10
Arya
Llegué a mi oficina y ordené todo lo necesario. Tenía mucho por hacer y muy poca energía para eso. Era lunes. ¿Quién tiene energía un lunes? Yo no. Y ese lunes era especial, pero no por algo positivo. De forma contraria, se trataba de que había dormido de pena. Me había pasado la noche dando vueltas en la cama. Acabé enredada entre las sábanas y al despertarme, caí de cabeza contra el suelo. No fue un despertar ni muy elegante, ni para nada alentador a tener la mejor de mis sonrisas, pero sí que fue efectivo en despertarme, de eso no me cabe duda.
Le pedí a Lawan que me preparara un café y empecé a preparar en mi portátil la presentación de una conferencia que tendría en unos días. Después de eso, tenía un par de reuniones con unos clientes. ¿Y tras eso? Debía comunicarme con la embajada estadounidense para hablar sobre unos asuntos de mi mudanza. Ya era hora de instalarme en mi casa después de haber pasado poco más de un par de semanas en Bangkok. Hasta ese momento no había tenido tiempo. Había tratado por todos los medios sacar algo de tiempo para hablar con una inmobiliaria que me recomendó Lawan, pero en contra de mis deseos, esas semanas fueron duras y agotadoras. Y sumándole a lo mal que estaba comenzando a dormir, no se podía decir que estuviera disfrutando de mi nueva vida en Tailandia.
La razón por la que no descansaba en condiciones era simple. También tenía nombre y apellidos: Lalisa Manoban. Durante dos noches, no había sido capaz de conciliar el sueño al pensar en su rostro adormecido, en su cabello revuelto por la mañana, en sus ojos de las profundidades oceánicas y en sus exquisitos labios diciéndome que quería dormir conmigo. No era capaz de desmemorizar el momento en el que jugó con el termómetro en su boca. ¡Cómo deseé que ese cachivache fuera alguno de mis dedos!
Odiaba que ella nublara mi mente y no me permitiera descansar. Ni siquiera era agradable conmigo. ¡No se merecía mi trasnochación! O puede que sí, porque ella había cuidado de mí en dos ocasiones. Aunque yo solo lo había hecho en una, podría concluir que ya estábamos en paz. Ilustré en mi imaginación los detalles de su cara. Sus ojos y sus pestañas largas y finas... Su pelo suave y sedoso y sus mejillas sonrosadas. Toda su faz era de un aspecto angelical, describiéndolo de la forma en la que lo he hecho. Pero en realidad, era todo lo contrario. Puede que su mirada pudiera haberme cautivado en un principio, pero yo ya conocía la maldad de esa mujer, y al hacerlo, me topé con que no era así. Su rostro era tremendamente gélido la mayor parte del tiempo. Y el resto, burlón. ¡Ya conocía a Lalisa Manoban de sobra! Es por eso no me gustaba nada de nada.
Lawan entró en mi oficina con mi café. En su cara veía la preocupación reflejada. Yo también me preocupé.
—¿Sucede algo?
—En realidad, sí... —admitió con un hilo de voz.
—Cuéntame. ¿Qué pasó? —quise saber.
Le di un sorbo al contenido del vaso de plástico.
—¿Sobre qué es?
—Es sobre ti, Arya.
—¿De mí? ¿Qué es lo que pasa conmigo?
—Es que... —pareció dudar—. Corren algunos rumores sobre «la nueva y grandiosa jefa.» —Recalcó esa expresión imitando unas comillas con sus dedos.
—Los rumores vuelan... —suspiré, esperando lo peor—. Sorpréndeme.
—Últimamente, he oído decir a algunos compañeros míos que usted en el primer día de trabajo se emborrachó y la presidenta Manoban tuvo que encargarse de usted. —Palidecí al escuchar eso—. Se rumorea que existen algunas fotos de las dos en urgencias.
Respiré pesadamente. Ese tipo de rumores no me afectaban. Era cierto que no estuvo bien beber tanto.
—Es verdad, Lawan, pero ese día sufrí la pérdida de un ser muy querido —le dije con un pinchazo en el corazón.
—Lo lamento muchísimo, señorita Arya...
—No te preocupes. ¿Hay algo más?
—A decir verdad, hay unos cuantos rumores sobre ti, y eso que solamente llevas por aquí una semana. —Ella aplanó una sonrisa amarga.
—Dime todo lo que sepas.
—Pues... algunos creen que usted y la señorita Manoban se traen entre manos una aventura.
Casi me atraganté con el café.
—Piensan que usted es una ofrecida y que llegó hasta aquí por acostarse con Lalisa.
Me masajeé las sienes. Me molestó profundamente que desacreditaran todo mi esfuerzo, basándolo en una tonta suposición. Odiaba ese tipo de personas que relacionan los logros de una mujer con sus encantos. Sobre todo porque eso en un hombre no sucedía.
« [...] Si un hombre hace algo bien, es estratégico. Si una mujer hace lo mismo, es calculadora.», Taylor Swift.
—Y también dijeron que eres una niña malcriada.
¡Vaya! De todo lo dicho, eso último fue lo que menos me molestó.
—Dime, Lawan. ¿Quién o quiénes fueron los responsables de esparcir todos esos rumores?
—Fue Samantha Saeli.
Una posibilidad me golpeó fuerte en la cabeza. Pronto, la rabia trepó por mis brazos al pensar en la persona que habría podido ser. Pero antes de sacar apresuradas conclusiones, pregunté:
—¿Cuál es su cargo en esta empresa?
