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15

Me empujó lejos de la salida y cerró la puerta bajo llave. Estaba paralizada, pero en cuanto dio un giro en mi dirección, salí pitando de allí.

    Subí corriendo las escaleras mientras buscaba en mi teléfono a alguien a quien pudiese llamar.

    —¡Ayuda! —bramé todo lo alto que pude mientras corría por uno de los pisos hasta las siguientes escaleras.

    —Nadie te oirá por mucho que grites —le oí vocear a una distancia alarmantemente pequeña—. Estamos solos.

    «Estamos solos...» Esa frase se repitió en forma de eco por mi cabeza y chocó contra mis sentidos. Entré en pánico y aceleré el paso.

    Cuando gané la suficiente distancia como para dejar de verle detrás de mí —al subir las escaleras—, pulsé un nombre cualquiera del registro de mis llamadas. Unos cuantos pitidos sonaron. Cada uno hacía que mi angustia se hiciera más y más grande. Finalmente oí una voz contestar al otro lado de la línea:

    —¿Te has perdido? —oí preguntar a Lisa.

    Su voz disminuyó mi horror momentáneamente. Pero no pude contener mi miedo cuando tuve que explicarle lo que me estaba sucediendo en ese instante.

     —¡¡L-Lisa, ayúdame!! —le rogué—. ¡Por favor!

    Sentí su perplejidad.

    —¿Qué pasa? —inquirió.

    Palidecí al ver a ese hombre cuyo nombre aún desconocía aparecer, doblando las esquina por la que se encontraban las escaleras. Mi primer instinto fue huir hacia un pequeño despacho y encerrarme en él echando el pestillo.

    Al oír mis pasos acelerados y el golpe que produjo el impacto de la puerta al ser cerrada de golpe, cambió de pregunta:

    —Dónde estás —gruñó seria.

    —En Bangkok's city. La inmobiliaria —especulé.

    —Voy para allá de inmediato —declaró.

    —Por favor, ¡no tardes! —sollocé.

    Jadeé al oír unos golpes en la puerta. Recogí mi cabeza entre mis brazos y me tapé los oídos. Una voz que encontré angelical en ese momento, hizo que mi atención no se escapara de ella y cayera en los malignos tentáculos que querían que desfalleciera. No era el momento, me dije.

    —Quédate hablando conmigo —dijo como una orden—. Ya estoy en camino.

    Susurré un «vale» y me escondí en una esquina, esperando que él no me encontrara.

    —¡En cuanto entre allí te haré gritar! —rugió.

    La poca calma que tenía se me estaba escapando de las manos y era incapaz de retenerla. Tragué grueso. Unas lágrimas cayeron por mis mejillas.

    Los golpes seguían sin cesar, pero me reconfortaba oír decir a Lisa que llegaría antes de que nada me pasara. Pero de repente, una vibración en mi móvil hizo que me diera un vuelco el corazón. Se me estaba acabando la batería.

    —¿Qué fue eso? —inquirió.

    Con la voz ahogada de llorar, respondí, exponiendo el pánico incontrolable que sentía:

    —...s-se me está acabando la batería.

    Lisa jadeó y me dijo con la voz más tierna posible:

    —Todo va a estar bien. Te lo prometo, Ary.

    Aquel juramento me dejó hipnotizada hasta el punto de casi olvidar todo lo que estaba sucediendo.

    Aunque como todo lo bueno, eso se acabó en cuanto se oyó un estruendo terrorífico, revelando la alta y delgada figura de ese hombre. Durante todo el día sonrió sin parar, y en ese momento su expresión estaba totalmente distorsionada. Poseía una sonrisa tétrica que no me auguraba nada bueno. Me repugnaba todo de él y me repugnó desde el principio. Debí prestar más atención a lo que me decían mis instintos...

   En cuanto dio el primer paso, lento y calculado, sentí que me faltaba la respiración. No podía sostener el teléfono del tembleque que producían mis manos, y cayó al suelo.

    —Por favor..., no me hagas esto —supliqué en un balbuceo.

    El hombre se acercó un poco más a mí.

    —¿Arya? —me llamó Lisa desde el otro lado, más yo no respondí.

    Él dio otro paso más acelerado que el anterior. Y así, otro más. Intenté echarme hacia atrás, como si no estuviera ya totalmente pegada a la pared.

    —¡Lisa! ¡¡¡Lisa!!! —chillé sin parar de llorar—. ¡¡Por favor no!!

    —¡Arya, estoy a punto de llegar! —oí entre mis gritos.

