11
Arya
Durante el resto del día traté de evitar lo ocurrido durante la mañana. Me sentía culpable porque posiblemente le hubiera costado bastante dinero a la empresa sin llevar más de una semana. Pero odiaba a esa tal Samantha. No sabía cómo Lalisa había sido capaz de ver algo en ella, aunque bien podría tratarse de otra mentira suya. Igual se creía que a mí me fastidiaba que ellas mantuvieran algún tipo de relación. ¡Pues no! Yo no era nada de Lisa, así que ¿por qué me tendría que importar? Que hiciese lo que se le viniera en gana. Pero en esa empresa, *mi* empresa, no iba a hacerlo. Tenía planeado despedir a Samantha, pero antes quería consultárselo a Lisa para saber qué opinaba al respecto. Anteriormente estuvo enfadada por lo que hice, así que seguramente me dijo que le daba igual por eso.
La llamaría más tarde, aunque era en contra de lo que mi cerebro me aconsejaba, ya que solo quería hablar por teléfono con ella para oír su dulce y grave voz. A Samantha iba a despedirla de todos modos. Ya me había despreciado una vez y creo que fui lo concisa suficiente con ella al indicarle mi cargo. Pero la muchacha no había aprendido. Su manera de actuar me recordó a la de un niño al que le adviertes de que no haga algo, pero lo hace igualmente.
Comencé con unos nuevos diseños para una colección de otoño. Ni siquiera estaba encargada de hacer eso, pero me gustaba. Ese año se llevaban mucho las sobrecamisas de tonos fríos propios del otoño. Y también estaba de moda la ropa holgada, así que también tenía planeado anunciar de este tipo, sin ignorar los pantalones rectos y pitillos, y los básicos ajustados.
Después de todo eso, restaba diseñar los nuevos formatos de maquillaje que también promocionaríamos. También era graduada en un curso de estética, así que podía hacerlo perfectamente.
Para todo eso hacía falta una hilera de modelos. Una de las más demandadas había prácticamente huido. Y todo porque yo entré echando humo por las orejas.
Había vuelto a lo mismo: a culparme. De seguro Lisa me odiaría aún más, pero ¡eso no me importaba! Porque ya de por sí me despreciaba y yo a ella también. ¡La odiaba con toda mi alma! Me daba igual que al final ella no esparciera ningún estúpido rumor sobre mí. Ni tampoco me importaba las veces que ella me había tratado bien. Y aún menos me interesaba haber dormido con ella en dos ocasiones. Ella seguía siendo despreciable; una mujer que se había acostado con algunas de sus secretarias, menos con Verónica, como me contó. Pero un momento. ¡¿Secretarias?! ¿Acaso a ella le gustaban las mujeres? ¡Yo no sabía eso!
No me incomodaba haber dormido con ella sabiendo de sus gustos, es que era consciente de que eso no cambiaba el hecho de que nos detestábamos. Así que era igual que antes, como si sus gustos se centraran solamente en los hombres. Su orientación carecía de importancia en esos momentos. Solamente podía pensar en lo mucho que odiaba a Lisa por haber estado con tantas mujeres. Pero ¡otro momento!
¿Acaso eso había resonado por mi cabeza? ¿Era cierto que me molestaba que ella disfrutara de su sexualidad? ¡Si no era mi asunto! Ella podía hacer todo lo que se le pusiera, porque eso no tenía ninguna relevancia en mi vida. Ni mucho menos pensaba en que ella hiciera lo mismo conmigo. ¡Yo era una chica muy, pero que muy heterosexual! Aunque he de admitir que su presencia revolucionaba todas mis hormonas. Lo hacía hasta el punto de preguntarme si de verdad estaba tan segura de mis preferencia. Después de eso, siempre me decía a mí que su influencia me imponía y ya. Esa mujer era, cuanto menos, deslumbrante.
En la hora de la comida, le pedí a Lawan que me trajera espaguetis del Felipe a mi despacho. Quería aprovechar al máximo ese día para después hablar con Lisa.
Me preocupaba cómo estuviese ella de cansada. Quizás estaba tan cansada que no quería hablar conmigo. O quizás estaba viéndose con Samantha. O igual con otra mujer.
«¡Aish! ¡Deja eso, Ary!». Me recordé que me debía importar más bien poco lo que hiciera Lisa. La despreciaba.
Me comí de mala gana toda la comida y después pedí un té para relajarme. Me sentía estresada y ni siquiera sabía por qué. Sabía que por el trabajo no era. Dejando a un lado los rumores que se esparcían, trabajar me estaba encantando. Era mejor de lo que imaginé. Las únicas pegas que le ponía es que estaba fuera de casa y que tenía que compartir mi liderazgo con Lisa.
Lalisa
Samantha llegó a mi despacho. Estaba contoneando sus caderas al andar a propósito. Ese día había conjuntado una falda ajustada con una camisa blanca con tres botones desabotonados, dejando ver algo de su abundante pecho. Se sentó en el canapé y cruzó sus piernas en una posición que hizo para provocarme. Ya sabía lo que me gustaba. Me estaba costando no desviar el tema por el que la había llamada para cogerla y follarla hasta que ella ya no pudiera más.
—¿Por qué me llamaste? —inquirió.
—Creo que ya deberías saberlo.
—¿Qué insinúas, Lis?