—Normalmente suele ser una ejecutiva normal y corriente —indicó Lawan—, pero también sustituye a la secretaria personal de la presidenta cuando se ausenta.
Apreté mis puños y los hice crujir. Me mordisqueé varias veces los labios mientras recordaba lo que me dijo la primera y única —y esperaba que fuese la última— vez que nos encontramos. Pero solo se me venía a la cabeza alguien de quien hubiese podido obtener toda esa información de mí: Lalisa.
Ella era la única que sabía acerca de todo eso. Me dolieron hasta las entrañas al sentirme traicionada por ella. ¿Por qué traicionada? Porque pensaba que esos eran secretos que jamás revelaríamos y que se quedarían entre nosotras. A pesar de que ella no era nada importante mío, me hirió eso. Confié ciegamente en ella. Era mezquina, muy mezquina. Me odiaba, a fin de cuentas. Haberle confiado eso había sido meterme en la boca del lobo yo sola.
Con la sangre caliente como el infierno, subí en el ascensor hasta llegar al piso más alto. En ese momento no me importó quién estuviera allí, o si Lisa tuviese a alguien en su despacho. Fui tan rápida como una bala que a Verónica no le dio tiempo de pararme.
Abrí y cerré la puerta de un golpe. Efectivamente, una mujer joven se encontraba, allí discutiendo tranquilamente con Lalisa cuando yo irrumpí en la sala con la peor de las expresiones.
Tampoco permití que ella hablara. Sabría que me reprendería por haber hecho lo que hice, así que para ahorrarme todo eso que ya sabía y que había ignorado por la cólera, comencé a gritar como una histérica.
—¡¿En serio se te ha ocurrido esparcir rumores sobre mí cuando no llevo ni dos semanas trabajando?!
Lisa entornó los ojos. No parecía saber sobre qué hablaba. Era pura actuación.
La mujer que estaba con ella lucía asustada.
—¡¿No tenías nada mejor que hacer que contarle a la zorra que sustituye a tu secretaria y a la que te tiras cómo hace una semana me pasé con la bebida porque mi abuelo se murió?! —Me arrepentí al momento de haber dicho eso. Que lo oyera esa desconocida no me importaba, pero que lo oyera Lisa era distinto. Ella había desconocido hasta ese momento la razón por la que hice lo que hice—. ¿¿Y tampoco tenías nada mejor que hacer que inventarte que tenemos una aventura?? ¡¿O quizás diciendo que soy una puta y que por eso estoy aquí?! ¿Qué clase de broma es esta? ¿Como las novatadas de la universidad? ¡Estás loca!
Tras soltar la bomba, Lisa le hizo una señal a la otra mujer para que saliera de la sala y ella la obedeció, huyendo. Después de eso, nos quedamos completamente solas, con ella por su parte guardando silencio e investigándome con su mirada ígnea. Eso hizo que me enfadara aún más.
—¿Sabes que esa mujer es una modelo internacional? —habló por fin.
—¡¿Estás bromeando?! ¡¿Es eso lo que tienes que decir en tu defensa?! —volví a gritar aún más alto—. ¡Que te estoy diciendo que todos los empleados piensan que estoy aquí porque hemos follado, gilipollas!
—Bueno, mujer, baja esos humos y haz el favor de sentarte, por favor —me pidió con toda la calma posible.
Hice lo que me pidió. Me crucé de brazos y esperé su excusa.
—Lo primero de todo, no sé de qué rumores me hablas. —Reí sarcástica. Ella de verdad creía que yo era una ingenua—. Pero te diré una cosa. ¿Tú me ves cara de necesitar hablar nada sobre ti?
La miré a los ojos durante unos segundos.
—No preguntes eso como si nos conociésemos desde toda la vida —bufé.
Ella gruñó y se masajeó las sienes.
—Escúchame bien, Arya —me llamó—. Deja de comportarte como una puta niña. La gente hace rumores sobre que me follo a cada secretaria que tengo. Y la verdad es que nunca me he interesado por Ronnie, ni tampoco me interesa lo que digan un puñado de trabajadores sobre mí. Me da igual sobre lo que sea.
—¿Y qué hay de Samantha?
—¿Qué hay de qué? —inquirió con amargura en la voz.
Aquello se estaba haciendo pesado.
—Lawan me contó que fue ella quien dijo todo eso.
—Me parece muy bien, Arya. Pero dime, ¿qué tiene que ver eso conmigo?
—Pues que habéis estado juntas y creo que tú le podrías haber dicho algo.
—Bueno, pues eso no es verdad —espetó—. Lo que pasa es que ella es una arpía.
Algo se bloqueó en mi cabeza. Ahora le tenía que pedir disculpas a Lisa. Todo lo que le había dicho antes no tenía perdón de Dios.
—Pienso despedir a esa zorra... —maldije.
—Mira, me parece muy bien que cortes de raíz los problemas que tengas, pero piensa bien las cosas antes de cometer cualquier insensatez. Posiblemente pierda a esa clienta por tu culpa, así que ahora hazme el favor de largarte.
Ella sonó realmente enfadada. Me sentí muy avergonzada de lo que hice.
Me levanté y salí como un rayo de allí para no empeorar aún más las cosas. No sé ni cómo me convenció tan rápido de salir de allí sin más. La frialdad con la que dijo todo eso, mostrando su caldeado enfado, me heló la sangre. Pero principalmente me sentía dolida. Quizá por haber arruinado la reunión de Lisa o quizá fuese por lo último que dijo.
Más tarde, en el almuerzo, le preguntaría si al final lo arruiné todo.
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