16
Arya
Estuve durmiendo durante unas cuantas horas. Me desperté en medio de la madrugada. En el buró al lado de la cama se encontraba un reloj que marcaba las tres de la madrugada.
«Una hora muy paranormal.»
Mi desvelamiento no se debió a una causa natural, como tener sed o ganas de hacer aguas menores; era porque oí un murmullo de gemidos y palabras.
—No..., no... Basta... ¡Basta!
No podía haber nadie más en la casa a parte de Lisa o yo. ¡Tenía que ser ella! ¿Y si alguien se había colado y le estaba haciendo daño? Tenía los sentidos más preparados ante esa posibilidad por lo que sucedió unas horas antes. O a lo mejor tan solo estaba paranoica.
—Por favor... ¡No! —Sus palabras y gimoteos iban y venían. Estaba caminando por la oscuridad palpando las paredes como ayuda y cada vez lo oía más claro y con mayor frecuencia.
Me detuve ante la puerta entreabierta del dormitorio de Lisa. Por la mirilla colé uno de mis ojos para registrar cualquier anomalía. Nada fuera de lo común, a excepción de varios movimientos bruscos que se producían en la cama. Era ella. No paraba de removerse. Hacía ademanes de querer apartar algo de ella con sus manos y pies, pero encima de ella no había nada. Éramos las únicas en todo el apartamento. Estaba teniendo una pesadilla.
Mi sexto sentido de la empatía se activó y acudí a su lado tan rápido y sigilosa como pude. ¿En qué momento comencé a sentir lástima por lo que le estaba ocurriendo? Ah, sí, ya recuerdo. Fue en el momento en el que ella se quedó hablando conmigo por teléfono cuando un desquiciado ansiaba tocarme. O quizás algo antes, cuando ella cuidó de mí.
Me senté con una rodilla cruzada, en una posición cómoda, a su lado, y la sujeté firme pero delicadamente por los hombros. Sentía que si la apretaba demasiado contra mí, la rompería como si de cerámica se tratase.
—Lisa, Lisa —murmuré con suavidad mientras agitaba sutilmente su cuerpo para que despertara de aquel mal sueño.
Dibujó una expresión agria en su perfecto rostro de porcelana que me partió el corazón. Seguía sin despertar.
—Basta...
—Lisa —volví a llamarla. Sacudí su cuerpo con más energía. Por fin sus ojos se abrieron de par en par. Sus carnosos labios se separaron para aspirar oxígeno.
Casi al momento, sus ojos dejaron el vacío para unirse con los míos. Era una contradicción. Sentía que luchaba entre apartarme de allí y dejar que me quedara.
Ahí, de rodillas en su cama, en una postura muy extraña y con su cuerpo tendido sobre mis piernas, comprendí por fin el maremoto de emociones que había estado sintiendo desde que conocí a Lisa. ¿Por qué había estado pretendiendo odiarla? Desde un primer momento sus ojos me cautivaron. Sus iris de un magnetismo sin igual siempre buscaban los míos y los dejaba totalmente pegados con cola.
Siempre me pareció hermosa, con su pelo corto color azabache con un flequillo que ocultaba a medias sus cejas arqueadas, sin olvidar los mechones blanquecinos de la nuca. Su piel pálida y sus mejillas sonrosadas. Su figura, algo más alta que la mía y que podía imaginar que estaba malditamente esculpida por las nueve musas del arte. Y más allá de eso, me encontraba totalmente enganchada y adicta a su personalidad gélida y tajante pero a la vez guasona, que tantas veces había hecho mi cuerpo arder.
Ya entendía lo que me estaba ocurriendo. Y al final, al concordar todo en mi mente, mi corazón se disparó ante la escena en la que estábamos.
No cortamos la conexión entre nosotras en ningún momento. Ninguna emitió ni un sonido ni palabra. Solamente existíamos ahí.
—Tuviste una pesadilla y vine —me atreví a decir.
Sus orbes no se movieron, solamente pestañeaban cada cierto tiempo en un aleteo que hacía querer notar la gran longitud de sus pestañas.
Hizo ademán de querer decir algo, pero cerró su boca. No rompió ese silencio en ningún momento.
En mi mente me hice la enajenación de que quizás ella quería gritarme que me largara, que le producía arcadas, pero que no lo decía porque eso podría afectarme, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos.
Ya la había despertado; ya podía irme. Yo ya estaba totalmente desvelada, porque el simple hecho de visualizar sus ojos atravesándome ya era más que suficiente para mantenerme despierta toda una vida, pero de seguro ella se sentía cansada. No fue un buen día para ninguna de las dos.
Me levanté de la cama y di media vuelta para irme. Y estuve muy a punto de atravesar esa puerta. Casi llegué hasta mi habitación, pero... ¡ah, a quién quiero engañar! Sí, mis intenciones eran esas, pero sucedió algo muy distinto. Al dar la mitad de un segundo paso, una mano me agarró del brazo con fuerza, deteniéndome en seco.
Lisa se encontraba sentada en el borde de la cama, con su mirada igual de abierta que antes y conectándose de inmediato con la mía. Eso se trataba de pura magia. No podía ser una casualidad. Sus magníficos labios estaban ligeramente inflamados, por las horas de sueño, y entreabiertos. La magnífica figura que poseía Lalisa se podía fácilmente adivinar bajo su pijama de seda negra. Ella se encontraba ahí: sentada, a menos de un metro de mí y con una mirada hambrienta cargada de magma burbujeante.
