la despedía; para que ella no se enfadara conmigo. ¡Pues al cuerno con eso! Podía imaginarme en dónde estaba ella ahora mismo, así que cogí el andante hacia al ascensor y llegué hasta el despacho de Lisa, dispuesta a ponerle los puntos sobre las íes.

    Abrí la puerta con fuerza y la cerré de un portazo, tal y como estaba acostumbrada a esas alturas. Me las encontré en un escenario bastante curioso. Samantha estaba sentada en la butaca que estaba en frente del escritorio de Lisa, y ella estaba muy cerca de ella... Se encontraba acorralándola en su sitio. Tenía un brazo apoyado en el reposa brazos y otra en el escritorio. Sus caras estaban muy cerca. Me pareció poder ver algo de ira —por primera vez— en el rostro de Lisa y miedo en el de Samantha. Pero no lo tengo claro porque creí verlo solo por una milésima de segundo. Sus expresiones cambiaron a unas sobresaltadas, aunque solo por parte de Samantha. Lisa mantuvo su semblante amenazador pero neutro.

    Yo ya había entrado en cólera. Estaba lista para cantarle las cuarenta.

    Me acerqué peligrosamente a Samantha. Le dirigí a Lisa una mirada amenazadora para que se apartara y así lo hizo. Ella se fue al otro lado del despacho para sentarse en el sofá, aparentando que no escuchaba nada. Aunque yo bien sabía que estaba haciéndolo.

    —¿Hasta cuándo piensas seguir riéndote de mí? —interpelé con contenida ira.

    —Oh, no sé de qué me habla, señorita Rose.

    ¿Se hacía la que no sabía? Ella no sabía en dónde se había metido.

    —¿No me tuteas después de todas las atrocidades que me has hecho? Me sorprende, pero eso ya no tiene importancia. Mañana mismo no volverás a poner un pie en este edificio. Y me encargaré de que no lo hagas en ninguno.

    Vi sus labios fruncirse. Buscó ayuda en Lisa, que disfrutaba de la escena. Se levantó de su sitio y se posicionó al lado de Samantha con una sonrisa pequeña y un raro lustre en sus orbes.

    —En realidad, Samantha sí vendrá mañana a trabajar —glosó con bajeza—. Y también el resto de días. No despedirás a nadie.

    «¿Qué?» quise preguntar, pero ninguna palabra salió de mi boca.

   Me repuse del impacto que tuvo su voz en mí.

    —No lo permitiré. Ella solamente ha causado problemas desde que llegué aquí. Bastante he aguantado ya.

    Lisa casi ni se inmutó del pesar que utilicé para hablar. ¿Acaso no le importaba cómo me hiciera sentir que Samantha afirmara que yo misma me había buscado que casi me violaran? Apreté los puños, como si así pudiera contener las lágrimas. Mis ojos ardían.

    —Samantha trabaja bien. Estoy segura de que no volverá a hacer ninguna de las suyas —afirmó. Samantha me dirigió una mirada ruin.

    —Lisa, creo que no me estás entendiendo. Me da igual cómo trabajé Samantha. Ha agotado mi paciencia y creo que fui muy amable al no despedirla en cuanto nos conocimos.

    —La que no me está entendiendo eres tú —impuso—. Samantha se va a quedar aquí.

    No sé qué me enfureció más. Si escuchar que esa zorra se quedaría o que Lisa despreciara el poder de mi cargo, que era el mismo que el suyo.

    —¿Insinúas que no vas a dejar que la despida? —inquerí con el tono de voz aguado.

    —¿Es necesario repetirlo? —quiso saber Samantha.

    Estaba harta de esa asquerosa.

    —¿Es porque trabaja bien? ¿O porque folla bien? —Dejé en el aire la elección de Lisa entre esas dos posibilidades. Yo ya la conocía de sobra—. ¡Esa zorra merece quedarse en la puta calle! ¡No tiene respeto por sus superiores! Y me sorprende cómo la defiendes cuando ayer me besaste...

    Samantha abrió los ojos un poco. Por otra parte, Lisa solamente enarcó una ceja. Parecía hacerle gracia todo aquello. Eso solamente me hizo quemarme por dentro.

    —¿Te emocionaste por unos besitos? —se burló— ¿De verdad te pensaste que eso cambiaría la pésima relación que tenemos? ¿O me dirás que yo realmente pretendería algo contigo?

    Me eché atrás con la cabeza dando vueltas. ¿Por qué me sorprendía tanto? Ya la había pillado con Samantha haciéndolo en ese mismo despacho. Y ¿de verdad me había tragado eso de que ella podía querer besarme? Me negaba a aceptar que eso fuese de aquel modo. Sus ojos no me mintieron, y menos su boca y sus manos.

    Estaba de más allí. Me sentía avergonzada. Tuve que salir corriendo para no colapsar allí mismo.

    La ola de negatividad impactó en mí mientras regresaba a la habitación de hotel. Ni siquiera podía descansar allí; todavía tenía que resolver el tema de la mudanza.

    La única pregunta que mantuve en mi cabeza fue: ¿por qué? ¿Por qué Lisa me había hecho eso después de actuar como lo hizo ayer?

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