    —¡Lisa, por favor! ¡¡Lisa, te necesito!! —lloré esperando que apareciera ya por esa puerta. Nada más terminé de decir su nombre, mi teléfono se apagó, así que no sé decir si ella llegó a oírme

    Estaba completamente sola. La batería de mi móvil había salido volando junto a mis esperanzas y mi autocontrol. Éramos ese hombre y yo. Yo era la desafortunada presa que estaba a punto de sucumbir en sus fauces. Me estaba mareando por la falta de oxígeno.

    —Créeme; en cuanto empiece no querrás que termine —trató de convencerme antes de agarrarme del pelo y arrastrarme bruscamente hacia el escritorio que había allí.

    —¡Detente, por favor! —pedí en vano.

    Intenté resistirme propinándole algunas patadas o golpes, pero eso provocó su cólera y mi perdición. Estaba perdiendo fuerza. Sentía que me iba a desmayar, ya que estaba hiperventilando. Pero el horror que sentía me mantenía despierta y saber que Lisa pronto llegaría también lo hacía.

    Me inmovilizó y me tumbó contra la mesa. Cogió mis muñecas y las elevó por encima de mi cabeza. Con su otra mano, agarró mis piernas, impidiendo que le golpeara. Estaba llorando sin parar y solamente le rogaba que se detuviera. Le prestaba una deslenguada atención a mi cuerpo.

    —Eres increíblemente preciosa... —murmuró contra mi oreja. Le proporcionó a mi lóbulo un pequeño mordisco. Casi vomité.

    Restregó su cuerpo contra el mío sin discreción. Su erección hizo presión contra mi intimidad, que estaba cubierta por una falda y mi ropa interior. Mis sollozos fueron callados por sus labios. Odiaba la sensación de su barba rascando mi piel, y su boca forzando a la mía a abrirse. Me retorcí y logré que despegara sus labios. Los sentía asquerosamente pegajosos. Me tuve que morder la lengua para no escupirle. Debería haberlo hecho, pero eso tan solo haría más insignificantes las posibilidades que tenía de salir ilesa de allí.

    Abrió mis piernas bastándose de las suyas y me sujetó con fuerza de los hombros para que no me echara hacia atrás y pudiera cerrarlas. Estaba expuesta ante él. Solo quería que todo terminara ya. Cerré los ojos esperando que así fuese, pero los abrí de inmediato en cuanto sentí una de sus manos acariciar lascivamente uno de mis senos y acto seguido retorcerlo. Entonces logré liberar una de mis manos y darle una bofetada en la cara. Se quedó inmóvil con los ojos cerrados; yo también estuve muy quieta y temblando. Me encogí cuando los abrió y me miró con odio. Si ya me costaba respirar desde antes, en ese momento estaba luchando contra la taquicardia que estaba sufriendo para no perder el conocimiento del todo.

    Levantó su puño y estuvo a punto de golpearme con él cuando, de repente, un montón de voces nos sorprendieron. Mi salvación.

    —¡Deténgase inmediatamente y póngase contra la pared! —le ordenó un hombre uniformado de policía.

    Mi agresor se separó de mí de mala gana e hizo lo que se le dijo. Yo salí corriendo en dirección contraria a él, me senté en el suelo bajándome la falda y comencé a llorar tras dar una profunda bocanada de aire.

    Mi respiración seguía siendo irregular. Me costaba calmarme tras lo acontecido, un poco más y él me hubiera... Varios escalofríos continuaban sacudiendo mi cuerpo. Tenía frío. La garganta seca.

    Se me pasó por la cabeza mirar a mi alrededor lo que estaba ocurriendo. Así lo hice. Dos policías se llevaron a mi agresor, que ni su nombre me había dicho y otro que se había quedado se acercó y se agachó a mi lado.

    —¿Se encuentra bien? ¿Le llegó a hacer algo? —Mis mejillas se volvieron a empapar al recordar cómo me tocó.

    —M-me estaba... tocando.

    Asintió. Me ayudó a ponerme en pie y me indicó que debíamos salir fuera.

    Al salir del edificio, mi atención se centró en una voz suave pero intensa que sonó inquieta, rozando la histeria.

    —¡¿Dónde está?! —la oí hablar.

    Era Lisa. Ella había llegado. Y más importante aún, me estaba buscando.

    No me lo pensé dos veces. Al visualizarla, corrí hacia ella como si fuera una línea de meta. Cuando toqué sus brazos y la rodeé con los míos, volví a llorar. No se demoró y me correspondió al abrazo. Su tacto se sentía tan caliente. Era lo que más ansiaba. El calor de su corazón parecía contagiar al mío, y una nube de fogaje se expandió por todo mi ser, tomando como su núcleo, mi pecho. La sostuve más fuerte.