No pasó demasiado tiempo hasta que ella se puso en pie y acortó de una zancada el poco trecho que nos dividía. Tiró de mi brazo y sus labios chocaron suavemente con los míos. Inició una pequeña danza que no me tardé en bailar junto a ella.
Sus manos viajaron a mi espalda para atraerme más hacia ella de un tirón seco pero no demasiado. Una ascendió por mi cuello, llenándolo de ardor por entre las diminutas caricias que sus yemas dejaban a su paso. Las mías tímidas no se atrevieron a abandonar sus hombros.
Lisa chupó y mordisqueó mis labios a su antojo y yo no me quedé atrás. Di cuanto tenía.
Me encontraba aturdida por la repentina acción. Sus labios eran el paraíso. Y he de confesar que, si bien las veces que no dormí por las noches no pude dejar de imaginar lo que sería sentirlos, en las escasas madrugadas en las que logré conciliar el sueño, su rostro y sus rojizos y carnosos labios fueron los protagonistas de mis fantasías.
Me tomó por la nuca para hacer el beso más profundo. Conocía esta acción de sobra. Se realiza cuando deseas mantener un beso más... fogoso con alguien. Ella estaba a punto de hacerlo y yo no cabía en mí del gozo. El calor de su cuerpo contra el mío hacía que me quisiera derretir.
Sus manos hábiles y prácticas brindaron pequeñas caricias a mi espalda y cabeza... Todo aquello no podría ser sino mi imaginación. La incité a que me besara un poco más y con gusto, mordisqueó mis labios. Aquello era prueba de que no era un sueño. Realmente estaba viviendo todo aquello.
Los minutos que estuvimos unidas en un beso tan apasionado y tan posesivo —por su parte— para mí se convirtió en una eternidad que deseé que no se acabara. Pero llegó a su fin.
Cuando nos separamos, pude notar su boca algo más hinchada que antes. Me aguanté una risa sobre aquello. De alguna forma sentía que si me reía, corría peligro, aunque no sabía de qué tipo.
Volví a nadar en sus ojos oscuros, que con la tenue luz de la luna se veían como el carbón. Con una belleza así de cautivante frente a mí y con tanta habilidad para deleitarme con un mero beso, me costó contenerme de no lanzarme a sus brazos y comerme sus labios tentadores hasta quedarme sin aliento.
—Deberías volver a la cama a dormir —mencionó con la voz enroquecida; quizá por el sueño o por el tono bajo que utilizó para hablarme. O puede que por alguna otra razón que a estas alturas de la historia, ya es de intuirse.
No me quise quejar ni oponerme. Estaba perdida. Lisa me había dejado totalmente desorientada. Simplemente me volví y me fui, tal y como ella me ordenó que hiciera.
Lalisa
Me juré y me volví a jurar que no haría algo así. Prometí que nunca más mostraría mis sentimientos a ninguna persona, y menos por un beso.
Era consciente de que ella había sentido la electricidad que había corrido por nuestras arterias; yo también lo hice. No me había quedado tan satisfecha con un beso desde hacía muchos meses. Incluso algo más de un año, y mira que había besado más de una boca distinta —aunque tampoco tantas. Pero de ningún modo recordaba haber disfrutado tanto como lo hice besando los labios dulces de Arya. Ni siquiera con Molly había sido capaz de sentirme tan ansiosa por volver a acercarla a mí. Había sido tan distinto... que me aterraba. No solo por mí, sino por Ary.
Tenía que apartarme cuanto antes de ella por su bien y por el mío. No quería causarle ningún daño. No me sentía lista para algo así ni nunca lo estaría. Irremediablemente pensé en Molly, porque ella era la culpable de eso. Fue ella quién dejó en mí una cicatriz tan profunda. No quería que eso se repitiese de nuevo, y menos quería que fuese con Arya. Me importaba demasiado como para perdonarme si ella saliera lastimada por mí, aunque ya lo había hecho más de una vez.
Hacer algo como lo que estaba a punto era complicado cuando lo único que quería era pedirle que se quedara en mi cama, y no para dormir. No ayudaba que antes de toda esa escena, ella me pidiera ayuda tan desesperadamente, luego me abrazara con toda la pureza de su alma y finalmente me despertara con esos ojos de plata y esa mirada tan preocupada por mí. Poseía la belleza de una sirena; hecha únicamente para ser febrilmente admirada por los mortales, como yo. No quería ser la que mancillara esa grácil pureza tan suya.
Me resultó imposible lanzarme a sus labios. Caí cuando creí que se iba. Un frío inexistente me congeló y mi primer reflejo fue detener y atraer hacia mí la principal fuente de calor, en otras palabras, Arya. Y cuando besé sus labios... Dios, eso fue tocar el cielo.
Me costaba desprenderme de ella, no me cabe duda. Me dolería como el infierno infringirle ese daño, que aunque prevenía uno inmensamente superior, no dejaba de ser algo terrible, pero no dejaría que nadie más entrara a mi vida de la manera en la que Molly lo hizo. Sobre mí se cernía la fase más dura del proceso: evitarla y olvidarme de verla como lo hacía.
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