Dios, cómo me encantaba cuando ella decía mi nombre así.
—Insinúo que me he enterado de que últimamente te has portado un poco mal. —Apoyé un codo en el escritorio. Encima, mi cabeza.
—Yo siempre me porto mal. —Hizo lo mismo que yo.
—Sí, pero ya tienes treinta y cuatro años y compartir falsos rumores sobre otras mujeres debería haberse quedado en tu adolescencia. Y me parece aún más serio cuando hablamos de tu jefa.
—¿Rose? Si es una niña pequeña. ¡Qué problema habrá!
La despectiva manera con la que se refirió a Arya me irritó profundamente, pero ignoré eso.
—Te estás metiendo en terreno peligroso, Sam —la advertí.
—Ya me encuentro ahí desde que te conozco, Manoban. —Pude distinguir cómo se mordía el labio. Estaba consiguiendo encenderme, y ese fuego se avivó cuando por un momento imaginé que era Arya la que se mordisqueaba el labio inferior. Me alteré y borré esa imagen de mi cabeza. Ella no debía interesarme. Era demasiado pura.
—Te juro que cuando acabemos te la vas a cargar por lo que le has hecho —murmuré y me levanté para llegar hasta su lado.
Ella también se levantó y comenzamos a besarnos con ansias. Llevábamos tiempo sin conectarnos íntimamente y ella ya lo deseaba.
Tiré todo lo que tenía en el escritorio al suelo, barriéndolo con mi mano, y la empujé contra él. Jadeó ante mí brusca acción y echó su cuello hacia atrás para darme más acceso. Su cuerpo estaba ardiendo, pero el mío no. La deseaba, de eso no cabía duda, pero había algo que me faltaba, como el resto de veces que había mantenido relaciones con ella. Samantha me satisfacía a la hora de hacerlo, pero nunca había disfrutado del juego previo. Eso era una de las razones por las que no quería corresponder sus sentimientos. Otra de muchas tantas.
Desabroché su camisa y su sujetador de encaje beige quedó a la vista. Esparcí unos cuantos besos por sus abundantes montículos antes de arrancarle el resto de la ropa.
No me demoré en lo que hacía y levanté su falda. Aparté su braga e introduje un dedo dentro de ella. Ella enseguida jadeó con mayor frecuencia según movía mis dedos con más energía. La estaba torturando. Cuando sentía que sus paredes se contraían y estaba a punto de venirse, bajaba mi ritmo para volver a empezar. Su expresión de placer era lo único que necesitaba para bajar los niveles de estrés que tenía. Pero en un momento se me vino otra imagen de ella. De Arya, en vez de Samantha, gimiendo que la diera más fuerte con su voz tan juvenilmente suave y dulce, su espalda arqueándose con cada movimiento de mis dedos, sus pechos agitándose en sincronía con mis embestidas... Todo eso era lo que deseaba en ese momento. ¡Dios! ¿Por qué ella me volvía tan loca?
Cada vez que ella entraba en mi despacho por cualquier asunto y veía su larga melena de color oro oxidado ondearse con sus pasos, sentía mi mundo descolocarse. Ella era una belleza como pocas que había visto. Parecía una sirena. ¡Pues claro, era de California! De seguro tenía una hilera de hombres y mujeres a sus pies.
Detestaba que no fuera ella la que se encontraba allí. En ese momento, quise dejar a Samantha con su orgasmo a medio llegar y correr hacia la oficina de Arya para hacerle eso que tanto necesitaba. Era un menéster para mí tan grande que se me hacía casi doloroso.
Así me encontraba, teniendo sexo con una mujer y deseando a otra. Y lo peor de todo es que Samantha estaba enamorada de mí. Ella sabía, por alguna razón, que Arya había llamado mi atención. Su actitud me sacaba de quicio, pero eso solo avivaba las ganas por ella.
Todo eso crecía. Me daba miedo. Su físico era algo que me tenía en vela por las noches, deseando que volviera a dormir una tercera vez conmigo. Pero más allá de eso, había podido ver una pequeña parte de ella que no dejaba ver de cara a una primera impresión sobre ella. Esa parte más sensible, cuando dejó mostrar su pánico a las alturas, o cuando estando enferma cuidó de mí. Lo hizo hasta el punto de desvelarse durante buena parte de la noche solamente para asegurarse de que nada me ocurría.
Pensar en ella no solo despertaba un insaciable deseo dentro de mi abdomen. También presentaba un calor en todo mi pecho. Una cálida sensación que murió junto con mi último amor. No quería revivirla, por mucho que eso estuviera pasando. Las ganas de amar a alguien se las llevó Molly consigo. Había demostrado demasiadas veces que yo no servía para amar a alguien. Había causado demasiado daño a otras mujeres y no quería que Arya se sumara a la lista. Bastantes ilusiones le estaba haciendo a Samantha, a pesar de que le repetí un montón de veces que solo quería sexo.
Y estando en mi despacho, llevando al clímax a una mujer que me amaba sin ser recíproco, me encontraba en medio de una confusión con mis sentimientos, los cuales daba por perdidos desde hacía más de un año. Pero la confusión fue aún más inextricable en cuanto oí un estruendo de puertas abriéndose y cerrándose de un portazo. Estaba tan acostumbrada a eso que la reconocí al instante.
¿Por qué ella tenía la endemoniada manía de entrar sin llamar a la puerta?
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