    —Tranquila, Ary. Ya no te puede hacer daño —susurró cerca de mi oreja.

    No comprendí el poder que tenía ella sobre mí. Si me tocaba, me derretía. Y si me hablaba, el mundo se detenía. No era consciente de ello porque me consideraba al cien por ciento heterosexual, pero estaba prendada de Lisa. Lo único que necesitaba era que siguiese acariciando mi cabello como lo estaba haciendo y me susurrara palabras bonitas. Su forma de consolarme me hizo olvidarme que por poco ese señor me hubiese hecho tamaño daño. Y nada más necesitarlo, Lisa se había presentado allí en menos de lo que canta un gallo. Tenía su mejilla pegada a mi cabeza y sus brazos me sujetaban con protección; con eso me bastaba para saber que ella realmente no me odiaba.

    Claro que cabía la posibilidad de que ella me hubiese ayudado por código de honor entre mujeres, pero no me habría tratado de ese modo de ser así. Y en el escenario me trajo sin cuidado, porque estaba demasiado agitada, pero más tarde le daría vueltas al asunto, mientras trataba de dormir.

    Lisa nos llevó a su casa e hizo un par de llamadas telefónicas para ocuparse de las declaraciones, entre otros asuntos. Yo, mientras tanto, me duché y me vestí con uno de sus pijamas. Acordamos que me quedaría a dormir. Prácticamente se lo rogué mientras me llevaba en su coche y ella no tuvo más remedio que acceder. Lo último que quería tras esa escena en la inmobiliaria, era tener que pasar la noche sola y en mi habitación de hotel. Después de todo, el embrollo en el que me había visto envuelta tan solo ralentizó los trámites para que me pudiese mudar.

    Lisa entró en el salón de estar con su habitual porte sigiloso, como un depredador.

    «Pero ella no es ese tipo de depredador. Ella es buena.»

    —Ya lo he averiguado todo sobre él. Se llama Mathew Hawks, un experimentado en la industria de la inmobiliaria con mala fama.

    —¿Mala fama? —inquerí.

    —Sí —asintió—. Tiene antecedentes por abusos sexuales hacia anteriores mujeres. Se vino hasta Tailandia desde Reino Unido para empezar de nuevo.

    No contesté. Estaba inmiscuida entre lo boba que me sentía. ¿Cómo no me di cuenta? Su forma de tratarme, tan cercana, no podía ser inocente. Pensé que sería parte de su profesionalidad, pero ¡qué equivocada estaba!

    —Fue mi culpa —suspiré sin contener las lagrimas una vez más.

   —¿Qué dijiste? —exigió Lisa. Levantó mi cabeza para toparme con el fuego gélido de sus orbes marrones.

    —Pues... eso —dije con simpleza—. Yo pude haberme dado cuenta de que su comportamiento no era habitual. O podría haber evitado todo aquello simplemente con no haberme vestido así.

    Me observó atónita, como si hubiese dicho la mayor de las gilipolleces.

    Yo ya debía estar fuera de mis cabales, desde luego. Porque jamás se me hubiese ocurrido decir algo así.

    —Iba a mirar casas, no a una cena de gala.

    Se hizo el silencio por unos breves segundos.
   
    —Espero que estés de coña —trinó. Contemplé sus ojos y los bajé rápidamente por la intensidad—. Arya, llevabas un vestido. Eso es lo más normal del mundo y no justifica lo que ese depravado estuvo a punto de hacer.

    Ella sabía, porque le había contado, que por fortuna no llegó a nada más que tocarme tan asquerosamente.

    Sus rudas palabras golpearon mi conciencia. Tenía razón; ¿por qué narices había soltado semejante disparate?

    La cabeza me comenzó a doler. Me masajeé las sienes. El cansancio y el shock me estaban pasando factura. Debía descansar. Mañana tenía que ir a trabajar, además. Estaba siendo una terrible jefa.

    —Lo siento —murmuré.

    Ella se dio cuenta de mi malestar y suavizó su semblante algo, aunque fuese una milésima.

    —Creo que iré a dormir —alegué con la voz apagada. Lo único que ansiaba era tumbarme en la cama, aunque no fuese a dormir por los últimos acontecimientos.

    Me levanté del sofá y, evitando a Lalisa, llegué a uno de los cuartos de invitados que una empleada de Lisa armó con anterioridad. Me arrepentí entonces de haberle pedido yo una habitación. Quería que me abrazase como antes durante toda la noche.

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